Sr. Olvidable

Aquella mañana, el único mando que se encontraba en las oficinas de la UDIM era el gordo de Haigh, el engullidor empedernido de rosquillas que pasaba de todos y de todo y que no era capaz de decir una frase completa sin añadir algún estereotipo racial que reflejara el racismo de primera categoría que sentía hacia todo lo que no fuera blanco y cien por cien americano. Nina Edwards libraba aquel día, lo cual era un alivio para muchos de los que sentían su aliento pegado en la nuca. Krose, el jefazo, también libraba y el capullo lameculos de Bevan tenía que estar por allí pero sin duda estaría hablando con algún contacto suyo del FBI para hacerse le importante y ver si lograba ascender en el escalafón. Todo esto significaba que, solo con Haigh al mando, podían rascarse las pelotas todo lo que quisieran. Y a pesar de ser agentes de la ley, con la suficiente madurez y capacidad mental como para llevar un arma reglamentaria, se comportaban como chiquillos en un aula cuando el profesor salía al pasillo: gritando, bromeando, pasando del trabajo y de los teléfonos que sonaban y asaltando a la pobre Dorothy, la maquina del café, hasta dejarla sin el preciado líquido.

A ellos no les quedaba más remedio que pasar por la oficina a fichar y comprobar que ningún jefe quería endilgarles más trabajo o echarles la bronca por los casos sin resolver que se acumulaban en sus respectivos escritorios antes de ponerse al tajo. Ryo estaba especialmente desatado, contra todo pronóstico los Knicks habían ganado a los Celtics a pesar de la lesión de Luka Doncic y no paraba de comentar gesticulando las mejores jugadas de la noche. De la tarta que el admirador secreto de McKenzie les había hecho llegar no quedaban ni las migas, pero la detective se encontró una caja de bombones sobre su mesa con otra nota: Ayer ibas especialmente hermosa. Por supuesto, alguno de esos mamones había tenido la poca decencia de asaltar la caja y llevarse los mejores bombones, porque nadie se llevaba los que tenían sabor a puñetero coco.

Tras resolver el papeleo habitual de la mañana, pudieron ponerse manos a la obra con el caso que les ocupaba. Pudieron comprobar desde los ordenadores que Leonard Wayne Lennard, el asesino de Maclagan, cumplía cadena el Correcional Kane, una unidad de máxima seguridad para delincuentes con poderes, que también alojaba a aquellos delincuentes ADNE* especialmente peligrosos. Una llamada a su directora, Tamara Carrera, les bastó para concretar una visita para aquella misma tarde. Todo un lujo, porque el Departamento de Servicios sobre Mejorados que contenía el registro de los mutantes con poderes controlados por el artículo 18, como buena institución de funcionariado público, sólo abría por las mañanas.

El enfado  con tonos humorísticos de Vinnie provocó un inquietante silencio en la comisaria, como si el jefe de estudios hubiera llegado a clase y todos los chiquillos regresaran a sus pupitres con la cabeza gacha y cara de no haber roto un plato. Nadie dijo nada, algunos se miraban incómodamente unos a otros, con toda seguridad esos habían sido los que habían cogido el bombón de almendras con crujiente. Finalmente fue Ryo el que rompió el hielo.

-¿Y quién coño lo va a traer, tío? El repartidor, evidentemente. - Dijo soltando una carcajada en la que se veían algunos dientes teñidos del negro del chocolate.

A pesar de que asaltaron sin piedad la caja de bombones, había que reconocerles que habían sido respetuosos con la privacidad de la carta, la cual ni tocaron. Claro que, poniéndoles un cebo como aquel estaba claro que ni aunque hubiese habido un arma se hubieran enterado. Al menos mientras quedará algo de dulce.

-Si no quieres quedarte sin chocolate, madruga algo más, jodido vago. - Terminó diciendo Ryo.

Estaba claro que tarde o temprano tendrían que hacer algo con el admirador secreto de Mackenzie, y con el afán de asaltar la paquetería ajena que tenían algunos en esa oficina. Pero ahora tenían asuntos más complicados a los que atender, y un caso importante entre manos.

—Yo no me molestaría en investigar por ahí, Vincent. Dudo que el acosador fuese tan estúpido como para dejarse ver por el repartidor. Podemos empezar por inspeccionar la carta.

Umbridge sabía que la caja de bombones estaría hecha un desastre para aquel entonces. Pero, con un poco de suerte, la dedicatoria estaría casi intacta. 
Aunque la carta no estuviese dirigida a ella expresamente ni sintiese la necesidad paternalista de proteger a una hermana, le ponía bastante nerviosa que alguien les estuviese observando. Además, empezaba a estrechar lazos con los hermanos Valenti y toda aquella historia sobre asesinos en serie la había sugestionado.

—Acosar a una agente de policía no me parece un movimiento muy inteligente. Puede que esté desesperado, sea un estúpido o se haya confiado.

La tarjeta estaba escrita a mano, con una bonita caligrafía, y tenia el sello de la tienda donde se habían comprado los bombones, por lo que era sencillo suponer que habían sido los dueños de la tienda quienes habían escrito la nota para que resultara bonita. Y algo le decía que aquel tipo que acosaba a Mackenzie había encargado los bombones por Internet, en el mejor de los casos podría haberlo hecho por teléfono.

La tienda era conocida, estaba en la Quinta Avenida, una de las más exclusivas y famosas. Los bombones debían haber costado un buen pico, y serían de lo más delicioso de la ciudad. Lo cual no les restaba ni un ápice del desagradable significado que ocultaban.

Mackenzie había caído grogui toda la noche, primero dormitando en el sofá mientras su hermano gritaba y se retorcía a su lado viendo lo que podría describirse como una tortura china en cuatro actos y más tarde durmiendo a pierna suelta en su cama. A pesar de la sensación de que estaba comenzando una carrera contrarreloj su cuerpo sufrió una desconexión absoluta y reparadora lo que sirvió para que al día siguiente se levantara de buen humor e hiciera todo el camino hasta el trabajo tomándole el pelo a su hermano Vincent. 

No obstante, su buen humor pareció esfumarse en cuanto llegó a la oficina y una caja de bombones con una nota estaba esperándole en su mesa. "Ayer ibas especialmente hermosa". Pero ¿qué demonios...? Si ayer el envío de la tarta podría haber pasado en su cabeza por algún tipo de error de entrega aquello lo descartaba completamente. Una sensación desagradable se instaló en el fondo de su estómago mientras en silencio examinaba los bombones y la tarjeta.

- Vincent, déjalo. Seguramente no sea nada.  - Intento sonreír aunque le quedó un tanto forzada y más aún cuando escuchó el término acosador salir de la boca de su compañera. - Vamos, tíos, mandar una tarta y una caja de bombones tampoco se puede considerar acoso. Como mucho asedio nutricional. Ryo, igual tienes suerte y mañana llegan unos donuts - La joven intentaba bromear para eludir la sensación de incomodidad que sentía aunque lo lograba a duras penas. 

Con disimulo sacó su móvil y buscó el teléfono de la tienda de bombones. Lo marcó en su terminal y se apartó un poco del follón que estaban montando sus compañeros. No perdía nada por hacer una llamada y recabar un poco de información. Aunque su reciente admirador hubiera encargado los bombones sin pisar la tienda debería hacer dejado algún rastro del que tirar. Un email, un teléfono, un número de tarjeta. Vamos, cabronazo, déjate ver... 

Umbridge siguió con la mirada a su compañera, intuyendo lo que se disponía a hacer. Supuso que su hermano también se habría percatado.

—No me gusta nada, Vincent. ¿Quién en su sano juicio mandaría esta clase de regalos a una agente de la ley en su propia comisaría? O es un tarado o alguien que sabe muy bien lo que se hace, y no sé cuál de las dos opciones me gusta menos. ¿Conoces a alguien que haya podido tener contacto con Mackenzie antes? ¿Algún posible admirador  que sepa donde trabaja?

Mackenzie se alejó un poco de los demás para poder encontrar algo de tranquilidad que le permitiera hablar con los de la tienda de bombones, entre el enfado de su hermano y el alboroto por conseguir gorronear algún bombón más cualquier se enteraría de nada allí. No tuvo que esperar mucho hasta que la voz de una chica contestó alegremente al teléfono con la típica cantinela comercial para que quien llamara supiera que había marcado correctamente y pudiera sentir tranquilidad ante los síntomas de algún tipo de deformación en los dedos o de problema visual que le impidiera trasladar los números de un anuncio de la tienda a su propio teléfono. 

-Bombonería Le petit plaisir. El mejor chocolate de NYC. ¿En qué puedo ayudarle? - Después de preguntar por el envío Mackenzie recibió una respuesta que no le agradó demasiado. -Lo siento, señorita. No puedo darle esa información. La ley de protección de datos nos impide revelar datos personales de nuestros clientes. ¿Ha habido algún problema con los bombones o con el envío?

Por un momento, Mackenzie estuvo tentada de colgar el teléfono y presentarse en la tienda con la plaza por delante. Eludiendo manifiestamente la pregunta formulada por la dependienta la joven intentó un enfoque diferente. 

- Verá, señorita, la llamo de la comisaría de policía a la que han llegado esos bombones y solo quería confirmar que la dirección de entrega era correcta. Estamos llevando a cabo una investigación importante y cada detalle cuenta. Tal vez el envío no tenga nada que ver, pero sería imprudente por nuestra parte descartar esa posibilidad. ¿Podría decirme si tienen cámaras de seguridad en su establecimiento y por cuánto tiempo conservan los datos de los compradores? ¿La compra se hizo en efectivo o con tarjeta en la propia tienda o a través de Internet? No le estoy pidiendo datos concretos del comprador, tan solo información genérica para tenerla en cuenta a efectos de poder solicitar en el futuro una orden judicial si fuera necesario por lo que en ningún caso estaría usted vulnerando la Ley con esta información -

De hecho, lo que Mackenzie decía era totalmente cierto, aunque no sabía si aquella mujer cooperaría. Así al menos sabrían a qué atenerse en caso de que la cosa fuera a más. Una posibilidad a la que acudir si la cosa se torcía y el tipo resultaba ser verdaderamente peligroso.  

La mención a la investigación y a la orden judicial hizo que la pobre dependienta se atragantara. Tartamudeó bastante antes de decir que tenía que llamar a su encargada y dejó a Mackenzie en espera un par de minutos hasta que otra voz, de una mujer más mayor seguramente, contestó al teléfono y la detective tuvo que repetir toda la cantinela.

-Verá agente, evidentemente nosotros contamos con cámaras de seguridad, tenemos un expositor bastante caro y nuestros bombones son bastante populares, por lo que manejamos cifras bastante importantes en caja, debido a eso contamos con las mismas medidas de seguridad que una joyería. El pedido al que se refiere se hizo a través de nuestra página web y se pagó mediante Paypal por lo que estoy viendo. Me temo que más información al respecto no puedo darle. ¿Tiene alguna otra consulta?

En Capítulos anteriores...

@Umbridge: ¿Conoces a alguien que haya podido tener contacto con Mackenzie antes? ¿Algún posible admirador  que sepa donde trabaja?

No alcanzo a contestar a Adele.

Tengo un nudo en la garganta y se me está nublando la vista por momentos.

Claro que sé de alguien.

—Necesito hacer una llamada...—escupo con una mezcla de rabia y terror que cristaliza en un ligero temblor en mi mano derecha que disimulo rascándome la cabellera.

Echo una mirada de soslayo a Ryo antes de tomar distancia y ganar algo de privacidad. Es ese tipo de miradas lo suficientemente elocuentes para hacerle saber que le estoy mandando a la mierda. No estoy para bromas y el calvo sabe que tengo motivos de sobra para tomarme esta puta mierda de la caja de bombones del admirador secreto con recelo. Se trata de mi hermana. MECAGOENLAHOSTIACOÑO.

- Nada más. Gracias por su colaboración, señora - Mackenzie colgó el teléfono mientras  hacia un gesto universal hacia su compañera, ese tipo de gesto que significa callejón sin salida para todo agente de la ley en cualquier rincón del mundo. Percibió la tensión de su hermano y su propia tensión pareció dispararse como por reflejo.

De repente Mackenzie recordó con total claridad la pesadilla que había estado acosándola desde la juventud para después un buen día desaparecer. Hacía años que no soñaba con aquel incidente y de repente hacia un par de noche la pesadilla volvió por sorpresa. Su mandíbula se endureció mientras aquella voluntad férrea que la caracterizaba se reivindicaba. Ya no era una niña indefensa ante una fuerza destructiva e insuperable. Era una mujer que no dudaría en defenderse y que tenía medios para lograrlo. Ningún capullo iba a amedrentarla con pastelería barata. Comprendía a su hermano. Él también había sufrido con todo aquello, pero jamás permitiría que ningún tipo volviera a aterrorizarla. 

- ¿Por qué no pasamos de todo esto? Seguramente será un capullo con ínfulas de casanova. Tenemos trabajo que hacer. Creo que ha llegado el momento de desempolvar unas cintas de vídeo. ¿Alguien se apunta a una sesión de cine? - Mackenzie estaba segura de que el tipo no iba a ser tan gilipollas como para dejar un rastro. Ya se lo habían confirmado en la tienda de bombones. Y tenían asuntos más preocupantes que atender. Tal vez aquellas cintas de vídeo les dieran alguna pista mientras esperaban para ir a visitar el correccional. Putas psicópatas. 

-No hay nada mejor que una de esas sesiones insuperables del cine checoslovaco que le gusta a McKenzie. - Intervino Ryo con cierto sarcasmo. -Maldita sea, yo incluso llevaría las palomitas y unas birras si se tercia la cosa. Pero ¿no teníais que ir al Departamento de Servicios sobre Mejorados? - Les recordó. -Ya sabéis como son esos funcionarios, como tardéis mucho estaréis más haciendo cola que siendo atendidos. Y como seguro que les vais a pillar en la hora del café os vais a pegar media hora enfrente de la paradoja temporal que crea ese cartelito infame de "vuelvo en cinco minutos". Suerte muchachos, la verdad que no quisiera estar en vuestro pellejo. - Ryo se estiró y bostezó.

A Ryo no le faltaba razón pese a su irritante vocecilla. Si querían indagar en el pasado de Whitten tendrían que preguntar en dicho departamento, donde guardaban la información al respecto de los individuos registrados bajo el artículo 18. Y tendrían que ir pronto si querían tener tiempo de llenar la panza un poco antes de la visita al correccional.

Umbridge miró a los hermanos Valenti. Los ánimos se habían agriado, ensombreciendo el talante alegre de Vincent. Mackenzie tampoco podía ocultar su preocupación. Al menos la visita al DSM* supondría una distracción y, con suerte, un paso en la buena dirección.

—Será mejor que nos demos prisa si no queremos que nos manden a por un formulario impronunciable.

De momento no era más que una desagradable e insidiosa intuición. Un rumor que había ascendido reptando desde el estómago hasta instalarse en el esófago.

¿Y si ese cabronazo había salido del trullo? ¿Y si estaba tanteando el terreno para acosar a Kenzie otra vez?

No iba a permirtirlo.

Llamé a mi contacto en la prisión de Witchrock*, Neil Redman*. Neil era un funcionario de prisiones encargado de la vigilancia del módulo de alta seguridad en la cárcel flotante de Witchrock. Neil era un viejo amigo de esos con los que intercambias favores cuando adviertes una tormenta cernirse sobre el horizonte. Un aliado útil al que siempre cuidaba bien, en especial desde la agresión a mi hermana, años atrás.

—Neil, soy yo, Vinnie—escupí con evidente premura. —¿Cómo estás, tío? Mira, no voy a andarme por las ramas... Necesito un favor, Neil. Esto es personal, ¿vale? No te va a suponer un marrón, te lo juro por mi madre -a la que no conozco, pero él no lo sabe-. Quiero saber si el hijo de puta que hizo daño a mi hermana campa libre por la ciudad. 

En teoría, Neil debería haberme puesto sobre aviso si tal cosa hubiese pasado. Es más, deseé fervientemente que Neil me dijese que seguía a la sombra y que aún le quedaba una buena temporada en Witchrock, pero admito que tuve un mal presagio.

-Te juro que ese imbécil está aquí, tío. No está libre por la ciudad ni mucho menos. Joder, Vins, que le he llevado el desayuno a la celda esta misma mañana.

Neil solo tranquilizó a Vincent cuando le confirmó que aquel malnacido que había agredido a su hermana años antes estaba en su jaula. Redman se lo tuvo que asegurar cuatro o cinco veces para que Vincent pudiera quedarse tranquilo. Neil volvió a prometerle, por décimo quinta vez, que si aquel desgraciado se escapaba de Witchrock lo sabría él antes incluso que los Marshalls.