Partida Rol por web

Las cadenas y grilletes de acero impuestas por Edward Lambur, habían sido sustituidas por unas formadas por el deber. La obligación de proteger al inocente, les guió sus pasos hasta un arduo viaje de largas semanas, a través del solitario mar y el ardiente desierto. Aunque aquello suponía que no verían a sus familias y seres queridos en muchísimo tiempo, en caso de salir con vida, no tenían duda alguna en sus corazones. Ellos eran los únicos que habían sobrevivido al ataque de Lilith, una criatura de carácter primigenio, que sin duda traería desdicha al mundo si no era detenida cuanto antes. Solo ellos podían realizar aquel cometido. 

De modo que alli estaban, en la ciudad de Karam, hogar de la esclavitud y la explotación. Los siervos de Karam, eran distintos a los de otras zonas del globo, pues allí ni las cadenas ni el golpe de látigo controlaban a los presos. Tan solo un gran tatuaje de carácter mágico, inscrito en la espalda, era suficiente para mantenerlos sumisos y obedientes durante el resto de sus vidas. 

Después de un tiempo caminando por la ciudad, en el que las personas locales les observaban con recelo, el grupo de aventureros llegó finalmente a una posada llamada “El escorpión saltarín”. Cuando pasaron fueron recibidos por un aire fresco, perfumado con menta y canela entre otras cosas. Multitud de coloridas cortinas de seda separaban las distintas estancias, en las cuales la clientela disfrutaba bebidas y alimentos exóticos.

Durante todo el trayecto, Shaktar devolvió las miradas recelosas con otras de conmiseración, entristecido por ver de lo que era capaz la humanidad. Y es había escuchado hablar de aquél lugar, incluso antes de partir hacia allí, pero saberlo y conocerlo en persona eran cosas muy distintas, e incluso para él, que había sufrido en sus carnes el peso de los grilletes, era excesivo lo que hacían con los esclavos en aquella ciudad; de haber podido, habría intentado ponerle fin, pero sabía que no tenía la capacidad para ello ni el tiempo para involucrarse.

Caminaron por aquellas calles atestadas durante un buen rato, buscando, hasta que al final dieron con lo que necesitaban. El escorpión saltarín era un local refrescante y de vívidos colores, dónde la gente disfrutaba de la calma sin armar mucho revuelo, con cierta intimidad. Era totalmente diferente a como solían ser las tabernas de dónde venía, lo cual no estaba mal, pero les hacía más difícil moverse de un lado a otro y obtener información. Tampoco ayudaba a pasar desapercibidos.

—Busquemos al dueño —dijo por lo bajo, avanzando para hacer lo dicho.

La semiorco caminaba erguida y desafiante, devolviendo toda mirada de desconfianza con un gruñido. Con gusto rompería el cuello de aquellos esclavistas, que sometían a sus esclavos con tatuajes mágicos, para convertirlos en meros títeres para sus caprichos.

Aquella ciudad no le gustaba ni lo más mínimo y esperaba que acabarán pronto sus tareas allí, ya que sabia, que no tardarían en meterse en problemas.

El Escorpión Saltarín, parecía un buen lugar para empezar a buscar información…

- Como de costumbre os dejo la vía Diplomática, en caso de que falle, ya utilizaré la mía, comentó Rosario con una sonrisa, como esperando poder intervenir en la búsqueda de información.

Las costumbres del lugar no eran precisamente del agrado de Mischa, y de no ser porque sabía las consecuencias, así como la falta de ellas, quizá habría empezado a apuñalar a gente por la calle. Pero eliminar la esclavitud no era uno de sus objetivos, al menos no por el momento, aunque desde luego plantearse la creación de un campo de antimagia con la ayuda de unos eruditos y magos simpatizantes de la zona que cubriera toda la ciudad para iniciar una revuelta era una idea bastante tentadora para la vuelta.

— No creo que el dueño quiera hablar con unos extraños de buenas a primeras, a menos que estén montando un revuelo o sean extremadamente pudientes. Nuestra mejor opción por el momento son los empleados — "espero de verdad que sean empleados" —. Además, tampoco es que fueramos a encontrar mucha información sobre nuestro objetivo aquí. Principalmente queremos un lugar para dormir e información general de la ciudad que podremos usar más adelante para nuestra búsqueda. También parar un momento para que pueda preparar unos extractos, hay un par de ellos que creo que me serán particularmente útiles.*

Sin esperar que aquello terminara en una discusión, el espadachín se acercó a la recepción o, si no hubiera, a cualquier empleado del lugar para pedir habitación o habitaciones para los tres, así como amablemente solicitar información sobre las distintas casas del saber (bibliotecas, templos, universidades) de la ciudad.

Con calma caminaron por el lugar hasta la parte final del local, donde encontraron a un hombre de piel morena descansar tras una gruesa barra de madera barnizada. Al verlos, se levantó de la silla de un brinco, mientras les saludaba con una amplia sonrisa. Aquel pequeño acto, hizo que los aventureros se relajaran considerablemente. Después de todo solo habían recibido miradas de miedo y desconfianza en aquel lugar.

Sus ropajes violáceos, con bordados de color lila, eran holgados y de gran calidad. Mientras que su pelo y su barba se mostraban trenzados y aceitados. Por otra parte, su cuerpo y sus dedos, estaban decorados por pesadas y gruesas joyas de oro. 

—Bienvenidos forasteros— pronuncio en común con un marcado acento—. ¿Puedo ofrecerles algo? ¿Quizás algo de té con menta para refrescar el cuerpo? ¿O prefieren descansar del polvo del camino tras darse un baño?

Las ultimas palabras no pasaron desapercibidas para ellos. De manera discreta y respetuosa, había dejado claro el fuerte olor que desprendías tras varios días de caminata a través del desierto. No podían reprocharle nada. Las personas allí reunidas, además del posadero, se mostraban limpios y perfumados, sin importar la calidad de sus ropajes.

—Ustedes dirán— añadió poco después sin reducir el tamaño de su sonrisa.

Al escuchar las palabras de aquel hombre, Rosario no pudo evitar olisquearse y ciertamente. Ciertamente necesitaban un baño, ya que el viaje había sido largo y polvoriento.

- Un baño y algo para refrescar nuestras gargantas estaría bien, luego si lo desea, nos gustaría hacer negocios. Fue lo único que dijo la media orca, intentando ser lo más cortes posible, ya que sabía que su porte y voz eran bastante intimidantes y podían interpretarse como una amenaza. Luego en las negociaciones, como de costumbre dejaría a sus compañeros más diplomáticos y solo intervendría si la cosa se tuerce, para acabar de dejar claras sus intenciones de una manera más contundende.

Shaktar se relajó notablemente al sentir un gesto amigo; sabía que era simples gajes de la profesión, pero aún así, era agradable no ser considerado un enemigo de manera tan abierta como en esa ciudad. La hostilidad del lugar se evaporó rápidamente, y él sonrió en un principio, para fruncir el ceño poco después ante el comentario; el hombre tenía toda la razón en aquello que no había dicho, pero que sutilmente había dejado caer.

—Sentimos las... Condiciones de nuestra visita —dijo eligiendo las palabras—. El camino ha sido duro y, como mi compañera bien ha dicho, no nos vendrían mal ninguna de las dos cosas que ofrece. —Volvió a sonreír—. Dejemos los negocios para después, cuando hayamos dejado atrás las fatigas del viaje.

Mischa no tenía muchas ganas de retrasar su búsqueda, pero sabía que era mejor seguir las costumbres locales si no quería que le trataran con desconfianza y le ocultaran información. Tampoco es que allí donde tenian que buscarla les fueran a aceptar si no llegaban adecentados. Es por ello que simplemente emitió un suspiró.

— Allá donde fueres, haz lo que vieres — musitó más para si mismo que para los demás antes de fingir una sonrisa —. Con gusto aceptaré el baño, pero debo rechazar el té, la menta es demasiado fuerte para mi gusto.

"¿Cómo puedes decir eso con la clase de cosas que pones en esos extractos tuyos?" decía la voz de su mujer en su cabeza.

Mischa entonces se llevó la mano al saquito en el que guardaba el dinero, sacudiéndolo un poco para dejarle claro al hombre que no estaban sin blanca a la espera de que este les diera un precio.

Cuando la semiorca pronunció la palabra negocios, los presentes observaron como el entrecejo del posadero se frunció de manera ligera; sin embargo, a pesar de ello, la sonrisa de su rostro no desapareció, sino que se limitó a asentir con respeto. 

—Por supuesto— respondió mientras hacía una pequeña inclinación—. Si les place, primero el baño, luego el refrigerio. 

Tiempo después, los antiguos esclavos se encontraban de nuevo en la sala, completamente aseados y con mudas de ropa limpias. Aunque sus ropajes no seguían la moda del lugar, se sentían completamente renovados, algo que no hizo más que mejorar cuando el desconocido trajo una bandeja con tés helados y un cuenco con dátiles. 

—Ustedes dirán— dijo de manera directa, una vez estaba todo servido. 

Tras pronunciar aquellas palabras, colocó la bandeja bajo su brazo y esperó con respeto.

Rosario sabía que era el turno de sus compañeros, por lo que ella se limitó a sentarse, servirse un poco de té helado y comenzar a degustar los manjares que había de aperitivo. Si bien en inició se dejó llevar por el hambre, al ver que era observada por su manera de comer tan... digamos poco cortes, de detuvo durante un instante, acabó de tragarse los tres dátiles que tenía en la boca y intento comportarse de manera más civilizada.

¿Habían dicho algo incorrecto? Aquél pensamiento le persiguió durante un rato, hasta que el agua caliente perfumada y el jabón comenzaron a arrancar la suciedad de su cuerpo, y a medida que la mugre, capa a capa, iba desapareciendo, y su piel quedaba limpia, también el cansancio del largo viaje comenzó a pesar menos; no en el fatigado cuerpo, sabía que necesitaría un descanso para ello, pero si en la mente, que para cuando acabó el baño volvía a estar despejada por completo. El té helado, que tenía un regusto a menta y miel, refrescó también su garganta, y un par de dulces dátiles aplacaron su hambre lo suficiente para permitirle, echado sobre unos mullidos cojines prácticamente a ras del suelo, suspirar de alivio y, después, sonreír. En ese breve momento de respiro, aprovechó para elevar una plegaria a Ragathiel, buscando la guía del dios en las conversaciones que estaban por llegar. Por último, miró al posadero.

—Me tienta alargar el momento un poco más, con tal de seguir disfrutando de estas atenciones —dijo en tono amable—. Antes que nada, gracias por la hospitalidad. Verá, señor, no estamos aquí solo de paso. Buscamos a un hombre, Acmed Arafat, tenemos constancia de que está en esta ciudad. ¿Podría ayudarnos? Encontrarle es de vital importancia para nosotros —añadió, dando un tono de firmeza a su voz, sin resultar desesperado ni dar a entender que había urgencia o necesidad alguna. Era fina la línea en la que un buen orador debía mantenerse para atraer a su oyente, especialmente cuando se buscaba algo de él.

El baño ayudó a Mischa a relajarse, aunque ese no era su objetivo. Se sintió tentado de hacer uso de la panacea, pero esperar una hora a que dejara de surtir efecto. Se cambio a una muda de ropa nueva, pero seguía llevando su armadura de cuero tachonado bajo la gabardina, solo que ahora un poco más pulida. También había aprovechado unos minutos que a nadie extrañarían para cocinar algo, resultando en cuatro frascos rellenos de dos líquidos extraños* en su cinturon que no estaban antes.

Como ya había advertido antes, rechazó el te a la salida, aunque no los dátiles, y dejó a Shacktar hablar sabiendo que él era mejor orador. Sin embargo, el investigador tuvo que contener las ganas de golpearse la frente con la palma de la mano.

"Entonación perfecta, sin problemas de dicción, inspiras confianza. Todo eso está muy bien, pero no puede preguntarle a cualquiera por él sin mas en una ciudad, especialmente si no tienes una descripción. ¿Qué vas a hacer cuando te pida una? ¿Decir que es un erudito demente que estamos buscando para ir a un lugar que para ellos solo existe en leyendas? La gente de la calle te mirará raro, pero este tipo además puede negarnos el quedarnos a dormir."

— No se preocupe si no sabe dónde encontrarlo. Si nos pudiera indicar dónde encontrar casas del saber: bibliotecas, universidades, templos dedicados al conocimiento; se lo agradeceríamos. También vamos a pasar unos días, así que vamos a necesitar un lugar donde pasar la noche.

Después de degustar el ultimo dátil y apurar el contenido de sus bebidas, el grupo llamo la atención del posadero, el cual se acercó con una sonrisa en sus labios. En su mirada incluso distinguieron un brillo astuto, el cual se acentuó una vez hablaron. Sin duda esperaba obtener algo de todo aquello, algo que se hizo patente una vez respondió.

—Sin duda puedo ofreceros tal información, sin embargo, seré sincero, no es gratis— respondió poco después de manera persuasiva—. Unas cuantas monedas monedas bastaran. No soy avaricioso. ¿Qué tal diez monedas de oro?

Bien era cierto que el precio por la información no era caro o insultante; sin embargo, pocas eran las monedas que albergaban sus pequeños sacos después del largo viaje. A pesar de ello, las monedas tintinearon al depositarse sobre la mesa, unas que no tardaron en desaparecer.

—Por curiosidades de la vida, ambas cosas que pedís saber están en cierto modo relacionadas— continúo explicando algo más alegre—. Acmed Arafat es un viejo demente que no hace mas que decir estupideces. No entiendo porque queréis verlo, pero podréis encontrarlo en la biblioteca local. Él es el encargado.

Después de pagar y acordar el precio del alojamiento, el grupo se marcho de la posada. Minutos después, gracias a las indicaciones ofrecidas por el tabernero, llegaron al edificio en cuestión. En su interior encontraron algunas mesas rodeadas por varias estanterías repletas de infinidad de libros. Poco después de caminar en silencio por la estancia, encontraron a un hombre de avanzada edad leyendo un libro de gran grosor. Debía ser él.

No costó demasiado la información, ni en tiempo ni en dinero, aunque el escaso peso de sus bolsas hacía que lo segundo se notara más. En cualquier caso, no estaban allí para hacerse ricos, ni siquiera para disfrutar de la visita a la ciudad, sino para encontrar a Acmed; si por hacerlo tenían que dormir en la calle los siguientes días e incluso pasar hambre, lo haría; merecería la pena con tal de cumplir. Por suerte, no hizo falta tanto, e incluso tras pagar por aquello que preguntaban, pudieron asegurarse una noche en una cama caliente y bajo techo, no estaba mal.

Llegaron a la biblioteca sin complicaciones, demostrando que el tabernero, al menos, no les había engañado en eso. Tampoco, comprobaron poco después, en quien era el encargado; puede que ni siquiera hubiera dicho su nombre, pero algo en su interior le decía que habían dado justo con quien buscaban.

—¿Señor Arafat? —preguntó, acercándose al hombre—. ¿Es usted Acmed Arafat? —reiteró, para asegurarse. Cuando este le miró con la cabeza ladeada y una mueca extraña, sufrió un instante de desasosiego, pero cuando tras otro momento asintió, no pudo menos que suspirar aliviado—. Necesitamos su ayuda, señor. Creemos que es el único que puede guiarnos para encontrar un lugar llamado Kaj´Malar —dijo directamente, esperando que nombrar el objeto de sus deseos llamara inmediatamente su atención.

No debían perder tiempo, aún les quedaba una larga búsqueda por delante, primero para hallar el cuerno de la tormenta, después hasta la ciudad perdida y, por último, encontrar el antiguo manuscrito que hablaba sobre los tres vampiros a los que se enfrentaban. Lilith, Haqim y Caín. Debían derrotar a la primera cuanto antes, y evitar que despertara a los otros.

Cuando Shaktar expresó el motivo de su visita, el anciano frunció el ceño y lo miro con furia. Tras esto agito una de sus manos como si tratara de espantar a una mosca molesta.

—Largo— ordenó con voz enfadada—. Estoy harto de los ignorantes que bromeen con mi supuesta locura.

» No sois bien recibidos— añadió al ver como el grupo de antiguos esclavos le miraba con incredulidad, sin llegar a marcharse.

De nuevo, el avatar de Ragathiel al comprender la situación, aclaró entre palabras de negación de Acmed que era verdad lo que decían. Finalmente, tras unos instantes, aquel anciano escuchó sus palabras y les observo con otros ojos.

—¿De verdad queréis encontrar la ciudad perdida de Kaj´Malar?— preguntó con voz incrédula, ante lo que Sharktar asintió—. ¡Eso es fantástico!

» Por favor, sentaros y contadme todo— ofreció con un entusiasmo jovial—. ¿Por qué queréis ir hasta allí?

En un primer momento temió que la demencia de aquél anciano echara por tierra cualquier intento racional de conversación, pero tras presionar un poco, y jurar y perjurar que iban en serio y no era una broma de mal gusto, el viejo sabio terminó por aceptar lo que decían, momento en el cual se le iluminó el rostro y su temperamento cambió de golpe. Satisfecho, hizo lo que le pedían y se sentó en una silla de las que ofreció, relajado, con suma tranquilidad, en contraposición a la vitalidad demostrada por su extravagante anfitrión. El tiempo que se tomó era deliberado, bien utilizado en pensar hasta dónde debería revelar; era posible que si empezaba con que un dios les había visitado para guiarles hacia él, no les tomara demasiado en serio, así que eso decidió omitirlo, al igual que ocultaría, en un primer momento, su encuentro directo con Lilith.

—Buscamos un manuscrito que, según creemos, está allí. Es un tomo arcaico que habla de los primeros vampiros, esperamos que nos sirva para encontrar las debilidades de esas pérfidas criaturas —explicó.

El anciano asintió repetidas veces, casi como si supiera la verdadera razón por la que hubieran viajado hasta allí; sin embargo, no era así. Aunque Acmed era un gran erudito y una persona muy capaz en su campo, tales capacidades le sobrepasaban con creces.

—La antigua ciudad de Kaj´Malar fue erigida por nuestros antepasados, fervientes seguidores del dios Irori— respondió el bibliotecario poco después—. Los Vudrani siempre hemos tratado de seguir sus pasos hacia la divinidad, a través de la introspección, el ayuno y el entrenamiento físico.

» No es de extrañar que los primeros Vudrani crearan extensos manuscritos sobre los no muertos, criaturas antinaturales que se saltan el ciclo natural, acumulando karma negativo sin por ello recibir ninguna consecuencia en la siguiente vida— explico con voz calmada—. Sin duda habéis elegido sabiamente al buscarme. Muchos creen que la ciudad de Kaj´Malar fue consumida por el paso del tiempo o que nunca existió; sin embargo, tengo la certeza de que no solo existió, sino que además sobrevivió al paso del tiempo.  

Después de pronunciar aquellas palabras guardo silencio mientras observaba a su alrededor. Tras esto se inclino hacia delante y con voz débil, casi en un susurro, continuó hablando.

—Creo que este lugar se encuentra más allá de la Tormenta Incesante, una que solo se puede sortear con un antiguo artefacto conocido como el Cuerno de la Tormenta—explico con voz seria—. El problema de esto es que tal objeto se encuentra protegido por monjes Irori en lo alto de la Montaña del Sosiego. He ido en varias ocasiones y jamás me han permitido entrar.

Las palabras del erudito, aunque inicialmente habían otorgado cierta esperanza, habían arrancado de raíz tales ensoñaciones. ¿Acaso robarían tal artefacto para cumplir su misión? ¿Existiría otra alternativa?

Ha aquel anciano se le iluminaron los ojos de júbilo, cuando entendió que estábamos interesados en ir a la ciudad Perdida de Kaj´Malar y no le estábamos tomando el pelo, como seguramente estaba acostumbrado.

Rosario había dejado todo el peso de la investigación y diplomacia a sus compañeros más hábiles, pero cuando escucho el nombre de su dios Irori, no pudo evitar intervenir.

- Como fiel seguidora de Irori en busca de la perfección mental y física absoluta, me encantaría encontrar la ciudad de Kaj’Malar y aprender más sobre el camino hacia la autopercepción.

La medio orca, tenía ganas de poner en su sitio a la traidora Vampiresa, pero si la misión en si ya era bastante motivadora, ahora lo era más.

- Y bien ¿donde podemos encontrar ese templo Iroran?, quizás si le explicamos nuestras necesidades podamos convencerlos para que nos entreguen el Cuerno de las tormentas. Aparte, me gustaría conocer a mis semejantes…

Shaktar no se desanimó, y al igual que Rosario, no daba por imposible obtener el Cuerno. Que el artefacto estuviera en posesión de unos monjes y no perdido en algún lugar desconocido y repleto de monstruos, era una buena señal; tenían la oportunidad de obtenerlo directamente, sin necesidad de lucha o confrontación. Tener de su lado a una seguidora de Irori ayudaría.

—No se preocupe. Como dice mi compañera, confío en nuestras posibilidades para que nos dejen utilizar el Cuerno. Supongo que vendrá con nosotros, ¿es así? Por favor, estaremos encantados de contar con su guía y sus conocimientos. Al respecto de eso... Hablemos del templo y los monjes que allí habitan.

El anciano escuchó con respeto cada una de sus palabras, llegando incluso a sonreír ante las pronunciadas por la intimidante semiorca. Una vez hubieron terminado de hablar, explicó cada una de sus preguntar con gran diligencia y paciencia.

—Las Montañas del Sosiego se encuentran al noreste de la ciudad de Karam—explicó el anciano con voz calmada—, un viaje al que por supuesto os acompañare. Por nada del mundo me lo perdería. Solo faltaría que los monjes cedieran bajo vuestras peticiones y yo perdiera la posibilidad de encontrar la ciudad perdida de Kaj´Malar.  

» Siempre que he ido hasta allí, estos monjes me han recibido con una sonrisa relajada, pero jamás han respondido mis preguntas ni me han permitido pasar. Como comprenderéis tales impedimentos dificultan en gran medida cualquier tipo de negociación. Es como hablar con una pared— añadió poco después con cierto tono molesto—. Recientemente he descubierto que su voto de silencio es realizado para contener el avance de la Tormenta Incesante. Con su mutismo creen contener el aliento expulsado por la tierra desde la Garganta del mundo, un profundo cañón del cual emerge dicha tempestad. 

Cada uno de los presentes sentía como el nerviosismo crecía de manera exponencial en el interior de Acmed. La presencia de los héroes había avivado las brasas de un sueño casi marchito, hasta el punto de querer atravesar el Desierto Azul en la mayor brevedad posible y encontrarse de nuevo con los estoicos monjes.