Partida Rol por web

Con un objetivo en mente, el grupo de antiguos esclavos y Acmed, se adentraron poco después en la ciudad de Khaj,Malar. Esta, silenciosa y carente de vida, se encontraba cubierta por varios centímetros de arena. A pesar de ello, aún podía verse gran parte de las estructuras que conformaban el lugar. 

Pequeñas casas de piedra, apiñadas a lo largo del lugar, habían sobrevivido a lo largo de los siglos. Muchas de las fachadas de los edificios se habían desprendido tiempo a, pero a decir verdad era impresionante el estado en el que se encontraba todo. 

Finalmente, después de caminar varios minutos sin un rumbo en concreto, divisaron en lo alto del lugar lo que debía ser el templo local. Allí es donde debían ir. Con la esperanza floreciendo en sus corazones, sus pasos se hicieron más amplios y veloces. No había tiempo que perder, pues no dudaban que Lilith continuará movilizando y que se vengará de ellos por querer perpetuar su encierro. 

Cuando habían cruzado gran parte de la urbe, llegaron al antiguo mercado de la ciudad. Allí, entre puestos de madera podrida y telas agujereadas, encontraron varios cuerpos sin vida. Gracias a que su carne se había visto momificada de manera natural el olor era apenas imperceptible. 

¿Debían sortear los cuerpos sin más o rodearlos? Mirarán donde miraran comenzaban a distinguir diferentes siluetas, las cuales podían ser los antiguos humanos que no habían encontrado el descanso eterno. Las cosas se complicaban con cada paso que daban.

Para Shaktar, aquél silencio sepulcral era solo... Silencio. Era capaz de sentir el antinatural aura que desprendía la ciudad muerta, pero en su mundo todo carecía de sonido; eso no era lo que le ponía el vello de punta mientras caminaba con paso firme por las abandonadas calles cubiertas de arena. No, lo que sentía era algo distinto, algo maligno, dormido pero latente. Hacía falta muy poco para que despertara, y temía que incluso su respiración bastara para ello.

Avanzaron entre los hogares y otros edificios olvidados cuyas fachadas se habían venido abajo, erosionadas, pero que aún se mantenían milagrosamente en pie, el esqueleto de una ciudad otrora enorme, imponente. ¿Cuánto habría pasado desde entonces? ¿Siglos? ¿Un milenio? ¿Más? Lo que estaba claro es que el tiempo no había sido amable, ni con ella ni, como descubrieron más adelante, con sus habitantes.

Los amortajados cuerpos, momificados por el curso natural de los acontecimientos bajo una incesante tormenta del desierto, sembraban el suelo aquí y allá. Al principio no se había dado cuenta, pero cuando llegaron a la plaza abierta que en el pasado posiblemente había sido un floreciente mercado, fue imposible no fijarse. Habría decenas, o cientos incluso (no quería pensar en más), diseminados por los alrededores. ¿Y por qué? Por desgracia no había preguntado a los monjes, y estos no habían sentido la necesidad de explicarlo, o a lo mejor es que, simplemente, no lo sabían, aunque esto último lo dudaban, pues si habían dedicado su vida, generaciones más bien, a proteger el mundo de eso, tenían que conocer sus secretos. Bueno, es tarde para arrepentirse ahora de lo que no ha sido dicho. Ahora tocaba tomar una decisión: avanzar o dar un rodeo; temía que lo segundo no fuera a ser suficiente. Y cuánto antes acabemos aquí, mejor, pensó para si.

Hizo un gesto a sus compañeros para que se quedaran quietos, y empezó a gesticular. Su forma bajo la de su avatar, por encima y algo más difusa, se movía rápidamente, atrayendo energías arcanas que protegieron su cuerpo. Luego, antes de seguir, sus ojos brillaron, buscando la maldad oculta en aquellos cadáveres que, como les habían avisado, no estaban en paz. Eso, o restos de magia antigua o en el aire, que se adhiriera a la carne marchita. Debía saber si todos ellos eran no-muertos y se levantarían a modo de comitiva.

La sensación era muy distinta a Hécate, el bullicio de la excavación arqueológica no estaba allí. Tampoco la excavación en sí, pues estaba todo al descubierto. Empezaba a dudar que mi experiencia pudiera aportar algo de valor, pero no pensaba dejar que aquello amedrentara mi determinación. Después de lo que estaba sacrificando, lo menos que podía hacer era esforzarme por conseguir el mejor resultado.

Cuando Shacktar dio la señal para detenernos y se puso a examinar las fuerzas sobrenaturales que pudieran estar en juego, Mischa optó por beber tres de los extractos que tenía preparados para analizar la situación asegurándose de que ningún cuerpo se moviera y tratando de recabar todo lo que supiera sobre la historia de la ciudad.

Los hechizos lanzados de manera silenciosa por Shaktar, ofrecieron algo de luz ante las incógnitas que se agolpaban en su mente. Tras unos instantes de atento escrutinio, el elegido de Ragathiel distinguió unas sinuosas corrientes nigrománticas adheridas a los diferentes cuerpos. Sin embargo, estas no estaban impregnadas de maldad alguna. Aquellos no muertos no tenían como señor ningún hechicero oscuro, puede que ni siquiera lo tuvieran o simplemente fueran guardianes de aquel lugar. En cualquier caso, fuera lo que fuera, poco importaba. Eran criaturas sin mente que sin duda tratarían de darles muerte si hicieran algún ruido. 

Mientras tanto, Mischa buscó en los cadáveres cualquier signo de movimiento. Vigiló que la quietud de la arena acumulada sobre sus cuerpos se mantuviera intacta, así como sus manos, atento a cualquier movimiento espasmódico que pudieran realizar. Por último, afinó su oído en busca de cualquier quejido contenido de las criaturas. Sin duda, el investigador, percibirá cualquier detalle que delatara que no habían sido lo suficientemente sigilosos. 

Por otro lado, el antiguo esclavo no pudo evitar observar la ciudad de Khaj´Malar con cierta desilusión. A pesar de que se encontraba en una ciudad de varios siglos de antigüedad que se creía leyenda, no sintió la emoción de un hallazgo inminente. No había tierra que remover, ni congéneres con los que comentar lo descubierto. Con aquellos pensamientos en mente, el antiguo arqueólogo reflexionó sobre la situación. Se habían adentrado en la ciudad sin conocer la ubicación exacta del libro que necesitaban. De modo que señaló el sitio más obvio, el templo local, pues en la gran mayoría de las culturas, los sacerdotes eran los guardianes del saber.

Convencido ya de que aquellas criaturas despertarían en cualquier momento, quiso avanzar con sigilo, pero la arena era traicionera, ocultaba cosas que, a simple vista, no veía, y no había dado ni dos pasos cuando, sin querer, pisó una vieja ánfora de cerámica, ya resquebrajada por el paso del tiempo. La loza se hizo mil pedazos, resonando por aquella plaza, y Shaktar se detuvo en el sitio, consciente de que ya no había nada que hacer.

—Corre —siseó entre dientes, animando a Mischa a buscar una posición mejor; él contendría a los muertos.

La situación no era ideal. Tenían poco conocimiento de la ciudad, así que la opción más razonable era ir hacia el templo. Sin embargo, tenían un problema. Estaban rodeados de no muertos y ninguno de ellos era un especialista en el sigilo. Y esto último se hizo notar rápidamente. Los no muertos empezaron a moverse, lo había visto. Con su diestra Mischa desenvainaba su espada ropera, mientras que con la siniestra tomó a Achmed por el hombro.

— Conmigo, yo te cubro — le susurró al anciano.

Entonces le dedicó una mirada a Shaktar. Sabía que tenía la intención de quedarse atrás. Es por ello que vigorosamente le negó con la cabeza y luego señaló hacia el templo, indicándole que debía huir con nosotros. Al fin y al cabo, por muchos que fueran, tras años de decaimiento no podían ser tan rápidos como nosotros.

Él asintió, aunque se mantuvo quieto. Aunque fuera con ellos, lo haría en último lugar, evitando que les alcanzaran.

Cuando el ex esclavo rompió de manera accidental y desafortunada de una antigua ánfora de cerámica, los inmóviles montículos de alrededor comenzaron a moverse. Sin dudarlo, el avatar de Ragathiel les ofreció unos segundos de ventaja, los cuales no fueron desperdiciados por el investigador y el anciano erudito. Corrieron todo lo rápido que les permitió el entorno y sus cansadas piernas, mientras su compañero mantenía a raya al enemigo. Después de unos segundos de frenético combate en los que repelió el ataque inicial, Shaktar siguió a sus compañeros. 

Huesudas y atrofiadas manos surgían de la tierra arañando sus piernas entre guturales gruñidos. Mientras que en otras ocasiones, los muertos más rápidos ya se habían alzado e intentaban atacarles. Finalmente, tras varios minutos de extenuante huida, entre gritos, sangre, gemidos lastimeros y respiraciones chirriantes, el grupo de aventureros llegó a los pies del templo local.

Con una floreciente esperanza que nacía en lo mas profundo del pecho de los visitantes de Khaj´Malar y con una horda de no muertos a sus espaldas, el variopinto grupo comenzó su ascensión por las numerosas y empinadas escaleras de piedra. ¿Lograrían llegar hasta arriba y cumplir con su objetivo? ¿O por el contrario perecerían aquel día e incrementarían la hueste de guardianes que allí habitaban?

Shaktar sabía que la situación era de vida o muerte, que un solo error, y caerían allí mismo, enterrados bajo una pila de no-muertos; si querían tener alguna oportunidad, necesitaba pensar en algo, y necesitaba hacerlo rápido. Su mente empezó a trabajar mientras corría, y entonces lo supo. Se detuvo, conjuró velozmente, manteniendo a raya a los pútridos, y al momento dos alas de ángel, de blancas plumas con vetas doradas, surgieron a su espalda. El servidor de Ragathiel no dudó, las batió con fuerza y se alzó en el aire...

Mischa apretó los dientes y siguió tirando hacia adelante, empujando a Achmed y cubriéndolo de los golpes. El problema era que eso provocaba que él mismo a duras penas fuera capaz de evitarlos. Había logrado proteger al anciano, pero a medida que se acercaban al templo su carne empezaba a notar las consecuencias.

Lo intentó, y pudo. Sintió un gran alivio cuando, con la inercia del vuelo, pudo coger tanto a Mischa como a Acmed y elevarlos con él, alejándoles de los hambrientos cadáveres que se habían alzado por todas partes y que a punto habían estado de devorarles; Shaktar, aún con su fuerza de voluntad, temblaba ante la idea de acabar convertido en una de aquellas criaturas putrefactas incapaces de hallar el descanso.

Sin el impedimento de los no-muertos ni los traicioneros escalones cubiertos de arena, llegar hasta el enorme arco de entrada al templo fue fácil. Lo que ocurrió después, por el contrario, resultó inesperado. Al pasar el umbral, lo primero que hizo el paladín fue girar sobre si mismo para cerrar las grandes y pesadas puertas y mantener así a la horda a raya, pero cual fue su sorpresa que, al ir a intentarlo, sus manos translúcidas atravesaron la piedra sin más; tardó un instante en darse cuenta de que no era más que un espectro. Los muertos, por el contrario, pasaron la arcada y parecieron volver momentáneamente a la vida, antes de sufrir los estragos del tiempo y caer convertidos en polvo, olvidados. Libres al fin. Para esas almas perdidas, bien podría ser el merecido final que sin duda tanto tiempo llevaban anhelando.

El heraldo de Ragathiel dejó a un lado su preocupación por su actual condición y, en cambio, observó como decenas de criaturas que hacía mucho tenían que haber traspasado el velo, lo hacían al fin. Durante todo aquél rato permaneció a la vista, atrayendo a los cautivos de la maldición de Khaj'Malar, rezando por ellos, hasta que al final no quedó ni uno solo. Entonces se dio la vuelta y, más calmado, suspiró, si es que algo como lo que era en ese momento podía hacer tal cosa.

Sus ojos recorrieron viejos muros que hacía mucho que nadie observaba, y se fijó rápidamente en un arco plateado muy cerca de la puerta, que parecía brillar tenuemente. Indeciso, se acerco hasta él y lo atravesó, sintiendo a continuación el aire en sus pulmones, el latir de su corazón en el pecho, la vida regresando a él. Desde dónde estaba, observó otros dos arcos, otro del mismo tono y uno diferente, dorado. Intuyó cual sería el resultado, pero para comprobarlo, se armó de valor y atravesó este último, volviendo al limbo inmaterial que acababa de dejar atrás; quiso retroceder, pero al intentarlo, una especie de fuerza invisible le repelió. Así que solo podemos seguir adelante. Pues bien, que así fuera.

Habían conseguido llegar de una pieza, todo gracias a las alas de Shaktar. Sin embargo, una vez dentro, se sintió muy intranquilo ante la perspectiva de ser un espectro, aunque por suerte esto no duraría mucho tras el primer portal. Entonces se dio la vuelta para ver lo que estaba haciendo su compañero aún atrás todavía, sonrió y le asintió alzando el pulgar en gesto de aprobación.

Mischa entonces, junto a Achmed, empezó a explorar el interior del templo y comprobó como funcionaban los portales en el interior del mismo. No podía volver atrás de los mismos, pero si volver a cruzar si había cruzado un portal opuesto antes, y no importaba por donde fuera, siempre había una forma de seguir aunque le llevara de vuelta atrás. Haciéndose un mapa mental del lugar, terminó encontrando el camino hasta donde tenía que ir.

El templo local había sido edificado con el único objetivo de adorar a la Dama de las Tumbas, Pharasma. Como era de esperar, su interior no destacaba por mostrar parajes hermosos y luminosos. En su lugar, sus grandes pasillos presentaban un estilo austero, destacando únicamente las inscripciones que colmaban cada centímetro de pared. Una vez Acmed se recuperó de la conmoción inicial de ser un ser intangible, se acercó a los muros y comenzó a leer. Tras un tiempo de lectura encontró que las palabras allí inscritas habían perpetuado en el tiempo centenares de antiguas profecías, cumplidas, fracasadas e inconclusas. Una versión arcaica y antigua del pilar de aquella religión, “La tierra de los huesos en espiral”.  

Poco después llegaron a una grán sala en cuyo final divisaron un grueso tomó, aquel que buscaban; sin embargo para llegar hasta él debían cruzar un laberinto sobrenatural que modificaba su estado corpóreo según el arco que cruzaran. Aquellos que estaban creados con metales dorados, el mismo que el de la entrada, convertían su cuerpo en inmaterial, mientras que los de plata revertían el efecto. Tal enigma creado para proteger el Libro de los muertos, fue resuelto en apenas unos minutos por el grupo de aventureros. 

Cuando llegaron al final de la sala, observaron en silencio el ansiado premio que daría comienzo a una larga cruzada contra Lilith, la Señora del Terror. En acuerdo tácito y silencioso, Shaktar y Mischa dejaron que fuera Acmed el primero en tomar el manuscrito y leerlo. Tal privilegio no pasó desapercibido por el anciano, el cual les agradeció con una sonrisa el gesto. Tras esto, con manos temblorosas tomó el libro y lo abrió. Ambos ex-esclavos fueron testigos de cómo la ilusión era extinguida por la confusión, para más tarde renacer con mayor fuerza. 

—Es impresionante— fue lo único que acertó a decir mientras les tendía la obra—. No guarda ni tan siquiera la más simple semejanza con las lenguas madre de los idiomas de nuestro mundo.  Jamás había visto algo así. 

» Sin embargo a juzgar por la simbología arcana antigua y sus ilustraciones debe ser un compendio de los diferentes no muertos— añadió poco después con gran emoción—. Necesito regresar cuanto antes a mi biblioteca personal, quizás allí encuentre algo que nos sirva en su traducción. 

Con un pequeño triunfo, los exploradores de ruinas regresaron junto a los adeptos de Irori. Cuando estos interrumpieron el trance en el que se habían sumergido, La Tormenta Incesante comenzó a rugir de nuevo, manteniendo oculta la ciudad olvidada de Khaj´Malar. 

—El Sabio de las Tres Voces espera que cumpláis con vuestro objetivo, pues vuestro viaje tan solo ha comenzado— dijo el monje superior—. Regresad sin miedo o duda a vuestras tierras, pues aunque esta se muestre caótica y temerosa, necesita vuestra ayuda. 

» El destino es complejo e incierto, sin embargo nuestra deidad asegura que el vuestro se encontrará con cuatro desconocidos. Estos guiarán vuestros pasos hacia potenciales aliados que tendrán el coraje de sacar provecho del libro que tenéis entre vuestras manos— continuó recitando las palabras compartidas por su dios momentos antes—. Mientras tanto, los seguidores de Irori se prepararan para la guerra que se acerca. Aunque esta surja a varias leguas de nuestro hogar, no podemos permanecer ignorantes ante tal dolor y atrocidad. 

Sin más dilación, el monje superior y el resto de sus adeptos, comenzaron a caminar, guiando al grupo lejos de la tormenta de arena, mientras el astro solar comenzaba a ocultarse entre las innumerables dunas del desierto.

Recuperaron el libro, deshicieron el camino a través del laberinto de arcos argénteos y dorados, escaparon de la ciudad haciendo uso de sus habilidades mágicas y, por fin, regresaron con los adeptos de Irori, que ya les esperaban con noticias que turbaron su semblante y agitaron su alma; si una segunda deidad, una tan importante como el Humano Perfecto, se involucraba en aquella empresa, es que llegaban tarde y Lilith ya se había puesto en marcha, que había escapado o escaparía pronto, y empezarían a caer las fichas de dominó en cuanto comenzara su maquiavélico plan, cualquiera que este fuera. Lo único que alegró un poco al avatar de Ragathiel fue saber que no estaban solos, que no solo los dioses se empezaban a preparar y mover a sus fieles, sino que hallarían otros aliados para enfrentar la maldad que se avecinaba por el horizonte. Aquella debía ser una guerra por la supervivencia de todo lo bueno que existía en el mundo, una lucha por derrotar a quién sumiría todo en una completa oscuridad, así que eran los mortales quienes, al final, tendrían que decidir el resultado; en su férreo corazón que no conocía el miedo, tenía la esperanza de que, aunque muchos morirían y se sacrificarían —el precio de la victoria a menudo era el más alto, se pagaba con sangre, sudor y lágrimas—, al final triunfarían.

Cerró el puño frente a él, con tanta fuerza que los nudillos perdieron el color, pero con tal entereza que no tembló ni un ápice, y miró a los cielos, que ya comenzaban a oscurecerse a causa de la reanimada tormenta que, voraz, se había tragado Khaj´Malar una vez más.

Juro por todo lo sagrado que nuestra tierra no perecerá, que la mancha de la no-muerte no se extenderá y que tomaré venganza por aquellos que no sean lo bastante fuertes para resistir; echo sobre mis hombros la carga de tal cometido y me alzo firme, sólido como una montaña ante el viento, como tú, mi Señor, ante las huestes infernales, y doy mi palabra: mientras me quede un halito de vida, mis enemigos no podrán descansar en paz.

A medida que recitaba su juramento en silencio, solo para él y para El Señor del Empíreo al que servía, el divino ser que le cubría parecía tomar consistencia y adquirir una nueva fuerza, haciéndose más grande e imponente. A la par, los ojos de de Shaktar brillaron con un resplandor áureo aún más limpio que antes, y al dirigirlos a los allí presentes no había otra cosa que un valor inconmensurable y la determinación de quien no teme a nada ni a nadie, de quien hará lo que sea necesario para que su luz destierre las sombras y su fuego purifique al impío.

—Volvemos a Karam, veremos si en tus escritos hay alguna pista y, después, nos llevaremos el libro de vuelta, en busca de esos desconocidos que nos ayudarán a cumplir con nuestra misión. —Se acercó a Mischa, apoyó una mano en su hombro y asintió con una sonrisa—. Ya no hay marcha atrás, pero tranquilo, saldremos de esta y podrás volver a ver a tu familia sabiendo que están a salvo.

Ahora que habían conseguido lo que querían, Mischa se entretuvo un tiempo antes de salir dibujando todo lo que le pudo parecer relevante de la ciudad. No lo hizo para él, sino para Achmed, para que cuando terminara de ayudarles, tuviera algún material adicional de la ciudad con el que trabajar. Después de todo por lo que había tenido que pasar, se lo merecía.

- Puedo ayudarte con la traducción - le comentó -. Conozco varias lenguas ajenas al plano material, y los cifrados y fórmulas arcanas fueron una parte muy importante de mis estudios.

La situación que nos esperaba fuera no era mucho mejor. Un suspiro de hastío fue mi respuesta ante saber lo que aún nos quedaba por delante. Después de aquellas experiéncias, el investigador se preguntaba cual era su papel en todo aquello. En el camino hasta el lugar no había aportado nada realmente de valor, tan solo podía tratar de acelerar la traducción de Achmed, de la cual estaba seguro que habría podido conseguir igualmente por su cuenta. Quizá solo estaba ahí como carne de cañón

Mischa respondió las palabras de Shaktar con una sonrisa falsa. Porque la verdad era que hacía años que no sabía si estaban a salvo o no. Hacía años que no sabía siquiera si tenía la opción de volver con ellos. ¿Y si su esposa se había vuelto a casar, y habían rehecho su vida sin él? ¿Iba a ser él entonces quien fuera a destruir la felicidad que se habían labrado? O peor todavía, ¿y si habían sido víctimas de los mismos criminales que se vengaron de él? Todo ello eran pesadillas que seguían plagando su sueño hasta ese día.

Pero aún así, tenía que seguir adelante. Porque la alternativa le dejaría aún mayores resentimientos en su lecho de muerte.

Cuando Mischa le ofreció las distintas ilustraciones, el anciano erudito apretó los papeles contra su pecho. En su mirada podía verse alegría y agradecimiento, pues las trampas y encantamientos protectores habían hecho imposible recorrer la totalidad del lugar. La única razón por la cual no consideraba del todo incumplido su sueño, era la posibilidad de traducir el Libro de los muertos, un antiquísimo compendio de criaturas no muertas. Sin embargo, durante el examen inicial, el cual les llevo varios días, habían sido incapaces de obtener las raíces lingüísticas. Sin ellas era imposible iniciar una traducción fiable.

Durante el trayecto por la tundra ambos eruditos danzaron entre la frustración y la emoción de resolver un enigma tan complejo; sin embargo cuando poco antes de a las Montañas del Sosiego decidieron darse por vencidos, tras múltiples fracasos. Jamás habían visto algo así. Comenzaban a dudar sobre el éxito de la misión.

—Me quedo aquí— fueron las escuetas palabras de Rosario— No he sido de gran ayuda en esta expedición, pero creo que aquí podre marcar la diferencia, ademas de mejorar mi cuerpo, mente y espíritu.

» Suerte— dijo la semiorca a modo de despedida mientras marchaba con el resto de adeptos de Irori.

Tras aquella despedida amarga, impulsados por los clamores lejanos de la guerra y el sufrimiento, el resto de exploradores marcharon hacia Karam. Aquellos días de caminata por las exóticas y hermosas dunas del Desierto Azul, solo afianzaron el ideal de acabar con Lilith. Si ella triunfaba, sin duda el mundo se sumiría en una época de oscuridad, algo que no podían permitir.

Una vez llegaron a la ciudad esclavista, los tres aventureros leyeron sin parar los polvorientos libro de la biblioteca de Acmed. De nuevo, a pesar de los días invertidos no encontraron nada. ¿Como era eso posible? Tres mentes, versadas en diversas lenguas y conocimientos, habían sido incapaces de encontrar nada de valor en todo aquello. Fue entonces, cuando la idea de abandono comenzaba a caminar de manera sinuosa por sus mentes, cuando Mischa lo vio.

El Libro de los muertos estaba compuesto por una escritura cambiante y ondulante, casi imperceptible para el ojo humano. De no ser por la gran memoria del investigador y su insistencia, tal detalle se les habría pasado de largo. Para poder leer la escritura de manera completa e inalterable y así traducir el manuscrito, debían realizarlo desde un plano que cumpliera las mismas leyes, la Umbra. Ahora todo tenía sentido.

El problema de aquello, es que los vivos no estaban hechos para resistir las tormentas del mundo de los muertos, provocando entonces su muerte de manera irremediable. Debían encontrar la manera de lograrlo, pesada carga que Acmed se colocó sobre sus hombros. Mientras, Shaktar y Mischa regresaban a su tierra para informar a la Hermandad de los Vigilantes sobre lo sucedido, el bibliotecario buscaría la manera de lograr entrar al mundo de los muertos sin perecer en el intento.