Partida Rol por web

[Ambientación: Night and Day, Cole Porter]

Las primeras notas del otoño empezaban a caer sobre París. Algunas hojas doradas ya cubrían la pardusca superficie del Sena, y el sol se precipitaba cada vez más temprano en un dorado atardecer.

Para los artistas que llegaban desde todas partes de Europa, hasta los bramidos de los coches tenían un tono romántico e irresistible. En aquella época, París era todo un crisol de culturas. Los cafés albergaban animadas tertulias. El fragor etílico de la medianoche contenía insultos en más de cinco idiomas.

Aquella tarde, no obstante, una pequeña multitud se agolpaba frente a la galería Gascoigne, en el Boulevard Saint-Germain. Era noche de inauguración. El joven galerista había escogido una muestra de varios artistas alemanes. Un grupo inconfundible de jóvenes fumadores empedernidos que coqueteaban con el dadaísmo, todos con trajes impecables y una boina ladeada bastante fuera de lugar. La más joven de las alemanas, acompañada por dos titanes rubios, estaba acaparando la mesa de los canapés.

Después de las presentaciones de rigor y el discurso de inauguración, Gascoigne llamó a seis de los presentes a su despacho. Eran todos amigos cercanos y buenos coleccionistas. Parecía algo ansioso por mostrarles su nueva adquisición, y sus mejillas ya empezaban a teñirse del rubor propio del vino que había tomado para aplacar los nervios.

—¡Ah! Amigos míos, hay algo que deseo enseñarles.

Gerard Gascoigne era un joven de apenas 23 años. Provenía de una familia bien acomodada, cuyo atormentado padre de familia había consentido los caprichos del hijo con tal de no verlo convertido en un bohemio muerto de hambre. Gerard había pasado de frecuentar pisos pequeños y abarrotados de cuadros a medio pintar, a casas de subastas y lujosos apartamentos de coleccionistas. No obstante, gustaba de mantener estrecha relación con los artistas que acogía.

El despacho estaba algo alejado de la sala de exposiciones. Todos accedieron a través de una pesada puerta de madera de roble, flanqueada por un par de grabados de dudoso buen gusto. La amplia habitación consistía en un modesto escritorio, una alfombra de motivos arabescos extendida junto a este, un armario de cristal bien surtido de bebidas espirituosas y estanterías llenas de libros de arte y museología. 

—Sentaos, sentaos —dijo señalando las sillas frente a la escribanía— ¿Quieren tomar algo?

Detrás del escritorio destacaba un cuadro de proporciones considerables, cuidadosamente oculto con una tela que caía vaporosamente.

—Mis felicitaciones, querido amigo. Una magnifica inauguración, igual que siempre. —Antoine estaba contento. Había tenido la oportunidad de conocer a varias personas interesantes, y ahora se le presentaba la ocasión de contemplar una obra única. Solo esperaba que su amigo no lo defraudase, aunque aquello no solía suceder. Miró de reojo el bastidor cubierto, con curiosidad y bastante expectación, pero su vista enseguida se posó sobre una mesa de bebidas con varias copas y un caldero con hielo y una botella. —Esas copas son para champagne, ¿verdad? Creo que deberíamos de hacer un brindis, caballeros.

Nada más entrar los ojos de Tanka se pusieron a trabajar de inmediato. Aquella alfombra pintaba ser un objeto de un valor bastante alto, aunque no podría decir lo mismo de aquellos cuadros tan pintorescos. Un repaso rápido a la vitrina de bebidas hizo que le saltaran las primeras gotas de sudor al encontrar una botella de Brandy de una añada bastante escasa, o un Whiskey de The Macallan 1926, sin duda una obra maestra para el paladar con toques de regaliz. Con un gesto inmediato, sacó un pequeño pañuelo del bolsillo y se secó rápidamente. Al oír conversación salió de su breve pero intenso ensimismamiento y se afanó en participar.

-No podría estar más de acuerdo,- añadió Patrick al comentario del hombre rubio y trajeado. -Sin duda esta promete ser una velada de lo más interesante-

-Patrick Tanka, marchante de arte- terminó diciendo al mismo a la vez que lanzaba su mano izquierda en gesto de saludo cordial.

El joven profesor Desmond se dirige directamente al armario de las bebidas. Lo abre sin miramientos ni reparo, cuelga su chaqueta en la portezuela de cristal, se afloja los puños de la camisa y, mientras se remanga, mastica unas palabras a través de una nube de humo y sin soltar el cigarrillo que sujeta en la comisura de los labios. Estaba claro que la etiqueta era para otros, no para Aurélien.
Un brindis es, sin duda, de obligado recibo. No le conozco a usted, pero ya me cae bien. ¿Qué van a tomar los señores?
Se afloja la corbata y, con la destreza de un camarero -o de alguien que ha pasado suficiente tiempo en bares- coloca un par de vasos anchos con un dedo de Macallan y unas gotas de agua, pasando uno de ellos a Tanka con un guiño, sin necesidad de que éste le haya dicho lo que quiere tomar.
De manera sutil, mira de soslayo el enorme cuadro que cubre la tela, preguntándose qué cuadro merece una reunión a puerta cerrada la misma noche de la inauguración, cuando el joven galerista debería estar codeándose con sus importantes invitados.
Mientras hace movimientos circulares con su vaso de whisky, sostiene en la otra mano una copa de champagne y la alza en dirección a Antoine, levantando las cejas con gesto inquisitivo, esperando que el hombre asienta para echarle una copa.

 Tristán entra silenciosamente, dándole más atención a la decoración de la habitación que a lo que se encontraban conversando los caballeros que lo acompañaban. Realmente, cada lugar en el cual el joven Gascoigne pusiera su ojo artístico era digno de ser llamado un palacio del arte. Podía parecer una combinación extraña de objetos de diversas culturas; sin embargo, se complementaban armoniosamente creando un despacho simple pero completo. Y cuando se revelara el gran cuadro atrás del escritorio... Tristán no podía esperar.

 Se paró al lado de una de las estanterías, algo alejado del grupo. Podía parecer un hombre seco y poco amigable, pero era su timidez la que le provocaba esta apariencia. Nunca había sido muy bueno en la charla social... especialmente luego de la perdida de su esposa. Pero no estaba ahí para recordar eso; el arte lo llamaba. Y de eso trataba aquel día: de apreciar el arte.

- Y-yo no tomare nada, muchas gracias... Gerard, debo remarcar que las obras de artes que pude apreciar hoy son de lo más d-divino que he visto en París. Felicidades.

Estrechó la mano sudorosa de Tanka con cierta aprensión, ya que le desagradaba la gente descuidada y sudorosa, pero al menos era educado. Eso era bueno.

—Un placer. Soy el Bajorai Vytauras, pero puede llamarme Antoine, o Victor, como desee, ya que Francia es un país moderno donde no se aprecia demasiado a la nobleza. Mi familia se exilió de Lituania durante la Gran Guerra por la ocupación alemana. Por suerte no alcanzaron a poner sus manos sobre la mayor parte de nuestro patrimonio, así que seguimos gozando de una buena posición.

Observó brevemente al resto, sin demasiado interés, excepto por Desmond. Al refinando Antoine le resultó cuando menos chocante su falta de modales. ¿Cómo un invitado podía lanzarse así sobre las bebidas de su anfitrión? Este hombre se suponía un profesor brillante, o cuando menos prometedor, y sin embargo sus modales no resultaban apropiados para alguien de su posición y educación. Era como si alguien lo hubiera tomado directamente de la cantina de un barracón, le hubiera imbuído la cabeza con conocimientos y en cambio hubiera dejado sus ásperos modales intactos. Desde luego era desconcertante, y divertido a partes iguales. Lo miró con los ojos muy abiertos y una media sonrisa un rato, y al final acertó a decir:

—Gracias Profesor, pero creo que voy a esperar por nuestro anfitrión. Remarcó deliberadamente la palabra profesor, solamente para ver si aquel título significaba algo para Desmond, y así tal vez pudiera recobrar sus modales olvidados, o al menos recordar cual era su lugar.
 

Recibiendo con cierta sorpresa la copa ofrecida por Desmond, Tanka le miró con una breve sonrisa mientras olfateaba con la habilidad de el mejor de los catadores el magnífico aroma que desprendía aquel excelso caldo. Levantó el cristal y jugueteó con el costoso líquido a contraluz, consiguiendo una satisfacción extrema, al ver que era justo lo que esperaba del mismo. No tardó en dar un pequeño sorbo. Volvió a mirar a Desmond, esta vez con una amplia sonrisa. -Es cómo si hubiera encontrado el Santo Grial de los licores, Desmond, mis felicitaciones al barman- terminó por concluir, mientras ofrecía su vaso en forma de brindis con su compañero.

Se dio la vuelta y continuó con las presentaciones. -Vaya, así que tenemos un noble entre nosotros. Eso es altamente infrecuente en mi día a día, así que intentaré disfrutar de su presencia y más tardé le daré una de mis tarjetas. Uno no sabe nunca cuándo puede necesitar un nuevo contacto con buenos estudios y pasión por el arte.-

Se acercó a saludar de la misma forma que había hecho con el señor Antoine, al señor Poincarde, lanzando su mano de igual forma para no caer en malos modales.

-Bien monsieur Gascoigne, nos tiene a todos en vilo. Para continuar con la tensión, ¿ Qué le parece si antes de desvelar su obra oculta, nos cuenta algo sobre la historia de cómo lo ha conseguido, de donde lo ha sacado ?

Desde luego puedo entender el absoluto secretismo si de una pieza excepcional y única se trata, así que si es tan amable..-

Tanka hizo alusión a la oferta anterior de Gascoigne, y optó por tomar asiento en uno de los laterales de la mesa, a la distancia suficiente cómo para que no le llegaran a dar brillos cuándo revelara el cuadro.

Tras entrar en último lugar a la estancia, el Padre Regnard dirige un saludo amable y una mirada benevolente al resto de invitados, estrechando con firmeza las manos que se le tendieran.

"Mathieu Regnard", se presenta, "encantado de conocerles. Yo no soy más que un humilde siervo de Dios, pero es un honor contar con tan distinguidos caballeros como compañía, incluso un miembro de la nobleza. Sobre todo en una ocasión tan especial", añade mirando de soslayo el cuadro todavía oculto para dejar claro a lo que se refiere.

"Acompañaré a monsier Poincarde en su amable rechazo del licor, caballeros. Espero que me disculpen por no unirme al brindis, pero prefiero mantener mi total sobriedad esta noche."

Toma asiento en el lugar libre más cercano y entrecruza los dedos con actitud tranquila, ligeramente expectante. Al escuchar las siguientes palabras de Patrick, esboza una leve sonrisa divertida.

"Cierto es que la curiosidad conduce con facilidad al pecado, pero desde luego que está usted tentándonos maliciosamente con tanto secretismo, mi buen Gascoigne... Denos algo para calmar nuestros impulsos, por piedad, y cuente algo más sobre la obra que ha conseguido."

Acaba de rechazar usted algo para calmar los impulsos, padre- ríe Desmond de forma socarrona mientras alza su whisky. En lugar de sentarse, apoya la cadera en un mueble cercano al cuadro, fingiendo poco interés. Estoy de acuerdo con el señor Tanka. Me gustaría oír qué lo hace tan especial como para crear esta expectación.

Desmond, por primera vez en mucho tiempo, tenía interés genuíno y el galerista había picado su curiosidad. Hacía falta mucho más que una promesa de una obra impresionante para arrancar al profesor de la barra de un mugriento bar o de la pila de libros de su despacho. Espero que bajo esa tela haya un Goya auténtico, por lo menos, señor Gascoigne. Desmond sonríe y apaga su cigarrillo en un platillo con restos de ceniza sobre uno de los muebles, casi esperando que no fuese algún objeto preciado.

El sexto de los invitados allí reunidos por Gaiscoigne era un hombre cercano a la cuarentena pero muy bien conservado. Vestía con elegancia y pulcritud, muy a la última moda masculina entre la clase alta de la ciudad de París, al igual que su corte de pelo y su apurado afeitado. Era alto y tenía un físico que cautivaba el corazón de más de una señorita. Por si fuera poco, se movía con refinados ademanes y mantenía un porte distinguido y una notoria presencia. Todos pudieron reconocerle, pues su éxito le permitía gozar de cierta fama.

Nicolas D´Alembert pertenecía a una de las nuevas familias aburguesadas de París, fruto del esfuerzo del trabajo de la empresa familiar. Su abuelo había levantado un pequeño imperio desde una pequeña galería de moda en el centro de la ciudad para ahora convertirse en uno de los mayores negocios de toda Francia. El padre de Nicolas mantuvo el éxito del negocio y extendió el imperio familiar, y aunque Nicolas vivía de las rentas de sus ascendientes, el negocio seguía marchando viento en popa y las Galerías D´Alembert gozaban de tremenda popularidad. Además de tener éxito en el aspecto económico, Nicolas D´Alembert era el orgulloso marido de la estrella de cine Bibi Paradise, una jovencísima actriz que había comenzado a despuntar el año anterior y que convertía a Nicolas en la envidia de todo hombre.

-Calma, camaradas, disfruten del momento de expectación antes de que se abra el telón. -Dijo con cierta elocuencia, no en vano, mesieu D´Alembert se tenía por un tipo con habilidad para hilvanar palabras. -El señor Gaiscoigne es un galerista, pero bien podría ser un prestidigitador que nos tiene enganchados a la intriga de su misterio.

D´Alembert fue hasta el armario de las bebidas que había acaparado Desmond y con una sonrisa amistosa aceptó una de las copas que el profesor estaba dispensando para todo aquel que aceptara la oferta, a sabiendas de que a su buen amigo Gaiscoigne no iba a importarle que aflojaran ligeramente la carga de algunas de sus botellas. A cambio del vaso, D´Alembert sacó su pitillera y ofreció uno de los cigarros a Desmond, haciendo extensible la oferta al resto de los presentes justo a continuación. Era tabaco importado desde Cuba, con un intenso olor y una fragancia muy característica.

Gerard se frotó las manos, saboreando la expectativa que flotaba en el ambiente. Se sentía como un director de circo a punto de desvelar una maravilla, una delicia para los sentidos.

Aceptó tanto una copa como uno de los cigarrillos que le ofrecía D'Alembert. Su galería estaba empezando a despegar y le divertía enormemente haber reunido a personas tan dispares como Vytauras, el padre Regnard o Desmond en la misma sala. Sin embargo, había algo que no lograba quitarse de la cabeza, y no dejaba de girarse para ver el cuadro oculto. 

Después de las presentaciones pertinentes y de aceptar con falsa modestia los halagos, comenzó a hablar de la pintura:

—Me alegra que me haga esa pregunta, monsier Tanka, pues no se trata de una obra corriente. Se trata, desgraciadamente, de una última obra. Su autor fue una gran amigo mío: Ambroise Allamand. Poco antes de dejar este mundo, me nombró su albacea. Esa es precisamente una de las noticias que deseo anunciar en unas semanas. Muy pronto celebraré la gran retrospectiva de Ambroise, tal y como él hubiese querido.

El galerista hizo una pausa dramática, aprovechando el silencio que se había hecho en el despacho. Se paseó con su copa y el cigarro sin encender, y se aproximó al cuadro.

—Y ahora, amigos míos, ha llegado la hora de mostrarles el buque insignia de mi próxima exposición.

La mano le temblaba de la emoción, pero logró manejarse lo suficiente como para poder interpretar bien su pantomima. Con un gesto teatral, destapó la obra.

Desde el primer instante en que los ojos de todos se posaron sobre aquella tela, quedaron absolutamente maravillados. La pincelada era nerviosa y alborotada, y los colores demasiado saturados. El dorado parecía predominar en toda la pieza. No obstante, era su contenido el que acariciaba la mirada de sus espectadores. Las ruinas de una ciudad vetusta y negra se extendían por todo el fondo de manera majestuosa. Al pie de sus murallas, un vasto lago reflejaba la pareja de destellos negros que pendían del cielo como estrellas. Y en el centro de la escena, en primer plano, una hermosa joven de piel de porcelana y cabellos de color miel. Ninguno de los presentes pudo asegurar si aquel retrato tenía la mirada fija en ellos o, por el contrario, se perdía en la inmensidad ambarina del óleo.

—Caballeros, les presento a Camille.

 Apenas los ojos de Tristán se apoyaron sobre aquel cuadro, el asombro colmo la expresión de su cara; incluso dejándolo un tanto boquiabierto. Analizaba sagazmente cada aspecto de la pintura: el color, los detalles, todos lo elementos... pero al llegar a la rubia mujer que se encontraba en el centro de la pintura (como si la hubiese omitido por distracción hasta el momento), una ráfaga de emociones lo atropello al apagado subastador. Como si aquella mirada de la muchacha despertase memorias que ya se habían dejado atrás. Aquel cuadro tenía un poder sentimental que ninguna otra pieza de arte le había provocado anteriormente. Sin darse cuenta, una lagrima solitaria corría por su mejilla mientras seguía mirando, casi atontado, a Camille.

- E-es... es magnifica...

Por un momento Patrick estuvo tentado de coger uno de los cigarros cubanos que ofrecía Nicolas D´Alembert. En una ocasión normal lo habría rechazado pues solamente fuma en pipa, por recomendación médica, pues su salud no está para trotes y seguir fumando al ritmo al que lo hacía le podría traer malas consecuencias. Pero después de ver el cuadro, un ansia de tabaco empezó a inundar su cuerpo y su mente de forma desesperada. Había algo en la mirada de aquella chica que le incomodaba enormemente. El cuadro de por sí ya era extraño. Desprendía cierto aura de de nostalgia pero a la vez de inseguridad, un sin fin de emociones contradictorias invadió de repente a Patrick, que aún musitaba pensamientos sin tener muy claro qué decir.

-No lo se- Tosió fuertemente cómo para aclararse la garganta, pero a la vez cómo para salir de su ensimismamiento.

-Este cuadro...es magnífico, y a la vez me inquieta. Cuánto más lo miro, menos puedo dejar de mirarlo. Las estrellas negras, ¿ Qué representan ? ¿ Es este algún tipo de ciudad verdadera o solamente la interpretación del artista? Necesito saber algo sobre esa pálida muchacha. Siento mucho que su amigo Ambroise Allamand haya fallecido, y me resulta incomodo preguntar, pero algo me impulsa a hacerlo y va contra todos mis principios y modales. ¿ Qué le pasó?- Un momento después Patrick se dio cuenta de que estaba haciendo demasiadas preguntas en un espacio de tiempo demasiado corto. -Perdón, creo que me he dejado llevar. ¿ Qué opinan caballeros ?. Espero no ser el único que se siente inquieto.  De un tragó Tanka vació su copa y encendió un cigarro con nerviosismo.

Desde el primer momento, Antoine supo que aquella obra encerraba algo profundo. No era un simple capricho surrealista, esto tenía un significado muy concreto, y representaba a alguien real, o al menos a alguien que existía de alguna manera. El lituano la observaba, con un brazo cruzado sobre el pecho y una mano en el mentón.

—¡Oh, magnifico! —exclamó. —Es como si Chirico hubiese pintado usando modelos al natural, a la manera de un impresionista. ¡Y esa mirada... Sublime! Por un momento se quedó atrapado en aquella mirada, y sintió una sensación vertiginosa, como si estuviese a punto de ser transportado como por encanto a un lugar muy muy lejano. —¿Quien es ella?

Pese a que siempre se había tenido por una persona calmada y con todas las emociones bajo control, Regnard no puede evitar sentir cómo su respiración se detiene por un instante ante la súbita imagen del cuadro. Su mirada recorre cada detalle, embebiéndose con ellos, maravillado ante su perturbadora belleza. Cuando finalmente logra sobreponerse, desvía a duras penas sus ojos hacia su amigo Gascoigne, tratando de que su voz no suene quebrada.

"Es una obra maestra, sin duda... Inspiración divina, me atrevería a decir. Creo que muy pocas veces he visto algo así en artistas actuales... y yo que creía que la verdadera esencia se había perdido junto con los clásicos... ¿Son esas estrellas negras algún tipo de simbolismo que no alcanzo a comprender?"

Nota como no es el único de los presentes que ha quedado dominado por la presencia del cuadro, y esboza una sonrisa ligeramente reprobadora mirando a Patrick.

"No creo que los detalles de un fallecimiento sean algo de lo que hablar por mera curiosidad, monsieur Tanka. Siendo, como parece, un artista de indudable talento, es probable que el Altísimo le haya llevado a su lado demasiado pronto desde nuestro punto de vista, para recordarnos que lo más bello y maravilloso para los sentidos es también lo más efímero en este mundo. Tal es su voluntad a veces." Vuelve a mirar a Gascoigne y su semblante se torna serio. "Por supuesto, mis más sentidas condolencias por su pérdida, amigo mío. Habría sido un gran placer tener la oportunidad de conocer a monsieur Allamand en persona, y no solo a través de sus creaciones."

Está en lo cierto, Padre Regnard, no es algo tan frecuente en los artistas de hoy. El trazo recuerda al periodo más vivaz de Munch o a las obras más sutiles de Kandinski. Sería la envidia de los expresionistas alemanes, si pudiesen posar los ojos en tan soberana creación. Las palabras se le atropellan a Aurélien en la lengua, haciendo que, junto al fiero brillo de sus ojos, sea evidente que este whisky no era la primera copa de la noche. Las estrellas sin duda guardan similitudes simbólicas con el arte religioso, al plasmar la dualidad que, sin duda, transpira de cualquier dogmatismo: el bien y el mal, la novhe y el día, el Sol y la Luna... Aunque bien podría simplemente ser un recurso de simetría excepcional. No tengo comocimiento de ningún fenómeno similar a una estrella negra, aunque nuestro artista nacional Odilon Redon ya plasmó astros desconocidos y elementos astronómicos más allá de la razón. Creo que todos recordarán su cuadro Sol Negro. El corazón se le sale por la boca. Nunca había sentido un ansia tan voraz por impregnarse de la historia de este artista.
¿Es esta la única obra o se trata de una serie?

La primera impresión de Nicolas D´Alembert cuando Gaiscoigne destapó el velo que cubría el caballete fue que la obra que allí se escondía no era para tanto, le echó un vistazo superfluo e incluso le pareció que el trazo despreocupado de Allamand eran más unos brutos brochazos que delicados toques de pincel. No entendía como su buen amigo Gaiscoigne, a quien tenía por un caballero con refinado gusto para el arte, podía dedicarle una exposición entera a aquel artistilla de Allamand, y pretender que aquella fuera la obra cumbre de la exposición. Sin duda alguna era una buena pintura, pero no la consideró extraordinaria.

D´Alembert se giró decepcionado dando la espalda al cuadro y dio una larga calada a su cigarro, no fue hasta que escuchó los halagos y admiraciones de los otros allí presentes que devolvió la atención a la obra. Volvió a mirarla con renovada expectación y fue entonces cuando descubrió que la había subestimado demasiado pronto. Los trazos del cuadro no eran tan bastos como había creído, ni la pintura era tan despreocupada. Descubrió que la belleza de la mujer que estaba allí retratada, la tal Camille, era genuina y cautivadora. Allamand había sabido capturar la esencia de un momento con gran maestría. Estaba equivocado, aquel artista sí que merecía una exposición entera a su nombre, y aquel cuadro era una maravilla. Un nuevo concepto, un descubrimiento que marcaría historia. ¿Cómo no había podido verlo de inmediato? ¿Se debía acaso a alguna clase de sugestión, como la que sienten algunos borrachos sociales?

Desde luego, se sentía cautivado por la obra. Enamorado de ella. Enamorado de Camille. Enamorado de la pintura de Allamand. ¡Qué magnifica genialidad!