Partida Rol por web

Los dos se quedaron absortos en sus pensamientos, mirando por la ventana hacia el pueblo embobados...

No tienes ni idea de dónde son, pero no son de estas tierras.

Mi señora, creo que esto no es nada bueno. Siempre que vienen las cosas se complican mucho. Y tal, y como estamos es un gran problema, en el cual no sabría, como ayudar.

En mi rostro, se ve preocupación y miedo.

Las cosas iban demasiado deprisa para mi y ante tal demostración de riqueza solo podia dar por sentado que nada volvería a ser lo mismo. Me fuí para el castillo, para ver si podia encontrarme con Vicenç. Quería hablarle cara a cara. Aceptaría las consecuencias de lo que pudiera acontecerse, pero no podia permitir que Vicenç cruzara ciertas lineas rojas. 

En ese momento, por el camino que bajaba a Villegat, apareció Dionís. Pèire y Maria d'Olot se encontraban viendo, desde lejos, la procesión.

Entre el golpe de Vicenç y las palabras de tío Manel volví en mi. Aunque seguía teniendo un aspecto horrible... Entre el olor, las lágrimas y la suciedad... 

Tenía miedo, mucho miedo pero confiaba en tío Manel y en que él me protegería... 

Me coloqué entre ellos, pero más cerca de Manel que de Vicenç pues no me fiaba de que él aprovechara para hacerme algo a mi... 

- Si... Ten cuidado tío... 

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El jinete te miraba. Es decir, por supuesto no podías saberlo, dado que la capucha carmesí esparcía tinieblas sobre su rostro. Pero podías sentirlo. Y ese sentimiento, esa profunda, profunda certidumbre de que eras tú, y no ellos, el objeto de su atención, te llenó de orgullo. Vicenç de Mormont, temido por la propia muerte. Vicenç, el heredero.

Pero había algo más. Una comprensión, una calma y un, por qué no decirlo, calor emanaban desde tu estómago en oleadas sordas y se esparcían por todo tu cuerpo. El miedo se mezcló con esas emociones y desapareció, lentamente al principio, hasta dejar el vacío del espacio que había ocupado.

El jinete te miraba a ti, pero no era el momento. Todavía no era el momento.

El jinete te miraba a ti. No había nada que temer.

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Qué extraño era volver a ser dueña de una misma sin dejar, no obstante, de percibir la amenaza externa que te había lanzado a ese estado. Era como despertar de una pesadilla y poder pensar con claridad... y con esa claridad enfrentarte a la misma pesadilla. Ahora eras tú, Clara, en plena posesión de tus facultades mentales y físicas. Y estabas en problemas.

Mirabas asustada de un lado a otro, entre las brumas danzantes que rodeaban vuestra posición. Y veías las sombras, las sombras terribles, deformadas por la bruma, de aquellas criaturas a cuatro patas. A veces estaban a ras de suelo, arrastrándose entre este mundo y el otro; y otras, otras veces la sombra subía por toda la columna de niebla hasta el cielo.

Y entonces, lo viste. Fue sólo un destello, un ligero retirarse de la bruma. Pero pudiste ver su cara durante un instante que te pareció eterno. Un instante lo suficientemente largo como para bañarte en el lago de esos ojos translúcidos, sin pupila.

Dips, los había llamado la tía Joana. Ahora lo recordabas. Sin embargo, se había equivocado en una cosa. Aquellos ojos no eran exactamente rojos, como la vestimenta del jinete. 

Eran rosas.

Palidecí de nuevo de la impresión, pues reconocí los emblemas y los estandartes casi al momento. -Mi buen Peire, ¿no veis bien los dos calderos de las banderas? Es la casa de Lara, una de las más poderosas de Castilla. Mas me pregunto qué han venido a hacer aquí, Manel jamás dijo nada acerca de que hubiera invitado al torneo a ningún noble castellano, ni mucho menos a nadie de tan alta alcurnia - comenté con el anciano, poniéndole al día de las nuevas, mientras me acercaba con cautela a aquella poderosa comitiva, tratando de ver quien la encabezaba, al tiempo que hacía esfuerzos por recordar todo aquello que sabía sobre aquellos extranjeros que ahora se presentaban a su puerta sin haber sido invitados, que a mí me constara. Deseados o no, recién llegados como aquellos no podían quedarse sin atender.

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No dejabas de mirar hacia los lobos en la dirección que llegaba desde Alós. No podías verlos, claro, sólo intuirlos desde este lado de la cortina de espesa niebla. Aún así...

Darle la espalda al jinete no te gustaba un pelo. Esperabas que Vicenç hiciera su trabajo, pero no podías saberlo. La campana de niebla era también una campana de silencio: todo sonido había desaparecido de tu mundo. Excepto el continuo, marcado y calmo aullar de los lobos. Te estaba volviendo loco.

Pero no podías dejar de pensar que algo te estaba resultando extrañamente familiar en el jinete rojo. Era un olor, quizá, o quizá... quizá la figura del Torreón, recortado a sus espaldas contra el cielo azul antes de que llegase la bruma. Era un olor que venía del pasado, de hace muchos muchos años.

Es curiosa la memoria de los olores, más poderosa, infinitamente más poderosa que aquella de la visión. Te permitía ubicar con bastante precisión el momento de tu vida en el cual los sentiste por primera vez. Y así vagaste sobre más de una década, espada en mano sin dejar de observar a los lobos.

Era el año de gracia 1212. Los recuerdos de aquel año aparecieron en tropel: la victoria sobre los sarracenos, el triunfo, la gloria, la vuelta a casa y... la desolación. Muerte en Villegat, muerte en Alós. Las cicatrices de un gran fuego. Tu hermana Joana llorando.

Y Gerard. Gerard, que ya no estaba.

Pero un grito te sacó de tu viaje. Era una voz varonil, conocida y amada al otro lado de la niebla.

-- ¡Manel! ¿¡Dónde estás!? ¡¡Manel!!

Era Roger.

Sabes que es gente poderosa. As in, p o d e r o s a. For, you see, en esta época la Corona de Aragón es todavía pequeña antes de la anexión de Baleares y Valencia. Pero Castilla ha sido recientemente consolidada y es, con mucho, el reino más poderoso de la Iberia cristiana. Y aquí, delante de tus narices, tienes a la familia más poderosa de ese reino.