Partida Rol por web

Carmilla

🎕 Capítulo 1: Cosas vivas, cosas muertas 🎕

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28/06/2023, 13:36
Richard von Galler

Parecía estar ahí, delante de mí. Mi visión se dividía entre la pantalla del portátil y el espacio abierto frente al escritorio de mi despacho.

En la pantalla, una sucesión de noticias que no tenía absolutamente nada que ver con Bertha Rheinfeldt, Bertha Spielsdorf ni ninguna Bertha joven, reciente y hablando sobre ningún tipo de muerte extraña; frente al escritorio, una especie de escenario de marionetas frente al cual Katherina se arrodillaba frente a Laura, tomándole la mano y acariciándole el rostro, susurrándole delicadamente antes de abrazara a su hija, sollozando. A medida que esa especie de visión imaginaria se transformaba mis dedos se movían rutinariamente. 

Ahora, en la pantalla, un listado de nombres y muertes de la zona, ninguno correspondiente a la sobrina de mi amigo y mejor amiga de mi hija; ahora, frente al escritorio, una especie de escenario de marionetas desgastado frente al cual Katherina, de pie, en una posición donde sus piernas miran en diagonal más allá de Katherina, observándola con la cabeza girada levemente a su dirección y con los brazos cruzados pronunciaba unas palabras hirientes que se clavaban en en una Laura que se esforzaba por controlar su temblor y sus lágrimas.

Estas visiones me provocaron un dolor que ni siquiera ahora soy capaz de describir. ¿Por qué hubo un momento en que Katherina pensó que su hija, nuestra hija, podría merecer un trato como el de esa segunda escena? ¿Por qué yo? Todas estas preguntas rondaban mi mente, había dejado de prestar atención al portátil en el cual sonaba una noticia irrelevante sobre una muerte accidental de esas que te hacen pensar que la gente es imbécil.

Por suerte, pensé de primeras, la pantalla del móvil volvió a iluminarse. Vi el nombre de Martin y todas mis esperanzas cayeron, de nuevo, volviendo a sumirme en un hastío tan pegajoso como la humedad de las calles de mi antiguo hogar.

Una enfermedad... ¿Una enfermedad capaz de llevarse a una niña súbitamente en los tiempos que corren? ¿Qué clase de enfermedad podía ser esa?

Lo siento muchísimo, Martin.

De verdad, cualquier cosa que necesites pídemela. Si puedo apoyar de alguna manera a tu familia sólo tienes que decirlo.

Estaré aquí cuando estés preparado, no tengo intención de realizar ningún viaje. Da igual la hora a la que vengas, te recibiré con los brazos abiertos.

Tienes todo mi apoyo.

Me quedé mirando la pantalla del móvil, recostándome de nuevo en mi sillón, esperando que cambiara el estado de Martin durante unos minutos. No podía parar de removerme y, debido a esto, me di cuenta de que la oscuridad pronto comenzaría a envolver el castillo. Me levanté, guardé el móvil y me acerqué a la ventana.

Observé el exterior mientras pensaba en esas últimas palabras de mi amigo. Sí, él conoció a mis hijos hace varios años, antes de la... de que Katherina se fuera. No fue por mucho tiempo, ya que habíamos quedado para revisar cosas de trabajo y los niños estaban más bien a lo suyo. Fue un gran apoyo, también, en muchos de los momentos más bajos que viví con respecto al trato de Katherina y a la enfermedad de Lycius. Que tuviera que estar pasando por esto ahora...

Abrí la ventana y dejé que el frío aire otoñal junto con las tímidas sombras que comenzaban a formarse me acariciaran el rostro, apoyándome en ella, mirando hacia los árboles y hacia el cielo. Necesitaba pensar en algo bueno para poder sobrellevar todo lo que me hacía sentir la persona con menos suerte y felicidad del mundo: el firmamento. La noche en el castillo, tan alejado de esa cúpula de contaminación lumínica, se teñía de todas las luces visibles en lo alto del cielo. Las constelaciones no eran mi fuerte; pero tras tanto leer sobre esoterismo y leyendas había aprendido a distinguir algunas de ellas. Deseé tener algo de tiempo esta noche para pasear por el exterior del casillo y observar las estrellas, siempre que el buen tiempo acompañara.

Busqué, después, entre los árboles teñidos del color rojizo del atardecer, una respuesta a una pregunta que ni siquiera sabía. Silencio. El silencio del viento meciendo sus hojas; el silencio del despacho, vacío, donde el rumor del ventilador del portátil se fundía con la oscuridad que se adentraba más y más en el interior; el silencio de mi corazón, que palpitaba lenta y tímidamente antes de que me diera cuenta de que parecía que se me hubiera olvidado respirar.

Tosí. Quizá no había percibido del todo el nivel del frío que congelaba mi rostro. Sólo me faltaba coger un resfriado.

Cerré la ventana y caminé hacia el escritorio. Cerré la pantalla del portátil y me aseguré de que todo estuviera ordenado en la mesa, dejando el manojo de carpetas y dosieres frente al asiento de invitado para cuando volviera con la doctora Vordenburg. Observé la estancia, en general, fijándome en el polvo que habían acumulado los lomos de los libros, los archivadores y los estantes, en esas estanterías que hacía tanto tiempo que no limpiaba. Tenía que hacerlo, sabía que era necesario... pero mis cada vez más bajos ánimos no me lo permitían.

Quité el cerrojo de la puerta del despacho con la llave —que llevaba en el cuello a modo de colgante con una cadena de plata terminada en un fino pero robusto cordel para atarla—, como siempre, liberándome de mi encierro. Al salir, cerré la puerta y volví a colgarme la llave, ocultándola en bajo mi ropa. No era de mi especial agrado tener que tomar medidas de este estilo pero menos me atraía la idea de que los niños pudieran registrar mi despacho con todo lo que había recopilado sobre Katherina y Agnes.

Qué demonios... lo que menos me interesaba era que se dieran cuenta de lo inútil que había sido durante todos estos años.

¿Qué estarían haciendo ellos ahora? Lycius debía haber terminado sus quehaceres y no tenía mucha idea de dónde podría estar Laura. ¿Qué harían ellos si poseyeran las mismas inquietudes que su cada vez menos cuerdo padre? Necesitaba que mis hijos estuvieran exentos de toda esta incomprensión pero yo me sentía cada vez más solo.

Me moví, lentamente, a través de los pasillos en dirección al vestíbulo de la mansión. Observé la puerta doble con centros de cristal transparente, exquisitamente construida, de la biblioteca en la que pasaba tanto tiempo, sin poder recordar cuándo fue la última vez que entré.

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28/06/2023, 15:44
Narración

El ruido que hicieron tu bloc de acuarelas y tu móvil al caer al suelo provocó una conmoción espiritual en aquel lugar. Lo podías sentir. Fue como si las ondas acústicas que brotaran de aquellos instrumentos —los instrumentos que te caracterizaban, en realidad, objetos que no eran meras «cosas» para ti, sino que definían algunos de tus anhelos y deseos más profundos— se expandieran casi visiblemente por el espacio del invernadero y, al pasar por encima de cada uno de los seres vivos allí presentes, removieran algo en su espíritu animal. Un deseo de volar, quizás. Un temor a ser descubierto, quizás. Esas ondas acústicas también acariciaron tu propio espíritu. ¿Qué era ese cosquilleo que despertaban en ti?

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28/06/2023, 15:53
Mina de Lafontaine

Las mariposas alzaron el vuelo súbitamente, dando varias vueltas por el aire teñido del color mortecino del crepúsculo. La mariposa que movía sus antenas junto al dedo de Mina también alzó el vuelo. Y ella, como si hubiera sido la mariposa antes que la caída de tus útiles lo que llamara su atención, la vio partir y luego volvió su mirada hacia ti, lentamente.

Te sonrió.

—Lycius.

Su tono de voz no parecía sorprendido; más bien parecía contenta de verte. Su voz parecía orgánica, un elemento más de la paz natural de aquel lugar, compenetrándose con el sonido acuoso del lento riego; como si fuera la voz de una ninfa que vive entre plantas y arroyos.

—¿Cómo estás?

Se giró para quedar de frente a ti. Todavía os seguían separando varios metros, pues ella no se acercó, sino que se apoyó en la mesa de cultivo. Apoyó en ella también sus manos enguantadas de barro, como si así tomara un descanso.

—¿Estás nervioso por la visita de la doctora?

Había en su tono de voz una ligerísima nota de preocupación al preguntarte esto último, casi como si te pidiera disculpas por hacerte aquella pregunta necesaria.

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28/06/2023, 15:59
Narración

La comunicación con Martin terminó con otro escueto «Gracias» de su parte y luego su estado cambió a desconectado.

Visiones. Imaginaciones. Marionetas. Ilusiones de tu cabeza, tu mente y tu corazón. El aire del otoño, en cambio, era real, ¿verdad? Eso sí debía serlo: fresco en el rostro. Podías sentirlo, no había lugar a dudas, estaba ahí, en tu piel. Una otoñal brisa fresca que venía envuelta en la tenue luz del crepúsculo, como si el mundo se resistiera aún a oscurecerse completamente un día más. El viento: la materialidad de lo invisible.

Cerraste la ventana. Cerraste la pantalla del portátil. Cerraste la puerta de tu despacho. Cerrar, cerrar, cerrar. Cerrar con llave, lejos de la vista de los demás. Oculto. Secreto. Un lugar en el que solo tú podías entrar. Nadie, ni siquiera tu servicio de confianza, ni siquiera Theodor, ni siquiera tus hijos, nadie, absolutamente nadie estaba autorizado para entrar en tus secretos, a no ser que tú dieras la orden expresa de que podían cruzar ese umbral. Cerrados bajo llave.

Caminaste por los pasillos de tu residencia, en los cuales el servicio ya había ido encendiendo las luces que iluminaban sus oscuras paredes de madera y sus alfombrados suelos, unos suelos mullidos que hacían que los pasos fueran casi caricias silenciosas sobre el piso. Las luces artificiales de estas lámparas se entremezclaba en los pasillos con la tenue luz que aún entraba por las ventanas en las cuales habían descorrido ya las cortinas. En tu caminar, encontraste alguna persona del servicio precisamente descorriendo las gruesas cortinas, una costumbre habitual en el palacio una vez que el sol se había ocultado. El servicio era muy meticuloso con esto; debía serlo, lo sabía y lo cumplía.

Al llegar al vestíbulo pudiste escuchar el ruido de un coche que pisaba sobre la grava de la entrada y detenía su motor. Pudiste escuchar el ruido de una puerta de coche que se cerraba y luego varias voces amortiguadas por la distancia y la barrera de las puertas cerradas. A pesar de ello, intuías quién debía ser. Salvo que hubiera otra sorpresa, posiblemente la doctora ya había llegado y la señora Perrodon la estaría recibiendo.

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28/06/2023, 17:18
Laura von Galler

El momento en que mi respiración y mi corazón se habían detenido como esperando una sentencia binaria, de un extremo al otro sin posibilidad de resultado intermedio, duró apenas un instante. Pero no fue un instante cualquiera, uno de esos que ocupan un segundo sin más, sino que fue uno de esos instantes que se alargan como si no fuese con ellos el tiempo de los mortales, como si yo pudiera permanecer prendida de ese instante, sin respirar ni palpitar, para siempre. 

Duró, ni más ni menos, hasta que vi el nombre de Carmilla. El alivio se derramó sobre mis hombros con la frescura anticipada de la noche y mis labios empezaron a dibujar una sonrisa ya antes de que mis ojos pudieran leer las primeras palabras. Me maravillaba la hermosa calidez que ilusionaba mi pecho al leer el entusiasmo que se contenía en una simple exclamación. 

Me senté para leer el mensaje no solo con los ojos, sino con todos mis sentidos. Quería recrear sus palabras en mis oídos, con esa voz dulce y meliflua que tenía Carmilla en mi imaginación. Quería saborearlas con glotonería, como si se tratase de un bol de fresas maduras. Y al leer sobre las alas con las que volaríamos, un cosquilleo recorrió mi espalda, en el lugar donde imaginaba que podían nacer esas alas. 

Cuando terminé de leer, volví a empezar desde el principio. Por el rabillo del ojo intuía más que veía los colores de la mariposa de Lycius. Pensé en ese momento que debía inventar una historia para él, una sobre un chico encerrado en un castillo que solo podía ver a través de sus mariposas. Aunque mi hermano ya no era un niño, nunca había perdido la costumbre de inventar historias para él… salvo ese tiempo en el que prefería no pensar y que a veces sentía agazapado en algún lugar de mi interior, apaciguado por el momento, pero en una espera acechante. 

Posé mis dedos sobre las teclas mientras mi cabeza ya estaba pensando en lo que escribiría. Antes de empezar a teclear, mi mirada se desvió a la esquina de la pantalla, comprobando la hora. El momento de tener que ir a recibir a esa doctora cada vez parecía más cercano y después tendríamos que cenar y quién sabe qué más. Esa inseguridad en el tiempo que tenía me espoleó a escribir rápido, antes de que alguien llamase a mi puerta para sacarme del refugio que era mi habitación. 

Será púrpura, la estela, no me cabe duda… Qué hermoso tu sueño, Carmilla. Y qué ganas tengo de que llegue mañana, porque con ese mañana llegarás también tú. Creo que las mariposas de Lycius ya te están esperando… las siento inquietas, como si pudieran anticipar que llegarás pronto… o a lo mejor es que saben que somos como ellas y que vamos a volar juntas.

¿Para siempre?

Ojalá.

Pulsé el botón para enviar el mensaje y me quedé ahí, con la mirada fija en la pantalla y la expectación por recibir un mensaje más desbordando por mis ojos y mis labios. No me importaba que la penumbra empezase a inundar mi cuarto después del baño dorado, pues la luz que necesitaba estaba en la pantalla. Era esa luz lejana la que iluminaba mi rostro con un tono azulado y la que me atraía sin que quisiera ponerle remedio.

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28/06/2023, 17:55
Richard von Galler

A medida que atravesaba los pasillos en dirección al vestíbulo, podría describir cómo me fijé en la suavidad de las mullidas alfombras que cubrían el suelo o cómo las bombillas estaban empezando a coger intensidad, recientemente encendidas por el servicio. Podría, también, describir cómo saludé cordialmente y agradecí su trabajo y sus esfuerzos a aquellos que estaban descorriendo las cortinas, al pasar a su lado.

Pero mentiría.

Caminé a través de los pasillos sin prestar atención a nada más que mis pensamientos, como una figura fantasmagórica que se movía sin hacer demasiado ruido ni llamar demasiado la atención. Observé de reojo a aquellos que hacían el trabajo por el cual les pagaba y, alguno de ellos, me devolvió la mirada. Quizá se preguntaban si les estaba juzgando; quizá lo sentían. Nada más lejos de la realidad.

La amplia vastedad de mi residencia me invadía, me envolvía como un simbionte: yo me encargaba de cuidarla lo máximo posible y ella se encargaba de proporcionarme una quietud que no me habría atrevido a romper a menos que fuese necesario. Quizá el Schloss era la mejor metáfora para describir esa relación que todos aquellos sienten con Dios: él les rodea sin decirles nada y ellos se afanan de que él siempre está ahí, cuidándoles.

Necios. ¿Estaba siendo yo un necio también?

Al llegar al vestíbulo escuché el sonido de un motor en el exterior, justo cuando se apagaba. Una puerta cerrada, seguida de voces ininteligibles a causa de la distancia. Sabía que debía ser la doctora, que habría sido recibida en el estacionamiento cubierto que tenemos preparado al lado de los establos; pero, igualmente, me asomé en una de las ventanas del recibidor para echar un vistazo rápido y corroborar mis sospechas.

No pensé que fuera conveniente encontrarme con la doctora tan pronto. Debía permitir que la señora Perrodon hiciera su función y permitiera que la doctora Vordenburg se asentara en sus aposentos de la manera más cómoda posible. Aunque me afligiera una cierta impaciencia creciente entendía que se estaba haciendo de noche y ella querría descansar. Al día siguiente me encargaría de llamarla a mi despacho, hoy tocaban las presentaciones.

Me alejé, después, del vestíbulo, en dirección al salón donde se encontraban el piano y la mayor parte de los instrumentos. No era precisamente un maestro con ninguno de ellos, pero había tenido tiempo para practicar de forma autodidacta y me apetecía presionar alguna tecla que no fuera de ordenador y rasgar alguna de esas impolutas cuerdas.

Demasiado tiempo vacío. Demasiado tiempo solo. Demasiado tiempo sin ella.

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28/06/2023, 21:09
Narración

El reloj de la pantalla mostraba que ya habían pasado algunos minutos de las seis de la tarde. Pero en la luz de la pantalla, en realidad, nunca se hacía de noche. Allí, en la red, no había atardecer, crepúsculo, ni amanecer; tampoco mediodía o medianoche. Allí, el tiempo realmente no pasaba de la misma manera. Allí, el tiempo era el espacio que transcurría entre tus mensajes y el mensaje de respuesta que tanto deseabas. Allí, siempre era de día, con píxeles iluminados, con palabras que eran capaces de filtrarse desde la pantalla hasta tu interior, a través de esas ventanas absorbentes que eran tus ojos claros.

También sabías, porque lo habías experimentado, que a veces esos píxeles encerraban otro tipo de oscuridad. No el de la noche que tanto lograba aterrorizarte, sino otro tipo de oscuridad que no se percibía con los ojos del rostro, sino con los del alma. Tú, que en otro momento habías sido la víctima de esa oscuridad agobiante y opresora, aprovechabas ahora algunas de esas sombras que irradiaban los píxeles para ocultarte, para acechar, pero también para cultivar tu propia crisálida, tu propio rincón.

Las alitas brillantes te devolvían un suave movimiento desde la penumbra. Lo percibías por el rabillo del ojo, como si fueran las alitas de un ángel de la guarda o de un hada madrina que te aguardara sin hacer ruido y sin molestar, solo observando. Desde fuera, a través de la ventana cerrada, te llegó amortiguada la voz de Bernhard, como si hablara con alguien.

No pasó tanto tiempo entre tu respuesta y la siguiente, pero de nuevo: ¿qué era el tiempo sino una banda elástica que podría llegar a ser eterna hasta que un nuevo comentario de Carmilla se abría espacio por la red?

Púrpura. Qué bonito. Me gusta el púrpura. Me gusta el púrpura en los labios. Me gusta sentir el púrpura bajo la piel. ¿No sientes a veces que los colores te pueden acariciar, que los puedes saborear? Yo sí. El amarillo me cosquillea en la planta de los pies. El verde se me enreda en el cuello despacito y me susurra cosas al oído. El naranja me calienta el pecho desde dentro. El azul oscuro y profundo me hace sentir ganas de correr exclamando de alegría. El rojo me acaricia el vientre y me llena la boca con su sabor a latidos tiernos. El púrpura… el púrpura son unos dedos temblorosos que me rozan los labios.

Sí, haremos estelas de color púrpura en el aire.

Y tú, ¿por qué has imaginado el púrpura?

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28/06/2023, 22:07
Dra. Regina Vordenburg

Incluso en los primeros instantes de conocerla, la mujer ya me causaba considerable curiosidad. Su forma de moverse le otorgaba un porte indiscutiblemente digno, aunque al mismo tiempo tenía cierto aire campestre, lo que daba lugar a una mezcla cuanto menos curiosa. Antes de que explicara cuál era su trabajo allí, ya imaginaba que tendría un papel importante, y su acento me hizo pensar que había pasado toda su vida allí.

—Encantada de conocerla, señora Perrodon —dije con tono formal.

Observé al chico mientras abría el maletero y se ocupaba de mis maletas. La expresión de su rostro, su mirada perdida, su falta de energía… Mi experiencia me decía que podía estar pasando por algún tipo de depresión y le convendrían algunas sesiones de terapia, pero no debía dejar que me distrajera: estaba allí por un caso infinitamente más importante.

La señora me hizo una pregunta. Yo ya tenía clara mi respuesta; no podía esperar a saber más sobre la condición de Lycius, y prefería sin duda mantener una conversación con su padre a conocer mi nueva habitación.

—Me gustaría tener una audiencia con el señor von Galler lo antes posible. Por favor, lleven las maletas a mi habitación —respondí tratando de disimular mi impaciencia. Dudé por unos instantes sobre el refrigerio. Probablemente sería algo grosero rechazarlo—. De acuerdo. Pero que sea algo ligero, ya que debería reservarme para la cena.

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28/06/2023, 22:24
Stefan Perrodon

La brisa que se había levantado empezaba a ser fresca. La luz todavía permitía ver con claridad, aunque se notaba que a través de las ventanas del palacio habían empezado a encender las luces en el interior. El castillo era bastante imponente y resultaba sorprendente pensar que en la actualidad una pequeña familia pudiera vivir allí.

El joven se movía con diligencia, aunque había en sus movimientos cierta lentitud que te llevaba a pensar que el muchacho podía tener alguna enfermedad de la sangre. O del ánimo. O, más bien, de ambas. Para ti, que habías acuñado el término de la hematología psicológica, no había una diferencia esencial entre una cosa y la otra, sino que eras capaz de intuir una conexión mutua.

Antes incluso de que su abuela le diera las indicaciones, el joven Stefan se puso en camino en cuanto diste la orden de que llevara tus maletas al interior. Asintió con la cabeza y musitó un escueto:

—Sí, doctora.

Empezó a caminar hacia la puerta.

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28/06/2023, 22:29
Señora Perrodon

La mujer asintió con la cabeza a tus indicaciones. No parecía haber nada que le desagradara de cuanto habías dicho o solicitado. Si le gustaba, tampoco era posible saberlo. Aunque no era una mujer de aspecto hierático y tenía unos rasgos y una forma de moverse que resultaban afables y cercanos, parecía tener la experiencia para esconder su parecer que es habitual en las personas que llevan años sirviendo.

—Claro que sí, señora doctora, venga por aquí, por favor.

Se dio media vuelta y empezó a caminar también hacia la puerta, aunque su nieto Stefan ya os llevaba algo de ventaja. Caminaba con decisión, aunque en su paso se notaba muy sutilmente el peso de los años; no había achaques perceptibles a tu ojo clínico, sino tan solo esa sombra usual que parecen cargar sobre los hombros las personas que han superado ciertos años. No suele ser una condición física, realmente, sino más bien una especie de densidad vital.

—Estoy segura de que el señor von Galler agradecerá su disposición —comentó mientras abría al fin la puerta, mostrando por primera vez un atisbo de algo que quizás era opinión, aunque quizás simplemente estaba transmitiendo el deseo de su señor. Era difícil decirlo.

Al entrar en el vestíbulo, te recibió un ambiente bastante sombrío. Las paredes estaban cubiertas de una madera oscura; los suelos, recubiertos de gruesas alfombras de tonos rojizos, ocres o marrones, cuando no había directamente suelos de madera en la cual se percibía una antigüedad cuidada. Las lámparas arrojaban una luz que, aunque no fuera débil, parecía mucho más tenue a causa de la oscuridad de la decoración.

Stefan Perrodon se perdió por un pasillo llevando tus maletas. De una puerta que había a un costado del amplio vestíbulo, te llegó de pronto el sonido de un piano. La melodía sonaba lánguida y melancólica.

—Parece que el señor ha salido de su despacho —comentó la señora Perrodon—. Venga por aquí, doctora —te comentó con un gesto de la mano mientras se dirigía a la puerta de la cual procedía la música.

Notas de juego

Edit. Stefan no sube las escaleras con las maletas, sino que sigue por un pasillo del mismo piso.

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28/06/2023, 22:39
Narración

El salón estaba tranquilo y pacífico. La débil luz flotaba en el aire con calma. Cuando no había personas allí, parecía posible conectarse con la antigüedad de aquel edificio, por el cual habían pasado generaciones de von Galler con sus propias preocupaciones y alegrías. Allí, las paredes parecían respirar despacio, con una lentitud de décadas; las alfombras parecían devolver los ecos amortiguados de los pasos que otros habían dado docenas de años atrás.

El piano. Katherina había sabido tocarlo y, sin embargo, no se había prodigado mucho. La primera vez que la habías escuchado tocar era precisamente esa hora de la tarde; había estado casi una hora tocando y el salón se había ido oscureciendo, dejando tan solo el brillo del color cobrizo de su pelo liso. Cuando había terminado de tocar, el silencio había sido más denso, más voluminoso, pero más rico en sonoridades ocultas. Sabías que había intentado inculcar esta afición en Laura con clases particulares, pero había durado poco aquello, pues tu hija no había mostrado las dotes perfectas que hubiera deseado Katherina.

Y allí estaba el piano que ahora tocabas con tus dedos. Las teclas, casi como si fueran ellas y no tus dedos los que tocaran, se amoldaron rápidamente a tus dedos en una melodía que acompañaba tus sentimientos. Lánguida y melancólica. Crepuscular. Las notas de la melodía parecían mezclarse con esa luz mortecina del día que todavía se filtraba por las ventanas; se volvían una, música y luz, haciendo volutas que ascendían con una parsimonia entristecida.

Sin embargo, cuando apenas llevabas unos pocos compases, viste a la señora Perrodon entrando por la puerta. No estaba sola.

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28/06/2023, 22:40
Señora Perrodon

—Señor —dijo con la brevedad habitual, aunque sin signo alguno de servilismo; la señora Perrodon era una mujer de muchos años y mucha intimidad con la familia como para mostrarse servil.

Se había detenido educadamente en el salón tras dar dos pasos. El salón era un lugar amplio y apenas un par de pequeñas lámparas en dos rincones iluminaban parte del espacio, que permanecía entre la penumbra formada por el contraste de esas lámparas, la luz del crepúsculo que entraba por las ventanas y la oscuridad que empezaba a adueñarse del lugar por la hora del día.

—Ha llegado la doctora Regina Vordenburg. Desea conversar con usted.

Inmediatamente después de la señora Perrodon entró la doctora Vordenburg.

—Enseguida mandaré a alguien que traiga algún refrigerio. ¿Desea algo usted, señor? —preguntó con cierto aire imperioso. Se notaba que estaba deseosa de dejaros solos.

El señor von Galler estaba sentado al piano del cual procedía la melodía que se había escuchado en el vestíbulo de entrada.

Notas de juego

Podéis describir el aspecto de vuestros pjs para que el otro lo lea y lo tenga en cuenta.

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28/06/2023, 23:51
Laura von Galler

Mis ojos se paseaban por la pantalla, a la espera de que sonase la campanita de respuesta, mis dientes daban pequeños tironcitos a la piel de mi labio, delatores de la impaciencia que me revoloteaba en el estómago mientras esperaba. Pero no tuve que contener el aliento demasiado tiempo esa vez. 

Leí la respuesta de Carmilla una primera vez con rapidez, con algo de ansiedad también. La segunda fue más pausada, me recreé en cada palabra, en cada imagen que evocaba en mi mente. Y suspiré entre dientes. Cómo admiraba la capacidad de Carmilla para hacerme sentir tantas cosas con apenas unas frases. Cada una de sus metáforas era hermosa y sugerente, todas ellas dibujaban estampas que una parte de mí anhelaba conocer. 

Volví a morderme el labio, aunque esta vez no eran esos mordisquitos nerviosos de la espera, sino que mantuve ese mordisco, suave, sin apretar demasiado, pero suficientemente presente para sentir la textura de la piel. No lo pensé demasiado al ponerme a responder. Simplemente, escribí lo que me iba saliendo de los dedos, que volaban sobre el teclado, mientras una sonrisa se iba dibujando en mis labios mordidos.

El púrpura es el color de los párpados cerrados… es el color de los mejores sueños, los que tienen lugar en el terciopelo de la imaginación… 

Te llevaré al bosque… a un lugar donde hay hierba suave que te acariciará los pies. Podrás tumbarte en ella y te contará secretos al oído… le preguntaremos a Mina si tiene flores que calienten el pecho por dentro. ¡Y qué bien lo pasaremos corriendo y volando en la noche azul profunda! El rojo es tan intenso y tan visceral… ¿Te gustan las fresas, Carmilla? Haré que nos traigan fresas y nos latirán en los labios. 

Pero el púrpura… volaremos en el púrpura con nuestras alas nuevas, hasta que todo esté lleno de una estela púrpura…

Todo eso podremos hacer. ¿Qué te parece?

Qué ganas tengo de que llegue mañana…

Ignoraba deliberadamente la voz de Bernhard, su luz no era suficiente para apartarme de la pantalla y llevarme a la ventana de nuevo. Supuse que estaría hablando con Mina. O con Stefan, quizás, ya que era su aprendiz y estaba siempre con los caballos. Daba igual, lo único importante en ese momento era que comenzaba una nueva espera otra vez, arropada y protegida por la silenciosa mariposa, una espera elástica que me llevaría en el tiempo hasta el nuevo mensaje de Carmilla. 

Volví a mirar el reloj. Aún había tiempo. 

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29/06/2023, 09:18
Richard von Galler

Seguí tocando cuando la Señora Perrodon entró, seguida de la doctora Vordenburg. No era —ni soy, ni jamás seré— un experto pianista; el sonido que el piano despedía era algo más lento de lo que debía ser y cesó en el momento en que mis dedos se trabaron casi al finalizar la primera hoja de la partitura1.

El tono de Perrodon me pareció algo irrespetuoso y fuera de lugar, pero ni le dije nada ni se lo diría en ningún momento. Le había pedido tantas veces que nadie me importunara mientras tocaba que no las recordaba y, en su defensa, bien es cierto que pareciera que cada vez que cogía uno de esos instrumentos fuera el peor de los momentos, como si una mano superior hubiera tomado la decisión de no permitir que acompañara mi hastío con una música creada por mí mismo.

Como he dicho anteriormente, no respondí mientras tocaba. Observé a Perrodon y a la doctora Vordenburg cuando entraron, haciéndoles notar que sabía que estaban ahí; pero traté de centrarme en la partitura. Podía leer la música pero mis manos no acompañaban a la creatividad de mi mente.

Cuando fallé, suspiré y me levanté del piano en dirección al par de cabezas que se encontraba en la puerta.

Recuerdo que, en aquel momento, vestía con un pantalón cómodo, negro, una camisa blanca, desgastada y uno de mis preciosos batines de terciopelo cuyo largo acariciaba mis tobillos. Este era de un color morado suave que contrastaba con los detalles rojo oscuro de la mayor parte del castillo y con mi calzado, unas sandalias las cuales —para incomodidad de muchos españoles que había podido conocer a lo largo de mis viajes— se veían rellenadas por mis pies con unos finos y cortos calcetines. Me gustaba pasear por el exterior y que no se me metieran piedrecitas ni polvo entre los dedos, por muy mal que le pesara a nadie. Mi peinado era más bien natural, todo lo natural que puede ser el peinado de alguien que no se ha peinado nada más que al despertar y se ha visto enclaustrado todo el tiempo posterior; mi rostro denotaba el cansancio acumulado de horas, días, años o eones, no habría sabido describirlo con exactitud sin estar frente a un espejo escudriñándome... algo que tampoco me atraía demasiado.

—Gracias, señora Perrodon. ¿Han mostrado ya a la doctora sus aposentos? —dije, en un tono a mitad entre cordial y severo, ignorando su pregunta sobre si quería algún tipo de refrigerio.

Miré a la doctora y le tendí mi mano derecha, ofreciéndole un apretón.

—Es un placer conocerla por fin, doctora Vordenburg.

Observé tras la doctora, buscando algún tipo de maleta, pensando que en realidad el servicio ya se habría encargado de su equipaje.

—Siendo que acaba de llegar a nuestra residencia, doctora, entendería que deseara descansar y comenzar nuestras conversaciones tras el amanecer —observé su reacción, sin tener muy claro qué es lo que podría estar pensando tras llegar al Schloss—. Si prefiere empezar cuanto antes a discutir sobre aquellas cosas que tenemos entre manos tendré que pedirle que me acompañe a mi despacho, lugar en el cual ya he preparado información que podría serle de utilidad —enuncié, en un tono algo resignado—. Por el contrario, si el cansancio del viaje la aflige, estaré encantado de ofrecerle asiento en uno de los sillones o sofás, exquisitamente cómodos, que se encuentran en esta estancia o de acompañarla a dar un paseo tranquilo para observar cómo las sombras comienzan a invadir el bosque.

La idea de pedirle a la doctora, recién llegada, que diera un paseo conmigo en el exterior del castillo me parecía bastante mala, de verdadera mala educación... pero, probablemente, hablar con ella recorriendo los pasillos a estas horas podría ser más problemático que mantener una conversación sencilla en el salón de conciertos. Traté de sonar lo más formal y majestuoso posible, dada mi posición, intentando evitar que Vordenburg —e incluso la señora Perrodon— notara mis preocupaciones.

Notas de juego

1: segundo 0:48 del vídeo, cuando empiezan las notas rápidas repetidas.

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29/06/2023, 10:16
Lycius von Galler

Y entonces en un mísero segundo entre el silencio y el estruendo, la burbuja de paz que falsamente se había creado, reventó y como si de un telón caído se tratase, me encontraba expuesto y vulnerable. 

Mientras la podía observar, en silencio y en la distancia, una barrera de ofuscación existía entre el mundo y yo. O más bien entre el mundo consciente, que era Mina, las mariposas, de mi lado, y yo. 

Al estallar, no sólo el manto se esfumó, sino también las mariposas, dándome la razón. Estaban de mi parte tras la pared de jabón. 

Y ahora estaba sólo y en cierto modo, desprotegido, puesto que mis herramientas, aún yacían en el suelo, en la misma postura que habían encontrado al estrellarse. 

Durante unos instantes, todo se volvió difuminado a mi alrededor y concentrado, como estaba, en definir los contornos y el vuelo de la mariposa que abandonaba la compañía de Mina, eso me permitió hacer la transición, entre la seguridad y la realidad. 

Al verla desaparecer de mi campo de visión, mi mirada percibió de nuevo los detalles del invernadero y con ellos, la sonrisa tranquilizadora de Mina. 

Aproveché para recoger con pausa, los útiles del suelo, el bloc, las acuarelas y el móvil, que no parecía haber sufrido daño irreversible, serenandome en el proceso, hasta conseguir, que el parapeto volviese a crearse, invisible, pero real y mental. 

La distancia ayudaba a consolidar esa protección de forma que cuando las preguntas vinieron, a la primera correspondió una sonrisa queda y a la segunda, un encogimiento de hombros, amago de indiferente, seguido de un bufido. 

— Una más, una menos. Otra raya al tigre. Que venga ....— traté de darle un toque de humor que no tuvo éxito — Ya se irá. 

 

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29/06/2023, 15:57
Narración

El silencio de la luz de ordenador se vio de nuevo quebrado. Esta vez, fueron unas notas de piano que sonaban lejanas. Alguien debía estar tocando el piano abajo, en el salón. Tu madre había sido una excelente pianista, pero se había prodigado muy poquito, solo en ocasiones muy especiales, dando aún mayor peso a cada una de sus impecables interpretaciones por haberlas hecho únicas. Nunca repetía una misma melodía. Tu padre era mucho menos hábil, pero también tocaba de vez en cuando y, en realidad, era el único que sacaba algo de música al piano. Tú, en cambio, lo habías intentado en su momento y lo habías abandonado poco después. El piano seguía allí, en el salón, siempre esperando unos dedos que lo acariciaran. Alguien debía estar haciéndolo en ese momento, con una melodía triste que se detuvo súbitamente al minuto de empezar.

Volvió a hacerse el silencio; pero, aunque la melodía había sonado muy lejana, en la habitación parecía haber quedado flotando algo de ese aire melancólico de sus notas, entremezclándose con la luz desfalleciente del crepúsculo. Durante ese minuto de música y el siguiente minuto que hubo de silencio, la respuesta no llegaba aún en tu pantalla. Fuera de la ventana ya no había más sonidos.

Al fin, apareció una nueva respuesta.

¡Qué bonito! ¡Sí, quiero que hagamos todo eso! Bailaremos y correremos sobre los colores. Y nosotras mismas haremos colores. ¡Mañana! ¡Al fin!

Nadie podrá molestarte nunca más, polillita. Te lo aseguro. Pronto serás libre.

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29/06/2023, 16:28
Mina de Lafontaine

Mina te observó tranquila, sin moverse, mientras recogías tus útiles del suelo. No dejaba de sonreír con esa sonrisa mullida y agradable. Al escuchar tu respuesta, dejó escapar un suspirito por la nariz a modo de suave risa, como acompañando aquella broma que habías hecho.

Se sacó los guantes llenos de tierra y los dejó en la mesa de cultivo. Con una mano se removió un poco el pelo y a continuación se separó suavemente de la mesa. Dio dos pasos hacia ti, pero todavía estaba lo suficientemente lejos como para que no notaras su fragancia. Conocías muy bien su olor y, aunque todavía no llegaba hasta ti, podías anticiparlo. Era una mezcla de olor a tierra húmeda, a flores frescas y, también, a algo más que no eras capaz de identificar, pero que quizás era olor a mujer; no lo sabías, pues tu única referencia era ella, la anciana señora Perrodon y tu difunta madre, ya muerta cinco años atrás.

—Ten esperanza, Lycius —te dijo con calma, pero tratando de transmitirte ánimos—. ¿Sabes qué? —Volvió a removerse un poco el pelo con la otra mano—. Tengo un buen presentimiento. Creo que esta vez será la buena. Esa doctora… es extraña, pero ¿acaso no somos todos nosotros un poco extraños? —Su sonrisa se amplió, un poco juguetona—. Creo que quizás eso sea lo que todos necesitemos.

Encogió un poco los hombros, con complicidad, y se te quedó mirando con la cabeza un poco ladeada.

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29/06/2023, 23:14
Dra. Regina Vordenburg

Mientras la anciana me acompañaba hacia el interior, continué observando disimuladamente a ambos. Ver la parsimonia con la que se movía el chico me hizo pensar que su condición era peor aún que mi impresión inicial. Empecé a considerar que quizás podría aprovechar alguna ocasión para tener unas palabras con él, aunque mi prioridad seguiría siendo Lycius. La mujer, por otro lado, no parecía sufrir ninguna dolencia más allá de su avanzada edad.

El interior del castillo no dejaba nada que envidiar al exterior, con una decoración que contribuía a la solemnidad del edificio. No obstante, los tonos oscuros también dotaban al lugar de un aspecto lúgubre. La sensación general que me transmitía era cuanto menos extraña, siendo atrayente e inquietante al mismo tiempo.

Alcé mis cejas, sorprendida, cuando a mis oídos llegó una melodía extrañamente apropiada para el ambiente. Inmediatamente, me pregunté quién podría ser el autor, y la reacción de la señora Perrodon me hizo pensar que se trataba del propio señor von Galler. La acompañé, sin dejar de prestar atención a la música.

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29/06/2023, 23:14
Dra. Regina Vordenburg

Me mantuve en silencio mientras el señor von Galler continuaba tocando la melodía. La interpretación no era perfecta ni mucho menos, con una lentitud que denotaba inseguridad, y algunos fallos ocasionales. No obstante, era indiscutible que estaba teniendo éxito en transmitir sentimientos de melancolía. Desgraciadamente, no llegó a terminar, ya fuese porque nuestra presencia lo distrajera o cualquier otro motivo.

—Me alegra conocer a alguien que aprecie la música clásica hoy en día —dije con sincero respeto.

Sabía que era importante transmitir una sensación de seriedad y elegancia a la hora de reunirme con el señor, por lo que había escogido un traje de chaqueta de buena calidad, de color negro, con finos ribetes blancos. Debajo, llevaba una blusa de seda de color blanco. Además, llevaba unos pequeños pendientes de perlas, discretos pero elegantes, y unos zapatos de tacón de color negro. En cuanto a mi pelo, éste era corto y estaba peinado hacia atrás, dejando mi frente despejada.

—No he visitado mis aposentos aún porque quería hablar con usted cuanto antes, señor. —Apreté su mano cuando me la ofreció—. El placer es mutuo, señor von Galler.

Enseguida, me ofreció descansar, lo cual era lógico teniendo en cuenta que acababa de llegar de un largo viaje. Pero eso era porque aún no conocía lo tenaz que yo podía llegar a ser.

—Oh, no se preocupe. Tendré tiempo de sobra para descansar en los próximos días. Si no le importa, me gustaría que me diera más detalles sobre el asunto por el que me ha hecho venir. Deseo comenzar a trabajar lo antes posible —dije con tono tranquilo pero decidido.

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29/06/2023, 23:01
Lycius von Galler

El imperceptible movimiento, me hizo ponerme en guardia. No por nada especial, sino, porque la cercanía de Mina en este entorno tan mío y tan suyo, me provocaba unos cosquilleos en la piel, semejante a las patas de las orugas reptando por mi costado, mis piernas y mi tripa.

Sus palabras pretendían reconfortarme como siempre se lo proponía y muchas lo conseguía, pero esta vez, esta vez iba a ser diferente. Esta vez el escepticismo y la abulia dinamitaba todas las posibilidades de que la enfermera llevase razón. Y no deseaba nada más que fuera cierto, pero a estas alturas, no pensar ni ilusionarse, era infinitamente más seguro y en definitiva más probable. Era lo que me había enseñado la experiencia. Pero ella lo intentaba y sólo por eso, valía la pena una sonrisa, que a duras penas salió acompañando a un gesto simétrico, de poner un mechón rebelde tras la oreja

—  Veremos —  musité para poner los brazos cruzados frente a mí inconscientemente engrandeciendo mi figura y ampliando esa sensación de distancia. ¿Por qué? No lo sé, ya que cuando está cerca, por trabajo, no me siento mal, pero aquí, en este lugar donde su presencia se potencia y expande... aquí es diferente.

Ponía en cuarentena su comentario sobre que necesitábamos ser extraños ¿más? Lo dudaba. En esta casa había suficiente como para crear un circo de los horrores. Y si no era harto, ahora una... gurú de la nueva ola de tontuneces. Más y más pruebas inútiles e infructuosas, para que dentro de una semana coja su petate y se marche con la misma improductividad con la que vino, haciendo añicos las esperanzas, desequilibrando a Laura y haciendo que tenga a papá en el cogote.

—  ¿Por qué no vienes a cenar? Solo he visto cuatro platos — pregunté azorado y atropelladamente, como si la licencia fuese el pecado mortal mayor del libro de San Pedro. O como si fuesen a poner de entrante a la mariposa Mina confitada en aceite a baja temperatura. Una temeridad