Partida Rol por web

Al ver cómo Nicole se ríe hago lo mismo. Mis carcajadas llenan la estancia a pesar de lo grande que es. Deben ser casi las diez de la noche, pero tampoco creo que a los vecinos les moleste algo de alegría. Aprovecho en ese momento para cambiar mi postura, liberando mi mano de Federico y tumbándome boca abajo en el suelo. Un codo apoyado y la cabeza erguida par seguir mirando a Nicole, y la mano que antes estaba libre acariciando a la gata.

—Eh, eh, pero eso no vale —protesto de buen humor al ver que simplemente acepta mi propuesta—. Yo ahora quiero mi charla, me la he ganado. —Entonces me quedo un segundo callado antes de fruncir el ceño y ladear la cabeza—. ¿Debería darte yo a ti también una? Porque está claro que estás soñando con casarnos, tener tres perros, cinco hijos y  una casa en las afueras —bromeo—. Y yo de aquí no estoy dispuesto a moverme.

—Eh, eh, eh, eh... —protesto, levantando la mano que tengo libre, ya que la otra está siendo aplastada por un hurón—. Que no soy yo la que te ha ofrecido la llave de mi piso —añado, enarcando ambas cejas para después mirar alrededor y empezar a bromear—. Pero no te preocupes, podemos criar la familia aquí. Ahí —digo, señalando un lugar al azar— cabe mi moto perfectamente.

—Eh, eh, eh, eh, eh... —protesto en respuesta a su protesta, encantado con la situación—. Que yo no te la ofrecí-ofrecí. Yo te dije dónde estaba para que pudieras acecharme sin pasar frío —expongo lleno de razón antes de reír con sus palabras posteriores. Después niego con la cabeza.

—Ahí imposible —le digo—. Ahí va nuestra vitrina que no se puede tocar de fotos de la boda y de los niños con tu hermana —expongo antes de emitir un suspiro—. Además, tendremos que pasarnos a un monovolumen. Y conduces tú, porque yo de eso ni idea.

—Un monovolumen —respondo, haciendo una mueca a medio camino entre el horror y el asco—. ¡Un monovolumen! Eso jamás. No. No estoy dispuesta a cambiar a mi pequeña por un monovolumen. —Niego con la cabeza y estiro la mano para ponerla sobre el hombro de Austin, fingiendo una terrible desazón. —Lo siento mucho Austin, pero lo nuestro no tiene futuro. Puedo soportar los niños, los perros, la vitrina con las fotos... Pero el monovolumen no. Eso es demasiado. 

Suelto su hombro y cojo mi cerveza, para dar un trago corto. 

—Y eso es ofrecer-ofrecer —añado, enarcando las cejas—. Lo siguiente sería decirme que deje un cepillo de dientes en tu baño. 

Al ver la mueca de Nicole y su posterior reacción ante la mención del monovolumen no puedo sino reír. Me pongo serio cuando ella pone una mano en mi hombro con esa desazón, y al escucharla finjo entender y asumir.

—Supongo que es lo mejor —enuncio con un hondo pesar, tan hondo como exageradamente fingido—. Es una pena, porque ya había reservado para nuestra luna de miel, pero... —digo antes de encogerme de hombros y suspirar—. Supongo que si no puedes entender que no seremos una familia sin un monovolumen, lo mejor es que lo dejemos ya.

Dicho eso río con ganas.

—Si quieres dejar un cepillo puedes hacerlo, yo no te lo voy a prohibir —expongo con naturalidad, como si no viera nada de malo en ello—. O como si quieres dejar una bici, o qué se yo. Tu casa mi casa y esas cosas —añado.

—No sé, yo soy de los que piensan que si la gente es buena ni siquiera son necesarias las llaves. Me gusta que mis amigos vengan cuando quieran, y eso —expongo antes de encogerme de hombros—. O si están por aquí cerca y necesitan cualquier cosa, que puedan pasarse a cogerla, porque a lo mejor no estoy. Además, ¿qué es lo peor que podría pasar? —pregunto antes de especificar algo riendo—. ¿Que me pillaras desnudo?

Definitivamente este chico tiene alma de canadiense. Niego levemente con la cabeza, con cierta incredulidad en un gesto claro de «No tiene remedio» y me río, porque es lo único que se puede hacer ante esto. 

—Eres único —digo entonces, sin que quede claro si es un elogio o todo lo contrario—. Raro como un perro verde, sí, pero oye, tienes cierto encanto y todo. 

Cruzo las piernas a lo indio y tanteo a ver si el hurón se deja coger para ponerlo en mi regazo. 

—Aunque con esa filosofía no me extraña que no te haya funcionado nunca lo de tener novio. O novia —reflexiono en voz alta—. Hay poca gente en el mundo capaz de compartirla. Yo desde luego no podría jamás. 

En cuanto Nicole dice esas cosas, juntando al mismo tiempo cosas que deberían ser halagos con insultos, sonrío un poco y me cruzo de hombros con sencillez.

—Gracias, supongo —le digo mientras con el movimiento de ella Clint demuestra que hace rato que se ha quedado dormido.

Ante sus palabras posteriores, sin embargo, frunzo el ceño.

—No tiene nada que ver con eso —le digo carente de molestia—. Yo entiendo que yo puedo ofrecer mi intimidad a todo el que quiera verla, y que eso es mi decisión —expongo, haciendo un gesto con la mano libre para abarcar la estancia—. Si no no tendría así mi casa.

—Pero también entiendo que en una relación de pareja no puedo ofrecer la intimidad de la otra persona a la gente que a mí me apetezca. Ahí las cosas cambian, y no hay nada malo en ello. Esa es su decisión, no la mía —expongo antes de dedicarle una sonrisa plácida, hablando con calma de algo en lo que he pensado mucho—. Bastante regalo es que me la ofrezca a mí.

Por unos segundos hago una pausa, valorando durante sólo un instante si decir las siguientes palabras o cómo podrán ser tomadas. Sin embargo antes de que pueda tomar una decisión consciente mi lengua ya ha hablado por mí.

—Rachel dice que no hay nadie mejor que yo en el compromiso, pero que no me he encontrado con nadie con quien quiera comprometerme en ese sentido —expongo antes de encogerme de hombros—. Yo sólo sé que la última vez que me enamoré tenía diez años, así que no descarto que no vuelva a pasar —digo—. Pero no me quejo. No estoy mal así, y me libro de escribir moñadas que no van a ninguna parte.

Después de esas palabras me quedo unos instantes callado, mirándola. Es evidente en mi actitud que lo que acabo de decir es algo de lo que no suelo hablar, pero tampoco me importa demasiado. Entonces digo algo más con una sonrisa ladeada.

—Si eres capaz de decirme algo malo que pueda pasar porque mientras yo sea sólo yo tú sepas cómo entrar en mi casa, te quedas el libro —prometo, haciendo un gesto con la barbilla hacia La Mecánica del Corazón.

Ya con el animal sobre las piernas continúo acariciándolo con suavidad, teniendo cuidado de no despertarlo. Mientras, escucho a Austin, dedicándole breves miradas. No es difícil ver en mi expresión que no estoy muy de acuerdo con la mayoría de lo que dice, pero tampoco le interrumpo ni nada. Al fin y al cabo, es su forma de ver las cosas y tampoco creo que nadie tenga más razón que el resto en cuanto a eso.

Cuando termina, sigo su mirada hacia el libro pero al volver a mirarlo a él, acepto su cambio de tema y me encojo de hombros.

—Podría irrumpir en tu casa cuando no te apeteciera verme. O cuando estuvieras en un momento íntimo con alguien, haciéndole sentir incómodo. Apenas me conoces. No sabes si en el fondo soy una asesina en serie que disimula muy bien. Podría colarme en tu casa mientras duermes y estrangularte con el cable de la máquina de tatuar. O taladrarte una melodía en la cabeza —añado, haciendo un pequeño gesto hacia la caja de los tubos musicales—. O podría ser aún más cruel y robarte a este bichito. —Bajo la mirada hacia el hurón. —O plagiar tu obra antes de que la publiques... —Me encojo de hombros. —No sé, mil cosas. 

Entonces ladeo la cabeza volviendo a mirarlo a él. 

—O tal vez podría no ser yo, sino alguien que me viera cogiendo la llave porque yo no tuviera suficiente cuidado. 

Voy escuchando la enumeración de casos que Nicole me ofrece, y no tardo en encogerme de hombros, sonriendo, en cuanto empieza a poner hipótesis sobre la mesa que son totalmente disparatadas.

—Yo he hablado de que tú sepas cómo entrar, no de que una asesina roba mascotas con tu cuerpo sepa hacerlo —respondo tranquilo—. No sé, no creo que ninguna de esas cosas sean posibles con la gente que puede entrar, la verdad. Lo de matarme, plagiarme y eso —expongo—. Y si se da una situación rara por culpa de la casualidad... Bueno, tampoco es malo-malo, es algo que se arregla en un minuto —digo volviendo a encogerme de hombros.

—Entiendo lo que dices, pero creo que las cosas buenas superan a las remotas posibilidades —expongo sonriente antes de hacer un gesto con la cabeza, volviendo a bromear de manera clara—. Y esa es la peor excusa que me han dado para pedirme llave propia —añado al final como si esa hubiera sido su intención, riendo antes de amenazarla—. A ver si vamos a tener que tener una charla.

—¿Pero no la estamos teniendo ya? —bromeo con una risita para después negar con la cabeza—. Puedes estar tranquilo, no me gusta tener llaves de las casas de nadie, ni entraría nunca en tu casa sin avisar. Y no estoy juzgando tu forma de vida, es la tuya y eso es totalmente respetable... —Me encojo de hombros. —Pero yo no podría vivir así.

—Y por otra parte, si tuvieras que cambiarla para poder respetar a tu pareja, ya no estarías siendo tú mismo y creo que terminarías ahogándote. A eso me refería con lo que dije antes. —Ladeo la cabeza para contemplarlo en silencio por un instante. —No se trata sólo de un compromiso, sino que las piezas del puzzle tienen que entrar con suavidad y encajar. Si se fuerzan, al final terminan saltando. 

Entonces levanto un dedo para puntualizar algo más.

—Y las moñadas no tienen nada que ver con el amor.

Dedico a Nicole una sonrisa cuando responde así al tema de la conversación. Y no puedo evitar sentirme un poco raro al pensar que sí, que quizá estamos teniendo algo parecido a eso.

—Al final nadie entra sin avisar —comento, y por un momento bromeo pareciendo decepcionado. Luego me encojo de hombros—. No te preocupes, no me siento juzgado —expongo—. Así como espero que tú tampoco.

Después de eso me dejo caer del todo al suelo, dándome la vuelta y quedando tumbado boca arriba. Sólo la mano que está con Federico se queda quieta y desde allí veo a Nicole al revés mientras valoro sus palabras sobre tener pareja.

—Pensaré en ello —prometo, teniendo realmente la convicción de hacerlo. Luego me tomo un instante—. Pero también, si se diera ese caso, yo creo que las cosas se irían viendo poco a poco. No voy a irme a vivir con nadie por tres polvos tontos, y si en algún momento quiero hacerlo ya será otra cosa. Otro sitio, otro momento vital, ganas de otras cosas, no sé —digo encogiéndome de hombros—. A lo mejor para entonces me apetece cerrar puertas y ventanas, o tener un portero llamado Giacomo que reciba a las visitas.

Desde allí, mirándola como su estuviera a punto de caerse desde el techo, le dedico una sonrisa invertida.

—Pero sobre lo que decías —retomo—. Es bueno que estemos con una idea parecida. Si hubieras malentendido algo de esto la verdad es que sería una pena. Follar no es lo mejor que hacemos, pero lo hacemos de puta madre —confieso sin tapujos, sin plantearme siquiera la opción de callarlo según me viene.

—Girolamo, mucho mejor —corrijo cuando menciona el supuesto nombre del supuesto portero, con una sonrisa de medio lado. No me molesto en explicar a qué se debe el cambio de nombre, presupongo que lo entenderá y si no, tampoco importa.

Después lo contemplo así al revés y sonrío con curiosidad por sus últimas palabras. 

—¿Y qué es lo mejor que hacemos? 

Sin embargo, no espero que responda antes de seguir hablando.

—Yo no te conozco tampoco mucho, así que es probable que me equivoque... —empiezo, arrugando levemente la nariz—. Pero me da la sensación de que si no te enamoras es porque no te dejas. Sé de lo que hablo porque es lo que he hecho yo en los últimos años, apagar la llama antes de que se encienda. Pero si ya das por hecho que no va a salir bien, es difícil que lo haga. Creo que aprovechas el hecho de ser tan abierto para cerrarte. —Ladeo entonces mi sonrisa. —Y no te pega nada limitarte.

Hago una pausa y suspiro entre dientes, bajando la mirada hacia el hurón. 

—Tengo un problema. Uno muy grave —anuncio, cambiando radicalmente de tema y levantando los ojos con una petición de auxilio en ellos—. Necesito hacer pis, pero no quiero despertar a Clint. 

Mis ojos brillan durante un instante con ilusión al escuchar el nombre que propone Nicole para el portero ficticio.

—Girolamo —repito asintiendo—. Y le llamaremos Gigi —enuncio con complicidad, encantado.

Luego, ante su pregunta, ladeo un poco la cabeza aún en el suelo. Sin embargo antes de que responda ella sigue hablando y mi ceño se frunce un poco mientras le doy algunas vueltas a eso. No llego a protestar, pues aunque mi mente quiere rechazar por instinto esa idea mi pecho me dice que no puedo hacerlo sin valorarla.

—Pensaré también en ello —prometo antes de buscar la mirada de Nicole, ladeando mi sonrisa—. Y que sepas que acabas de parecer Rachel hablando así —añado mientras ato uno de esos hilos de pensamiento a aquellas promesas para que no se escapen y poder rescatarlas más adelante.

Acto seguido, cuando me pide auxilio de esa forma, no tardo en reír con su expresión y sus palabras.

—No tengo claro si quieres que te traiga un orinal o que lo despierte yo —bromeo como si fuera en serio. Sin embargo no tardo en incorporarme un poco y acercarme, apartando la mano poco a poco de debajo de Federico—. Anda, trae —le digo mientras me siento pegado a ella, pierna contra pierna, y cojo a Clint con delicadeza para arrastrarlo hacia mi regazo.

Mi sonrisa se amplía cuando Austin pilla la referencia y ladeo un poco la cabeza.

—¿Y le contará historias a las visitas? 

Sin embargo, no es más que una pregunta retórica y en cuanto me libra del peso del hurón dormido me levanto y estiro las piernas. 

—Ahora me explicas si eso es bueno o malo —bromeo a la comparación con su hermana, ya de camino hacia el baño. 

Al volver no me siento de nuevo, en lugar de eso me quedo de pie, apoyando la espalda y los codos en la encimera.

—No me has respondido. ¿Qué es lo que mejor hacemos? —pregunto, insistiendo por pura curiosidad.

—Claro que es bueno —asiento mientras ella se marcha, ya con Clint sobre el regazo.

Para cuando vuelve estoy con Federico otra vez sobre mi mano, sentado y con Clint en las piernas. Le hago un gesto, pidiéndole que acerque algunos de los cojines del futón, y entonces la miro durante unos instantes pensando en su pregunta.

—No hay una sola palabra para decirlo —afirmo ladeando un poco la cabeza, mirándola a los ojos, antes de buscar las que me parecen más adecuadas para explicar un concepto que quizá sólo existe en mi pecho.

—Tu mundo y el mío son muy distintos, pero cuando coincidimos encajan —explico con naturalidad—. Me mola conectar y ver que aunque no lo hablemos pensamos lo mismo de los chavales, o que puedo entender cosas como la mecánica, y que tú ves un poco más la poesía. Sobre todo la que no está escrita —prosigo formando una media sonrisa, hablando como si tuviera la certeza de que eso es cierto—. Y lo pasamos bien —concluyo al final, aún sin estar convencido de que eso sea lo que define lo que quiero decir.

Después de esas palabras me tomo un instante más, poniendo a Federico primero y a Clint después en los cojines. En cuanto están juntos y sobre mullido no tardan en abrazarse.

—¿Y tú? —pregunto entonces con naturalidad, como si aquella fuera una cuestión más sin importancia—. ¿Qué crees que es lo que mejor hacemos?

Escucho a Austin con atención, tratando de entender lo que quiere decir más allá de las palabras. Aunque finalmente es el resumen que hace lo que me saca una amplia sonrisa.

—Sí —asiento—. Lo pasamos bien. 

Sin embargo, cuando me devuelve la pregunta me quedo pensativa, sin tener ni idea de qué responder a eso. Parpadeo y dejo que mi mirada se pierda entre las líneas enrevesadas de sus paredes, cruzándose con dibujos y letras, buscando en mi mente la respuesta. Analizo las veces que nos hemos visto más allá de cruzarnos un minuto en el instituto, y me doy cuenta de que tampoco han sido demasiadas como para tener una idea muy asentada. 

—Creo —digo finalmente, tras varios segundos— que lo que mejor hacemos es olvidar los riesgos y no dejar que las consecuencias nos aplasten antes de tiempo. 

Arrugo la nariz, algo insegura con lo que acabo de decir, porque joder, si ha sonado tan vago como me ha parecido, no se debe entender bien lo que pienso. 

—Bueno, a lo mejor necesito darle unas vueltas antes de explicarme mejor. Pensaré en ello, ¿vale? —ofrezco, desviando mi mirada a los dos animales y contemplándolos con ternura mientras se abrazan sobre los cojines.

Escucho la respuesta de Nicole y me quedo unos segundos en silencio pensando en ella. Finalmente asiento y comienzo a ponerme en pie, estirando espalda, brazos y hombros más tarde.

—Vale —asiento de buena gana a su pregunta. Después, sólo inclinándome hacia adelante, aprovecho para coger las dos cervezas y estirar las piernas. Aunque entonces una conclusión de unos segundos atrás termina de tomar forma—. Me gusta porque convierte el sexo no en una causa, sino en una consecuencia —afirmo antes de volver a mirarla.

—Y tras este momento existencial —enuncio mientras me dirijo a dejar los dos botellines sobre la encimera, dando un trago al mío—, ¿hacemos una pizzas? ¿De qué te apetece? Tengo de todo.

Me incorporo cuando se acerca y estiro la mano para coger mi cerveza y terminarla de un trago.

—¿De bacon y champiñones? —propongo, acercándome a la pila para lavarme las manos antes de cocinar—. O vegetal... ¿Cuál es tu preferida? A mí me gusta casi todo. 

Ya con las manos limpias me acerco a él y pongo los brazos en jarras, ladeando un poco la cabeza.

—Tú mandas, ¿qué hago?

Escucho las propuestas de Nicole, y se nota de sobra que me gusta mucho más la segunda que la primera. Sin embargo no tardo demasiado en pensármelo.

—Vamos a hacer dos —aseguro—. Así puedo enseñarte guay para que la hagas tú luego en casa. ¿Una vegetal y otra de pollo a la parrilla con champiñones? —propongo antes de hacer un gesto hacia el armario—. Ve sacando sal, harina de fuerza y normal, levadura y aceite —le digo mientras me acerco al grifo y empiezo a dejar correr el agua—. Y prepárate para mancharte —añado con una sonrisa.

—Lo primero que vamos a hacer es la masa —señalo lo evidente mientras voy sacando dos boles grandes y algunas cosas para batir—. La gente normalmente lo hace sólo con eso, pero yo le hecho también un huevo y algo de pimienta. Podemos hacer una con y otra sin para que compares, ¿te hace?

Dichas esas palabras hecho en uno de los boles algo de agua. En el otro, en cambio, rompo el huevo y se lo paso para que ella vaya batiendo.

—Voy a medir las cantidades, luego te las apunto si quieres —me ofrezco y me pongo a ello usando una pequeña báscula de cocina. Mido primero para una pizza, la del huevo que ella está batiendo, y me acerco a echar los ingredientes uno por uno: la harina de fuerza tamizándola, luego el aceite, luego la normal, luego la levadura... Y finalmente cojo algo de pimienta negra y se lo echo también. Lo hago mirando a Nicole continuamente y sin perder la sonrisa. Y después hecho un poco del bol de agua en donde ella sigue batiendo.

—Y ahora hasta que esté todo uniforme —comento, dejándola mientras preparo el otro bol para batirlo yo. Entretanto me siento en la encimera mientras le voy dando vueltas tanto a la masa como a las ideas.

—Oye —la llamo entonces—, no esperaba que conocieras así Momo, no lo he visto en tu casa —enuncio antes de hacer un gesto con la cabeza—. ¿Cuál es tu libro? —pregunto, sin creer necesario añadir ningún adjetivo que especifique más mi pregunta.

Asiento al cambio de sabor sin ningún problema. Bacon, pollo, me gustan las dos cosas. En cuanto empieza a dar indicaciones, las voy siguiendo. Abro el armario que señala y busco los ingredientes. Cuando menciona que me voy a manchar le dedico una sonrisa de medio lado.

—Es tu ropa —respondo de buen humor. Sin embargo, antes de continuar busco una goma en mi mochila para recogerme el pelo en una coleta.

Bato el huevo y me voy fijando en todo lo que va haciendo. Tampoco creo que haga pizza casera a menudo, pero una nunca sabe cuándo necesitará recetas para preparar una cena italiana, ¿no?

—Es que no lo tengo en casa —digo entonces, apartando la mirada de la masa para mirarlo a él sentado en la encimera—. No tengo ninguno de los libros de cuando era pequeña, supongo que se quedaron en casa de mi madre o los tendrá Cécile... O se habrán perdido en alguna mudanza, he hecho unas cuantas. A lo mejor los tiene Hugh guardados para cuando tenga hijos de verdad... 

Suelto una risita con esa idea y después mis labios se curvan en una sonrisa.

—Memorias de África. Aunque tampoco lo habrás visto en mi casa, se lo he prestado a Elliott.