Partida Rol por web

Castillos de arena

Tinta tus sueños

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09/02/2016, 23:07
Austin Garret-Jolley

No respondo en un primer momento al asunto del ingrediente secreto. En lugar de eso me quedo esperando su mano, que no tarda en mucho en llegar.

—Te diría que es maría —le digo entonces con naturalidad—, pero eso es de todo menos secreto —expongo antes de hacer una pausa para liberar una mano y tomar una cucharada del mío. La miro entonces un instante. El rubor de mis pómulos ya se ha extendido a mis mejillas, y mis ojos revelan que algo sucede tras las pupilas —. Calabaza, pero muy poco, sólo unas rayaduras.

Después de eso busco otra cucharada, llegando ya al chocolate fundido del centro, y libero su mano.

—¿Dónde tienes las pomadas? —pregunto poniéndome en pie, y me ausento un instante para ir a buscarlas, aunque al final traigo también un par de gasas húmedas. Después de todo, dijo que me portara como si fuera mi casa. Entonces le hago un gesto, pidiéndole que se ponga un poco más de lado, y me siento a su espalda. Me planteo por un momento pedirle el botiquín por si de verdad estuviera infectado, o algo, pero antes le echo un ojo.

—Bueno, no tiene mala pinta —le digo con un tono que no ha perdido nada de alegría—. Es porque en la zona de la torre es el más grueso —explico—. La piel cicatriza primero en los bordes, y luego hacia dentro, pero a este le cuesta un poco más y se reseca. Intenta hidratártelo unos días más a menudo, y listo. O incluso puedes adelantar unos días la humectante —expongo mientras uso la primera gasa para limpiarlo por encima y destapo la crema antibacteriana—. Le queda poca costra, así que pronto te dejará de picar —prometo—. Y si vuelve a hacerlo, me avisas y vemos cómo lo amenazamos —propongo en broma. Entonces llevo mi mano a su espalda y empiezo a extender el remedio por las líneas de la torre.

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09/02/2016, 23:50
Nicole Nazar

Al escuchar el primer ingrediente no-tan-secreto se me escapa una risa tonta. Joder, parece que me haya leído la mente. Y al escuchar el segundo, el secreto de verdad, asiento con la cabeza, tomando nota. 

En cuanto me suelta la mano, cojo otro trozo y tras comérmelo chupo la cuchara observando cómo Austin se levanta. Mis ojos van un segundo por detrás de su movimiento, algo lánguidos como para seguirlo, pero todavía capaces de alcanzarlo.

—En el baño, detrás del espejo —respondo, sacándome la cuchara de la boca—. Pero justo ahora no me pica, me puse kilos de crema después de ducharme —informo a su espalda, sin preocuparme demasiado porque siga caminando.

La verdad es que está bien esto de tener invitados que no se portan del todo como invitados. Así tengo la parte buena de hacer de anfitriona, sin la parte mala que suele conllevar traer y llevar todas las cosas que surjan. 

Con esta idea, cojo un trozo más de coulant y me lo llevo a la boca. Poco a poco mi sonrisa se va estirando con facilidad y cuando vuelve, estoy bebiendo un pequeño sorbo de mi copa.

Está bueno el coulant, eh —informo, por si no se había dado cuenta. 

Después me giro un poco, dándole la espalda y estiro el cuello hacia el lado contrario para que el pelo no le moleste. Suelto una risita con su chiste que no es malo, sino malísimo, pero que por algún motivo inexplicable me hace gracia. Y cuando el frescor agradable de la crema se extiende por mi hombro, cierro los ojos. Mi espalda hipersensible agradece que sea una mano ajena la que realice esos gestos y la verdad, es más cómodo que hacerlo yo sola retorciéndome para alcanzar a todas partes. Creo que podría ponerme a ronronear en este momento.

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10/02/2016, 00:35
Austin Garret-Jolley

La verdad es que es ahí, a su espalda y extendiéndole la crema, cuando por primera vez mi cabeza se pregunta qué hora será. Y el único motivo para ello es recordar que tiempo atrás, cuando entré en esta casa por primera vez, el pelo de Nicole estaba mojado.

Lo cierto es que se me hace divertida la idea de repasar el tatuaje, con todas líneas, con los dedos. Comienzo dándome pomada sólo en las yemas y pasando por cada línea con cuidado, quedándome casi hipnotizado al pasar por los relieves de mi dibujo. Vale, puede que la maría tenga algo que ver, pero lo cierto es que sentirlo al mismo tiempo en tacto y vista es una pasada. Mientras tanto, de vez en cuando, empleo la mano libre para seguir comiendo algo de mi postre y no se derrita el helado. No tardo en terminar el primer coulant, y al hacerlo mis ojos se paran unos segundos en el cuello de Nicole.

—Es por el ex-ingrediente secreto —digo entonces, a pesar de que sé que eso sólo le da un punto. A mí mismo me entra una risa un poco boba al pensar en lo poco secreta que es ya la calabaza—. Bueno, y porque los franceses son la polla —añado después, convencido en ese momento de que una nación capaz de inventar un pastel así y de ponerle de nombre "pollo" a un plato que no lleva pollo no puede tener nada de malo.

—Hay otros cuatro en la cocina —informo después—. Y como me siento generoso si no nos los acabamos te los quedas.

Mientras tanto mi mano ha recorrido ya varias veces todo el tatuaje, y he pasado de usar sólo las yemas a utilizar los dedos completos. En algún momento, además, he pasado hasta su cuello ya que estaba ahí, llamándome la atención, y no sé muy bien como ahora estoy dándole un masaje con ambas manos.

—Este ya está. Luego te echo más antes de irme —digo tras unos segundos de darme cuenta de que aquello no era lo que estaba haciendo. Ese antes de irme en estos momentos suena tan abstracto que no tengo muy claro si ya habrá amanecido o si por el contrario será en veinte minutos, pero tampoco es algo que me preocupe lo más mínimo. Entonces me aparto un poco, dejando espacio para que se tumbe—. A ver el de las costillas.

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10/02/2016, 01:13
Nicole Nazar

—Sí que lo son —respondo, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldo del sofá.

Aunque no sé muy bien cómo ha terminado ahí. Ni tampoco cómo ha terminado Austin dándome un masaje a dos manos. Tengo la impresión de que me voy a derretir en cualquier momento. Y con sus siguientes palabras se me empieza a escapar una risita floja. 

—Me los llevaré para  —empiezo a decir antes de soltar una carcajada y tener que parar un instante— el recreo. —Otra carcajada sacude mi pecho y cuando tras unos segundos aparta las manos estiro el cuello hacia un lado y hacia el otro, con una sonrisa lánguida y fácil en los labios. 

Hmmmm, me has dejado como nueva —digo con tono agradecido, buscando sus ojos—. Gracias. 

Tardo algunos segundos en relacionar su última frase y cuando lo hago, mi mano se mueve un poco palpando el tatuaje por encima de la camiseta. 

—Ese está bien, lo que pasa es que el sujetador queda justo encima y en los ratos en que llevo me pica —lo explico con naturalidad, sin pensar mucho en lo que estoy diciendo—. Y a clase no puedo ir sin. 

Miro hacia el sofá y me lo pienso un instante. Tal vez no sea la mejor de las ideas que me quite la camiseta con la cantidad de alcohol que llevo ya en la sangre. Miro a Austin y ladeo un poco la cabeza. O quizá sí que lo sea. Esa sensación conocida vuelve y mi estómago cosquillea. Una sonrisa de medio lado aparece en mis labios cuando decido tumbarme boca arriba y dejar de darle vueltas. 

Levanto la camiseta por el extremo en el que está el tatuaje y me muevo un poco, poniéndome cómoda. Como su intención sea darme un masaje como el del cuello creo que me voy a despejar de puta madre. Lo malo es que no puedo irme a casa de Ashton a estas horas, borracha y colocada, pero la verdad es que ahora mismo cómo solucionaré el problema, si llega a darse, me preocupa más bien poco. 

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10/02/2016, 01:59
Austin Garret-Jolley

Al escuchar el comentario de Nicole sobre los coulants y su risa posterior me contagio de ella inevitablemente.

—Deberías darle uno al director Higgens —le digo entre risas—. Tiene cara de no haber probado la comida francesa en su vida —añado entre carcajadas, casi llorando al imaginarme al director intentando dar una charla con el tatuaje del dragón y colocado.

Luego, cuando me mira y me da las gracias, a punto estoy de hacer un chiste sobre... Bueno, ni sé sobre qué, pero la verdad es que el momento lo pide. Y el chiste no llega a formarse, pero sí suelta igualmente mi risa.

—Nada que agradecer —le digo—. Luego ya pensamos qué me das esta vez a cambio —enuncio sin pensar, y no tardo en irme hacia lo de un rato antes—, o me tatúas una patata.

Cuando mi risa se disipa tras ese comentario no tardo en apartarme, y al escuchar sus palabras las ignoro por completo, arrodillándome al lado del sofá. Más que nada porque por más que hablaba yo estaba convencido de que le parecía estupendo. Y parece que tenía razón.

—Pues yo voy sin sujetador —argumento mirándola a los ojos, intentando mantenerme serio—, y creo que no soy el único.

Tras esas palabras dejo que ella se ponga cómoda mientras busco con la mirada dónde dejé la otra gasa. Por un momento me cuesta mantenerme sin volver a reír, pero al ver el tatuaje me pongo un poco más serio. La profesionalidad es lo primero. Aunque una mirada se me escape hacia su pecho, es una mirada casual, sin importancia.

Observo entonces la zona y la voy limpiando con la gasa de una manera metódica, aprendida.

—Es verdad —reconozco entonces—. Está un poco más levantado en la zona más alta. Pero tampoco va mal.

Tras esas palabras vuelvo a pasar por toda la línea, dibujándola con la gasa, antes de deshacer una vez más ese mismo camino. Al llegar a la parte discontinua no puedo evitar que me haga gracia pasar sólo por las zonas pintadas, como si estuviera pisando sólo las rayas blancas de un paso de cebra.

Una vez lo considero suficientemente limpio ladeo mi postura y para quedar sentado en el suelo, de cara a ella, y echo como antes en la yema de mis dedos la crema antibacteriana. Luego paso a ponerme cómodo, apoyando el costado en el borde del sofá y pasando la mano libre por encima del vientre de ella, como si la estuviera abrazando. Y después, con los dedos, empiezo a recorrer el tatuaje poco a poco, usando sólo la punta. Igual que antes al llegar a la zona que sólo está pintada a medias vuelvo a pasar únicamente por donde hay marcas, y me centro más en esos lugares por ser los más altos.

Conforme voy trabajando voy siendo al mismo tiempo más y menos consciente de lo que estoy haciendo. Las cosas se empiezan a difuminar, como antes, cuando me pasé a su cuello, pero de una forma mucho más leve. Cambio de crema entonces, pasándome a la hidratante y repito el proceso. Sin embargo esta vez no tardo en usar la mano completa, y cuando me quiero dar cuenta el brazo la rodea la sujeta de una forma más firme.

Sin llegar a decir nada, cuando en un momento dado me doy cuenta de ese cambio busco sus ojos, temiendo haberla incomodado. Aunque incluso si lo he hecho, la verdad es que la situación no deja de ser un poco graciosa: estar repasándole un tatuaje que no lo necesita con unas cremas que ella misma podría aplicarse sin problemas.

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10/02/2016, 02:32
Nicole Nazar

—Creo que no es exactamente lo mismo —respondo tras soltar una carcajada a su comentario sobre ir sin sujetador. Niego con la cabeza y vuelvo a reírme—. No, gracias. No quiero dar clase sin sujetador a una panda de vándalos con las hormonas a flor de piel. 

Y a flor de piel es como tengo yo los nervios en cuanto empieza a pasar la gasa por el tatuaje. Trato de mantener la mirada apartada, pero se me van los ojos a su mano todo el rato, una y otra vez. Tomo aire lentamente, armándome de paciencia y encomendándome a quién sabe qué divinidad mística. 

Sin embargo, lo peor está por venir. Cuando pasa su brazo por encima de mi vientre toda mi piel se eriza con su contacto, siguiendo su estela hasta dejar tras de sí mi carne de gallina. Me noto los labios secos y saco la lengua para humedecerlos. Termino por cerrar los ojos, disfrutando de la sensación de sus dedos extendiendo la crema y el alivio que ésta aporta a mi piel. Joder. Noto perfectamente cómo me voy encendiendo y mis dedos se enredan con el borde de mi camiseta y con mis cabellos, tratando de mantenerse ocupados para no acariciar la línea del ala que adorna su espalda y su brazo. 

Contengo el aliento cuando la caricia pasa de los dedos a toda la mano y tardo varios segundos en volver a vaciar mis pulmones, haciendo un esfuerzo consciente por mantener mi respiración en un ritmo regular. Siento el vino latir en mis venas en un ritmo contrapuesto al pulsar de la adrenalina y entre ambos, casi me siento como si estuviera dentro de un tambor retumbante, cálido y excitante. Si el otro día me puso como una moto, hoy me tiene completamente derretida bajo su mano. 

Para cuando busca mi mirada, se encuentra con mis ojos brillantes y oscurecidos, algo entrecerrados, clavados en su mano. Y noto con claridad que mis mejillas están sonrojadas. Levanto la mirada para cruzar mi mirada con la suya y un pequeño suspiro ronco se escapa de mi garganta. 

Trago saliva despacio y me gustaría decir algo, tal vez hacer un chiste que acompañe esa alegría cantarina con la que late mi sangre. Pero la verdad es que no me salen las palabras. En un impulso suelto la camiseta y acerco mi mano para enredar mis dedos con los suyos. La crema hace que se deslicen con facilidad y mis labios forman una pequeña sonrisa de medio lado, tentadora y desafiante. 

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10/02/2016, 14:19
Austin Garret-Jolley

Al ver los ojos entrecerrados de Nicole mirando mi mano lo primero que pienso es en lo gracioso que sería que se estuviera quedando dormida, o hipnotizada. Sin embargo en cuanto levanta la mirada y la siento respirar de aquella forma no hay duda de que las cosas van por otro camino.

Un instante más tarde, al ver que suelta su camiseta, una densa expectación crece dentro mí, dulce por el vino y caliente por las sensaciones que se beben del ambiente. Ella toma mi mano, enredándose con mis dedos, y la imagen me resulta al mismo tiempo tan bella, excitante y poética que sólo puedo mirarla con una mezcla de admiración y deseo. Su sonrisa es devuelta con una mirada fija e intensa, prometiendo una respuesta a esa aceptación disfrazada desafío que nadie ha puesto en voz alta pero que parece estar lanzando para rodearme.

La mano que la rodea, abraza y sostiene tira un poco de ella en ese entonces, como pidiéndole que se ponga de lado y se acerque más al borde del sofá. A mí. Los dedos de la otra mientras tanto empiezan a recorrer los suyos como si fueran una parte más de los tatuajes que pueblan su piel, repasándolos, extendiendo sin prisa esa crema por toda su mano. Después, cuando su piel se ha vuelto prácticamente seda, vuelvo hacia sus costillas, retomando el trabajo de acariciar su tatuaje de una forma distinta. Lo hago sin soltar del todo sus dedos, sujetando sus puntas entre los míos, y las caricias sobre su piel son ahora mucho más extensas e intensas. Pasan por encima de la tinta, pero se extienden más allá, y pronto he liberado su mano y estoy ascendiendo más de lo que el tatuaje señala, metiendo ya los dedos por debajo de su camiseta un poco más con cada pasada.

No separo de sus ojos los míos en ningún instante. Mis pupilas están dilatadas y mi mente prácticamente apagada. Los pocos pensamientos que hay dentro de mi cerebro no son para decidir qué hacer o cómo, que de eso se encargan mi pecho y mi vientre, ni tampoco acerca de cómo vamos a acabar. Ya lo dirá el tiempo.

Si no digo nada es por la latencia. Por el pulso de las cosas. Por cómo siento que ahora todo está en su ritmo, y por sentir que cualquier palabra entraría en contrapunto en estos momentos.

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10/02/2016, 16:13
Nicole Nazar

Giro sobre mi costado, en un movimiento que no se ha detenido desde que comenzó en su brazo y que ahora continúo en esa sincronía que no diferencia un cuerpo del otro. Ya en el borde y para no perder su mirada, doblo el otro brazo, apoyando mi cabeza en la mano. 

Me siento rara, mucho. No es un acercamiento como cualquier otro, en el que una sabe lo que viene después. Primero las pieles, después los labios, finalmente los cuerpos. Tan sólo hay que dejar que sea el instinto primario subyacente quien tome el control y todo lo demás sucede por sí solo, desordenado, pero dentro de un orden. Engranajes dentro de engranajes, mecánica pura aplicada al deseo.

Pero ahora me siento envuelta en una nebulosa extraña que no tiene nada que ver con el vino. Es casi como si estuviese rodeada por una melodía cálida y etérea. Y no tengo ni idea de cuál es la siguiente nota en una partitura que ni siquiera creo que exista. De alguna forma esa percepción artística que no sabía que poseía y que se despertó con la angustia de un poema, todavía permanece latente, haciéndome apreciar cada instante de una forma más allá de lo mundano. Como si la belleza del momento predominase sobre el momento en sí y lo único importante fuese mantener hermoso ese guión no escrito. 

O a lo mejor es que se me han subido los coulants a la cabeza y estoy desvariando cosa mala. Que por otro lado parece muy probable, pero si hay algo que tengo claro en este momento de dulce confusión es que no seré yo la que detenga este lo que sea poniéndome a pensar. 

Mantengo mi mirada fija en la de Austin, tiñéndose de una pasión extrañamente contenida, aplacada y tumultuosa al mismo tiempo, que quiere más y lo quiere ya, pero que al mismo tiempo desea mantener esa contemplación extraña bebiendo de sus ojos.

Mis dedos se entrelazan con los suyos para repasar mi propia piel que de repente parece percibir la caricia compartida como si no fuera mi mano la involucrada. Y en cada una de las pequeñas incursiones bajo la camiseta, trato de llegar un poco más allá, un milímetro más lejos, impulsando ese movimiento con la expectación y la tensión por no saber qué pasará después, pero ansiando averiguarlo. 

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10/02/2016, 19:11
Austin Garret-Jolley

Notar que, tras liberar la mano de Nicole, esta sigue acompañándome, hace que sienta el calor de mi estómago como si no fuera solamente mío. Es difícil decir quién de los dos nos guía en esa unión sobre su piel: si yo, que comencé aquellas caricias y las dejo ir por donde el universo me pide, o ella, que cada vez parece llevarnos un poco más allá. Al final ese movimiento armónico, ascendente y descendente se extiende tanto que llegamos hasta la altura de su pecho, rodeándolo por el costado, y al bajar rozamos el hueso de su cadera. Y es perfecto.

Y en cada una de esas caricias de nuevo el viaje por ese tatuaje, como si nuestras manos estuvieran recorriendo el mundo a través de sus monumentos.

No tardo en darme cuenta de una manera subconsciente de por qué todos hilos de mi pensamiento están quietos. No es que mi cabeza esté apagada, no. Es que están tendidos entre mis ojos y los de ella, tendiendo un puente que comunica más que nuestros cuerpos. Sé de manera racional que eso no es más que poesía, pero en estos momentos es tan real como mi propia piel.

Esa otra mano, la que había iniciado el movimiento de traer a Nicole conmigo, ha terminado por sujetarse al lugar más cóncavo de su cintura. Sin embargo no permanece mucho tiempo allí. Son mis uñas las que guían su marcha, deslizándose despacio a la cara oculta de su cuerpo, empezando a recorrer su espalda muy lentamente. Para no detenerla acabo por incorporarme un poco, alzándome sobre mis rodillas, y al acercarme de esa forma a Nicole la intensidad de mi mirada crece de manera irremediable.

Ahora, más que cuando la estaba tatuando, siento su aroma. Y sin embargo no es el único que percibo. La excitación y la certeza de que este momento está cargado de magia y de electricidad estática se suman a lo demás.

Y al final, aún sin decir nada, me dispongo a acercarme más. Mis movimientos son lentos, cargando cada uno de la importancia que tiene, y cuando decido poner mi oreja sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón casi deseo que ella pueda oírlos a través de mi. Que de mi oído se extiendan a mi mano, y de mis dedos a los suyos.

Sé que eso es posible. Lo único que he de hacer —y hago— es liberarnos de su tatuaje y empezar a llevarnos hacia allí. Aprovecho una de esas veces en que ascendemos, como si saliéramos del agua, para desviar un poco nuestra dirección, y al llegar al final rodeamos su pecho por dentro de la camiseta. Siento su pezón en mi muñeca, y en ese momento mis ojos brillan un poco más, porque hasta alguien que se dedica a la poesía se eriza con ese tipo de cosas. O incluso más él que otros. Y finalmente, cuando llegamos al punto en que podemos sentir su corazón a través de las yemas de los dedos permanezco así, quieto durante unos segundos, observándola y disfrutando del momento compartido.

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10/02/2016, 22:17
Nicole Nazar

El silencio parece quebradizo y cada pequeño movimiento resuena con una fuerza inusitada cobrando más importancia de la que sé que tendría en cualquier otro momento. Pero en ese silencio sus uñas me arrancan un tenue jadeo al pasar por mi espalda que se llena de corrientes eléctricas enviando escalofríos a todo mi cuerpo. Me estremezco entre sus manos. Entre nuestras manos. Y sin embargo, mis ojos no se apartan de los suyos hasta que es él quien se mueve, apoyándose sobre mí. 

Aflojo entonces mi brazo, dejando que mi cabeza repose sobre el sofá y mis ojos se cierren para deleitarse con una oscuridad tan frágil como el silencio que se ha instalado en mi salón. Ni siquiera me parece que sea el mismo lugar que conozco tan bien. Ahora parece cargado de trascendencia, como si lo que fuese a pasar entre sus paredes encajase de alguna forma metafísica.

Aunque la verdad es que todos estos pensamientos se diluyen bastante cuando nuestras manos rodean mi pecho, que se endurece con el contacto. Tengo que humedecerme los labios de nuevo y abro los ojos, teñidos de deseo y expectación, llenos de incógnitas, para buscar el techo que no parece mi techo en un pestañeo lento. 

Es entonces cuando mi mano libre se acerca a su rostro y mis dedos lo acarician lentamente, sólo con las yemas. Desde la frente, deslizándose por el lateral hasta el pómulo y llegando a los labios, donde se detienen para repasarlos despacio, muy despacio, recreándose en cada milímetro hasta que finalmente es tan sólo el pulgar el que se queda en ellos y aprieta con suavidad en el centro de su labio inferior. 

Acude a mi mente entonces el libro que él estaba ojeando antes sobre mi cama, el capítulo del cíclope, el más conocido y repetido. Y sonrío en medio del torbellino de sensaciones que no hay forma de controlar. Si me lo supiera de memoria, lo recitaría ahora mismo, palabra por palabra, sin temor a quebrar el silencio al hacerlo: valdría la pena. Pero como no es el caso me limito a ladear la cabeza, buscando sus ojos y preguntándome si con esa mirada comprenderá lo que me pasa por la cabeza.

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10/02/2016, 23:27
Austin Garret-Jolley

Me encuentro en su corazón. Me encuentro dentro y me encuentro fuera, envuelto por su carne y al mismo tiempo escuchando su latido. Casi puedo asegurar que el calor de su sangre es el de la mía bañándome por dentro, y el lento suspiro que abandona mis labios apoya esa idea.

No soy consciente de dónde empieza su cuerpo y dónde acaba el mío. Y eso que, en realidad, apenas nos estamos tocando. Una oreja en su pecho, una mano en su espalda y otras dos entrelazadas. Pero hay algo entre nosotros tan unido y tan envuelto que cuesta diferenciar las cosas. Yo no había venido aquí a esto, y sin embargo es un regalo que ni me planteo rechazar.

Siento el camino que sus dedos trazan en la piel de mi cara, y por un instante cierro los ojos. Al encontrarme con la oscuridad que me devuelven mis párpados casi puedo ver los suyos, aprendidos por la memoria de mis retinas durante al menos unos segundos. Ese recorrido de sus yemas es como un camino dorado, como algo que permanece aún cuando estas han pasado.

Sin pensarlo la imagen de sus pupilas dilatadas va siendo sustituida por la de esas líneas áureas dibujadas en el espacio. Y cuando quiero dame cuenta está dibujando mi boca, creándola en el espacio como una pintura, o un tatuaje, o un poema. Es en ese instante cuando me doy cuenta de que no sé el tiempo que llevo sin respirar. Quizá desde ese suspiro pasado, quizá no. Libero el aire de mis pulmones, caliente y denso, sobre su dedo cuando este aprieta mi labio, y una sonrisa inevitable se forma en mi rostro. Recuerdo la suya, aquella especie de desafío, y no tardo en decidir que esto es más de lo que ambos esperábamos.

No tardo en abrir los ojos de nuevo. Lo hago despacio, y sólo para encontrarme su mirada de nuevo. Abro un poco la boca entonces, lentamente, sin que la sonrisa termine de desdibujarse, y no tardo en capturar su pulgar entre mis dientes. No llego a apretar, y desvío esa tentación hacia las uñas que siguen recorriendo su espalda. Estas hacen ese trabajo por mí, marcando su piel con más fuerza en un determinado instante. Es un movimiento lento, cuidado, acorde al pulso de toda nuestra realidad, y que sólo se detiene al llegar a su pantalón.

Mi respiración, ya liberada, se ha convertido en una sucesión de graves alientos, profundos y cálidos. Sin soltar esa mano que nos une a su corazón ladeo un poco la cabeza, pasando de tener la punta de su pulgar entre mis dientes a cazar la base de este. Y en ese momento uso la mano de su espalda para apretarla un poco más contra mí, contra mi torso, como si la distancia fuese un problema.

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11/02/2016, 03:56
Nicole Nazar

Sonrío cuando sus dientes me sujetan, sumergiéndome de nuevo en sus pupilas que parecen atraparme con facilidad y sin remedio. Me parece sencillo en este momento perderme en sus ojos y dejar que sean ellos los que invadan mi salón, mi mundo. Y mientras su mirada me mantiene en vilo, la punta de mi dedo acaricia el interior de su labio humedeciéndose con su saliva. 

Mi espalda se arquea sin pedirme permiso al contacto con sus uñas, la sonrisa se desvanece al entreabrir los labios y ahí sí que abandono sus ojos para perderme en la oscuridad de mis párpados. Contengo el aliento durante dos, tres segundos y cuando recobro la respiración siento cómo mi pecho tiembla bajo nuestras manos. Toda mi piel se ha erizado con esa caricia llenando mi cuerpo de sensaciones cálidas y dispersas. 

Sensaciones sobre mi piel y el latido pulsante bajo ella, en un ritmo contrapuesto que atrona mis sentidos en medio de ese silencio quebradizo que se tambalea con cada jadeo y cada suspiro. Ni siquiera sé cuánto tiempo hace desde que decidí dejar de pensar, de anticipar qué vendría después, pero tengo la impresión de que podría quedarme en este punto toda la noche. Al menos hasta que mueve la cara y me muerde la mano. Ahí me estremezco de nuevo y mi respiración empieza a alterarse, adquiriendo un ritmo opuesto al de Austin.

Mis dedos se aprietan contra los suyos mientras mi visión empieza a perder el sentido de la realidad, envuelta en un deseo pesado y espeso, diferente. Me aferro a su mano y al mismo tiempo la sujeto contra mí, sosteniéndome de esa solidez, convirtiéndola en mi ancla para no disiparme en las mareas del aire como un suspiro. 

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11/02/2016, 12:41
Austin Garret-Jolley

La sonrisa de Nicole me arrastra y me mece durante unos instantes, como fuera la guía de unas olas que van y vienen al ritmo de ese corazón compartido. Y al sentir la caricia de su dedo en el interior de mi boca tengo la certeza de que no estamos mimando y cuidando sólo de nuestras pieles, sino también de lo que guardan por dentro.

Es esta una metáfora que me acompaña durante algunos segundos más, cuando ella cierra los ojos y se arquea contra mí. Su pecho tiembla en mi mano, en nuestra mano, pero no hago nada por sujetarlo: si así ha de ser, que sea. Esta es la realidad que el mundo nos ha regalado, y como tal hemos de tomarla.

En el momento en que sus labios se entreabren y los poros de todo su cuerpo se erizan siento la tentación de besar ambas cosas. De acudir a su boca y a su epidermis y recorrerlas hasta que el color de mi boca se difumine y su piel empieza a estar rojiza. Sin embargo por el momento mis dientes son de su mano, y su mano es mía. Siento sus latidos acelerarse y su respiración reaccionar como lo haría un caballo al pasar del trote tranquilo a la carrera, y no puedo evitar contagiarme. Sólo verla cambiar así ya altera mis jadeos y mi sangre, pero sentirla en mis manos lo vuelve inmenso e inevitable.

Sé que estamos desnudos. Lo estamos, aunque las prendas que llevamos entre ambos se cuenten con los de dos de una mano. Me lo dice su forma de sujetar nuestra mano contra su pecho y la mía de buscarla con la mente y con el cuerpo. Pero no es suficiente. No cuando esto puede seguir creciendo.

La mano que se encuentra tras ella, la única que poseo de una forma no compartida y que la ha recorrido en un arañazo lento, intentando penetrar su piel y su alma, repite ahora el mismo movimiento en otra dirección. Algunas uñas comienzan justo al lado del tatuaje de su hombro. Otras empiezan sobre él, sin marcarse contra su piel hasta que no lo abandonan. Cuando llego abajo mi boca a vuelvo a buscar su mano, atrapándola un poco más cerca de la muñeca.

Me la bebería entera. Si ella fuera líquida, me la bebería empezando por sus dedos. Pero una vez más somos limitados y al mismo tiempo afortunados por nuestra solidez, y sólo puedo morderla y marcar sin demasiada fuerza la succión sobre su piel.

Y tal y como antes había pasado con esas manos que ahora son una la otra también amplía su recorrido cada vez. Esa segunda termina al llegar de nuevo a su pantalón, pero mis dedos luchan un instante con la tela por entrometerse en su camino. Al final acaban encontrando otra salida, y tras agarrarse de la trabilla de sus vaqueros para apretarla más contra mi los desabrochan sin preguntar. Se repite entonces una vez más el mismo recorrido, pero esta vez empieza tan alto que parte desde su nuca, enredándose en su cabello y deteniéndose para tirar ligeramente de él de una forma firme pero delicada.

Busco sus ojos como sea, liberando su mano de mis dientes para poder girar mi rostro y anhelando el momento en que, tras tirar de su pelo, los abra y encuentre los míos. Deseo que vea en ellos todo lo que siento: la excitación, la admiración y el crepitar de un fuego que no parece que vaya a extinguirse con facilidad. También quiero ver sus pupilas, ver su alma y su expresión cuando, al terminar ese último recorrido por su espalda, su pantalón no sea más que algo simbólico.

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11/02/2016, 18:06
Nicole Nazar

Sus uñas despiertan cada milímetro de mi espalda, despiertan mi garganta con un gruñido suave y despiertan mis venas que se agitan más con cada movimiento. Todo mi cuerpo parece reaccionar adaptándose a ese movimiento y respondiendo con la reacción adecuada a su acción. 

Es tal vez en el momento en que mis pantalones entran en el juego en el que me doy cuenta de que esto es más que una simple caricia. De que es de verdad. La nebulosa de mi mente da paso a algo más real y las sensaciones parecen fundirse en mi piel, deslizándose por cada poro hasta llegar a mi sangre para mezclarse en su palpitar. 

De alguna forma me he sentido hasta ahora como arcilla bajo sus manos, o tal vez como un lienzo o una hoja en blanco, con los artistas nunca se sabe. Pero ahora siento el impulso de ser también torno, pincel o pluma. 

Contengo la respiración cuando sus dedos se enredan en mi pelo y mi cabeza continúa ese movimiento, ofreciendo el cuello sin estar segura de si es un regalo o una súplica. Abro los ojos cuando suelta mi mano, y no esperaba perderme en sus pupilas directamente, pero es lo que sucede. Me humedezco los labios, tratando a duras penas de amoldarme al ritmo que sus uñas marcan en mi espalda y mi mano, ahora libre, continúa el camino que había comenzado en su rostro, pasando con suavidad hacia su hombro y empezando a recorrerlo con las puntas de los dedos. 

No suelto su mano ni sus ojos pero rodeo su brazo con ella y tiro un poco de él con suavidad, ansiando ampliar el contacto, hacerlo más presente y más real, hasta que ocupe todo el espacio y no quede nada alrededor. 

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11/02/2016, 20:30
Austin Garret-Jolley

En el momento en que su cuello, ese que al fin y al cabo es el que lo ha empezado todo al llamarme cuando yo estaba a su espalda, se me ofrece de esa manera no puedo evitar mirarlo y tomarlo como una oferta imposible de rechazar. Paso mi lengua por los labios con la sola idea de acercarme, y al devolver mi mirada a sus ojos me siento totalmente conectado con ella.

Entrecierro los ojos al sentir su mano lenta en mi hombro, notando cada movimiento y dejando que una sonrisa que mezcla placer, satisfacción y lujuria se forme en mi rostro. No me libero de sus ojos; no mientras no sea inevitable.

Al notar cómo tira de mí continúo su movimiento, mostrando una vez más que esta pieza de poesía es como una danza de un solo cuerpo. Me acerco a ella, buscando con mi brazo, con mi espalda y con todo mi ser el tacto de su mano, y mientras tanto aprieto un poco sin pensarlo sus dedos entre los míos, haciéndolos más presentes.

Mis movimientos son lentos, y la mano que antes recorría su espalda vuelve a ascender ahora, dirigiéndose de nuevo a su cabello.

Aguanto cerca de ella, sintiendo la presencia de su cuello aún como una llamada, y lo hago sólo por no abandonar sus ojos. Dejo que mis retinas los memoricen una vez más, que los aprendan y que los hilos plateados que los unen entiendan que deben seguir así, atravesándonos a ambos, aunque ya no pueda verla. Y por un momento estamos tan cerca que ambos ojos se vuelven uno. Que, como dijo Cortázar, nos volvemos cíclopes. Cíclopes llenos de poesía y deseo.

Es en ese momento cuando con un suspiro desciendo hacia ella. Hacia su cuello. Lo recorro primero sólo rozándolo, dejando que su aroma me envuelva y que mi aliento marque los lugares que ocupa en el espacio. La mano que está en su corazón la acaricia suavemente entonces sin abandonar sus latidos, justo antes de que por primera vez ponga mis labios en su piel y plante allí la semilla de un beso. Es breve y conciso, pero sólo porque sé que no hace falta nada más. Empiezo a desear dejar de estar de rodillas y pasar a tumbarme con ella, a su lado, o a que ella esté conmigo en el suelo, o que los dos nos teleportemos a la cama o a una infinita playa de arena blanca. Después viene el siguiente beso, más caliente, y luego un pequeño mordisco. Poco a poco recorro su cuello mientras atravesando su camiseta mi mano se enreda en su pelo, pasa por su espalda y recorre su costado una y otra vez tal y como la respiración de Nicole y sus latidos parecen pedir.

No sé ni cuánto tiempo paso así, viajando por la piel de su cuello, desde su mandíbula hasta su garganta, usando todo mi rostro para acariciarla y mis labios y mis dientes para dejar mi huella en ella. Puede que en algún momento hasta haya succionado un poco, pero no lo suficiente para dejar una marca que dure más que un par de horas. No es necesario para la poesía, y sólo un loco querría intentar marcar a una mujer como esta como suya.

Lo que sí sé es que al final el cuello y la parte alta del pecho empiezan a parecer el mismo regalo, y comienzo a descender poco a poco. Acabar llegando a esa segunda piel desnuda y arrugada que es su camiseta no es ninguna molestia, y opto por besarla también, recorriéndola hasta llegar a nuestra mano, acariciándola con la nariz a través de la tela y encontrándome al final con su pezón, listo para ser encontrado.

Por varias veces lo rodeo con la lengua y con los labios, deleitándome y, sobre todo, escuchando. Sintiendo su respiración y su latido. Su mirada perdida en algún lugar entre sus párpados, el techo y mi nuca. Y al final acabo por humedecer la tela con la lengua, sintiéndolo a través de ella y recibiendo una enorme descarga eléctrica que llega a mi mano, a la nuestra, a mi sexo y a mi pecho.

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11/02/2016, 22:37
Nicole Nazar

El tiempo ha terminado por desvanecerse y ya no se mide en segundos, minutos, u horas. Ahora son suspiros, jadeos y caricias quienes marcan su paso en un ritmo interno y desconocido que se crea a sí mismo sobre la marcha y se devora sólo para volver a crearse una y otra vez. 

Sus labios rozando mi cuello son, sencillamente, deliciosos. Atrapan mi atención por encima de los otros puntos que también desean hacerlo, por encima de sus uñas que surcan mi piel dejando escalofríos a su paso y también por encima de su mano que después de tantos suspiros ya parece parte de la mía. 

El calor de mis mejillas ya se ha extendido por todo mi cuerpo y sin pedirme permiso busca nuevas formas de acercarse más al suyo sin interrumpir sus movimientos.

—Estoy encerrada en una obra de arte —consigo hilar entre la densa melaza que llena mi cabeza. Y entre un jadeo y el siguiente mis labios se curvan en una sonrisa.

Cierro los ojos de nuevo, estirando la cabeza hacia atrás y los latidos pulsantes de los lugares que nos unen parecen llenar toda mi mente hasta fusionarse unos con otros. 

Mientras tanto, mis dedos no han detenido su camino y aprovechan la cercanía de su espalda para explorarla, primero muy suavemente, tan sólo rozando su piel, después amoldándose a sus músculos, extendiéndose para recorrerlos y dibujarlos con toda la mano. 

La temperatura aumenta más y más hasta que sus labios atraviesan la tela haciéndola inexistente y la humedad de su lengua toca mi piel erizándome de inmediato. En ese momento todo parece detenerse. Mi mano se crispa enredándose en los cabellos de su nuca, mi respiración se ahoga, mis labios se abren buscando el aire y todo mi cuerpo se detiene durante un instante que dura tres suspiros.

Y tras el tercero, abro los ojos y me humedezco los labios, como tomando impulso antes de saltar. Pues de alguna manera siento que ha llegado el momento de un cambio de ritmo. Y sin soltar su mano, me impulso en su cuello para elevarme, bajar una pierna y girar, hasta quedar sentada sobre él con la espalda apoyada en el borde del asiento. Desde ahí tiro suavemente de sus cabellos hasta que su mirada se cruza con la mía, informándole con el abismo brillante que son mis pupilas oscurecidas por el deseo de que ahora es el turno de mis labios. 

Desciendo entonces hasta que mi boca se detiene sobre su piel y con la punta de la lengua empiezo a recorrer su tatuaje, bebiendo de las líneas de tinta como si pudiera con ese gesto beberme su esencia, hasta llegar a la curva donde su cuello y su hombro se unen. Lo muerdo despacio, saboreando cada milímetro y mientras tanto, dejo que mi cuerpo se pegue al suyo y mis dedos abandonen sus cabellos para explorar su espalda por entero, ahora que la postura me lo permite. 

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11/02/2016, 23:58
Austin Garret-Jolley

Durante los pulsos que permanezco buceando en ella, en su cuerpo, noto cómo va moldeando mi espalda. Una vez más comienza con las yemas, como si esa primera incursión fuese necesaria para presentarse. Y luego dibuja todo lo que soy como antes hizo con mi boca. Y es perfecto. Yo, sin pensar, hago lo mismo con la suya, y somos como dos formas de arcilla que se dan forma la una a la otra. O como la misma, creándose como se crean los suspiros.

Escucho los suspiros que emanan de su boca mientras pruebo su pezón. Los escucho y los siento dentro de mí, reverberando como una cuenta atrás. Como si estos fueran la mirada del acróbata a su compañero antes de dar un salto, o la respiración contenida de antes de un orgasmo compartido.

Ni sé por qué ni me lo planteo, pero sé que va a venir. Y en cuanto empieza a moverse mi cuerpo se prepara para recibirla contra mí. Separo esa mano que nos une de su pecho, consciente de que tiene los latidos tan dentro, tan aprendidos, que ya no es necesario escuchar su corazón para que este resuene en nuestros cuerpos.

Sé que objetivamente ahora está sentada sobre mí, pero es más como si cada uno lo estuviera sobre el otro, como si en realidad fuéramos un mismo cruzado de piernas. Dejo que me tire del pelo y acompaño su movimiento, encontrando su mirada y devolviéndosela con igual fuerza. No es una promesa lo que me dedican sus pupilas, ni tampoco un desafío. Se parece más a una advertencia. Y me pone, vaya si lo hace.

Me retuerzo bajo sus labios. Lo hago sin pensar, intentando maximizar cada roce de su lengua, de sus dientes, de sus labios y de sus mejillas conmigo. Mis músculos se mueven como si fueran agua, y al darme cuenta de que está recorriendo mi tatuaje no puedo evitar pensar que está tatuándome ese mismo dibujo en el alma. La tinta de su saliva no es indeleble, lo sé, pero dura lo suficiente para que desee que lo haga con cada uno de los detalles del ala que recorre mi hombro, mi brazo y mi espalda.

Mientras tanto mis piernas se man movido aún con ella sobre mí, pasando de estar de rodillas a estar sentado en el suelo. Tengo las rodillas levantadas, casi obligándola a estar pegada contra mi sexo. Mi erección es tan fuerte y tan presente que cada movimiento, cada roce y prácticamente cada gesto hacen que envíe señales eléctricas al resto de mi cuerpo.

Yo mismo debo contenerme. Por el bien de esta obra de arte yo mismo debo frenarme para no devorarla por completo. Esa mano que nos une la llevo hacia su espalda, sin ser muy consciente de cómo la estoy inmovilizando, aunque jamás desearía hacerle más daño del que pueda hacer que se sienta viva. Del que sea apropiado. Lo necesito para pegarla más a mí, para que su vientre y el mío sean unos, y donde antes nuestros ojos quedaban unidos así hagan ahora nuestros ombligos. Siento su pecho contra el mío, y no tardo en buscarlo con la mano libre para continuar el trabajo que empezó mi lengua.

Mi boca se mantiene quieta. Por respeto, porque sé que es su turno. Con la cabeza apoyada contra su cuello mis suspiros se diluyen, convirtiéndose en agua y derramándose sobre su piel. Dejo que su boca me busque mientras yo aprieto su cuerpo contra el mío, mientras busco en su pecho y mientras empiezo a sentir que podría nadar en este sudor y en este aroma compartido.

No soy consciente de cuándo el ritmo se acelera, o de cuando suelto su pecho para recorrer costado y espalda y entrar a través de sus pantalones y su ropa interior. Es sólo un instante, lo justo para agarrar su trasero y colocarla sobre mí. Para sentir en mi miembro su presencia con más fuerza. Pero es verdad que después de colocarla sin querer mi pelvis comienza a moverse en pequeñas embestidas, buscándola a través de la ropa sin remedio. Y por más que vuelva a su pecho con mi mano, por más que busque su pezón con mis dedos de nuevo, las cosas ya no son como antes. Ahora sólo puedo envolverlo con toda mi palma, masajearlo al mismo ritmo que imponen mis caderas y su respiración, y sujetar mi boca para que no se lance todavía a por ella.

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12/02/2016, 01:01
Nicole Nazar

Notar su erección, tan real, debajo de mí tiene varias consecuencias. La primera es que mis labios se curvan con un pensamiento de lo más inadecuado. La segunda, que por primera vez desde que los coulants viajaron hasta mi cerebro, siento que piso terreno conocido y seguro. 

No hago nada para oponerme a que lleve mi mano hacia mi espalda junto a la suya, pues mi atención está en mis labios, en su cuello y en su espalda. Mi cuerpo empieza a ondularse en esa extraña danza en la que me siento sumergida, nadando en el aire, buscando su mano, encontrando su piel. 

Su respiración en mi cuello altera la mía, como si fuese impulso y motor de mis pulmones y mis labios continúan su recorrido, atravesando su hombro, su cuello, ascendiendo hasta llegar a su oreja. Se deslizan por su mandíbula y mis dedos los siguen, acariciando cada lugar que ha quedado húmedo por el paso de mi lengua. 

Mi rostro se separa del suyo cuando llego a su barbilla y mis ojos se recrean en los abismos que forman los suyos mientras mis dedos continúan ese camino, dibujando la línea de su mandíbula hasta que el vacío es el siguiente paso. Ahí se detienen. Ladeo mi rostro, contemplando ahora mis propios dedos, con una curiosidad ajena, y veo cómo empiezan a dibujar de nuevo la línea de su boca, apretando con más firmeza esta vez. 

Cuando el pulgar de nuevo presiona en su labio inferior, repitiendo un camino conocido, es directamente él quien se introduce en su boca, buscando la humedad de su lengua para acariciarla. 

Y mis ojos ascienden de nuevo, buscando los suyos, con una necesidad que no era consciente de tener hasta este momento. Tal vez debido a que ahora conozco el terreno de juego, tal vez porque es el momento apropiado en esa partitura desconocida, pero finalmente doy un paso que la lógica habría situado antes, pero que el arte ha colocado donde ha querido. Acerco mis labios a los suyos con ansia, y no aparto el dedo hasta que no puedo sustituirlo con mi lengua. 

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12/02/2016, 01:31
Austin Garret-Jolley

Sentir a Nicole formar parte de aquella danza, encontrándose una y otra vez con la única mano que no es del todo suya, acariciando todo mi torso con el suyo y correspondiendo a mis movimientos es algo que me inflama, que hace que mi mente se nuble más y me sienta liviano, como si ambos estuviéramos flotando en nuestro propio estanque y tuviéramos que seguir frotándonos el uno contra el otro para no ahogarnos.

El recorrido de su lengua sobre mi piel es fascinante. Noto el sabor de sus papilas gustativas en mis poros, y saben a sudor, a excitación y a belleza compartida. El eco de ese recorrido son sus dedos, patinadores sobre hielo incansables que dejan tras de sí un estela de piel erizada y sensible.

Al notar cómo se separa de mí la sigo por un instante, casi pidiendo más. Mi cuerpo busca lo que mi alma sabe que debe esperar. No es momento para eso. Sí lo es en cambio para encontrar su mirada y ver en esta una realidad vibrante, como el eco de cien tambores que anuncian que se acabó el entrenamiento y empieza el combate. La veo observar mis labios, estudiando el campo de batalla, y paso conscientemente la lengua por ellos para demostrarle que estoy preparado.

Recibo su pulgar primero, su caricia reconociendo el terreno, y se la devuelvo con mi lengua. No dejo de mirarla en ningún momento, y cuando mis pupilas vuelven a encontrarse con las suyas parecen gritarle a través de intensos impulsos eléctricos enviados a través de esos hilos que nos unen y llegan al fondo de su cerebro. , le dicen. Sí, es el momento, sí.

Y ella debe escucharme, pues lo siguiente que sé es que mi lengua no es la única en mi boca.

Se saludan. Ambas se saludan, como si todo este tiempo que hemos pasado amándonos en silencio hubiera sido sólo la preparación para este beso. Mi boca se encuentra con la suya como si ya la conociera, como si hubiera nacido hace tres cuartos de hora, cuanto todo empezó, y lo hubiera hecho conociéndola ya. Mi mano libre, esa mano viajera que ha pasado ya por tantos lugares de su cuerpo, se acerca a su rostro y lo rodea, comprobando lo muy real que es al apoyarse en su mejilla. Y yo bebo de su lengua, y de su saliva y de sus dientes, buscando un envite tras otro con un ansia que sólo la mitad exacta del ansia total, la mitad que no es la suya.

El sabor de nuestras bocas unidas es el del chocolate, el del vino y el de las ganas. Encuentro sus labios una y otra vez a través de los míos, convirtiendo los besos en algo primitivo. Con fuerza y con deleite me hundo una y otra vez en ella, centrando ahora toda mi atención en ese punto de unión tan caliente y tan perfecto. Nuestras bocas son el otro extremo de nuestros dedos entrelazados y estáticos. Constantes.

Paso varios minutos sólo en su boca, sintiendo a través de mi aliento el suyo e inspirándolo con mi nariz. Me siento como si tuviéramos que recuperar los besos de una hora en sólo un suspiro, y no me siento capaz de ser el que cometa el crimen de detenerlo hasta que la cuenta esté saldada.

Y aún así hay un momento en que me separo de ella. Lo hago apartando un poco mi boca, inclinando mi cabeza para quedar frente contra frente. En mis labios aparece una sonrisa que es un desafío, el reto de ver quién se convierte en presa y quién en cazador. Respiro jadeante y ansioso ese aire compartido durante varias inspiraciones. Y entonces me lanzo a por ella, a por sus labios de nuevo, besándola y huyendo de manera rápida, jugando al esquivo juego de encontrarnos. Una y otra vez mi sonrisa vuelve a aparecer, y cada vez los besos y los mordiscos van siendo más largos y apasionados, siendo todos prolongaciones del mismo que aún no ha terminado.

Lo que antes parecía una pintura es cada vez más claro que es otra cosa. Una serie de cuadros diferentes, o una pieza con varios actos. Y en este las sensaciones son mucho más efervescentes que en los anteriores. Una vez más la busco, y otra, utilizando mi mano para marcar unos tiempos que creo que no sería necesario señalar. Y cuando en una de esas veces tardo varios segundos en ir a por ella mis ojos dejan de buscar su boca para centrarse en el frente, en sus pupilas una vez más. No sé si volveremos a encontrarnos, parecen decir mis ojos, pero tengo una noche para aprenderte como nadie te aprendió jamás Esa es la única certeza.

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12/02/2016, 23:59
Nicole Nazar

En el salón que no es mi salón cada vez hace más calor. Y en esta ocasión no creo que sea gracias a la exageración sumada de la señora Sullivan y el anciano Prescott pero ciertamente me siento como en sus peores días, cuando tengo que abrir la ventana en pleno enero para que entre algo de aire fresco al piso. El culpable de mi calor y de la fina capa de sudor que empieza a cubrir mi espalda está justo delante de mí. Y debajo. Y si nuestras bocas cuentan, está dentro y fuera al mismo tiempo. 

Mentiría si dijera que no me siento más cómoda ahora que estamos en mi terreno, ahora que las respiraciones son más importantes que los instantes. Y, sin embargo, no suelto su mano, dejando que quede como un eco remanente del ambiente creado, un recordatorio de que esta vez esto no va sólo acerca del deseo, sino también de la belleza. 

Cada una de las veces en que lo lanza, acepto su desafío sin dudar, sin temor a ser la primera en moverme, dejándome llevar por el impulso primitivo que corre por mis venas. No sé cuánto tiempo pasamos así, enredados a través de nuestros labios y nuestras lenguas en una pelea en la que no hay vencedor ni vencido, en la que todos los participantes son ganadores. No sé cuánto tiempo pasa, pero llega un momento en que deja de ser suficiente. Sus ojos se clavan en los míos y me pierdo en sus profundidades, con el pecho agitado, la respiración jadeante y los labios enrojecidos. 

Mi mano aprovecha ese breve descanso para recorrer su espalda y su torso, para deslizarse por sus músculos y deleitarse con cada pliegue de su piel. Y un pequeño resoplido abandona mi garganta exigiendo más, mucho más. En determinado momento esas caricias tropiezan con el obstáculo de sus pantalones y ante la disyuntiva de volver a ascender o eliminarlo, mis dedos se deciden por el camino difícil y empiezan a tironear de la cintura justo en el mismo instante en que mis labios deciden que ya han esperado lo suficiente.