Partida Rol por web

1871. Verano. Pinkstone. Texas.
Al norte del Río Pecos. Desierto de Chihuahua.

Por las razones que cada uno teníais en la mente, viajábais por lo que hasta hacía poco había sido Frontera, y ahora pisábais un curioso lugar llamado Pinkstone. Con vuestro caballo avanzando entre la gente, el sudor en la frente era constante, pues el verano apretaba con fuerza. Aquel lugar era un pueblo emergente donde se estaba celebrando una feria de ganado ese mismo día. Comerciantes de Oklahoma y ganaderos de Kansas se peleaban por los mejores puestos para colocar sus productos, y buhoneros de mala muerte anunciaban licores milagrosos contra el mal aliento y el reúma, entre otros. El pueblo, según vísteis, constaba de unas veinte casas, un saloon, un pequeño hotel, un almacén con todo tipo productos y una comisaría de Sheriff. El ajetreo del lugar y las idas y venidas de lugareños y forasteros hacían un día divertido en Pinkstone (para muchos, productivo, para otros, de recreo).

Jack arrugó el ceño. El sol todavía no estaba en lo alto y ya calentaba con tanta fuerza que sintió cómo una gota de sudor escurría por su frente. Pero allí estaba el pueblo al fin, ya podía oír el murmullo creciente del gentío y los sonidos de la feria. 

Sin embargo Jack mantuvo las riendas firmes y dejó que el caballo siguiera al paso lento, mientras él podía observar los detalles del lugar y de las gentes. Tal vez - pensó - después podría comprar un maldito sombrero. Tal vez, si el día iba bien.

Sólo se detuvo al llegar al hotel. Palmeó el cuello vigoroso de Ace y cuando descabalgó sujetó las riendas en el poste frente a la puerta. Sí, puede que incluso hubiese alguna habitación decente, y podía cambiarse de camisa antes de dar una vuelta por aquel lugar. Demonios, estaba realmente seco. Lanzó una última mirada hacia el saloon y al fin entró en el hotel.
 

El flaco se volvió a colocar nuevamente el ala de su sombrero para asegurarse que ningún rayo de sol le daba en el rostro. Llevaba un buen rato cabalgando bajo el sol y sentía como su propia piel irradiaba el calor, demasiado incómodo para su gusto.

Al menos parecía que aquella larga marcha acababa de tocar a su fin, resolvió para sus adentros en cuanto vio el bullicio que se había formado en aquel pueblo... Pinkstone le habían dicho.

-Perdone. -Dijo con toda la amabilidad que supo decir para pedirle el paso a uno de los que caminaban a pie que decidió repentinamente detenerse justo delante de él. Para contar alguna chanza a sus amigos. El forastero siguió avanzando buscando algún punto de interés en el pueblo, sin embargo no había mucho que pensar. El saloon sería un buen lugar para remojar el gaznate y rehidratarse.

Pinkstone era un lugar obvio para buscar a alguien. 

A pesar de la cruzada de venganza en la que se había convertido su vida, Belle todavía conservaba la mente metódica y científica de su padre. Hacía meses que había perdido la pista del grupo que había asesinado al profesor Soslebothan lo que indicaba que probablemente se habían dispersado. Para encontrarlos, Belle había seguido el mismo método que su padre para encontrar fósiles: había dividido el mapa de la región en cuadrantes y había asignado un valor de probabilidad a cada uno. Las ciudades y pueblos tenían valores altos y los páramos desérticos, bajos. 

Siguiendo este método, había encontrado y ejecutado a tres hombres ya. Faltaban dos.

Escrutó a su alrededor examinando a la multitud y el pueblo en sí: un hotel, un saloon, un almacén, la comisaría...

El saloon era un lugar obvio para buscar a alguien. 

Tras varios días de travesía, Pancho por fin se adentraba en el pueblo de Pinkstone. Según le habían dicho unos tipos con los que se había cruzado el día anterior, por aquellas fechas se celebraba una feria de ganado en el pueblo, así que decidió que sería un lugar más que apropiado para hacer una pequeña parada, reponer energías durante unos días y continuar su camino. Tal vez aparte de ganado encontrara algún buhonero o comerciante por el estilo a quien comprar algunas cosas que pudiera necesitar en sus frecuentes viajes a través de la naturaleza.

Una vez alcanzó la calle principal del pueblo, dio una primera ojeada a los diferentes puestos desplegados en el mercado, por si algo le llamaba la atención. En realidad no tenía prisa por comprar, pero era una buena forma de tener referencias sobre el pueblo. Al poco rato ya había localizado la oficina del sheriff, un pequeño hotel, una especie de almacén de mercancias variadas y un saloon. Le sorprendió no divisar ninguna iglesia, por pequeña que fuera.

El mexicano pensó que le vendría bien hacer un par de noches bajo techo, en una de las habitaciones de aquel hotel, pero su cuerpo le pedía con mayor urgencia refrescar el gaznate, así que dirigió su caballo hasta la puerta del saloon para amarrarlo allí y pedir algo que le ayudara a recuperar fuerzas.

Vuestra llegada a Pinkerton era una más de tantos otros viajeros y comerciantes. Unos buscábais un buen lugar para descansar, para refrescar el gaznate o simplemente para ver qué maravillas traían los buhoneros a aquel polvoriento pueblo. Uno de los atractivos del lugar no era sino el saloon, y tres de vosotros (Davis, Bones y el mexicano Pancho) entrásteis en él, cada uno con razones parecidas. Otro señor ataviado con un impoluto traje prefirió adentrarse en el hotel para descansar. Sin embargo, mientras todos entrábais en los establecimientos, justo antes de ni tan siquiera hablar a sus dueños, oísteis un vociferio importante afuera. La gente comenzaba a huir, y todo ese divertimento que los curiosos tenían por aquel maravilloso día se diluía ahora.

Unos tipos montados a caballo, con armas en sus manos y algunas antorchas, arremetieron en medio de la población, dieron varios tiros al aire, y lanzaron algunas de las antorchas sobre los tejados de algunos edificios. La gente huía despavorida, gritando por doqiuer. Eran un total de nueve. Además, algunos de ellos lanzaron sogas a varios caballos que descansaban de los rediles para llevárselos. Veíais todo desde la puerta del lugar donde estábais.

Cuando se hicieron con varias bestias, tiraron de las sogas que los habían atrapado y rompieron el redil para llevárselos. El fuego sobre los tejados afectados se elevaba solemne, y tras liberar los animales, dos aquellos forajidos (malnacidos, eso es lo que eran) tomaron a una mujer joven y a una niña, delante de los que aún quedaban allí, para el asombro de todos y los gritos de las mismas.

La mano de Belle bajó hasta su revólver casi de inmediato. Instintivamente, examinó a los alborotadores intentando reconocer en ellos a alguno de los hombres que buscaba pero a primera vista no vio a ninguno. No le gustaban los forajidos pero aquello definitivamente no era asunto suyo. 

Sin embargo, "Bones" ya había visto a su propia familia hacerse pedazos y no permitiría que eso ocurriese de nuevo delante de sus narices. Cuando vio a la madre y la hija en peligro se le revolvió la sangre: 

-¡Eh, cerdo, suelta a esa mujer!-gritó para hacerse oír mientras corría hacia el secuestrador.

Aquellos bastardos empezaron destruyendo aquel pueblo, era un coñazo pero aquello no iba con él. Sin embargo aquello pareció resultar una distracción, parecían estar a la caza de caballos y a Davis Tutt no le hacía ni puta gracia que le privasen de una de sus escasas posesiones.

Al final parecía que se habían decantado por otros ejemplares, sin embargo aquello era una oportunidad que no debía dejar pasar. Esos tarados probablemente tendrían una recompensa sobre la cabeza, y además sería una buena oportunidad para labrarse un nombre, así que 'el Flaco' rompió sin ningún tipo de delicadeza la ventana que tenía más próxima y empezó a disparar.

Ni siquiera había cruzado la puerta y el galope inusual de aquel grupo le hizo volverse de nuevo. Armas en mano y lanzando antorchas, consiguieron hacerse con varios caballos rápidamente. 

Pero Jack no reaccionó. Apoyó su hombro contra uno de los pilares que sujetaba el porche del hotel y sacó un reluciente pañuelo blanco. Lo desdobló con esmero y se secó la frente mientras observaba como aquellos tipos echaban los lazos y pretendían huir con los caballos. Ni el hotel estaba entre los edificios atacados, ni su caballo Ace parecía en peligro, y el pistolero no se movió. Secó sus manos y dobló de nuevo el pañuelo antes de guardarlo.

Pero alguien se había sentido molesto por aquella interrupción en la feria. Una mujer - y al verla Jack arqueó una ceja - salió gritando del saloon y abrió fuego contra los forajidos, y poco después la siguieron el sonido de un cristal y disparos que provenían de la taberna.

Con el pañuelo de nuevo en su bolsillo, toda la atención de Jack se centró en la escena que había interrumpido la feria, preguntándose cómo terminaría aquello. Porque desde luego en aquel lugar sabían divertirse.
 

Uno de los tipos que llevaba a una de las mujeres encontró hostilidad por parte de aquella mujer a la que le faltaba un ojo. También le disparaba alguien desde una de las ventanas de alguno de los edificios. Entre uno y otro, el tipo logró apretar su gatillo contra la mujer. ¡Malditos! -farfullo mientras el tipo devolvía el disparo a Belle sin éxito-. entonces ella disparó y la bala le atravesó la chaquetilla.

Secuestrador: Daño 7.

El tipo cayó del caballo, muy malherido (aunque todavía vivo). El tipo que disparaba desde la casa no logró acertarle. Muchos otros veían un divertimento en tal situación, como aquel tenía el traje reluciente.

Fue entonces cuando otro de los miembros de aquella banda asaltador tomó a la mujer, y entre la confusión Belle no pudo seguir disparando (había gente que seguía huyendo por allí). Los maleantes tomaron a las mujeres sobre las monturas y azotaron los caballos para que se pusieran enseguida al galope. Se oyó algún disparo y una ristra aglutinada de algún Winchester en segundo plano, pero no logró acertar a ninguno. Toda la banda dejó atrás a uno de los suyos, el herido por la mujer del parche, que se llevaba la mano al pecho (de donde sangraba con abundancia). Entonces... todo el pueblo (o más bien bastantes personas allí congregadas) comenzaron a lincharle.

¡Oh, no! ¡¡Sheriffff!! -gritó un tipo en medio de la plaza una vez los tipos habían escapado ya. Un joven regordete corrió hacia otro hombre que ahora yacía muerto en medio de Pinkertone. El muerto era, al parecer el sheriff del pueblos. El otro parecía algún tipo de ayudante en la comisaría local, seguramente. Otros tantos comerciantes intentaban apagar los fuego de las vivienda y reunir a algunas reses huidas por las turbulencias de la situación. Enseguida se hizo un corro ante esta situación.

¡Lo han matado! ¡Lo han matado! -gritaba cerciorándose que no vivía-. ¡Malditos cabr$%&$! ¡Lo pagaréis! ¡Las mujeres! ¡que alguien vaya tras ellas!

Aquello había sido inútil, eran unos perros cobardes que habían huido a las primeras de cambio, sentenció para sus adentros Davis mientras con un movimiento mecánico largamente practicado enfundó su propio arma en la pistolera.

Fuera declamaban por ayuda, sin embargo aquella no era su guerra. Así lo decidió mientras se dirigía a la barra, tras dedicar un sonoro salivazo a la escupidera centró sus esfuerzos en intentar captar la atención de alguien.

-¿Es normal esta mierda? ¿Pasa a menudo? -Preguntó tanteando la situación.

Pancho estaba tranquilamente disfrutando de un buen whisky doble que no cataba desde hacía semanas, cuando se produjo aquel estruendo demasiado familiar de relinchos, disparos y gritos. En otra situación hubiera salido disparado a ver que diablos ocurría ahí fuera. Pero de un tiempo a esta parte, al escuchar el tumulto de una banda de buscadores de problemas, su mejor jugada era permanecerse alejado y sin llamar la atención de ninguna manera.

Afortunadamente, la acción acabó con la misma rapidez que se generó. Con lo cual se le escapó un mal disimulado suspiro de alivio, antes de apurar el trago de su bebida. Afuera, un hombre tirado por el suelo. El resto de maleantes habían huido, secuestrando a algunas mujeres, y el alguacil del sheriff bastante alterado. Por su reacción diría que aquella población era de natural tranquila, sin escenas de violencia como la que acababan de presenciar hace unos instantes. Lo que le había quedado claro era que, en caso de cruzarse con la mujer del parche en el ojo, mejor no enfadarla.

Un tipo delgado se acercó a la barra para preguntar por el incidente. Por si esperaba que el propio Pancho se sintiera aludido, decidió dejar claro su situación.

-Aaaay, a mi no me mire señoooor, yo estoy en este pueblo de puritita casualidad no más. Escuché que había mercado de ganado en estos días y decidí acercarme. Espero que no sean cosas que sucedan demasiado a menudo, o no tardaré en salir bien rapidito de aquí. Sí señor.

-¡Soltad a ese hombre!--rugió Belle abriéndose camino entre la multitud. Su arma humeante le abría camino-¡Él sabe dónde ha ido el resto!

De nuevo, pura lógica. Cada vez que había encontrado a uno de los asesinos que buscaba había conseguido pistas que le habían llevado al siguiente. Lástima que el último hubiera empezado a disparar tan pronto. Logró llegar hasta el hombre herido. 

-Asalto, robo de caballos, secuestro, homicidio... -citó mirando a su alrededor-Casi tienes suerte de que el sheriff haya muerto o él mismo te habría liquidado, forastero. Pero las buenas gentes de Pinkstone parecen dispuestas a tomarse la justicia por su mano. Quizás si nos cuentas a dónde han ido tus amigos y cómo podemos encontrarlos tu confesión podría valer de atenuante...

Pero lo dudo mucho, añadió para sus adentros. 

Ante el grito de la mujer, la gente se giró y poco a poco se fue haciendo a un lado. Le extrañaba más ver mandar a la fémina siendo mujer con parche en el ojo que el mismo porqué de aquel secuestro. Cuando estuvo cerca del tipo y él estaba a sus pies, la chica citó todos sus delitos, pero lo único que recibió en respuesta fue un sonoro escupitajo en el rostro antes de que muriera. Su cabeza cayó hacia un lado, y no había podido sonsacarle nada de nada.

¡Malnacido! -le dijo en medio de la multitud-. Señorita...o señora... -decía el alguacil quien veía en ella una mujer con reaños-. Esos tipos no son de por aquí, pero sabemos quienes son: Barry Calahan, sú lider. ¡En el infierno te pudras cuando te colguemos! -decía clamando al cielo con el puño en alto-. Usted... -y miró su pistola, humeante-, necesitamos que alguien vaya tras ellos. En la feria pasada se emborracharon y maltrataron a unos viajeros; este año han secuestrado y matado... ¿qué pasara en la feria siguiente? ¡Ayúdenos! Hay... recompensa por esos diablos -le informaba a Bones-.

El tipo del traje pulcro, casi como salido de contexto, se acercó al gentío. Y en vez de mezlcarse como lo hizo aquella mujer pistolera, observó y escuchó todo lo que se sucedía desde la última fila del gran corro.

Nadie en el saloon habló, pues todos miraban por la puerta o las ventanas. Entonces el barman del saloon habló. Era un tipo engominado y bien vestido para el crisol de personajes que año tras año venían a Pinkerton a beber en su bar.

Ese malnacido, que ningún otro nombre tiene, es un comanchero... -dijo sin mirarte a los ojos, sino mientras limpiaba los vasitos de chupito-. El que está ahi afuera agonizando no... el jefe de esa banda. Un antiguo confederado, que no le ha hecho la vida sino alimentarlo con un vano oficio. Como este pueblo no se libre de ellos pronto, aquí no quedará nadie... -asintió-. Por cierto, me debe usted un dólar con cuarenta por la ventana... -le dijo a Davis-.

Toda la charla era también oida por el único mexicano que había en el saloon en esos momentos.