Partida Rol por web

El Inquisidor no estaba seguro de si habrían sido vistos, pero nada parecía indicarlo. En principio la situación les favorecía, un guardia nocturno no tenía tanta visibilidad; sería más sencillo acercarse allí y silenciarlo o cruzar su puesto con sigilo. Ni por un momento se planteó la opción de esperar a la mañana siguiente, sería tentar demasiado a la suerte.

-Venpaulo, confirma si hay custodias mágicas-susurró al bardo antes de plantearse avanzar-Brunhilda, ¿cuentas con forma de silenciar al vigía desde la distancia en silencio?- no estaba muy al tanto de las habilidades de las que disponían los druidas, así que por preguntar no perdía nada. En el peor de los casos la respuesta sería negativa y tendría que acercarse él con cuidado a eliminar la potencial fuente de alarma.

Desenvainó el arma, manteniéndola baja entre la vegetación para evitar destellos y aguardó las respuestas de sus acompañantes. Valorando posibilidades, estaban a punto de meterse en un lugar del que no tenían más información que conjeturas, en el que habría un número indeterminado de enemigos de un poder nada desdeñable. Las probabilidades no eran exactamente halagüeñas, pero dado que no iban a mejorar si dejaban pasar el tiempo, más bien al contrario, no había elección posible en el fondo.

Garv ya estaba habituado a moverse por esa zona gris de probabilidades escasas y hasta la fecha había conseguido salir bastante airoso de esas situaciones. Pero también era consciente que tampoco debían presionar demasiado a la suerte.

Venpaulo asintió en silencio y miró en lontananza con gesto severo y serio en dirección a la torre de vigilancia. Garv, siempre perceptivo, pudo ver cómo Brunhilda le contemplaba, un tanto ensimismada, admirándole, se dijo el paladín.

Tras un minuto, el bardo empezó a cantar una pequeña y corta copla cómica sobre un perro que hacía malabares junto a un pozo. El texto era pegadizo y jocoso, pero cuando la estrofa cantaba cómo el can desaparecía por el borde del agujero, el propio bardo se esfumó en la nada ante sus propios ojos, provocando la hilaridad de la druida.

Apenas unos segundos después, del mismo sitio que ocupaba Venpaulo, surgió su voz cantando una escala musical bien entonada, que fue bajando de potencia hasta que, con un plof ahogado, cesó repentinamente. Y con ella todo sonido del lugar que el bardo ocupaba, presumiblemente invisible. El oído del paladín, no fino pero sí entrenado, era incapaz de captar la respiración del cantante, o cualquier otro sonido que viniera de ese sitio para el caso.

De hecho, unos segundos después de aquello, pudo ver cómo las plantas en dirección a la torre de vigilancia se apartaban y abrían como si alguien las atravesara, pero todo en un sepulcral y antinatural silencio.

Brunhilda escuchó su pregunta y torció el gesto, aunque sin negar.

-“No tengo una forma segura o fácil de hacer eso. Sólo puedo adoptar la forma de otras criaturas, algunas me permitirían arrojar grandes piedras. Tal vez sea mejor que un arco, aunque no soy muy precisa con ellas; pero dudo que pudiera abatir a un guerrero de los secuestradores de una sola pedrada. Lo que sí es posible que pudiera hacer es adoptar una forma razonablemente discreta que me permitiera alcanzar ese sitio sin ser vista o, al menos, las cercanías de forma disimulada. Algunas de esas formas pueden ser a la vez peligrosas en un combate. Pero no se si eso lo verás útil.” – la cambiaformas se quedó un minuto contemplando el cielo, mientras levantaba un dedo en alto a la vez que contemplaba los árboles cercanos y atisbaba a lo lejos, como para captar la intensidad y dirección del viento. Hasta que finalmente se volvió de nuevo al paladín y añadió:

– “Eso a menos que tengamos mucha suerte y se desate tormenta en un futuro. Pero es altamente improbable y, de pasar, no será antes de la madrugada. Si se diera ese hipotético caso, podría hacer que un relámpago alcanzase al tipejo ese, sería una herida bastante seria pero tampoco es probable que eliminase a alguien tan robusto y, aunque normalmente la gente podría suponer que ha sido una tremenda mala suerte que le caiga un rayo, me temo que ya hemos tenido encontronazos con ellos y algunos de mis hermanos y hermanas han usado ese truco contra ellos. Los más poderosos con los dones de Gaia sí son capaces de amenazar la vida de sus combatientes y clérigos con ese regalo de la diosa, incluso de matar a un mago o un pícaro poco escurridizo.”

Para cuando terminó su conversación con la druida, ésta llamó su atención para pedirle silencio. Miró ceñuda alrededor y, en un momento dado le señaló unas huellas apenas perceptibles que se les acercaban.

Unos segundos después vieron una moneda brillante salir volando de esa zona hasta mitad de un claro cercano y pudieron oír la voz bien modulada de Venpaulo.

-“El camino se estrecha al acercarse a la torre de vigilancia, los alrededores son difíciles de transitar, con mucha vegetación y algunas rocas en lo que lleva de la senda a la montaña escarpada e intransitable. Tal y como suponías hay magia bien disimulada en la zona fácilmente transitable, aunque queda un paso estrecho – lo justo para pasar con un carromato – en el lado derecho, a pie de la torre.” – un esquema dibujado con un palo iba apareciendo a medida que lo describía.

– “Creo que hay un conjuro disparador, probablemente sujeto a que alguien entre en su radio de acción. Además hay varias magias que dispara: Una sirve para cancelar los sonidos, aunque no llegará a la torre, ni de lejos, de modo que permitirá dar la alarma a la vez que evitará que los invasores hagan magia. La segunda es una evocación potente, magia elemental que dañará la zona. Una tercera es una magia divina, que no he sabido definir.” – La figura esquemática volvió a trazarse como por arte magia cuando el bardo siguió hablando

-“Desde las cercanías del puesto de vigilancia se llega a vislumbrar un campamento, pero está tras un par de vueltas del camino y no se distingue con claridad su composición ni su disposición, especialmente con tan poca luz. Creo que había cabañas y está en una especie de altiplano entre pequeños cerros que le rodean y le dejan en bajo. Si quieres montar algún plan mi conjuro de invisibilidad aún durará unos minutos y lo mismo el de silencio, si recuperamos la moneda. Puedo volverlos a lanzar si hace falta, pero no infinitas veces. Sobre todo el de desvanecimiento.”

Como era habitual el tiempo no le favorecía, por lo que Garv asintió a las palabras de su compañero bardo y empezó a madurar qué hacer con los medios a su alcance. Rápidamente un plan empezó a tomar forma; no era perfecto, pero tendría que valer. Los agujeros, que los tenía, tendrían que ser solucionados sobre la marcha.

-Bien, haremos esto; puesto que el centinela daría la alarma y nos retrasaría nos colaremos por el paso de la torre amparados por el silencio de la moneda y ayudándonos de más magia para hacernos invisibles.-de forma inconsciente estaba repasando con la mano el esquema sobre la arena-Una vez dentro nos acercaremos lo más posible al campamento para observar su composición y ocupantes. Nuestro objetivo no es armar jaleo, sino liberar a las grandes bestias de haberlas. En caso de que no fuera así, el objetivo sería localizar al elemento al mando y hacerle cooperar para que nos diga dónde están-se encogió de hombros. 

Aquello podía fallar por muchas partes y lo sabía, seguramente sus compañeros también, pero no había nada mejor con lo que trabajar. Aún así no pudo evitar un último consejo -Nada de heroicidades, no sirve de nada a quienes venimos a rescatar que nos uniéramos a ellos en cautiverio. Aunque nos pusiera las cosas más difíciles en un futuro es preferible una huida a tiempo-contaba con que el bardo se atendría a estas palabras y sólo le quedó desear que la druida también...-Si no hay dudas, o algo que me haya pasado por alto que pueda ayudarnos, deberíamos ponernos a ello. La noche puede ser nuestra aliada pero también nos entorpecerá.-

Sin poder verle, Garv no supo qué podía pensar Venpaulo de su plan; en cualquier caso no puso ningún pero, de modo que asumiría que estaba de acuerdo. Brunhilda por su parte parecía satisfecha con su conclusión, aunque miraba pensativa el esbozo y tenía cara de concentración no pareció tener ninguna sugerencia, pero tampoco ningún reparo.
 
Una vez decidida la forma de actuación, el bardo narró una corta historia, ocurrente, divertida y algo pícara, sobre un misterioso amante que, sorprendido por el padre de la chica en su dormitorio, desaparecían del cuarto misteriosamente mientras sus sonidos permanecían; momento de la narración en que primero Garv y unos segundos después Brunhilda desaparecieron a su vez.
 
Tras unos instantes oyó a Venpaulo decirle a Brunhilda, que había dado un ligero respingo un segundo antes, que tomara la mano de Garv y siguieran sus pasos para evitar separarse y perderse ahora que no podían verse y aún más cuando dentro de unos segundos no pudieran ni oírse respirar.
 
Tras unos cómicos segundos tratando de encontrarse en la oscuridad, y algunas pícaras referencias del bardo a los juegos de “la gallinita ciega” a que eran aficionadas algunas damas de la alta sociedad en las tierras del sur, se unieron para avanzar juntos, lentos pero invisibles hasta la moneda y recogerla, momento para el cual el mundo parecía haberse vuelto totalmente irreal, sin verse a sí mismo, el sonido desaparecido tras un ‘plof’ seco y sin notar a sus compañeros, a pesar del tacto de la curtida mano de Brunhilda contra la suya.
 
Les llevó un buen rato conseguir avanzar juntos, sin verse ni oírse, a través del camino sugerido por el bardo para evitar las trampas. El paso escorado era poco intuitivo y natural. No sólo había que alejarse del lado del camino más corto, sino que estaba precedido de un terreno mal allanado lleno de baches y socavones. Pero los márgenes del camino eran aún más intransitables, probablemente atravesar ese follaje hubiera dejado un rastro clarísimo para cualquiera que estuviera mirando, incluso aunque a ellos no pudiera verles.

El guardia no se dio cuenta de nada, aunque vigilaba con más atención de la que uno podría esperar de alguien apostado en mitad de unas montañas a cientos de kilómetros del sitio civilizado más cercano. Pero, invisibles e inaudibles, con un radio de silencio menor del que podría llegar a su puesto, no había manera de que el humano pudiera notar a los tres compañeros que avanzaban en fila cogidos de la mano.
 
Menos de doscientos metros y dos revueltas del camino después, llegaron a un altiplano rodeado completamente por tres cerros. Había sido allanado y despejado de árboles de forma artificial, aprovechándose la madera para construir dos grandes edificios de una planta de arquitectura tosca pero efectiva y funcional. Una gran hoguera ardía en el centro del campamento, con un par de personas que parecían estar medio vigilando medio atendiendo el lugar. Tres jaulas, de tres metros de alto, seis de anchura y diez de profundidad – bastante justas para albergar un oso mágico sin que pudiera moverse lo suficiente ni para darse la vuelta – se alojaban a un lado, cerca de uno de los cerros. Las jaulas, totalmente hechas de acero de la mejor calidad, estaban vacías en aquel momento, pero tenía restos de suciedad, pelo e, incluso, sangre – que también manchaba sus inmediaciones –

De uno edificios salían las débiles luces de varias hogueras pequeñas, o tal vez grandes cirios y también algún que otro sonido de conversación y, en ocasiones, de risas aunque era difícil decir cuantas personas podría haber dentro. Del otro sólo salía algún pequeño resplandor que, como mucho, podía corresponder a un quinqué o vela; de esa segunda estructura no venían voces.
 
Un camino serpenteante ascendía desde el claro por el cerro más cercano a las jaulas, aunque a dónde llevaba quedaba oculto por la oscuridad y, tal vez, un giro del sendero que se llegaba a intuir entre las penumbras.
 

No era la primera vez que Garv actuaba en invisiblidad, si bien nunca antes en compañía teniendo que ser guiado y guiar a un mismo tiempo. A pesar de la novedad de la situación seguía siendo consciente del gran riesgo que estaban corriendo y dónde se estaban metiendo. Aunque no podía verse la cara sabía que su gesto era de concentración máxima.

Dio un tirón suave a los otros para que se detuvieran un instante únicamente, tras pasar la garita del guardia y una vez en el campamento, en lo que valoraba las posibles formas de proseguir. Dos casetas de madera y el camino aún seguía internándose en la oscuridad. Poca vigilancia, posiblemente confiasen en las trampas de la entrada y el vigía para detectar intrusos. Una de las cabañas parecía el lugar de relajación de la soldadesca, una especie de taberna o algo similar; la segunda en silencio parecía aposentos. Fueran de la guardia o de alguien de más rango también parecía ocupado por la presencia de luz.

Era demasiado un tiro a ciegas pero el paladín tuvo la corazonada de que deberían continuar hasta el fondo del camino, ignorando las jaulas y lo que había en el claro. Era adentrarse más en lo desconocido, pero puesto que estaba a una cierta distancia en caso de haber problemas tendrían cierto tiempo de reacción antes de que se les echara el mundo encima. Asintiendo para sí, obviamente en silencio, tironeó de sus compañeros guiándoles por el borde del campamento sin acercarse a la hoguera para evitar reflejos extraños de la luz del fuego, pues no sabía cómo reaccionaría el conjuro frente a ello.

Según Venpaulo el conjuro aún duraría tiempo más que suficiente y, tras unos nuevos traspiés silenciosos, el trío volvió a sincronizar sus pasos avanzando hacia el recodo del camino y lo que hubiera allí. En un gesto más de inspiración Garv les hizo seguir una ruta parecida a la forma en que cruzaron los conjuros de la torre. No sabía si allí habría algo, pero de haberlo era de esperar que estuviera ubicado de forma parecida, y mejor asegurarse antes que lamentar ser descubiertos.

El trío atravesó el campamento en fantasmal silencio, resultaba extraño ver moverse las cosas por el viento y no ser capaz de oírlo, como también lo era no verse a uno mismo. Emprendieron el ascenso, con lo que quedaron pronto sumidos en la oscuridad, el camino no estaba muy trabajado, pero había sido ampliado. Apenas ascendieron más de cien metros, en cuatro tramos en zig-zag hasta una altura de unos veinte metros sobre el altiplano del campamento.

Durante el camino pudieron ver algunas manchas de sangre seca, bastante viejas, al menos de unos días atrás, otras quizá incluso anteriores. El camino, al menos su parte razonablemente trabajada y mantenida, llegaba hasta la entrada de una caverna bastante grande, unos cinco metros de - irregular - arco que durante el día habría sido visible desde abajo.

Había un guardia vigilando, vestido con armadura completa y armado con un espadón de excelente manufactura. El penacho del yelmo era negro y la sobrevesta lucía el guantelete acorazado propio del Puño de Hierro. De la cueva salía un leve resplandor que indicaba la presencia de antorchas en el interior y un tubo de metal anclado al techo dejaba escapar una densa columna de humo negro.

El Inquisidor no tenía forma de saber cuánto duraría el conjuro, pero lo que no podían hacer era detenerse ahí y armar un estruendo. Por mucho que le pesase, pues dejar vivo a un enemigo a su espalda nunca era una buena idea, eligió seguir avanzando guiando con leves tirones de mano a sus compañeros. La entrada de la caverna parecía lo suficientemente amplia para pasar sin ser vistos por el guardia mientras durase el conjuro, pero algo no le terminaba de cuadrar a Garv. dejándose llevar por una auténtica corazonada entraron por el borde más cercano al guardia, manteniendo la máxima distancia posible dentro de lo razonable.

No quería acercarse y que éste se viera afectado por el silencio, pero si estaba apostado en un lado concreto debía ser porque posiblemente hubiera guardas arcanas en la zona opuesta. Era un riesgo y un poco un tiro a ciegas, nunca mejor dicho, pero prefería tardar un poco más que desencadenar una alerta general. La ventaja del silencio y la invisibilidad era que, entre otras cosas, sus compañeros tampoco podrían preguntar por qué ese rumbo tan errático.

Estaba convencido que ese humo no podía significar nada bueno para ellos ni su misión, el tiempo apremiaba, y ojalá el guardia no se percatase de su presencia. Aunque, pensó con sonrisa torcida, se acabaría enterando. A la más mínima alarma entraría como una exhalación así que tendrían que ser conscientes que a lo que fuera que hubiera allí dentro habría que sumar un veterano bien equipado. Y Garv ya había tenido que enfrentarse a varios para saber que eran huesos duros de roer.

Garv hizo una señal con las manos para indicar a sus compañeros que le siguieran, guiándolos hacia un lateral de la entrada. Lo primero que notó es que eso acabaría por meter al guardia dentro del globo de silencio ¿se daría cuenta el blindado guerrero? Era difícil que no lo hiciera, porque al paladín le había sido un notable contraste cuando el mundo dejó de sonar a su alrededor.

También pudo distinguir, una vez que estuvo lo bastante cerca para distinguir los detalles del candil que usaba el vigilante para estar iluminado y caliente, que el suelo de la entrada era muy arenoso aunque no veía nada raro, en especial le parecía imposible que hubiera un foso camuflado.

Una vez que el grupo había encarado la gruta pudieron ver claramente varias lámparas de aceite iluminando un túnel que se adentraba serpenteante en la montaña, haciendo invisible a dónde llevaba tras un par de requiebros. La tubería humeante se ramificaba contra cada uno de los fuegos, recogiendo el humo y evitando que la cueva se llenase de él. 

Tras un nuevo titubeo que, de no ir silenciados, habría implicado a buen seguro una ristra de maldiciones por parte de Venpaulo, Garv se decidió finalmente a jugársela e ir por el lado más amplio. Aún seguía sin estar convencido del todo pero le parecía un mal menor arriesgarse así que alertar directamente al guardia con la ausencia de sonido. Si se llegase a situación de combate... bueno el plan demostraría ser un fracaso y habría que improvisar sobre la marcha.

Por tanto avanzaron nuevamente con cuidado, guiados por el Inquisidor, hacia la entrada plausible de la cueva en sus circunstancias. ¿Qué encontrarían dentro? Pronto lo sabrían. Gar no pudo evitar notar cómo se le aceleraba el pulso, a pesar de no oírlo. Tensó la mano, presta para desenvainar en caso de necesidad pues si eran detectados aún tendrían una ventaja temporal corta sobre el enemigo dado que no les vería. Incluso en ese peor escenario aún había esperanza. Y a ello tendrían que aferrarse.

El grupo se movió de vuelta al lado más corto del camino con idea de atravesar la entrada arenosa sin hacer que el conjuro de silencio afectase al guardia. Garv notó que sus pies se hundían en la arena y, entonces, tuvo que reprimir un alarido que hubiera llegado a sonar con fuerza si no fuera por el conjuro de la moneda de Venpaulo.

El suelo tapaba un sinfín de abrojos, uno de los cuales había conseguido colarse entre la planta de la bota metálica y la chapa protectora que se articulaba para dar movilidad a los dedos, hundiéndose profundamente y estando a punto de arrancarle uno de los dedos pequeños del pie. Un doloroso apretón de Brunhilda le dio a entender que ella, con sus pies calzados con botas de piel, habían salido igual de mal parados, o peor. 

Para colmo algo se hundió cuando se apoyaron en el suelo lleno de abrojos y, un segundo después, les bañó una lluvia de polvo rutilante que se aferró a ellos y a un punto indeterminado que, poco después, Garv descubrió que era la moneda silenciada.

Un plof ahogado taponó sus oídos cuando, de repente, los sonidos de la noche volvieron a entrar en el área que les rodeaba y, prácticamente a la vez, su propio cuerpo y el de sus compañeros aparecieron ante sus ojos. Claramente el polvo maldito se había comido sus conjuros activos.

Los tres incursores se giraron casi a la vez, a tiempo de ver al guardia abrir los ojos desmesuradamente y llevarse la mano a la espada mientras abría la boca. Les había visto casi como si hubiera escuchado los últimos gemidos que Garv y Brunhilda aún soltaban por el dolor que les producían sus pies lacerados.

El paladín ahogó una maldición, que no habría sido oída por el silencio, cuando una afilada punta de metal penetró las botas de su armadura hiriéndole. Abrojos. Debía haberse fiado de su intuición y no de sus sentidos. Por si fuera poco el guardia parecía haberse dado cuenta que había algo ahí y su reacción iba a ser más rápida que la suya.

Bueno, acababan de pasar a uno de los peores escenarios posibles. Superados en velocidad; heridos, ya que sospechaba que si su armadura completa había sido perforada qué no les habría pasado a Venpaulo y Brunhilda; y parecía que detectados. Tan sólo cabía esperar que el guardia no diese la alarma, o cayera en el aura de silencio.

El guardia gritó sorprendido alertando de los intrusos, aunque estaban lejos y muy altos respecto al campamento y en el exterior de la gruta. Con suerte no le habrían oído; pero el problema principal no fue su grito, si no sus actos. Retrocedió cuanto pudo, hasta el borde del abismo para alejarse de los enemigos y evitar que pudieran rodearle y apabullarle a ataques con facilidad mientras desenvainaba su espada de mano y media y sacar de dentro de su capa un cuerno que ya se llevaba a los labios.

Podían rezar - y tener esperanza - de que nadie hubiera oído el grito de alerta del vigilante. Pero si soplaba ese cuerno, sólo un milagro divino les salvaría de que el campamento en pleno acudiera contra ellos.

Brunhilda, con el rostro contorsionado de dolor, cayó al suelo a cuatro patas. Sus amigos no tuvieron tiempo de pensar que se hubiera caído, pues ya mientras descendía había empezado a crecer, sus piernas a engordar, su piel a volverse una coraza de piel gris más dura que una armadura de cuero y su nariz a estirarse y apuntarse hasta formar un cuerno de la longitud de una espada. Dos segundos después entre ellos había una bestia aterradora, del tamaño de un caballo, que pateaba el suelo y resoplaba, como cediendo la iniciativa a sus compañeros.

Apenas se había convertido en rinoceronte Brunhilda, Venpaulo sacó otra moneda de bronce y entonó su escala musical de tono descendente. El familiar plof sordo embotó los oídos de Garv que, por segunda vez en la noche, se quedó sordo por completo.

Con la moneda dando vueltas entre los dedos, el bardo se quedó muy quieto mirando al guardia como si pretendiera paralizarle con su penetrante mirada castaña.

Y otra vez el silencio. Al menos había dejado de oír sus propios jadeos, aunque no le quitaba as punzadas de dolor... Ya tendría tiempo de encargarse de eso después, en ese momento lo fundamental era que el guardia no diera la alarma. Enarbolando el arma Garv cargó, acusando el dolor que le subía por las piernas, hacia el enemigo alertado. Su arma no emitió sonido alguno, y parecía errar... pero sin embargo su objetivo, aún a riesgo de ser impactado, no era el guerrero, sino su cuerno.

La mueca muda del Inquisidor mientras cargaba dejaba claro que sí había habido un grito de guerra mientras el arma impactaba certera y con gran fuerza en el objeto. Era un riesgo, pero con sus medios prefería tener que sanarse que enfrentarse a todo un campamento sobre aviso.

La espada de Garv voló hacia el enemigo silenciosa por el conjuro de Venpaulo, el hombre se apartó con facilidad a un lado esbozando una sonrisa arrogante de suficiencia. Demasiado tarde se dio cuenta que el golpe no iba para él. Trató de hurtar la mano del cuerno a la vez que se protegía golpeando con el puño de su hoja contra la cabeza del paladín, pero el espadón fue más rápido y su alcance extra le permitió alcanzar con fuerza el cuerno que cayó partido en dos al suelo.

Sin embargo la empuñadura de la espada golpeó con fuerza el casco de Garv, haciéndole pitar los oídos, un pitido que sabía no estaba ahí porque no había sonido en torno suyo, y también obligándole a apartarse a un lado trastabillando por recuperar el equilibrio. En ese momento el suelo empezó a temblar.