Partida Rol por web

Los otros dos sumergidos no tardaron en reaccionar una vez iniciados el combate y uno de ellos trató de lanzarse sobre Janos aprovechando que su similar había conseguido hincar sus garras en su torso. Aquellas criaturas eran rápidas y su instinto asesino no les hacía dudar ni un instante. Eran unos depredadores de humanos naturalmente terribles y sus repugnantes ojos brillaron de maldad en cuanto la sangre empezó a brotar de los arañazos producidos en el inexperto brujo.

El tercero de los sumergidos aprovechó la distracción para subirse en la espalda de Aldous y con sus dos garras trató de desangrar el cuello del veterano brujo sin embargo solo logró causarle unos arañazos superficiales ya que este dió un codazo a la criatura que volvió a caer al suelo. 

El sumergido que había atacado a Janos y le había herido trató de lanzar su afilada garra contra él, pero esta vez Janos reaccionó a tiempo a la agilidad del necrofago pantanoso. 

Janos recibió una herida muy fea y dolorosa, pero no podía despistarse ni una fracción de segundo. Aquello no era un entrenamiento, aquello era la más cruel de las realidades. Durante un corto impás, su mente viajó a los años en los que sólo era un niño, a los días en que su vida se resumían a lo que pudiera pordiosear para vivir. Pero aquello acabó.

El muchacho apretó los dientes y esquivó la embestida del horrible ictiode que anteriormente lo zarpeara. Era rápido el condenado. Pero él, lo era tanto o más que él. Volvió a evitar el ademán del monstuo, pero en esta ocasión realizó una espléndida maniobra lateral con salto que le permitió colocarse justo en frente del sumergido que acudiera a última hora a hostigarle. Casi como si de una rutina se tratara, lanzó su espada de plata contra el cuello de aquella criatura, realizando un giro magnífico con la hoja sobre su cabeza antes de impactar.

El daño fue considerable. 

Aldous logró zafarse de la presa que ejercía sobre él la repugnante criatura.
Se maldijo a sí mismo por haber fallado tan estrepitosamente el anterior golpe, pero no se iba a repetir.
Concentró parte de su ser en la palma izquierda y, al tiempo que movía con rapidez sus dedos, liberó la energía que había estado reprimiendo. En el mismo instante en que esta oleada entró en contacto con el aire, se inflamó en una breve pero violenta explosión en su camino hacia su objetivo.

Janos contraatacó a uno de los sumergidos que se le habían abalanzado con una agilidad digna de un felino y con un manejo diestro de su arma la espada de plata cercenó el cuello del sumergido por completo y lo despojó de cabeza sin piedad. El cuerpo del monstruo decapitado cayó como un peso seco en las ponzoñosas aguas del cenagal para no reanimar jamás. 

Por otro lado, el veterano brujo que conocía la mayor de las debilidades de aquella especie de necrofago utilizó una de las señales brujeriles conocida como igni. Aldous realizó un movimiento de mano ágil dibujando el arcano señal en el aire y la energía flamígera trató de envolver a otro de los sumergidos sin embargo este saltó instintivamente justo antes que las terribles llamas de igni le calcinaran la piel. Como un gato esquivando el agua, el sumergido esquivó el fuego pero no pudo evitar pequeñas abrasiones.

El sumergido que había intentado atacar a Aldous por la espalda y que hasta ahora no había sido objeto de ataques volvió a intentarlo con el mismo brujo sin éxito. El otro sumergido, furioso por la quemadura del igni, se abalanzó también sobre Aldous pero también fracaso en herirle pues el veterano desvió las garras con el pomo de la espada. 

Aquella criatura era extremadamente ágil y logró evitar gran parte del flamígero ataque de Aldous.
Mascullando una blasfemia, el brujo empuñó con fuerza su arma y arremetió contra aquella monstruosidad.

Mientras avanzaba, los dos que quedaban con vida se abalnazaron sobre él con saña. No obstante, aquello no podía pillarle por sorpresa dos veces seguidas. Agachándose, logró esquivar el primer envite y, alzando su espada, desvió sin recibir daño alguno el segundo ataque.
No sin cierta dificultad, recuperó la verticalidad y trató de asestar un potente tajo a su contrincante.

Su maestro se abalanzó sobre el sumergido que se movía con mayor rapidez y descargó un nuevo golpe. Janos no vio con exactitud el resultado de aquel ataque, pero aprovechando que su maestro lo tenía entretenido con sus vertiginosos tajos, el muchacho intentó escurrirse por un lateral y atacar por la espalda al monstruo...

Aldous asestó un tajo potente y decidido hacia otro de los sumergidos y le cercenó por completo uno de sus escamosos brazos, hecho que supuso que la criatura chillara de forma aún más descontrolada al tiempo que del hombro amputado brotara sangre podrida de un color oscuro. Antes de que el sumergido pudiese reaccionar a la herida Janos se desplazo con agilidad por detrás y con un rápido movimiento de espada ensartó su espalda y atravesó su delgado torso de punta a punta. El sumergido empezó a escupir sangre negruzca por la boca y su cabeza cayó inerte hacia delante despojándole de toda vida.

Ya solo quedaba uno. Aunque aquellos necrofagos de pantano parecían criaturas irracionales se percibía cierta inteligencia en ellos debido a su origen, tal vez por ello aquel último sumergido pareció titubear antes de decidirse a atacar de nuevo a los brujos. Sin embargo su instinto asesino era evidente aún en aquellas condiciones de inferioridad y la criatura se abalanzó sobre Aldous y se aferró al brazo con el que empuñaba la espada mordiéndole con unos dientes que parecían espinas afiladas.

Janos pudo comprobar por la periferia de su visión, como la última de esas viles criaturas se cernía sobre Aldous y mordía el brazo de su arma. El muchacho intentó reaccionar con velocidad, pero su hoja argéntea estaba hincada en lo más profundo del ser que acababa de matar.

- ¡¡¡MAESTROOOO!!- gritó el espigado y fuerte chaval, ante el cobarde ataque de aquel ser apestoso. Como un resorte, puso su bota en la espalda del sumergido finiquitado, y lo empujó con un puntapié seco, extrayendo su espada. Acto seguido, dio un salto hacia delante, mientras lanzaba una punzada con la hoja completamente horizontal con una trayectoria dorsoventral.

El filo pasó a escasos centímetros sobre el hombro de Aldous y fue a clavarse en el rostro de aquel ictioide furioso.

El inexperto brujo estaba haciendo gala de una habilidad de combate extraordinaria. Con un manejo diestro de su espada de plata Janos acabó con el último submergido antes que su maestro pudiese siquiera reaccionar. La última estocada sin embargo había sido arriesgada ya que pasó a escasos centrimetros de Aldous, de haber calculado mal el espacio hubiese podido clavar la espada en el lugar erróneo.

El último de los sumergidos cayó inerte a las aguas del cenagal y se hundió en ellas. Los brujos, aunque levemente heridos, habían acabado con aquellos sumergidos haciendo gala de la habilidad que les caracterizaba como cazadores de monstruos profesionales que eran.

Tras su portentoso ataque, Janos se acercó hasta su maestro - ¡¿Estáis bien, viejo?!- dijo con media sonrisilla tras la escaramuza con aquellos seres pestilentes. El espigado y fuerte chaval sabía que hacía falta mucho más para acabar con su mentor. Aldous era un tipo duro, y tanto a él como al que fuera su instructor -el brujo Breigan- les debía la vida. 

- ¡¡Claro que estáis bien!!... Seguro que estabais midiendo mis aptitudes...- dijo en clara alusión a la destreza mostrada por Aldous en el combate. Janos conocía al hombre que viajaba a su lado y sabía que disponía de una técnica y destreza sublime para acabar con los monstruos que acechaban en la charcas infectas como aquellas.

- A ver que encuentro por aquí...- dijo extrayendo unas herramientas bastante rústicas de disección, a la vez que se acercaba al cuerpo caído de uno de esos sumergidos. 

Con una feroz estocada, Janos dio muerte al último de los oponentes.
Mientras limpiaba la hoja de la espada, devolvió la sonrisa a su alumno: - Claro que estoy bien.
Pero no era cierto; años atrás, con un sólo movimiento habría despedazado a los tres ¡Y a diez, qué diablos!
Aldous no sabía qué diantres le pasaba. Se sentía torpe y lento, y eso era imperdonable para un brujo.

Pasado el combate, abandonado ya el estado de tensión propio de la lid, Evrouin descubrió que la musculatura del brazo le dolía más incluso que las heridas sufridas: blandir la espada, otrora sencillo, se había convertido últimamente en un ejercicio agotador.

Se masajeó con ambas manos la dolorida columna y trató de mudar el pensamiento a paisajes menos perturbadores.
- Has actuado muy bien, Janos. Estoy orgulloso de tí; eres más que digno de esas espadas que llevas.
A decir verdad, el estilo que el joven exhibía en combate era demasiado agresivo y brutal para el gusto de su maestro, pero eso no podía ser modificado sin alterar la propia esencia del muchacho; sería el tiempo quién se encargase de templar la llama que ardía en su interior. Por ese motivo no hizo ningún comentario al respecto.

Viendo que, con diligencia, el zagal buscaba elementos útiles entre los despojos, Aldous se dispuso a hacer lo mismo. Su espalda protestó al agacharse, pero hizo caso omiso a las molestias. NO era un viejo. Aún podía enfrentarse con quién fuese preciso y salir victorioso; sólo necesitaba pasar unas cuantas noches en un lecho decente para recuperar todo su vigor.
Sin embargo, la realidad estaba allí presente para abofetearle sin compasión. Mientras manipulaba el cuerpo inerte de uno de aquellos infectos seres, su mano derecha, con la que había empuñado el arma, se le quedó lánguida de repente, sin fuerza. Un calambre le recorrió todo el brazo; ¡La espada no pesaba tanto! ¡¿Qué le estaba ocurriendo?!

Airado, se levantó y dio un puntapié al cadáver: ¡De esta morralla no sacaremos más que la fetidez que los acompañaba! ¡Vamos! Ya hemos perdido suficiente tiempo.

Tras el combate los brujos llevaron a cabo una acción muy corriente en su oficio, esta era, extraer componentes orgánicos de los monstruos que aniquilaban pues como criaturas sobrenaturales que son, sus órganos, pieles, pelos, plumas y elementos biológicos que puedan contener tienen propiedades para la elaboración de substáncias alquímicas, sobre lo que las escuelas de brujos han investigado durante centenares de años.

Janos recogió del agua uno de los flácidos y putrefactos cuerpos de un sumergido del cuello, como si se tratara de un pollo al que acababa de sacrificar, y lo estampó sobre una roca de grandes dimensiones que sobresalía del cenagal. En ella el brujo manipuló una navaja y otros extraños utensilios de mano y rajó el cráneo del mismo como si aquella roca fuera una mesa de operaciones de un médico improvisada. Con una precisión quirúrgica el joven brujo de la escuela del oso extrajo los sesos de la criatura y los introdujo en un pequeño recipiente de cobre que llevaba en su bolsa de viaje sin que aquella materia cerebral flácida se deshiciera en sus manos. 

Al mismo tiempo el veterano Aldous alzó el cuerpo de un segundo sumergido y sin soltarlo se agachó para extraer sus sesos, sin embargo el calambre muscular en su brazo que  según creyó fue fruto de los achaques de la edad le traicionó mientras introducía la mano en el cráneo del putrefacto sumergido y los sesos se deshicieron en sin conseguir extraerlos correctamente.

Mascullando una maldición y sin esperar siquiera a Janos, Aldous se puso en camino.
Cuando se había alejado unos pasos una pregunta cruzó su mente: - ¿Ya está? ¿Un ligero contratiempo y te rindes enfurruñándote como un crío? ¿Es esta la lección que quieres que tu discípulo aprenda hoy?

Se quedó unos instantes parado, reflexionando. Finalmente, se dio la vuelta y, con enojo, sacó de un tirón el tercer cuerpo del agua. A empellones lo puso sobre terreno seco y se puso a manipular los restos.
Aún sentía un ligero entumecimiento en los dedos; ya comenzaba a remitir, pero seguía siendo lo suficientemente molesto como para dificultar su tarea.

Clavó la cuchilla con demasiado vigor y un chorretazo de sangre oscura salió despedido de la cabeza de la pestilente criatura. Se obligó a calmarse y prosiguió con mayor cautela hasta que finalizó su labor.

Tenía que sosegar su temperamento; no podía mostrar esa clase de reacciones delante de quién se suponía que debía aprender de él. Tenía que darle buen ejemplo.
Tratando de ocultar su mal humor, habló con voz serena y con naturalidad: - Qué, Janos. ¿Cómo lo llevas? ¿Qué has sacado?

- Este asqueroso y pestilente encéfalo...- dijo sintiendo cierto grado de repugnancia mientras mantenía en alto la masa cerebral de aquella necrófaga criatura. - Creo que no se me ha dado tan mal después de todo.- dijo sonriendo a su mentor

- ¡¿Seguimos?!- se apresuró a formular la pregunta. Janos no había reparado en el tembleque de la mano de Aldous y en su temperamental reacción. Bastante tenía con lo suyo, a la hora de sacar aquellos sesos viscosos y malolientes.

Tras el encuentro con los sumergidos los brujos habían extraído los sesos de estos, los cuales podrían utilizar para la alquimia de los brujos, un arte especial con el que estos cazadores de monstruos realizaban mezclas que en interacción con sus cuerpos mutados potenciaría sus capacidades físicos. Cualquier aldeano de cualquier reino que hubiese presenciado la escena no solo hubiese vomitado, sino que hubiese huído despavorido de los brujos más que de uno de aquellos sumergidos. La civilización nunca había entendido ni aceptado el oficio de los brujos por mucho que estos hubiesen aliviado al mundo de terribles males durante centenares de años. Tal vez sin los brujos ahora toda tierra conocida sería pasto de las criaturas malvadas y el ser humano se hubiese extinguido, pero estos la mayoría de vecesno  recibirían más que unas monedas y un portazo en la cara. Tal era el oficio que ejercían el viejo Aldous y el joven Janos.

Los dos brujos recorrieron aquel cenagal sin más complicaciones, aunque no envainaron sus espadas de plata pues Aldous advirtió a su pupilo que en aquel tipo de aguas siempre pueden haber más sumergidos ocultos dispuestos a atacar en el momento más oportuno. Tras poco más de una hora consiguieron encontrar un camino en condiciones con tierra seca y empezaron a recorrerlo con la esperanza de no desviarse más de su ruta en dirección a Percha del Cuervo.

Cuando ya llevaban un buen rato el camino tenía señas de estar transitable y conducir a algún lado ya que había bastantes marcas de carromatos en la tierra húmeda. De pronto observaron que había alguien cerca del sendero y sin desviarse de él los dos viajeros escucharon los gritos inconfundibles de una mujer. Cuando ya estaban cerca pudieron ver que a un lado del camino había dos hombres, uno de ellos reía con una carcajada obscena mientras animaba al segundo el cual se encontraba encima de una mujer joven con las ropas desgarradas consumando una violación mientras la sujetaba de las muñecas y se contorneaba para profanar su virtud. Los dos hombres tenían el torso cubierto por una coraza de hierro oxidado, por lo que tal vez se tratará de soldados.

Tristemente aquella era una escena de violencia más cotidiana de lo que uno querría en aquellos tiempos oscuros, donde a veces no se sabe si son más monstruosos los monstruos o el propio ser humano...

Por fin habían logrado salir de aquel cenagal y encontrar lo que parecía un camino transitable. Janos tenía los calzones enfangados y casi todo su cuerpo humedecido. Estaba realmente malhumorado después de transitar por aquel apestoso pantano, pero una vez fuera de él, su optimismo volvió a emerger. Ayudó con su fuerte brazo a Aldous y tras unas graciosas chanzas a consta de su mentor, prosiguieron el camino hacia Percha del Cuervo.

Cuando llevaban poco más de un centenar de pasos, los ruidos de una mujer, los alertó.

¿Serían más sumergido?... pero... estaban lejos ya de las aguas estancadas como para que aquellos seres se adentraran en busca de carne que cazar. Avanzaron con tiento, recortando sus siluetas contra la vegetación y las sombras. entonces lo vieron. Un par de bastardos se aprovechaban de una desangelada mujer. Por sus indumentarias tenían pinta de ser guardias, mercenarios o soldados... daba igual eran bazofia por igual. Todavía recordaba a los guardias de Trotogor y la facilidad con la que golpeaban a vagabundos y transeúntes si tenían una mala noche...

- ¡¿Qué hacemos maestro?!- preguntó.

Aldous caminaba con cierta dificultad por el pantanoso paraje, apoyándose de vez en cuando en su pupilo.
Había tomado la decisión de calmar su malhumor y estuvo intercambiando algunas chanzas con Janos. Era un buen chico, siempre solícito y listo para entrar en acción.
En un momento dado, escucharon gritos y se acercaron con cautela a la fuente del sonido.

Allí, junto al camino, había dos tipos forzando a una joven. - Joder... - masculló para sí y escupìó en el suelo.
Tratando de no hacer ruido, envainó la argéntea hoja y desnudó el acero.

El oficio de brujo les obligaba a dar caza y muerte a los monstruos, haciendo la vista gorda ante el resto de problemas; pero, por suerte o por desgracia, el férreo entrenamiento al que había sido sometido no había desplazado del todo su humanidad.
- Mira, Janos; esto no es nuestra competencia, de modo que la decisión la debes tomar tú. Yo voy a tener unas palabras amables con esos hijos de puta, pero no puedo obligarte a que me sigas.

El veterano brujo flexionó los dedos: el malestar casi había desaparecido. - Estoy listo - pensó.
Cuando ya iba a descubrir su posición, le lanzó una mirada al muchacho, sabedor de cuál iba a ser su reacción: -...pero si decides intervenir, estaría bien que dieses un pequeño rodeo y los jodas por un flanco. - tras guiñarle un ojo, salió al camino.

- Hombre, qué suerte la mía. Salgo a cazar y me encuentro con un par de ratas. Va, si os marcháis ahora, puede que os deje vivir.

Aldous decidió tomar partido tras presenciar aquella violación por parte de aquellos dos bellacos dejando a un lado el sagrado código de neutralidad que ha facilitado que los brujos pudieran ejercer su oficio sin ganarse enemigos ni ser percibidos erroneamente como caballeros justicieros. Sin embargo el más viejo de los dos brujos de la escuela del oso no había tenido un buen día en absoluto y a pesar de su naturaleza mutada y la frialdad con la que ha vivido la mayor parte de años de su vida aquella situación despertó la humanidad que aún habitaba en su interior. 

Cuando Aldous se aproximó a los dos violadores con la espada de acero en mano el que estaba consumando la agresión sexual se incorporó aún con su miembro viril fuera de los pantalones mientras que el otro que reía se encaró con Aldous. Los dos hombres debían rondar los cuarenta años pero su aspecto era muy estropeado y apestaban a alcohol. Ambos llevaban dos mazos de metal atados al cinto.

- ¡Ehhh! ¿¡tu quién eres capullo!? - le increpó el que estaba de pie - más te vale irte por donde has venido o vamos a darte tu merecido..  - dijo tratando de mantener el equilibrio en un evidente estado ebrio. - ¡Somos soldados del conde! - exclamó con voz autoritaria. 

Aquel idiota alcoholizado había cometido el error de presentarse como uno de los hombres del conde.
Aldous chasqueó la lengua, fingiendo contrariedad: - Pues estamos en una jodienda... - señaló a los dos con la punta de la espada - No voy a poder permitir que ninguno de vosotros salga de aquí con vida. Una lástima...

El brujo realizó unos rápidos movimientos con la mano izquierda, activando una de sus señales y al momento sintió el familiar cosquilleo que recorría todo su cuerpo.
Se dispuso a saltar al combate empuñando el arma con ambas manos y adoptando una guardia baja, la misma que solía utilizar en sus frecuentes entrenamientos con el viejo maestro Breigan.

Haciendo un gesto hacia sus genitales, le espetó: - Te sugiero que te guardes eso; por lo de la dignidad al morir, más que nada.