Partida Rol por web

La anciana mujer asintió y sonrió a las palabras de Aldous.

- De hecho, hay una antigua tradición. Para llegar a la capilla de las Moiras deberéis seguir un rastro de dulces que ellas mismas han dejado por el camino desde Percha del Cuervo, no será difícil hallarlo así. - explicó revelando una tradición sin duda curiosa. - 

- Reuniós conmigo al anochecer del día de hoy. La ofrenda ya está casi lista. - se limitó a contestar la invidente de forma harto enigmática, evadiendo la pregunta de Aldous, y dando a entender que no quería conversar más con los brujos cuando se levantó para ir a mezclar el contenido del caldero de infusiones que hervía en el centro de la maltrecha cabaña.

Janos miró a su maestro... - ¡¿Rastro de dulces?!- aquello sonaba a broma pesada, pero en realidad quién era él para dudar de las misteriosas tradiciones de aquel mundo oscuro y hosco. Realizó una reverencia a la anciana mujer y salió antes que su mentor.

Ya fuera, parecía que comenzaba a chispear. Se ciñió la capucha de su capa y preguntó a su maestro - Volvamos a la taberna. En el Caballero del pantano quizás hallemos respuestas a más preguntas...

- Sí, estaría bien recabar un poco más de información - dijo, una vez que habían salido de la choza.
- ¿Pero qué te parece si damos un paseo antes? Si queremos elaborar algo con lo que combatir a nuestra prometida favorita, necesitaremos componentes. Lo que sacamos de los sumergidos nos puede ser de mucha utilidad, pero además necesitaremos algunas hierbas...

Aldous terminó de ajustarse la coraza, pues dada la brusquedad con la que la anciana les despidiera, no había querido permanecer ni un segundo más allí. Al atar los correajes hizo una mueca de dolor, pues aún le dolía el zarpazo, pero el ungüento estaba haciendo su efecto, y ya se sentía bastante más aliviado.

- A ver si tenemos suerte y no nos lleva mucho tiempo, no quisiera pasar todo el día buscando flores.

Ya había pasado más de medio día entre la visita al infame conde Vserad y el descubrimiento de la naturaleza del monstruo al que debían dar caza, siendo esta un alma en pena conocida como Dama del Mediodía.

El joven Janos propuso ir a la taberna con el fin de recopilar más información sobre la Dama, al tiempo que podrían descansar de tan difícil combate y reponer fuerzas con la comida adeudada que pudiera ofrecerles el dueño del establecimiento. Sin embargo el maestro brujo quiso que antes buscaran las hierbas necesarias para elaborar alguna substancia alquímica que les ayudara con la Dama.

Así pues, ambos brujos salieron de Percha de Cuervo y recorrieron el bosquejo pantanoso cercano en busca de los componentes necesarios. Si tenían suerte regresarían a tiempo para un ligero refrigerio en la taberna, recopilarían más información, y estarían listos para la ofrenda al anochecher como favor a la sanadora local. 

Tras marchar de Percha de Cuervo los brujos iniciaron un bosquejo por los pantanos de los alrededores. Janos era un brujo inexperto con lo que aunque conocía los principales componentes herbáticos y plantas aptas para la alquimia que practicaban no tenía suficiente olfato ni experiencia como para encontrarlas con facilidad.

Por su parte, Aldous halló un buen puñado de hojas de la planta que andaba buscando....

Aldous encontró unas alheñas que creyó que podían serles muy útiles. No sabía si sería suficiente, pero ya era momento de dar por terminada la jornada. Había sido un día agotador, y debían descansar. Además, la idea de Janos de recopilar más información era buena y el brujo no quería dejar pasar esa oportunidad.

- Bueno Janos, ¿Volvemos ya?

Tras la recolección de componentes herbáticos los brujos retornaron a Percha de Cuervo. El sol empezaba a acercarse al horizonte por lo que no tardaría en producirse el anochecer, momento del día en el que deberían saldar su deuda con la sanadora transportando la ofrenda a las exóticas moiras del pantano.

Con el fin de descansar y llevarse algo al estomago entraron en "El Caballero del Pantano" donde el tabernero Julios se afanó en servir un plato de una sopa fría y pastosa con aspecto poco apetitoso. La taberna estaba casi vacía, solo el perturbado Larken al que habían conocido los brujos el día anterior sentado en un rincón y con gestos de desvarío así como tres campesinos ahogando sus penas en la cerveza aguada que servía Julios. 

El chaval se acercó hasta la barra. Doblegó su espigado cuerpo echándose hacia delante y llamó la atención de Julius con un ligero silbido. En cuanto se acercó el regente de aquella sucia y humilde taberna, el muchacho se apresuró a decirle: - Estamos descubriendo cosas muy interesantes sobre el monstruo que ataca a los labradores...- introdujo con una sonrisa juvenil - Pero necesitaríamos averiguar un detalle que puede ser de utilidad... ¡¿Sabe usted de alguna moza que muriera momentos antes de contraer matrimonio?!...

El tabernero dió la bienvenida a los brujos con su habitual sonrisa fingida. A pesar de todo, era de los pocos habitantes de Percha de Cuervo que no escupia o maldecir al pasar al lado de los brujos, y eso ya era mucho en los tiempos que corrían.

- ¡Brujos, vuestras conversaciones siempre versan sobre desgracias! - exclamó como si recriminase aquella pregunta, y a continuación se inclinó sobre la barra para hablar entre susurros con ambos. - Aquí la muerte está en cada esquina... sin embargo ahora que lo mencionáis, han habido dos muertes de muchachas recientemente. Una fue ayer mismo, encontraron a la joven Hildara junto a dos soldados al borde de uno de los caminos... - dijo frunciendo el ceño. - una desgracia terrible, el alguacil cree que se trata de bandidos que asaltaron a la muchacha y mataron a los guardias cuando llegaron a rescatarla. - aseveró el tabernero local. - Y la otra muerte... bueno....  tal vez debieráis hablar con Ernestus, hace poco murió su prometida. - dijo mirando de reojo a los clientes. - ¡Sin embargo no sé que relación puede tener esto con el diablo de los campos! He oído que se trata de un dragón, como narran las leyendas ¿Es eso cierto? - preguntó ingenuo alzando ambas cejas, como si creyera realmente aquel rumor. 

Aldous se acercó a Janos cuando el tabernero les comentó que Ernestus quizá tuviese más información al respecto.
- Mañana hablaremos con él. Puede ser interesante -y útil- tirar de este hilo... pero ahora, creo que deberíamos ir tirando. Ya casi es de noche.

El brujo se despidió de Julios con un gesto de la mano y se dispuso a enfilar el camino hacia la choza de la anciana.

Los brujos se afanaron en dirigirse a la cabaña de la sanadora con la que debían saldar su deuda. La puesta del sol había ya teñido de naranja el grísaceo cielo de Velen y un pequeño grupo de aldeanos, la mayoría de edad avanzada, aguardaba frente a la entrada con antorchas y ramos de flores. 

En la puerta, la sanadora vestida con varios harapos ceremoniales y con varios abalorios extraños colgando del cuerpo dejaba reposar su mano sobre un niño descalzo y aspecto pobre que debía rondar los 8 años.

La sanadora sonrió en cuánto los brujos se aproximaron.

- ¡He aquí los portadores de la ofrenda! - grito la invidente anciana al tiempo que la pequeña congregación de aspecto tan esóterico se hacía a un lado para permitir el paso a los dos brujos.

- Las moiras son las tejedoras de nuestro destino, nuestras dichas y desdichas son el designio de las venerables señoras de Velen. Por eso, un año más, honramos con nuestra ofenda su protección a esta tierra abandonada de la mano de la fortuna. - recitó lenta y sosegadamente al tiempo que daba un empujón al infante cuyo rostro parecía ser bastante circunspecto para que se acercará a los dos brujos. - ¡Ahora sois los portadores de la ofrenda, llevad a este inocente niño ante su altar y abandonar el lugar sagrado sin deshonrar a las Moiras del Pantano! -

Janos tapaba su rostro con un trapo. Era un gesto común en el muchacho cuando caía la noche y el frío arreciaba. Eso le permitió esconder su mueca de sorpresa cuando la sanadora entregó al crío a ambos brujos. Como si de un reflejo se tratara, el zagal miró a Aldous. Su mentor estaba más bregado en estos asuntos y la decisión que tomara él sería la actitud a seguir... Aunque no lo tenía demasiado claro.

Aldous se acercó al grupo de aldeanos que se congregaban junto a la choza de la sanadora.
Nada dijo al acercarse a la "ofrenda" y al ponerle la mano con suavidad en el hombro para que les acompañase.

Por segunda vez en ese día, el brujo se planteó muy seriamente si no sería mejor dejar que todos y cada uno de esos miserables muriese a manos de su "monstruo"; monstruo que, cada vez lo tenía más claro, no era más que el vivo reflejo de la suciedad moral que impregnaba al pueblo.

El joven miraba al viejo; y el viejo sólo quería darles muerte.

Se alejaron en silencio de la casucha acompañados por el desafortunado chaval. La decisión ya había sido tomada: - ¿Te apetece conocer a esas Moiras, Janos? Yo me muero de ganas...

El chico siguió las indicaciones de Aldous y lo acompañó una vez la esoterica comitiva de adoradores de las Moiras se despidieron de la ofrenda. Cuando el veterano brujo interpeló al muchacho este se sintió algo cohibido.

- Me han dicho que las moiras son buenas y que tienen una casa de dulces dónde podré vivir para siempre. - explicó con la inocencia habitual en dichas edades, a pesar del entorno oscuro y decadente dónde había nacido. - ¿Vais a venir conmigo a comeros los dulces? - preguntó mirando directamente al viejo brujo con cierta ternura.

Estaba claro que si el chico sabía a dónde lo llevaban, tenía una versión muy fantasiosa de lo que se suponía que harían con él las moiras.

- Será toda una experiencia, maestro.- contestó el joven brujo que había leído la mirada de su preceptor como si de un libro abierto se tratara. La gente de aquella localidad no eran mejores que las presas que se esforzaban por cazar. Decían que los cazadores de monstruos profesionales como ellos estaban deshumanizados, exentos de emociones y sentimientos que guiaban la vida de las personas, pero Janos contemplaba con angustia la escoria por la que se jugaban el pellejo.

Igualmente, lo justo era cumplir su parte del trato. Aquella vieja invidente había usado sus dones para curar a Aldous cuando éste estaba malherido, pero jamás pensó que la ofrenda fuera un crío indefenso. 

De todas formas, quizás pudieran sortear a aquella Moiras, aunque no tenía ni la menor idea de cómo...

- ¡¡Vamos!! No perdamos más tiempo.

El trío se puso en marcha siguiendo las indicaciones que habían recibido.

Aldous apartó la mirada cuando el chaval comentó lo que sabía sobre las Moiras. Sus vecinos, los que debían protegerle, habían hecho un magnífico trabajo lavándole el cerebro.
- Sí, nos vamos a poner las botas esta noche - dijo, respondiendo a su pregunta - Por cierto, ¿cuál es tu nombre? Yo soy Aldous, y él es Janos.

El brujo se esforzaba por recordar algún dato que pudiese serles de utilidad acerca de las así llamadas Moiras y, sobre todo, de cuáles podían ser sus hábitos...

- Me llamo Hansel.... - dijo el muchacho que iba perdiendo la timidez poco a poco. - ¡Tengo ganas de comerme esos dulces! - exclamó espontáneamente el huérfano, que parecía entusiasmado con ser la ofrenda local a las moiras.