Partida Rol por web

- ¡¡Dulces!!...- exclamó el joven brujo sorprendido - ¡¿Nos puedes comentar un poco qué te han explicado de las Moiras?!- Janos tenía la sospecha de que el chaval no tenía ni idea de a dónde se dirigía. Un escalofrío recorrió el cuerpo del mocetón, imaginando la temible aberración que se alimentaba de niños como aquel y que aguardaba su ofrenda. - Es que aunque no te lo creas, existen temas que nosotros lo brujos, desconocemos...- intentaba ganarse la confianza del chaval mientras caminaban saliendo del pueblo.

Hansel asintió a Janos, satisfecho, como si fuera a iniciar un viaje hacía un paraíso en el que creía totalmente.

- Los mayores dicen que cada año un niño es elegido para ir a la casa de los dulces... - dijo con ilusión - allí podrá vivir para siempre con los demás niños que han llegado antes para que les cuiden las moiras - concluyó satisfecho, sin parecer que sepa más acerca de las Moiras ni el lugar al que se dirigían. 

Sin conseguir el propósito de descubrir algo más acerca de las moiras a las que adoraban en aquellas tierras oscuras del muchacho llamado Hansel, los brujos se encaminaron junto a él adentrándose en los pantanos del Cénagal del Jorobado, atravesando charcos y árboles de corteza oscura y húmeda los dos brujos hallaron que la tradición acerca de los dulces era cierta, pues gracias a sus sentidos agudizados encontraron un primer caramelo de color rojizo y en forma redondeada que a pesar del pantanoso clima no se había desecho en el fango. 

Hansel salto de alegría en cuánto lo vió. 

- ¡¡ El dulce!! ¡¡ El dulce!! Debemos seguir el rastro hacía la casa de las golosinas de las moiras. - exclamó visiblemente emocionado. Los brujos siguieron durante una hora carmelo tras caramelo hasta que el rastro les llevó hasta un claro en medio de aquel amplio cenagal dónde parecían conducir aquellos señuelos azucarados. Allí había una cabaña rectangular con aspecto bastante deteriorado, paredes de madera podrida y techo de paja con varios agujeros que parecía deshabitada. 

Los brujos también prestaron atención a algo más... en los árboles colindantes a la cabaña algo más pendía de las ramas de los marchitos árboles, que parecían llevar allí cientos de años, se trataba de restos de orejas disecadas de todo tipo y tamaño que pendían desde finos hilos ligados a las ramas. Ni rastro de la casa construida con dulces ni tampoco parecía que nadie viviera en el interior de aquella estructura aunque el rastro de los caramelos había conducido hasta allí.

Janos miró nuevamente a su mentor. No podía creer que el camino estuviera marcado por dulces, pero mucho menos que estos no se deshicieran o fueran consumidos por las alimañas. Cuando una bestia no se alimentaba de un resto de comida, se debía desconfiar de aquel producto por muy buen aspecto que tuvieran, y sobre todo, por mucha hambruna que se padeciera.

Finalmente llegaron a una choza típica del pantano. El estado del lugar resultaba desolador. Aquella estructura parecía esstar abandonada al paso del tiempo, pero algo intranquilizaba al joven brujo. Nuevamente miró a Aldous. No quería expresar sus congojas y poner nervioso al pequeño Hansel, pero aquello que en un principio le olió a encerrona, comenzaba a atufar a trampa por los cuatro costados.

Se encaminó en silencio hasta el árbol del cual pendía un muestrario de orejas disecadas. Extraños gustos tenían tales moiras, si verdaderamente aquella historia era verídica... 

El huérfano de Percha de Cuervo se acercó a Janos y tiró de su mano para llamar su atención.

- Señor brujo Janos, ¿Dónde está la casa hecha de caramelos? - preguntó con un hilo de voz inocente e infantil. 

Cuando llegaron al lugar señalado por el "camino" de dulces, el paraje era desolador.
Aldous echó mano a su medallón: si sufría la menor perturbación, quería saberlo de inmediato.
Con la diestra, aferró la empuñadura de su espada; al salir de su vaina, el acero vestido de plata brilló brevemente.

El chico se aproximó a Janos preguntando con insistencia. El veterano brujo se aproximó a él y con voz queda, le dijo: - Escucha, Hansel. Quédate siempre junto a uno de nosotros dos, no te separes de nosotros por nada del mundo... salvo que te lo digamos. Si te digo que corras, deberás seguir el rastro de dulces hasta la aldea sin mirar atrás, pero no entres: espéranos en la linde del bosque. ¿Entendido?

Viendo que Janos se había adelantado con sumo cuidado, Aldous se quedó atrás con Hansel y vigilando los alrededores.

Los brujos no detectaron nada inusual en los alrededores de aquella cabaña, que de hecho, parecía estar completamente deshabitada y en ruinas. Sin embargo no había duda de que el rastro de dulces había conducido hasta allí, y que si la tradición era cierta, aquel lugar debía ser la casa de las moiras que se habían convertido en una divinidad en Velen.

No obstante, en cuánto se acercaron un poco más a la cabaña entre las ramas de los árboles con las orejas cortadas colgando los medallones de cabeza de oso que portaban en sus cuellos empezaron a vibrar violentamente y las pequeñas joyas de zafiro que rellenaban la cuenca de los ojos del rostro del oso empezaron a brillar con una luz azul.

Los presentes se dieron cuenta de que la puerta de aquella cabaña rectangular estaba entreabierta.

El medallón había reaccionado: estaban cerca.
Fijándose bien en la puerta de la casucha, comprendió que muy posiblemente no saldría nadie de allí hasta que los portadores de la ofrenda se hubiesen marchado.
Aldous no iba a entrar si podía evitarlo, pues tácticamente, tendrían mayor ventaja en el exterior, dónde las largas espadas podían bailar con mayor libertad.

Sin apartar la mirada de la choza, dijo en voz baja a Hansel: - Recuerda: debes obedecer sin rechistar. Si te digo que corras, corres. Las cosas se van a poner feas.

Hizo un gesto con la mano a Janos, que estaba un pooco adelantado. Un gesto inequívoco para que se ocultase dónde pudiera y pillar por sorpresa a lo que quiera que saliese a recibirlos.
Tener a Janos con él era una auténtica bendición; aún recordaba el tiempo en el que había estado viajando solo, cuando todo el subterfugio y la acción directa tenían que surgir de un sólo hombre.

Una vez estuvo todo dispuesto, sólo quedaba hacer ruido: y así ocurrió.
Haciendo caso omiso de las directrices de la anciana, el brujo alzó la voz con la espada desnuda: - ¡Vengo a traer la ofrenda de Percha del Cuervo! ¡Exijo hablar con las Moiras! ¡Vamos, mostráos!

Y allí estaban.

El paraje era con todo realmente desalentador, pero aun así, no debían desfallecer pues sólo entonces serían presa fácil del terror que aquel sitio podía llegar a provocar.

Cuando Aldous recordó al niñó qué debía hacer si todo aquello no era más una trampa, Janos acercó su mano hacia la espada argéntea. Allí se congregaban fuerzas sobrenaturales como indicaba el zumbido de sus medallones, con lo que no dudó en anteponerse ante el joven Hansel para evitar de esa forma el peor trauma que podía llegar a ver el chiquillo en su vida. Todavía recordaba el día en que su vida se cruzara con Aldous. Por aquel entonces, él no era más que un ladronzuelo huérfano de las calles de Trotogor y Aldous un joven brujo. Pero gracias a él y su mentor de aquel momento -Breigan-, consiguió escapar del cubil de un grupo de alghules. A pesar de los años pasados, el muchacho todavía podía sentir el hedor a muerte y podredumbre que el dicha guarida se gestaba...

- ¡No temas nada!- se dirigió a Hansel - No dejaremos que te pase nada malo...- dijo empatizando con el niño, pues le resultaba imposible no verse en cierta forma reflejado en él. 

La llamada de Aldous resonó con un siniestro y tétrico eco por todo aquel claro del cenagal y tras un largo minuto de espera en el que los brujos miraron a uno y otro lugar no se produjo ninguna respuesta. Solo el silencio y el graznido puntual de los cuervos cercanos que parecían amontonarse en los árboles dispuestos a ser espectadores de aquellos esperados visitantes.

Hansel, por su parte, empezó a incomodarse cada vez más. - ¡NO! ¿Y la casa de los caramelos? - gritó con enfado. - ¡¡Seguro que está ahí dentro!!!!! -

Entonces el niño comenzó a correr hacia la casa de madera y paja cuya puerta estaba entreabierta desoyendo las advertencias que realizaban los protectores brujos que lo habían escoltado. 

- ¡Maldita sea! ¡Vuelve aquí, imbécil!
Aldous trató de retener al pequeño, pero tan concentrado estaba en observar el entorno en busca de posibles atacantes, que su carrera le pilló completamente por sorpresa. Con los dedos rozó la camisa del chaval, pero en el último momento, se le escapó.

El niño se impacientó. Tenía ganas de chucherías y Janos no lo culpaba... ¡¿Qué niño no desearía comer dulces?!

Pero antes de que se alejara demasiado, se lanzó con avidez sobre él, pues debía impedir que cometiera un error. Aldous intentó detenerlo, pero el pequeño y delgaducho chaval era escurridizo. El joven brujo, por su parte, usó una maniobra bastante menos refinada, y lanzándose hacia delante con su espigado cuerpo, placó al Hansel, mientras caían al suelo.

- ¡¿Qué haces...?!- le renegó con rostro serio - ¡¿No ves que no hay dulces ni pasteles?!...- insistió una vez más. - ¡¡Estás aquí para convertirte en el alimento de las Moiras!!- susurró nuevamente. 

- ¡¡Déjanos hacer nuestro trabajo!!...

Janos se lanzó sobre el muchacho y lo apreso para que no entrará en aquella siniestra casa que nada tenía en su construcción que hiciese pensar que se trataba de dulces o caramelos. 

Apresado por el joven brujo, Hansel empezó a berrear y llorar. 

- ¡¡¡ Dejadme !!!! ¡¡¡ Sois malos !!!! ¡¡¡ Se lo diré a Malbeth, queréis quedaros con todos los caramelos!!! - dijo el ingenuo huérfano tratando de liberarse sin éxito en medio de aquel siniestro claro pantanoso.

Janos sometió sin mucha dificultad al chaval. Era más grande y corpulento que él, pero a pesar de eso, los nervios y el miedo acuciaron al niño que intentaba infructuosamente escapar de la presa del joven brujo. En un momento dado, incluso comenzó a gritar y a sollozar.

El sueño prometido de chucherías y la fuerza con lo que lo aferraba Janos, provocó en Hansel un estado de descontrol más cercano a la rabieta de un bebé que a un crío de su edad. El brujo, viendo que aquel escándalo jugaba en su contra, se vio obligado a cortar aquellos gritos de forma expeditiva.

Cogió por la pechera al niño y le arreó un soplamocos de padre y muy señor mío, dejando sin conocimiento al chaval. Ahora, sería mucho más transportable...

Hansel cayó inconsciente tras el golpe seco de Janos, silenciando así su berrinche infantil y evitando que entrará en la desrtartalada casa.

Aldous asintió ante el gesto de Janos. No había sido lo más suave que podían haber hecho, pero sin duda surtió el efecto deseado.

Un crío enrabietado era lo que menos necesitaban en ese momento, suficientemente complicada era ya la situación.

- Tienes buena mano con los críos, Janos. ¿Has pensado en tener hijos?

Con una sonrisa nerviosa, se aproximó con cautela a la destartalada edificación pues Aldous tenía la impresión de que estaban siendo observados.

- Están jugando con nosotros, abre bien los ojos... Vamoooos, salid.... - dijo apretando la mandíbula anticipando una posible emboscada.

- Al loro, Janos. Ahí dentro hay luz...
A Aldous le pareció percibir un atisbo de luz en el interior de la casucha. En su pecho, el medallón seguía agitándose y el brujo optó por continuar su cuidadoso avance.
- Voy a echar un ojo, vigila los alredeores, no quisiera que nos pillen por detrás.
Además estaba el crío, no podían dejarlo tirado en el suelo a merced de cualquier atacante oculto en la espesura.
- ¡Vaya mierda!

Cuando el veterano brujo se aproximó a la puerta entreabierta de la siniestra casa con la espada argéntea desenvainada se asomó sigilosamente por ella para tratar de otear quién o qué había en el interior. 

Entonces Aldous observó asomado desde la puerta como la mayor parte del interior de la casa estaba compuesta por una gran sala presidida por un enorme lienzo dónde aparecían retratadas tres hermosas mujeres. Bajo el lienzo multitud de velas encendidas y canastos de ofrendas de comida ya podrida se amontonaban alrededor de aquella lúgubre capilla.