Partida Rol por web

Los brujos cruzaron el umbral del portón de Percha de Cuervo con relativa normalidad, los guardias mantenían cierta actitud de desidía y escupieron al suelo en cuanto Aldous les saludó con un gesto de mano, algo a lo que ya estaban habituados los brujos y no era nada que no cupiera escapar. 

Afortunadamente o no repararon en Hansel o no le dieron ninguna importancia. Ambos cazadores de monstruos se dirigieron hacía la posada de "El Caballero del Pantano" dónde aún no había ningún cliente pero sí el dueño, Julios, quién limpiaba la barra con poca gana y sonrió a los brujos con cierta falsedad. Al fin y al cabo, era de los pocos de la aldea que había dado dar cobijo a aquellos mutantes, pero sin duda alguna esperando que resolvieran el asunto del demonio que solaba los cultivos del feudo. 

Antes de entrar, Janos decidió marchar hasta los establos de la taberna. Allí, podrían esconder al pequeño Hansel mientras solucionaban los problemas de aquel condenado pueblucho de mala muerte. Para ello, Aldous se encargaría de contarle cualquier bravata al usureo de Julios.

- Hansel. Nos vamos al establo. Allí podrás pasar la noche, pero debes estar en silencio. Mañana pasaremos para traerte algo de comida. No debes salir por nada del mundo.- le advertía entre susurros mientras se dirigían al establo. A cada paso del camino, la cosa se iba complicando más y más.

Aldous se aproximó a Janos y le dijo en voz queda: - No me fío un pelo. Este se nos escapa en cuanto nos demos la vuelta. Yo pasaré la noche aquí con él. Tendrás que contarle cualquier milonga a Julios...

No le hacía ninguna gracia, pero estaba claro que no podían dejarlo solo. Con lo asustado que estaba, trataría de huír; y si intentaba buscar auxilio en casa de cualquier vecino... sería su perdición.

Janos asintió a su mentor y dejó a Hansel al amparo del brujo veterano. Le había tocado mentir en aquel asunto e intentaría hacerlo lo mejor posible. Mientras su preceptor se aproximaba a los establos, él se adentró en la Taberna del Caballero del Pantano. Allí aguardaba el estomagante de Julios. Qué ganas de partirle la jeta de imbécil...

- ¡¿Qué tal Julios?! ¿Algo interesante mientras estábamos ausentes? ¿Algún rumor?...- se acercó hasta la barra desviando la atención del tabernero.

La artimaña de los dos brujos parceció funcionar, aprovechando la conversación banal que Julios y Janos habían entablado el viejo brujo hizo entrar al cobertizo que tenían reservado en aquel tugurio al joven Hansel que parecía mostrarse algo más colaborativo, aunque algo confuso.

Lo cierto era que retener durante horas un niño así no era lo más recomendable, ya que su paciencia podría ser bastante finita como era comprensible. Sin embargo no parecía que los brujos tuvieran un plan mejor para conservar la vida de aquel pequeño salvado de un destino incierto mientras cumplían con el contrato de la dama del mediodía.

Los brujos se separaron y Aldous se encaminó con el chico a los establos.
- Duerme un poco, te hará bien. - dijo, señalando una pila de paja en el suelo.

- Un día duro, ¿Eh? - el brujo se tumbó a su lado y se quitó la pesada coraza. Pasó los dedos por el lugar dónde las garras de la bestia le habían lacerado la carne e hizo una mueca de dolor al recordar el fatídico encuentro. - Pues mañana, si todo va como es debido, será aún peor...

Colocó las espadas al alcance de su mano y sacó las hojas unos centímetros de las vainas, para asegurarse de que no se quedarían atascadas si se daba el caso de utilizarlas.
Hacía mucho tiempo que no tomaba esas medidas de seguridad, pues con Janos a su lado, siempre era más sencillo reaccionar ante un peligro inesperado, pero ahora estaba solo y cualquier precaución era poca.

- Perdóname, chaval, pero me fío de tí tanto como tú de mí. - dijo, al tiempo que sacaba una de las correas de las vainas y anudaba un extremo al tobillo de Hansel; la otra punta, la ató a su propio pie.
- No me vas a creer, pero esto es por tu bien. Si te vas y te pilla alguien, se acaba tu parte en este cuento.
- Ahora sé buen chico y duérmete.

Tras poner a buen recaudo al huerfano del que se habían hecho cargo los dos brujos optaron por pasar la noche junto a él dentro de aquella habitacion herrumbrosa y fría de la posada. La noche transcurrió con normalidad, si por normalidad se entendía la habitual penosidad del día a día de aquellos dos mutantes que se hacían llamar brujos y que se jugaban el pellejo en cloacas, cuevas y bosques para matar las abominaciones a las que nadie se atrevía a enfrentarse.

Una tormenta empezó a desatarse en Percha de Cuervo, truenos sonaban a lo lejos mientras que ríos de agua se filtraban por el chapucero techo de aquella posada empobrecida. Hansel tiritaba de frío tumbado y abrazado a sus rodillas bajo la manta. ¿Era mejor vivir aquella cruel vida que lo que fuera que hubiese pasado si se hubiese convertido en la ofrenda a las Moiras? Aquella era una pregunta difícil de responder...

La noche dió paso a la mañana, sin embargo no hubo luz que se filtrará por las ventanas de la habitación ya que había amanecido completamente oscurecido...

El soniquete de la lluvia despertó a Aldous. La noche transcurrió en un desagradable duermevela y, hasta que la luna no comenzó a declinar en el firmamento, el brujo no recibió el dulce abrazo del sueño.
Se desperezó y se masajeó la espalda; nunca era agradable dormir en el suelo; menos aún para él.
Se levantó y maldijo entre dientes cuando su columna protestó con un crujido.

Al acercarse al muchacho, vio que unas ojeras enormes vestían sus jóvenes párpados. Aldous negó con la cabeza lleno de tristeza. Le quitó las ataduras y, poniéndole la mano en el hombro, le preguntó: - ¿Cómo estás, Hansel?
Recogió sus cosas y comenzó a colocarse la pesada coraza. Ya estaba echándose las espadas al hombro cuando le dijo con una sonrisa para tratar de animarlo: - Ahora, cuando Janos baje, iré a por algo para desayunar, ¿Qué te parece? Yo me muero de hambre.

Sacó del petate una maloliente bolsita encerada para impermeabilizarla y buscó un trozo de madera plano para usarlo como mesita.
- Pero antes, hay trabajo que hacer...

Janos despertó afectado por el sueño poco reparador de la noche. Muchos eran los frentes abiertos. La doncella del mediodía, las Moiras, el secuestro de Hansel... Todos aquellos sucesos ponían bastante nervioso al joven brujo, pues necesitaban cumplir la misión cuanto antes para marchar de allí lo antes posible - a ser posible con una buena suma de orens en el bolsillo.

Se vistió y puso su cuero sobre la camisola que tapaba su torso. Recogió cada uno de sus enseres y marchó al establo para encontrarse con Aldous. Cuando llegó, su mentor intentaba fabricar algún aceite o poción que les sirviera para vencer a la malvada y espectral criatura que merodeaba los campos de siembra.

- Buenos días- se apresuró a saludar. - Puede que esto también os sirva, maestro.-  dijo al tiempo que extraía unos gelatinosos, viscosos y malolientes sesos de sumergido...

- Buenos días, Janos. ¿Cómo has pasado la noche?

El joven brujo se aproximó para ofrecerle parte de los componentes que él mismo había recogido. Aldous arrugó la nariz ante el nauseabundo olor: - Mmmm, riquísimo.
Se puso a manipular las sustancias que había colocado frente a él. Si hacía las mezclas con cuidado y no cometía ningún error, tendría dos dosis de un arma que, si sus cálculos eran correctos, ayudaría a terminar de una vez por todas con la Dama.

Aldous permaneció durante aproximadamente una hora elaborando una especie de substancia en el interior del cobertijo de la posada que apestaba a podrido, algo comprensible teniendo en cuenta que parte de los ingredientes eran entrañas de sumergido que habían arrancado de sus pútridos cuerpos. Con sumo cuidado y precisión el veterano brujo de la Escuela del Oso caldeó un recipiente sobre un hierro con una vela prendida mientras que con un mortero chafaba las hierbas que componían otro de los ingredientes. Hansel observaba medio con curiosidad medio con horror todo aquel proceso.

Cuando todo aquel proceso alquímico parecía listo, Janos le tendió dos pequeños viales a su maestro quién se encargó de llenarlos de un líquido amarillento y bastante espeso. 

Janos siguió cada uno de los pasos de la elaboración como si fuera la primera vez que viera tan rutinario procedimiento. El joven brujo era muy aplicado en tales menesteres, y Aldous era un consumado experto en la creación de brebajes y pócimas. A cada fase del procedimiento, el muchacho se anticipaba a su mentor acercando o preparando los instrumentos e ingredientes que eran necesarios, hasta que finalmente, un icor amarillento espeso y maloliente quedó constituido.

Con rapidez almacenaron tales lustres en un par de viales vacíos. No se podían permitir desperdiciarlos pues serían de extrema utilidad para vencer a la doncella del mediodía.

Con un poco de suerte, podrían acabar su trabajo y marchar de allí lo antes posible...

Cuando estuvieron los viales llenos, Aldous los alzó y comprobó el contenido a contraluz para comprobar su calidad. Satisfecho, entregó uno a Janos y guardó el suyo en el cinto.

- Bueno, pues ahora voy a por algo de comer, que Hansel y yo nos comeríamos un burro cagando. ¿O no? - dijo, dirigiendo una sonrisa al chico. Era preciso ganarse su confianza; hacerle saber que nada malo le iba a ocurrir con ellos.
- ¿Tú has desayunado ya, Janos?

Pues la verdad era que no. Los nervios de saber cómo habían pasado la noche su maestro y el chiquillo hicieron que ni tan siquiera sintiera la necesidad de comer, pero ahora que lo comentaba, notaba su estómago rugir. - No he tomado nada.- dijo con una sonrisa mientras se llevaba la mano a la cabeza para mostrar su descuido. 

- No te preocupes. Voy a buscar algo. Quedáos aquí y no os peleéis.
Aldous terminó de recoger las cosas y se encaminó a la taberna para pedir algo para que comiesen los tres.

Aldous se encargó de traer algo de comida desde el salón principal de la taberna, y consiguió algo de panceta reseca y un poco de leche agríada. Alimentos que si bien era de mala calidad, permitirían al menos llenarse de algo las tripas.

Una vez desayunado, los brujos dejaron a Hansel en el cobertijo convencidos de que ya se habían ganado algo más su confianza. Al fin y al cabo era un huérfano al que su propio pueblo había decidido darle la espalda ofreciendolo a unas brujas del bosque, por lo que difícilmente aquel muchacho de pelo de paja tuviera nadie a quién pudiera acudir si optaba por escapar del cobertijo de la posada de El Caballero del Pantano, nombre que aún resultaba cínico a los oídos de los dos cazadores de monstruos, quienes no habían conocido a nadie en Percha de Cuervo que pudiera merecer el adjetivo de caballero.

Desayunados y con el frasco de aceite de espectro en cada uno de los cintos de los brujos, ahora debían decidir cual sería su siguiente paso.