Pensar en un contraataque era factible e incluso entendible y lógico pero el cómo  llevarlo a cabo era otro cantar. Sin resuello por el golpe recibido en el vientre y con la mandíbula destrozada por el impacto del hacha las posibilidades del orco de ejecutar un ataque de réplica con la pesada hacha eran prácticamente imposibles, como bien quedaría patente. Lo intentó de buena gana, levantando con todas sus fuerzas el arma hasta tenerla sobre su cabeza pero, una vez ésta alcanzó la vertical, el filo rozó el techo provocando que numerosas chipas que iban del blanco al rojo saltasen por doquier. El estridente chirriar que siguió a continuación fue escuchado incluso por Losse en su alejada posición y, como podía esperarse,  en eso quedó todo. El gran hacha no se movió más que unos cuantos centímetros hacia adelante no llegando ni siquiera a incomodar al enano quien miraba al orco herido con el desdén propio de su carácter.

El orco que tenía a Davros más cerca de sí mismo no le iría a la zaga a su infortunado compañero, pues al estar armado éste con otra arma de igual calibre que el anterior, ya sólo el desenfundarla y localizar a su enemigo fue todo un despropósito en uno.  El mango del gran garrote golpeó a su compañero y la parte más gruesa del arma recorrió las paredes dando pequeños saltos hasta estrellarse en la esquina junto a su propia cabeza.

El caos y la desorganización al haber pillado por sorpresa a ambos rivales era más que patente y eso era algo que el grupo de aventureros, aunque disminuido en número, sabía muy bien cómo aprovechar. Los dos pobres infelices que contaban en segundos lo que les quedaba de vida lo único que pudieron hacer es dar un paso hacia atrás para tratar de evitar que sus contrincantes aprovechasen los flancos. Medidas desesperadas para un fin más que cierto.

Los desastrosos intentos de los orcos dejaban claro el acierto de la treta de los aventureros, los enemigos reculaban mientras continuaba la patética actuación de éstos, golpeándose entre sí y tropezando a cada paso en el estrecho pasillo.

Davros, consciente de que no era el arma adecuada para un combate en un lugar tan reducido, aunque sí para su siguiente golpe, soltó su espada y, mientras daba un paso a su izquierda, sacó la lanza para clavarla profunda en el hombro izquierdo del orco herido por el enano, quien se encontraba encogido por el fuerte golpe en el vientre que Kormack le acababa de propinar. Tambaleante, se dirigía rápidamente a su fin, y ni siquiera les había dado tiempo de darse cuenta de lo que estaba pasando.

TURNO 2

Davros y Ogna llevaban ya un tiempo luchando codo con codo. Tras los primeros tonteos entre los dos, ésta se había decantado finalmente por Losse, pues ya había tenido algún que otro escarceo amoroso con brutos humanos de los que no había salido bien parada. Con el paso del tiempo la amistad entre los dos se había afianzado y, desde que Ogna confiara su secreto más íntimo a Davros, éste se había convertido no sólo en el Guardián de su Secreto, sino en su apoyo más importante.

Será el padrino si él quiere...si sobrevive.- No se fiaba demasiado en que el bárbaro saliera indemne de todas las batallas. Su forma de luchar era demoledora pero muy riesgosa. Ahora bien, si Ogna había aprendido de Morwing en lo que al uso de la magia se refiere, con Davros había pasado lo mismo con respeto al uso de su estoque y las técnicas de batalla. Por mucho que el enano se pavoneara diciendo que era un gran guerrero y estratega, en lo que que a técnicas de combate y estratagemas, Davros era el mejor, por supuesto a ojos de la porta-antorchas del grupo. 

En cuanto vio que su amigo dejaba caer la enorme espada supo que iba a hacer. Cuando se puso delante de ella con la lanza en mano, ella aprovechó para ocultarse tras sus anchas espaldas y esperar el momento apropiado para atacar. Escuchó el gemido del orco y los huesos quebrándose por el efecto de la fuerza que los musculosos y velludos brazos del bárbaro imprimían a aquella arma de asta.

Increíble.-Pensaba Ogna mientras salía de detrás de él para meterse sorprendentemente en primera línea y volver a clavar su estoque en la pierna de un anonadado orco.

Chssssssst- Siseaba la herida por el ácido que escupía la cerda de Vishna. Saco algo decepcionada el filo, pues había apuntado a la ingle, para poder emplearlo en su defensa. Sólo esperaba que Kormack fuera capaz de acabar el trabajo porque si no, ella iba a pasarlo muuuy mal.

El enano no tuvo clemencia y clavó el hacha en la cabeza del orco. Parecía que la humana de forma imprudente y temeraria se había metido entre dos orcos. Se creería inmortal o algo así. -Retrocede.- dijo de forma seca antes de golpear con el escudo al otro orco que aún quedaba en pie. Ambos oponentes parecían fuertes, los golpes del enano no le hacían el daño que deberían. Su resistencia era meritoria. Tras repelerlo con el escudo lanzó otros dos hachazos, uno para espantarlo y el segundo le dio de lleno, pero parecía mantenerse en pie.

Por suerte para Jeldrich cada integrante del grupo mostraba mucha más destreza en el combate que lo ofrecido hasta ahora por el sirviente de Lazhánder. Era como si cada vez que abandonara el arma predilecta de su dios éste abandonara al clérigo. Era consciente de ello, y por ello guardó en lugar seguro la ballesta, que tan pocos frutos le había brindado, y empuñó nuevamente su maza, un arma con la que se encontraba más en armonía y que usaría sin dudarlo en el caso de que sus compañeros precisasen de su ayuda. 

Sobrepasado en número y desconcertado por los acontecimientos, el único orco del clan del Buey Blanco que quedaba en pie estaba condenado. Lo sabía y quedaba patente con cada ataque pero, aun así, se resistía a creerlo. ¿Como era posible que aquello estuviese sucediendo? ¿Qué hacia un enano y un humano en compañía de aquellos dos orcos? - ¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO, RATAS BASTARDAS? - Preguntó a voz en grito tras estrellar la gran clava contra la pared muy por encima de la cabeza de Ogna a la vez que dejaba que el miedo tomase el control de su cuerpo y le obligase a seguir retrocediendo.

¡OS ARRANCARÁN LAS TRIPAS POR ESTO!

TURNO 3

El orco se les escurría por el pasillo dejando inutilizado a Davros que portaba aquella larga arma mas incómoda de usar en el pasillo. De nuevo le bastó una mirada para saber qué hacer. Avanzó hacia el orco esquivando los golpes de tanteo que realizaba con la clava plagada de pinchos. Arrugó la nariz cuando éste bramó y su fétido aliento llegó a sus fosas nasales. En aquel estrecho pasillo se las arregló para volver a clavar a Vishna en carne orca. Estaba segura de que a su estoque le desagradaba su sangre verde, sobre todo habiendo probado la roja y dulce de los humanos.

- Hablando de tripas...- Dijo con sorna al ver que, por el agujero que había producido Vishna en la piel del abdomen del orco, comenzaban a salírsele los intestinos.

Los cuatro aventureros hacían recular a los orcos mientras Losse permanecía bajo su conjuro de invisibilidad al otro extremo del pasillo. Mientras dos de ellos caían ya sin vida al suelo, el último de los orcos parecía tratar de huir de las continuas acometidas del grupo de aventureros. Su situación era crítica, algo que sabía, muestra de ello eran los torpes golpes que lanzaba al aire mientras trataba de alejarse de un final inevitable.

Así pues, Jeldrich, siguiendo los pasos de Ogna que al igual que el clérigo mantenía su apariencia orca, decidió intentar un nuevo ataque antes de que finalizara el combate. Sin embargo la fortuna no estaba de parte del clérigo en esta ocasión. Su golpe lento y mal coordinado por el estrecho espacio del que disponía se perdió muy por encima del rostro del enemigo. Quién sabe si esta nueva apariencia alejaba a Jeldrich del favor divino de su dios. Comenzaba a preocuparse de si podría estar a la altura de las circunstancias que estaban por venir, y su rostro, aunque desfigurado por la raza que portaba, lo reflejaba a la perfección…  

La danza del grupo continuaba, intercambiándose unos con otros y alternando los ataques a la perfección. Incluso Jeldrich, a pesar de no haber acertado, aprovechaba los huecos dejados por sus compañeros para entrar y golpear.

Davros estaba convencido de que, de seguir luchando así, nada podría pararles. - Puede que al final... Puede que todo ésto acabe bien para nosotros... - Se animaba a sí mismo mientras observaba el baile.

Dado que, a pesar del acoso, un orco aún seguía en pie, Davros decidió colarse a través de los espacios dejados por el clérigo y Ogna.

Con los ojos clavados en su enemigo, avanzaba zigzagueante, al pasar junto a él en aquel estrecho pasillo previó el ataque de éste. No había tiempo de seguir y cerrarse el paso, debía atacar antes que él. Sabía que ese arma no podría usarla allí, con lo que volvió a dejar caer el arma al suelo y sacó el viejo, olvidado, pero afilado espadón. El corte preciso y potente, de arriba a abajo, acabó por tumbar de una vez con el único que aún no había sucumbido a la embestida del grupo...

Según tocó el suelo, dejó caer una vez más su arma y se apresuró a comprobar si aún respiraba. Así era, tomó sus armas rápidamente y las lanzó por el suelo junto con su espadón, lejos de su alcance. - ¡Sujetadle, rápido! Y dadme una poción curativa...- Susurró a los demás.

- ¿A dónde crees que vas, eh? - Le dijo al moribundo a la vez que le sujetaba de la pechera. Cogió la poción, la descorchó con los dientes y se la hizo tragar. Le tapó bien la boca antes de que el líquido hiciera efecto y, allí, con Kormack cual cepo, y Jeldrich de apoyo, comenzó a preguntar: 

- Más vale que empieces a hablar, y no quiero una sóla mentira no lo volveré a repetir... ¿Cuántos sois entre éstos muros... orcos, ogros, lobos, algo más? Cuéntame, ¿De qué tribu eres? ¿Dónde está tu señor, y cómo se llama? - Le dijo en un tono tan calmado que daba miedo.

La perfecta emboscada podría salir aún mejor si conseguían información de primera mano y reciente, así podrían planificar mejor sus siguientes pasos, más aún habiendo estado ya en el fuerte.

Desde el fondo del pasillo, Losse, como buen elfo que era, alcanzó a oír cómo el último de los orcos se estrellaba contra el polvoriento suelo, derribado por su compañero Davros de un soberbio golpe con su vieja arma, la misma que tantas víctimas había cosechado para su dueño en su camino hasta donde se encontraban ahora.  Poco duró la criatura en posición tendida pues, antes incluso de que su miserable vida se extinguiese y su negra alma fuese reclamada por alguno de los dioses a los que honraban tan infames criaturas, el bárbaro le hizo tragar una poción curativa de una forma tan rápida como brusca.

Cuando el orco abrió los ojos lo primero que vio fue a aquel extraño grupo rodeándolo y sujetando sus extremidades. La necesidad imperiosa de gritar en busca de ayuda desapareció tan pronto el humano del colmillo prominente lo sujetó por la pechera y lo sacudió adelante y atrás sin miramientos.  

¿Cuántos? – Preguntó en común con aquella desagradable y tosca voz que denotaba no haber hablado ese idioma en mucho tiempo. – Tribus orco. – Añadió después acompañando la respuesta con dos dedos extendidos en la mano que Kormack sujetaba. Yo ser Buey Blanco. Escalofrío muchos con Gran Muzhal y grandes Bolgro y Murto. No lobos…no lobos. Lobos fuera cazan. – Las palabras abandonaban su infecta boca de manera atropellada enumerando a duras  penas lo que cobijaban los altos los muros de Fuerte Bueno. Por lo que se pudo desprender de aquello la tribu del Gran Muzhal, que no era otra que la del Escalofrío, se encontraba acompañada por la del Buey Blanco. Además, al parecer dos gigantes también se encontraban entre los ocupantes de la antigua fortaleza.

Arkvegok jefe Buey Blanco grande y fuerte. Poderoso sí. Poderoso. Hermano de sangre de Gran Muzhal. – Continuó aportando información acerca de quién era el caudillo orco que lideraba el su tribu. – Pero no aquí. Otra orilla río con tribu Flecha Negra…hermanos Glug, ogros mágicos poderosos. No fiar Gran Muzhal.

¡ZAS! Wuuuuala.- De nuevo Davros la dejaba impresionada. Remataba al último de los orcos antes de que Kormack pudiese decir este hacha es mía. Ogna se apresuró entonces a hacer todo lo que su amigo le pedía. Sacó una poción y se la tendió con cierto gesto de extrañeza en el rostro.

¿Qué pretende?- Hubiera jurado que ninguno había resultado herido. Al ver sus intenciones sonrió satisfecha.

- Eres un crack.- Le dijo mientras les dejaba a solas y recogía las armas que Davros había dejado caer magistralmente como si además de porta-antorchas fuese su fiel escudera.- Aquí tienes, guapo.- Una vez el combate estaba controlado avisó a Losse de que podía seguir sin problemas. - Losse, puedes continuar, esto está bajo control.- Antes de continuar ella se apartó un poco. No quería participar en el interrogatorio, tampoco discutir de nuevo con Kormack acerca de qué hacer con un enemigo que ya se ha rendido. Dijera lo que dijera, debían matarlo. Así que se entretuvo limpiando el filo de su estoque y leyendo un pergamino de los que había comprado como regalo a Vishna.

Las palabras del orco, aunque apestosas, iban siendo absorbidas por el cerebro de la muchacha. Quizá más adelante le sirvieran de algo, para seguir con su disfraz.

- Vamos Jeldrich. Adelantémonos por si Losse encuentra alguna cosa.- Al ir disfrazados convenientemente debían ser la segunda línea de infiltración.- Si las cosas se tuercen tú déjame hablar a mí, como si te hubieran cortado la lengua.

Apenas había cerrado y atrancado la puerta cuando se sucedieron los golpes metálicos chocando y cercenando lo que supuso que eran los orcos. Los tres habían caído en un abrir y cerrar de ojos y, con la confirmación de Ogna, supo que era el momento de continuar. - Está bien. Ahora os aviso. Intentad haceros pasar por estos tres si podéis. Quizá sospechen de que la sala se encuentre vacía. - No cabía duda de la gran efectividad de los compañeros que llevaba y éso le reconfortaba a la hora de dejarlos allí encerrados y con una difícil escapatoria.

Así, sin más dilación, Losse retiró el cuerno de la puerta y examinó lo que había en aquella habitación. No se detuvo demasiado en ella, pues tenía una misión más importante que cumplir, con lo que subió los escalones de forma meticulosa para buscar al Gran Muzhal y los golpes de picos que intentaban abrirse paso hacia un túnel que les condujera directos al interior de Crimmor.

Como una flecha Davros pasó entre Ogna y el meapilas para propinar un espadazo de abajo a arriba que hicieron tambalear al último de los orcos. El mismo que tenía como objetivo el enano. Un segundo más y el enano lo hubiese destrozado. De forma aún más rápida cogió una poción servida por Ogna y le hizo engullirla. El bárbaro pedía cierta colaboración por parte del enano. Escudo y hacha en mano pisó el brazo derecho del orco apoyando todo su peso sobre él.

-Eh… sí, sí… vamos, te acompaño., respondió Jeldrich a las indicaciones de Ogna tras salir de un ensimismamiento personal. El clérigo de Lazhánder era una persona normalmente optimista, sin embargo, tal y como se desarrollaron los acontecimientos de ese combate le hicieron dudar de sí mismo… aunque jamás de su fe:

 – Esto no ha sido nada en comparación a lo que nos encontraremos ahí fuera… les habíamos superado en número y me temo que la agonía que han sufrido estos seres aquí y ahora, pronto las sufriremos nosotros mismos. Cambiaran las tornas me temo… No me abandones, Lazhánder y bríndame de tu fuerza para afrontar lo que se avecina. El inocente pueblo de Crimmor no puede sucumbir ante esta malvada raza…

Midió cada paso, saboreó el contacto de sus usadas botas con cada pulgada de los fríos escalones de piedra que daban a las cocinas de la residencia Crytrappers. Losse, aun invisible, se cuidó mucho de hacer cualquier movimiento que pudiese atraer la atención de lo que, según las voces que escuchaba y el olor que chocaba de manera literal contra sus narices, se encontraría más adelante. No se sorprendió por tanto cuando el hueco de la escalera se abrió para mostrar lo que era una autentica carnicería en el sentido más exacto de la palabra. Lo que imaginó que debería haber sido pocos días atrás un lugar repleto de sonrientes doncellas horneando crujientes y dorados panes se había convertido en un antro de muerte y desolación que más se asemejaba a una mazmorra que a una cocina.

Sus ojos azules quedaron atrapados al instante por otros ojos de gran tamaño que lo observaban sin verlo desde el centro de la habitación. Éstos eran tan oscuros y profundos como las insondables simas que salpicaban la infraoscuridad de la que tantos horrores se contaban. Sobre la gran mesa que dominaba la estancia, en la que todavía eran visibles restos de harina y varios cuencos volcados, la cabeza de un caballo zaíno, o eso se intuía pues únicamente quedaba eso de animal, lo miraba con la mirada perdida en el infinito. Las moscas, que no había tardado en localizar el suculento banquete, se paseaban a sus anchas por aquellos ojos de largas pestañas que habían perdido el brillo de la vida pese a conservar su sangre el calor propio de ésta. No debía de llevar mucho tiempo muerto puesto que la sangre aún seguía goteando desde la mesa; engrosando de forma lenta pero firme el amplio charco que creía a los pies de ésta. Desde luego no toda la sangre que inundaba el suelo procedía de aquel otrora bello animal. No. Por los trozos de vestiduras y los pedazos de cota de malla de destrozados eslabones el explorador supo que algún guardia había compartido destino con el equino.  Los carniceros culpables de aquello tampoco estaban muy lejos. De hecho, para lo que Losse hubiese deseado, estaban demasiado cerca y en un número demasiado elevado.  

Parte de la tribu del Buey Blanco había elegido aquella sección de la residencia como aposentos personales; la habían ganado a pulso por el valor demostrado en la noche anterior. Sí, numerosos miembros del clan habían muerto atravesados por flechas, lanzas y virotes en su intento de tomar las murallas, pero aún eran muchos y el crecimiento de su tribu no corría peligro mientras hubiese al menos una docena de machos en edad de procrear.

Aquellos seres, grotescos ya de por sí, eran la mismísima encarnación del mal al mostrarse ante el everlutina bajo la capa de sangre que les cubría. Sucios, cubiertos de cicatrices, luciendo orgullosos heridas y amputaciones, disfrutaban no obstante entre risas  de la carne fresca y jugosa con la que habían sido obsequiados presumiblemente por el Gran Muzhal.

Tras ellos, dejando a un lado lo que supuso sería una alacena y otra puerta de mayor lustre  que con probabilidad daría a otra habitación del interior de la casa, Losse no pudo evitar fijarse en otra puerta más pequeña y de aspecto deslucido por la que se colaba la débil aunque reconfortante luz del exterior.

- ¿Dos grandes?... Mierda... No será fácil si están los tres juntos...- La segunda de las múltiples inconveniencias que se encontrarían en su misión había salido por boca de parte de la primera. Si los dos gigantes se encontraban con Muzhal su objetivo, ya de por sí difícil, se convertiría en algo extremadamente complicado.

- ¿En qué lugar del fuerte se encuentra el Gran Muzhal ahora mismo y dónde pasa la mayor parte del tiempo desde que entrásteis aquí? - Insistió Davros, con un tono ligeramente menos calmado.