Partida Rol por web

Tras pasar la noche y despediros de Giovanni os preparáis rumbo al monasterio para proseguir vuestra misión. Roderigo viajará con vosotros finalmente (un regalo dice Giovanni permitiros mantener a aquel vasallo de Hardestadt) y se encargará de llevar el carruaje que os tendrá que llevar a vuestro destino.

Sin problema por mi parte con el reparto

He dormido con un ojo abierto. Hardestat no fue un salvador, pero por otro lado Giovanni es un canalla y un demonio. Y ahora encima nos debemos plantar frente a un loco que quiere ser un dios.

Creo que no estaremos a salvo nunca más.

Conforme avanzamos por el camino, espero a que nos hayamos alejado bastante. Varios kilómetros, de hecho. Entonces caigo en la cuenta de algo que me explicó la Dama Fanchion: Igual que uno de mis dones es "Ver Más allá de lo evidente" hay gente como el desafortunado Ewald cuyo poder era hacerse invisible.

Asi pues, intento fijarme en los detalles, nuestras sombras... y en las huellas ¿Vamos dejando más huellas de los que somos?

Si aseguro que no nos persiguen, entonces y sólo entonces me acerco a Roderigo

"¿Que te han hecho, cochero? ¿Como fue la mañana con Giovanni?" En ese momento, le he hecho sostener un huesecillo humano. Uno de una brillante palidez, como si hubiera estado 200 años blanqueando en el desierto.

Ya alejados de la posada Mabuz se atreve a compartir con sus compañeros sus reflexiones: ¿Por qué ha dejado que Roderigo siga con nosotros? En teoría ya le ha traicionado una vez, dice mirando al cochero, ¿estás trabajando para ambos bandos?

Aquel pequeño descanso no fue tan relajante como seguramente Maeve habría deseado, pero no era su culpa sino el de sus sires que habían probado desde su primer encuentro que eran seres crueles. Sin embargo sin que fuera su voluntad termino durmiendo cuando salio el sol.   

Como antes había elegido utilizar el carruaje, sintiéndose algo inquieta ante el supuesto regalo que nos había dejado aunque no sería ella la que se encargaría de revisar su lealtad en especial cuando Carlos y Mabuz se encargaron de ello.

Sin embargo dejo abierta la ventana para escuchar la conversación que realizaban.

Durante el día había dormido algo y, nada más comenzar a atardecer, me había despertado pronto para escribir algunas cartas, aunque no sabía cuándo ni cómo podría mandarlas. Siempre había tenido el sueño ligero, pero en estos momentos lo tenía más todavía, hasta la más pequeña araña corriendo por el cabecero de la cama me despertaba. 

Mientras mis nuevos amigos se preparaban, salí a merodear por el bosque. Volví en un rato y, una vez estuvimos listos, monté en el mismo caballo que me había traído hasta allí, ya que nos conocíamos bastante bien ambos, e iniciamos la marcha. 

Durante todo el recorrido estuve delante, atenta a cualquier cosa que sucediese a nuestro alrededor. Me preguntaba, sin embargo, lo mismo que mis compañeros, así que me mantuve también atenta a la conversación que Mabuz y Carlos mantenían con el cochero. Sin embargo, una pregunta más acuciante rondaba mi mente: ¿Y nosotros? ¿de parte de quién estábamos realmente? ¿qué haríamos? ¿de verdad pensábamos traicionar a Giovanni? ¿cómo? ¿y si funcionaba, qué haríamos después?

Quería compartir todas estas inquietudes con mis compañeros, sin embargo, antes era necesario averiguar qué tramaba Roderigo, no quería hablar de estos temas delante de él, sin saber primero de qué bando estaba realmente...

Mi intención cuando salí al bosque era encontrar animales... los que fueran. Murciélagos, aves, roedores, incluso lobos si los había, me daba igual. Quería intentar hablar con alguno de ellos pues sabía que, si lo lograba, después podría llamarlos cuando necesitara su ayuda, pero para eso tenía que hablar con ellos primero. Con las cartas para mis hermanos y mi marido bien guardadas bajo el fajín, busqué por los alrededores. 

A medida que el carro se alejaba de aquella posada, su mente se fue calmando y pudo ordenar tranquilo todos los nuevos conocimientos que habían adquirido, que tan difusos habían permanecido flotando en su interior en presencia de su creadora. 

Sus reflexiones se fueron deslizando entre sus dientes con enorme inseguridad de lo que el futuro advertía. Querer ser un dios, no es acaso muy humano. Se cuestionaba cuan complejos fueron cada uno de los personajes que habían cruzado las pasadas noches, como para que el sentimiento de un ser superior no estuviera fuertemente arraigado. Sería entonces que aún quedaba el remanente instintivo de superar también a tus semejantes. Muchos fuisteis religiosos no hace mucho tiempo, decidme, es más profano la osadía de intentar ser dios o colaborar en la destrucción de un mesías que puede traer la salvación. Será prudente conocer el delirio del misteriosos Japeth. El silencio se extendió unos instantes hasta que alguno se atreviera a encontrar alguna respuesta y aún así sus pensamientos volvían a quedar caducos en el aire durante unos instantes. Los mitos cantan que hubo un tiempo en que los hombres convivían con los dioses, quizás nuestro error siempre fue saber que eramos capaces de destruirlos.

Sus manos acudieron a su cabeza y la frotaron con intensidad en un intento de despejar su mente por completo de la abrumadora confusión. Tal fue la agitación que el sonido de su espada llamó su atención por completo. Mi misión es crear algo bueno, algo perfecto... a la altura de un dios. Quizás ese camino me lleve algún día a ese mismo lugar. Cerró sus ojos con pesar y recordó a sus antepasados para encontrar la fuerza y el honor de su legado como herrero. 

Imara se vio atraída por la pregunta del asiático que hasta ese momento habia parecido demasiado concentrado en sus pensamientos y por eso no le dirigió palabras.

“Ambos serian pecados…” respondio luego de pensarlo un poco y asumir por unos segundos el escenario que proponía. “Ambos pecarían en la sobrevivía y egoísmo uno no puede alcanzar en sus capacidad a la de Dios, uno puede al menos tratar de imitarlo en su bondad y generosidad. Por otro lado matar a un mesías es algo demasiado cruel y egoísta con todos los que creen en aquel mesias. Al menos asi lo pienso.” Dijo no tan segura como habría sido días atrás antes de este incidente que la dejaba tan confundida.

“De cualquier forma no creo que Japeth sea un mesias, al menos no si es como los demás que hemos conocido.” Aclaro al asiático observando como la atención de este parecía volver a aquella espada. “Tiene que ser una espada?” pregunto curiosa ya que el sentimiento de este no era del todo malo pero que señalara una espada como el posible objeto a crear no le parecia bueno. “Digo. ¿Por qué debería serlo y no otra cosa?”

Tan pronto como habíamos abandonado la posada, me acerco al caballo que había montado anteriormente en aquel bosque, y subo a horcajadas sobre él tras acariciarle el hocico brevemente.
El camino no tendría por qué ser complicado, y no estaría de más que aprovechase a mejorar lo poco que había aprendido al respecto. Además el caballo ya me conocía.

¿Qué se traía entre manos Giovanni? ¿Qué pasaría una vez le entregasemos la respuesta, si es que éramos capaces de salir de allí? ¿Y Roderigo? ¿Qué pasaba con él? Apenas habíamos sido capaces de responder a algunas de nuestras preguntas y entonces nos encontrábamos de bruces con otras tantas más. Y la situación tampoco parecía mejorar. Al menos yo, no podía dejar de sentirme inquieta y a la defensiva ante cualquiera que no fuese uno de mis compañeros.

Los motivos del señor Giovanni para dejarme con vosotros son asuntos que solo puede saber él. No soy un traidor que juega a dos bandos- dice encogiéndose de hombros- mas mis palabras puede que no te convezcan. En cualquier caso, si crees que soy un agente doble solo tienes que acabar aqui y ahora con mi vida. 

Escuché la respuesta de Roderigo mientras permanecía atenta a todo cuando pudiera rodearnos en aquel bosque. Sin embargo, la cosa no me quedaba clara... aún. Me volteé en el caballo y dije desde donde estaba, en voz lo suficientemente alta como para que lo oyeran todos:

-Entonces, ¿tu lealtad está con el Capadocio? ¿O solamente con Hardestadt? -sabía por experiencia propia que ese tipo de cuestiones podían cambiar el curso de las historias y prefería que me lo dejara claro porque, aunque ahora ambos estaban en el mismo bando, ¿quién sabía?- dímelo, quiero escucharlo claramente de tus labios...

En realidad confiaba que Carlos, con lo que fuera que estaba haciendo, pudiera detectar si mentía o no o algo así. Yo no tenía la absoluta necesidad de escucharlo en voz alta, pero merecía la pena intentarlo. Eché un fugaz pero significativo vistazo a éste, para que estuviera atento. 

Mi lealtad está con Hardestadt- responde- no con el Capadocio. Os lo juro por mi honor y mi vida.

Todavía falta una hora para llegar al monasterio, pero el negro cielo empieza a cambiar su tonalidad hacia un cobalto oscuro y ya no se ve el cielo tan estrellado. Sois capaces de calcular que llegaréis a vuestro destino al amanecer o poco antes. Sin embargo, algo interrumpe vuestras cavilaciones cuando un duro golpe menea el carruaje entero y este se detiene en seco. La rueda del carruaje se quedó atrancada en un pozo cavado con malas intenciones.

La sensación de peligro os invade, no es la primera vez que os asaltan en el camino. A diferencia de aquella vez pero, en esta ocasión no se escuchan gritos enfurecidos, sino el rebote de una cuerda. De todas las esquinas, empiezan a caer flechas incendiarias sobre el carruaje irremediablemente parado y pronto podéis ver las  figuras de los hombres que empuñan los arcos entre la maleza.

No lográis discernir su número, pero sí distinguís una clara señal bordada en los pechos de sus armaduras y uniformes blancos. ¡Son Templarios!

¿Templarios? ¿Aqui y contra nosotros? Se supone que deberían de proteger a los cristianos de las garras del turco ¡No atacarnos!

Caigo en la cuenta de que ahora somos malditos, pero ¿Lo llevamos acaso pintado en la cara?
Quizá sean enviados por el altísimo ¿Realmente hemos incurrido en la ira del cielo?

No tengo mucho más en que pensar... y junto mis manos, rezando "¡Por piedad! ¡Se que no soy el más digno, y se que ahora soy un pecador entre los pecadores! ¡Pero lo ruego! ¡Que se levante! ¡Que se alce el carromato!"

Lo primero que le viene a la cabeza es que uno de los ejes de carromato se ha roto al sentir la sacudida pero queda claro enseguida que es un nuevo asalto. Aunque la otra vez no tuvieron mucho problema en defenderse la cercana claridad del día añade un punto de riesgo...pero se equivoca de nuevo al mirar por la ventana del carromato y ver que disparan flechas ardiendo ¡Templarios!

- Está claro que nos han traicionado, dice a sus compañeros. Esto no son un puñado de asaltadores de caminos y nos han atacado sin mediar provocación...debemos huir.