Partida Rol por web

el amanecer marcaba el día indicado por el grupo para emprender la aventura más peligrosa que hubieran tenido hasta el momento, aunque también la de mayor recompensas, era tiempo de emprender la marcha hacia el destino y grabarlo en la piedra de aquellas minas, cualquiera que fuera el resultado.

Merick prepara sus cosas. No es que sean muchas, ya que en estos tiempos nadie tenía nada. Esta misión le hacía estar inseguro, no paraba de rondarle por la cabeza que sería esa criatura de sombra y fuego, pero sin duda, sería un enemigo temido al que espera no tener que enfrentarse, aunque esto parece que va a ser difícil evitarlo.

Mändil ajustaba su equipo, tomaba raciones de cram y hacía inventario mental de sus necesidades. Miraba a sus compañeros preocupado, esperaba que pudiesen encontrar el lugar con flores estrella, tenía el presentimiento de que era un sitio importante.

Llegó la hora...

Hubiera cantado, algún canto referente a los viajes y las grandes empresas, pero estaba demasiado impresionado por la magnitud de la labor que debían realizar como para cantar.

Ikanmes se preparo para enfrentar otra misión igual de difícil que la anterior, pero esperaba que esta vez saliera mejor. Tomo sus pertenencias y se tomo un momento para convensar con el y los "dioses".

Espero los dioses esten de nuestro lado. 

El momento llega y el grupo de aventureros se alista para partir una vez más hacia tierras desconocidas a sabiendas de lo que van a encontrar. Al despuntar el sol del primer día de la aventura el grupo se pone en marcha, durante ese día todo parece tranquilo, demasiado tranquilo dirían algunos, el paisaje es desierto como en casi toda la tierra, pero esta parte del mundo se ha vuelto un verdadero desierto, sobre el piso duro viaja arena y ceniza que se esparce con el viento, calando en los ojos y secando la garganta, a lo lejos, a dos días más de camino se ven las majestuosas montañas destino del grupo...

Los pies descalzos de Merick están negros y sucios con tanta ceniza. Sin duda todo lo que el señor oscuro ha dejado atrás es tierra quemada y soledad. Aunque el camino parece tranquilo, están en tierra enemiga, Merick no baja nunca la guardia y va mirando de lado a lado, atrás e incluso al cielo. 

Mientras tanto, sigue pensativo sobre aquellas flores, le encantaría poder encontrarlas de nuevo.

Mändil permanecía atento y vigilante, buscando ver signos de la flores que el enano nombró. Estaba mas que convencido que aquello era una señal de los hados para favorecerles. Mentalmente iba tarareando estrofas de una canción de despedida que oyó mas joven en un momento que no conseguía recordar.

Ai! Laurie lantar lassi súrinen
inyalemíne rámar aldaron
inyali ettulielle turme márien
anduniesse la míruvórion
Varda telúmen falmar kírien
laurealassion ómar mailinon.
Elentári Vardan Oiolossëan
Tintallen máli ortelúmenen
arkandavá-le qantamalle túlier
e falmalillon morne sindanórie
no mírinoite kallasilya Valimar.

Miraba a su vez al perian, que había demostrado ser de vista penetrante y bastante despierto. Le parecía un excepcional compañero de viaje.

Durante el viaje, ikanmes pensaba en como serian aquella mina enana, sus armas no le habían fallado hasta ahora, pero tenía en mente mejorar su equipo pronto. Después de un rato de perderse en sus pensamientos de interes y precaución tanto por las buenas y malas noticias, escuchar el tarareo del elfo, lo hace tranquilizarse y sin pensarlo mucho dejarse llevar. Quizá no estaria entero después para disfrutarla

Iokese camina agil, pero con aire pesaroso, sobre las cenizas del camino, envuelto en su capa y con la capucha echada sobre la cabeza para protegerse del árido viento del desierto. Añora los bosques y rodearse de árboles y vida, aunque sea tan oscura como el bosque donde encontraron al ent... Acaricia ocasionalmente su nuevo arco, en parte para acostumbrarse al tacto de la madera y en parte por la inseguridad que le genera el entorno, para estar listo ante cualquier problema. Sus compañeros caminan en silencio, cosa que Iokese aprovecha para intentar idear algún plan para poder enfrentarse a un demonio del mundo antiguo... y salir con vida. Solo el canto de Mändill le ayuda a no desesperar. Su canto le recuerda su objetivo, así que decide no distraerse con planes y peligros imaginarios y estar atento a cualquier peligro real que les pueda rodear. 

Observando la distancia que les separa de las montañas, y el terreno que les separa, cae en la cuenta de un peligro muy real.

- Deberíamos tener cuidado con nuestras provisiones de agua y comida. Tardaremos dos días en llegar al menos, y otros tantos en volver si... - deja la frase sin terminar. "si sobrevivimos", piensa lugrubremente. - No creo que encontremos agua en estos parajes, y si la encontramos, no me arriesgaría a beber nada surgido de esta tierra baldía cubierta de cenizas. Este aire quema la garganta, pero intentad aguantadlo y  bebed moderadamente. 

Después del primer día de camino, y tras una noche de guardias y sueños ligeros el grupo continua su camino adentrandose a un terrero semidesértico, la arena suelta viaja con el viento entrando en los ojos y abrasando los pies a lo lejos se observan algunos remolinos de arena un tanto extraños parecen tener la altura de un hombre promedio, en total hay tres de ellos y su movimiento aunque constante parece un tanto fuera de lo normal...

Tras caminar durante mucho tiempo, el terreno se vuelve más complejo y cálido, la tierra vuela y es difícil para ikanmes ver más allá de lo que sus habilidades le dejan, incluso se retalla los ojos debido a la tierra que le entra. En lo único que piensa es en evitar tropezar con algo mientras sigue a ls tropa. 

Mändil, observaba distraído las formas que se mecían ondeando salvajemente con el viento y la aresnica. Observaba que algo extraño parecía suceder y empezó a tantear su báculo con precaución.

Aquellas formas... hay algo inquietante en ellas. Dijo señalándolas con su bastón. Permaneced alertas.

Aún envuelto en su capa, con la capucha echada para protegerse del viento y la arenisca, y medio rostro tapado, Iokese no ha dejado de notar algo extraño en los remolinos. Quizá su movimiento, o su tamaño... centra la mirada, a pesar de las molestias del aire... mientras inconscientemente echa mano a su arco.

al parecer sus ojos élficos son capaces de ver mejor que los del humano, entre los remolinos de arena, más precisamente dentro de ellos parece haber siluetas humaniodes, no son capaces de decir a ciencia cierta si son solo sombras producidas por el viento yla arena o si de verdad hay algo o alguien dentro de cada remolino.

Merick camina con un pañuelo tapándole parte del rostro, para así evitar respirar más ceniza de la que podría soportar. Los ojos los nota sucios y pesados, lagrimosos de la tierra y ceniza que se alza de vez en cuando.

A lo lejos puede ver algo que no llega a identificar con nada, no sabe si es imaginación suya (como pensaba en un principio con aquellas bellas flores) o estaban a la vista de todos. Miró a sus compañeros y vio como los elfos clavaban su aguda mirada en la misma dirección. 

Merick, al no ser capaz de identificar bien aquello que se apreciaba levemente, preguntó a sus compañeros elfos.

- ¿Iokese, Mändil, alcanzáis a distinguir aquellos movimientos de arena? ¿Qué ven vuestros ojos?

Nota como Iokese acerca su mano al arco y Merick no duda en hacer lo mismo. 

Mändil meditaba sobre como usar su magia para contrarrestar lo que se aproximaba. Miró a su alrededor buscando algo que les diese ventaja, elevaciones o similar.

Parecen formas entre los remolinos... Dijo con un tono que reflejaba incredulidad. Solo pudde ser un artificio del enemigo, me temo que habrá que combatir.

Ikanmes tomo su espada corta al escuchar a los elfos tomar posición defensiva, se adelanto al hobbit y dijo -detrás de mi merick, no sabemos que es lo que vendra pero mi cuerpo resistira más, solo cuida mi espalda compañero.

En cierta forma lo consideraba un gran compañero, pero también lo veía más frágil que el, podría ser por corpulento. 

Suponía que era momento de pelear otra vez, aunque no pudo evitar tararear una de las canciones que Mändil había cantado como amuleto de suerte. 

- No me gusta, y en esta estepa no tenemos lugar donde escondernos. -Comenta Iokese, sacando un flecha y colocandola en su arco, mientras se arrodilla para estar más protegido.

Al acercarse un poco más hacía aquellas cosas que irremediablemente se interponen en el camino los elfos observan mejor una clara silueta casi etérea entre aquellos remolinos de arena, la presencia de aquel grupo de vivos ha alertado a esas extrañas criaturas quienes lentamente se acercan hacia donde se encuentra.