Partida Rol por web

Muy cerca de la localidad de Vilar de Donas, iluminada a la luz de la luna que luce llena esta noche, véis un espectáculo maravilloso: Una vieja ermita de piedra semiderruida alrededor de la cual hay un centenar de lobos de pelaje claro formando un círculo en cuyo centro distinguís una figura encapuchada que os es familiar.

Caminábamos en silencio, amparados por la luz de la luna y la quietud de la noche. Nada que decir, mucho que callar, y un cuerpo que velar. Pensaba yo que todo había terminado, que el fin estaba ya tan cerca que nada más podía ocurrir ya, pero estaba claro que me equivocaba.

- La madre que lo parió... - exclamé al ver la reunión de los lobos.- Un momento... el que está en centro me resulta familiar...

Que sensación tan extraña, tan familiar y tan aterrador a la vez, rodeado de aquella jauría de lobos. Y lo curioso era que no parecían querer atacarle, era como si estuvieran contemplando lo que hacía el hombre. Me froté los ojos con incredulidad, por si acaso aquello no fuera más que un producto de mi imaginación.

Desde el caballo, entrecerré la vista ante la nueva visión que nos presentaba. ¿Qué hacían todos esos lobos allí? ¿quién era esa figura tan misteriosa?

¿Qué ocurre allí, mis mercedes? -señalando el sitio-
¿qué dicen vos? ¿A quién ven?
Que por mas leguas que andara,
aún de Falces a Jerusalen
Que por más que caminara,
¡jamás vi cosa más rara!

¡cuantos lobos!
¡Ay! ¡Amén! -y entrelazó como si rezara el muy pecaminoso de don Fedro.

Mi vista se quedó extasiada, mi cuerpo como en trance, y no lograba discernir si estaba en sueño o es que ya habíamos llegado a las estancias del Santo, pues no podía ser aquello sino un milagro, o algo parecido. ¿Es que acaso disponía alguien de controlar a una manada de lobos entera? Quizá hasta en un breve instante, a mi mente se le ocurrió la idea de que el mismísimo demonio estuviera disfrazado de hombre, y fuera aquella otra de las fechorías que remarcan en su nombre y que sería digno de deshcer con sumo gusto.

Estese callado, señor -le dije a Falces mientras desenvainaba unos dedos mi espada-.

El camino había transcurrido en el silencio típico que se lleva en los velatorios. Las heridas se hacían más y más profundas a cada paso. Don Carlos daba la sensación de envejecer a cada recodo y el cuerpo de Don Antón lastraba el peso de los caballos y de la propia alma de la comitiva.

Santiago ya no estaba lejos.

De pronto, casi de forma fantasmal, aquella figura que centraba la jauría de lobos apareció como por ensalmo. Daba la sensación de no ser real. Los lobos parecían refulgir pajo el auspicio de la luna con un pelaje plateado como el hielo y en el centro. Aquella figura...

El Santiaguista trató de discernir, ¿quién era? Un frío extraño le recorrió el espinazo. Quizá era mejor no saberlo.

Ya vísteis de quién se trataba, era el mendigo que encontráseis cerca del pueblo de Cotaña, el leproso, el amante de Ana de Fonsalba a quien los hombres del malnacido de su padre (del de Ana) casi matan...

Ahora que estáis más cerca, véis que debe de haber al menos un centenar de lobos de todos los tamaños y pelajes claros, Erramún parece estar rezando y todos los lobos que le rodean parecen estar a la expectativa...distinguís un gran lobo blanco que parece ser el jefe de la gran manada.

Por un momento, y sin que sirviera de precedente, don Fedro pareció quedarse como sin habla, como sin tener nada que decir, todo él fascinado... ¡Santo Sepulcro! ¡Eso si que era un milagro, y no lo del leproso!

No había hablado mucho tras la partida, pero poco había que añadir a lo que nos había pasado. Ni tan siquiera el noble tenía muchas ganas de molestar con su infernales poemas.

Pero antes de salir, es cuando nos topamos con algo que nos sorprende. ¡Es el leproso que nos encontramos al entrar, hablandole a los lobos! ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso es que realmente era un lobisome?

El lobo blanco se identifica con el Lobo de Santiago, el supuesto protector de los peregrinos, se dice que es inmortal. Hay quien dice que es la reencarnación de un peregrino que fue asesinado por asaltantes y ahora protege a los peregrinos de aquellos que le asesinaron.

Cuandos os ve acercaros se pone en pie y con voz alta, firme y clara dice

- Os doy las gracias por haberme ayudado, por haberme contado la verdad sobre mi amada. Han sido muchos años de odio y amargura, de los que me arrepiento profundamente. ¡PERO EL CIELO ME HA DADO UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD!-diciendo aquesto, el leproso se arranca los vendajes y deja a la vista no llagas ni laceraciones ni agujeros ni nada que se le parezca ¡SINO UN ESPESO PELAJE NEGRO! -¡AHORA PODRÉ REUNIRME CON MI AMOR!

Todos os dáis cuenta de una cosa: Sí había un lobisome en aquellos parajes cotañeses, era Erramún. Se habían mezclado mentiras y verdades, lobisomes ficticios con un lobisome auténtico, rumores y leyendas se habían fundido para desconcertar y asustar a los lugareños, impidiendo discernir entre verdad y mentira. Algo que sucede por todos los Reinos Hispánicos desde tiempos inmemoriales según se dice...

Los lobos se ponen a dos patas y empiezan a gruñir al unísono, entonces véis cómo aparece una imagen de la nada, del aire que poco a poco va tomando forma hasta convertirse en Doña Ana de Fonsalba, aquella mujer a las que escoltáseis semanas atrás. La imagen abre los brazos e invita a Erramún, el cual camina por entre los lobos hasta salir del círculo y quedarse a apenas unas decenas de varas de vuestra posición, del camino. Véis cómo los lobos se dan la vuelta y se le echan encima, devorándole antes de que podáis hacer nada. Trozos y sangre vuelan por los aires y los hocicos de los lobos se emponzoñan de rojo mientras devoran al Lobisome.

Aquello era dantesco. La luna iluminaba aquella estampa haciéndola parecer el extracto de un mal sueño... o más bien de un cuento de leyenda. En cierta manera era horrible y de una violencia atroz... y a la vez terriblemente hermoso. El Caballero de Santiago pensó en un sencillo "adiós" que su lengua no pudo expresar. Después de todo, a la vista estaba, morir no era lo peor que a uno le podía pasar.

Eso le daba un nuevo significado a todo, y me hacía pensar. Tal vez deberíamos de haber acabado con el leproso cuando tubimos ocasión. Es posible que mi piedad, al final, sea una debilidad que me conduzca a un destino fatal.

Al menos, los lobos blancos, los peregrinos caídos, habían aplicado justicia. Pero no debemos bajar la guardia. Es posible que ese fuese nuestro destino.

Mejor apartarse de ellos. No había manera de saber como reaccionarían.

Por el momento, me bastaba con saber que, otra vez, las leyendas son ciertas, y que hay que tener cuidado con el cómo se interpretan.

¡Ay, Señor! ¡Mira quién es!
¡Que es un lobo, por mi vida! -al contemplar la piel lobezna de Erramún-

El retraído, el zumbado, el que pasa inadvertido -la ironía de Fedro era a veces hiriente, realmente...-.
el hediondo, el encorvado,...
¡vaya chepa! ¡el Encogido!

Es... es... es... -la voz le temblaba-
el provisto de vendajes,
¡de llagas y sarpullidos!

¡Y ahora van y se lo comen!
¡que bribón! ¡nos ha mentido!

Pues matar por una dama,
por su honor o fama: ¡es lícito!

¡Pero morir es un drama,
si por quien mueres ya es polvo
si en el cielo aguarda a salvo
y a la muerte te encaramas!

¡Santo Sepulcro! -musité mientras mis ojos sin duda alguna que me engañaban con visiones horribles-.