Partida Rol por web

La celadora y las dos novicias, anduvieron por los largos pasillos de la Catedral. En el exterior, las estatuas las acompañaron a lo largo del camino que las llevaba a las instalaciones de instrucción militar. El recinto estaba casi siempre repleto de gente, pero a estas horas de la noche, no había mucho movimiento. Se encontraron pululando por la zona, algunos de los afortunados peregrinos, que trabajaban voluntariamente, manteniendo todo en perfecto estado de limpieza. Un viejo ciego se apartó enseguida y dejó paso a las imponentes sororitas.

En el interior de las instalaciones, todo estaba dispuesto para mantener en excelente estado físico a las adeptas.

La mujer miró con superioridad a las novicias. Si quería conseguir las mejores hermanas de batalla, tenía que acostumbrarlas a la vida dura, pero lo más importante, a la vida dedicada al Emperador.

-Empezad a calentar, dentro de poco haremos una prueba física.

NOVICIO VALERIUS:

- Naciste y creciste en Maccabeus Quintus, competiste con miles de otros jóvenes por el acceso al noviciado. Lo lograste y completaste tu formación a comienzos del presente año.

- Pasaste meses de servicio monástico como Novicio en las instalaciones de la Eclesiarquía en tu mundo natal.

- Hasta que fuiste convocado a Tarsus, a la Catedral de la Iluminación, por una orden misteriosa comunicada a través de tus superiores de la Orden Negra. Tu deber es servir.

- Viajaste a Escintilla, la Capital del Sector, por medio de una lenta nave tributaria de carga de minerales.

- Llevas algunos meses destinado en la Catedral de la Iluminación, en la Colmena Tarsus, ocupándote de encender velas en una de las alas de la nave principal de la Catedral.

- Aún no sabes qué es lo que se espera de ti, pero un Iniciado te ha comentado que el Reclutador Schulzz, del Ordo Hereticus, desea hablar contigo en privado esta tarde.

-Sí, Celadora- respondió sumisa la novicia alejándose de la Celadora para comenzar con un calentamiento sencillo, estiró, corrió y siguió estirando hasta estar convencida de que había hecho todo lo que estaba en su mano para prepararse para la futura prueba a la que sería sometida.

Miro al Reclutador Schulzz y siento un poco de culpa y compasión por él. No sé exactamente que es lo que le traerá a la Catedral del Esclarecimiento, pero para él no debe ser grato mirarme nuevamente. Sé de todas las expectativas que él tenía sobre mí al momento de mi reclutamiento, pero le decepcioné, como a todos los demás que creyeron en mí. Ahora está ante mí, ante la sombra pálida y el mal remanente del otrora acólito Inquisitorial.

Le sonrío con la calma que me da la Fe y las interminables horas de reflexión. Luego le hablo con la misma calma y tranquilidad en la voz:

- "Este lugar es un sitio de Fe y serenidad. Cumplo mis funciones con devoción y sirvo al Dios-Emperador como puedo, nada más."

Tanto la cortesía como el sincero interés me indican que debo contestar a la pregunta preguntando a la vez por su estado y el como le ha ido, pero sé que su respuesta solo serán mentiras gentiles, pues yo no soy miembro del Sagrado Ordo, por lo que no soy digno para saber nada acerca de sus actividades, por lo que me limito amablemente a ayudarle en su tarea sin intentar inmiscuirme más de lo estrictamente necesario.

-¡Bien! dice con voz firme la celadora. Novicias, entrenamiento cuerpo a cuerpo. No vais a parar hasta que no os lo ordene, aunque eso signifique la muerte, ¿entendido?

-¡Entendido! La joven novicia se pone en posición de combate y sin esperar respuesta de su compañera intenta golpear con los puños las zonas sensibles.

La cara del reclutador no hizo ningún gesto para delatar sus pensamientos, solo una leve inclinación de cabeza declaraba como satisfecha la respuesta que escuchó.

- Me gustaría ver las salas de entrenamientos, acompáñame, tengo la sensación que va a ser una tarde interesante.

El Agente Reclutador Schulzz y el Iniciado Tauron Faith, anduvieron por los largos pasillos de la Catedral. En el exterior, las estatuas los acompañaron a lo largo del camino que los llevaba a las instalaciones de instrucción militar. El recinto estaba casi siempre repleto de gente, pero a estas horas de la noche, no había mucho movimiento. Se encontraron pululando por la zona, algunos de los afortunados peregrinos, que trabajaban voluntariamente, manteniendo todo en perfecto estado. Un viejo ciego se apartó enseguida y dejó paso a los imponentes hombres y estuvo a punto de chocar con el Novicio Valeirus.

El agente evitó hacer las presentaciones, incluso tenía la esperanza que con la poca luz y la vestimenta típica que llevaban en ese lugar, ninguno se fije en el otro, más de lo normal.

-¡Entremos!

En el interior, la sala está equipada con todo lo necesario para el entrenamiento diario de las novicias. En este instante dos de ella, vestidas con ropas normales, están en un enfrentamiento físico.

El Agente Reclutador Schulzz, el Iniciado Tauron Faith y el Novicio Valeirus entran en la sala.

Un grupo de herejes, que burlaron la seguridad, pasan justo detrás de ellos e intentan tomar el control, disparando a la Celadora Sachitel en la cabeza.

La mujer cae de espaldas después de volar unos metros por los aires. El cuerpo inerte yace en el suelo y el lugar donde se encontraba la cabeza está sustituido rápidamente por un charco de sangre que cada vez se hace más grande.

Rachael era rápida y de constitución ligera, sus puñetazos hendían el aire buscando una brecha en la guardia que había alzado Leah, que se movía a su alrededor aprovechando los momentos de ataque en los que Rachael estaba descubierta para golpear a su compañera en el costado y regresar a la guardia. Sólo era un juego.

No se detuvieron ninguna de las dos para saludar a los recién llegados, no se les había dado permiso; pero entonces ocurrió, no se percató de su presencia hasta que no oyó el disparo y se volvió a tiempo de ver como la Celadora se desplomaba sin vida en el suelo.

¡Herejes!

Scythia corrió a buscar un lugar donde parapetarse, intentando tomar un arma por el camino de las disponibles en el área de entrenamiento.

Tenían que escoger uno de los momentos en que no llevo armadura... pero qué bastardos.

TIRADAS SOLO PARA EL DIRECTOR:

- Habilidad de Armas o Habilidad de Proyectiles.

- Voluntad.

- Resistencia.

Tiradas.

Setecientas ochenta y cuatro mil doscientas sesenta y cuatro. Valerius acercó la llama a la siguiente vela. Setecientas ochenta y cuatro mil doscientas sesenta y cinco. Setecientas ochenta y cuatro mil doscientas sesenta y seis. Setecientas ochenta y cuatro mil doscientas sesenta y siete. La cantidad no era exacta. Empezó a contar cuando ya llevaba varios días destinado en la catedral, y con frecuencia se despistaba, perdiendo la cuenta, obligándose a continuar por la última cifra que recordaba. “Todavía te falta lo más duro” le había dicho el Abad Aurelio, cuando había sido aceptado como novicio. No cabía en sí de gozo y fervor, y se sentía preparado para cualquier prueba. No esperaba que la prueba consistiera en encender velas durante todo el día, durante meses. Pero alguien que portaba la calavera de Estagino no podía permitirse el mínimo atisbo de duda, ni siquiera ante una tarea tan aplastantemente tediosa como aquella.

“Valerius, el Reclutador Schulzz está en la catedral, puedes ir a hablar con él”. Setecientas ochenta y cuatro mil doscientas ochenta y cinco. Valerius repitió mentalmente el número hasta memorizarlo y salió disparado, tan disparado como el decoro permitía, a su celda. El Reclutador era un hombre de acción, y como tal, esperaba que apreciara a un hombre siempre preparado para combatir la herejía, doquiera que esta se presentase. Y se presentaba en todas partes, como bien sabía. Un instante de relajación era suficiente para que el caos plantase una semilla, lista para crecer y transformarse en una hiedra de corrupción. Se había entrenado duramente para motivar a los hombres a evitar esas semillas, y a extirparlas cuando fuera necesario. Encender velas era una tarea necesaria, pero difícilmente una requiriera de un hombre que podía hacer tanto bien en otros asignamientos.

Abandonó la celda ataviado con su indumentaria de combate completa y sus dos armas al cinto, el revólver, con el que se consideraba razonablemente diestro, y su querido martillo “Sacrosanto Azote de Impuros”. Recorrió los pasillos de la catedral a zancadas, esquivó a un peregrino ciego y se acercó a la conocida figura del Reclutador Schulzz. Otro clérigo parecía acompañarle, pero no hizo el más mínimo además de presentarlos, por lo que se limitó a ignorarlo.

El Reclutador abrió el camino a la sala de instrucción donde las novicias ejercitaban sus habilidades marciales. Dos de ellas se encontraban, de hecho, enzarzadas en un combate cuerpo a cuerpo de entrenamiento. Valerius hizo un gesto de aprobación al contemplarlas. Que mujeres tan jóvenes como ellas entregaran su cuerpo al servicio de la fe en lugar de la depravación y la lujuria era una visión inspiradora.

Y entonces, sin previo aviso, muerte. Un estallido sonó a su espalda, y un proyectil que se abrió camino en el cráneo de la celadora al cargo. Valerius se dio la vuelta con su fiel revólver en la mano. No necesitaba ver a los responsables para saber lo que eran.

—¿Podredumbre herética! —gritó con voz sublime—. ¿Cómo osáis mancillar estos muros sagrados con vuestro nauseabundo hedor? Por San Drusus que voy a arrancar la corrupción de vuestros cuerpos.

No era un guerrero, pero la erradicación de la herejía era su misión, y la iba a realizar con el gozo de quien se sabía poseedor de la razón.

Mis pasos resuenan en el suelo de la Catedral del Esclarecimiento marcando la cojera de mis pasos. El ritmo es lento, pero acompaña bien la marcha del Reclutador Schulzz. Avanzamos por los pasillos con calma hasta que finalmente llegamos a la zona donde las Hermanas de Batalla entrenan sus habilidades de combate. Noto en ese momento que un joven clérigo nos acompaña y le reconozco como el que luchó al lado de Arlan en la colmena Sibellus.

Pienso en saludarle cuando un estallido me interrumpe. Veo caer a la Celadora Sachitiel completamente muerta y con la cabeza reventada de un disparo. Me giro y veo a un grupo de herejes que ha irrumpido en estas sagradas estancias y han arrebatado la vida de una devota servidora del Dios-Emperador. La ira inunda mis sentidos y me hacen dejar de lado mi pasividad y sacar al justiciero que tengo en mi interior.

De entre mis ropas saco un revolver no notado a primera vista y abro fuego sin piedad en contra de esos enemigos, viendo si estoy tan oxidado como pensaba.

El ruido del disparo sobresaltó la joven novicia y la sangre que manaba del cuello de la Celadora la paralizó por un momento. No tenía ni armadura, ni armas y solo estaba entrenando, solo eso, con su compañera. Bufó al ver a los herejes, agarró una porra y se acercó a uno de los intrusos.

El calentamiento previo y la furia que sentía al ver a su protectora morir delante de ella, le dieron la fuerza necesaria para acabar con la vida de uno de ellos a golpe seco. Lo cogió por sorpresa y con el primer golpe, en la mano de este, le hizo soltar el arma. Los siguientes porrazos fueron dirigidos a la cabeza, que golpe tras golpe, quedó machacada. La cara de la joven, parte de su cuerpo y sus ropas, estaban salpicadas de sangre, huesos y sesos.

La joven jadeaba rabiosa, pero en su afán no guardó su espalda, Otro desgraciado se le acercó y, con un golpe seco, le apuñaló en el corazón. Los ojos de la chica se abrieron como platos, miró hacia abajo y vio como la punta de un cuchillo sobresalía de su pecho. Muerta casi al instante, se desplomó al suelo y dejó ver detrás de ella a su atacante.

- Ja, ja, ja, ¡Estúpidos ignorantes! ¿Nunca os cansáis de fallar? Os mataremos a todos, no quedará ninguno con vida y veréis que vuestro Emperador, no hará nada por vosotros. ¡NADA!

El hombre que mató a la novicia, con el cuchillo sangrante en la mano, se fue a por su siguiente víctima. Con él, habían otros siete herejes, vestidos con harapos y, hasta hace poco, disimulaban ser peregrinos.