Partida Rol por web

Frío de cojones... y si eso sentía Johann, con el traje de buzo, Wolfgang, con el improvisado.... sería peor; tenían que moverse rápido, que además ayudaría a mantenerse en calor. Por señas, le indicó que, primero, el timón, y segundo, las hélices: de nada servía tener propulsión sin control; es más, podía ser contraproducente.

Haber tenido una laya habría estado bien para limpiar los timpones, pero, a falta de ello, tendrían que raspar con hachas, cuchillos, escofinas y, para retirar algas más largas, un bichero. Retiradas las algas ligeras, enredadas en los ejes de los timpones, y mientras ya Wolfgang se afanaba en desincrustar lo que había pegado al metal, Johann se dispuso a meter mano a las hélices...

Torcido, como su vieja amiga de ahí abajo... Habría que cambiar el eje y ajustarlo para evitar las filtraciones, y calibrarlo fino para que no vibrase... tarea difícil en dique seco, imposible en inmersión... Descorazonador. Pero se podrían hacer reparaciones menores; lo fundamental, es que la hélice rotase, y no vibrase demasiado, causando desajustes y, por tanto, que se soltase y entrase un chorro de agua... Y a ello se puso; primero, a limpiar lo que pudo, y segundo, haciendo palanca, con la ayuda del compañero cuando hubo limpiado las palas intentó corregir, aunque fuese brevemente, el ángulo torcido...

Seguía como su polla de torcido... eso es lo que le pasaba en todo el viaje, cuando notaban que se controlaba a duras penas... pero no merecía la pena hacer mucho más, sino asegurarse de que, al menos, no se caería y se perdería en el fondo... eso sí sería gracioso.

Dió un golpe en el hombro del otro mecánico; hora de volver... habían hecho lo posible, lo suficiente para poder tener el control de la nave, y pensar en llegar a Japón, reparar allí, y de vuetla a casa... joder, que fácil parecía....

Tras recoger los bártulos, y sin perder tiempo en contemplar el paisaje, se volvieron por donde habían venido... el frío empezaba a entumecerles y eso no era buen síntoma....

Asintió Peter von Agstein, poniéndole una mano en el hombro a Max. - Esa mujer saca de quicio, lo se. Y más cuando cree que tiene prioridad sobre otras cuestiones vitales, de las que no sabe. Yo he perdido ya un par de veces los nervios, así que cuento contigo por si me termina de sacar de quicio. Tu sabes manejar con mano suave este trasto que nos queda...

Luego, volvió a mirar, preocupado y ansioso, por el periscopio, hacia la zona del timón, donde estan Martin y Wolfgang. No los veía aún, y eso le ponía más nervioso si cabe. Eran su única oportunidad. 

Los pasillos del submarino estaban, como siempre, repletos de tripulantes, con el rostro cubierto por el sudor, hollín, restos de comida y sobre todo, desconfianza. Cada camastro estaba ocupado por uno o dos de ellos, pero todos observaban al oficial a medida que éste caminaba.

Finalmente, al llegar a la zona de popa, el camino quedó cerrado por un pequeño grupo que estaba de pie, cerrando el paso o más bien, retando a que Max dijese algo. 

La opinión generalizada era que el joven Weitzmann era más uno de ellos que de aquellos estirados oficiales, pero estaba por ver qué había venido a hacer allí.

-¿Podemos ayudarle en algo, señor? -preguntó uno de ellos, Klinsmann, el jefe de torpedos.

A través del periscopio viste como Johann y su fornido ayudante, daban la vuelta al final del submarino y se ponían a trabajar. No podías ver lo que estaban haciendo, pero parecía como si el mecánico se estuviera acordando de todos sus ancestros. Lo importante era que parecían estar haciendo algo, lo cual significaba que podrían lograr algo.

Para aquel hombre, tanto como para él mismo, la prioridad era volver a la superficie y por lo que estabas viendo, brazos moviéndose, martilleando o arreglando, herramientas cayendo al fondo y volviendo a ser recogidas, estabas seguro de que podrían hacerlo.

Debían conseguirlo, no por el Fuhrer, sino por ellos mismos.

Tras veinte minutos de trabajo, vistes como ambos regresaban hacia el submarino. Parecía que todo iba bien.

Strauss localizó una escotilla y a pesar de lo difícil que estaba abrirla, terminó por conseguirlo. El interior estaba inundado, así que no parecía haber mucha diferencia. Miró a Johanna y esperó sus órdenes. ¿Quién debía ir primero? 

Por lo que podíais ver, la escotilla descendía a un pasillo que después se extendería por buena parte de la nave, pero desde arriba, nada más podíais distinguir.

A pesar del traje, ambos sentíais el frío penetrando por vuestra piel. Sin duda, no podríais permanecer allí mucho tiempo, pero la prioridad era arreglar aquella mierda de submarino para salir de allí.

Lo primero que hicisteis fue limpiar los timones, y rápidamente, os dirigisteis después hacia el timón. La torcedura no era demasiado pronunciada y entre los dos, y la llave que teníais a mano, sin duda lograríais enderezarla lo suficiente.

Diez minutos más. Quince, a lo sumo, y todo listo. Y después, arriba.

Una vez terminasteis el trabajo, os dirigisteis de regreso al submarino.

Después de unos veinticinco minutos de trabajo, Johan y Wolfgang estaban de regreso en el submarino. Apenas podían mover las manos, los dedos de los pies y ya que estaban, ni siquiera sentían que sus "joyas" estuviesen donde habían estado siempre. No podíais sentir nada allí abajo.

Pero el trabajo estaba hecho. Quizás no estaba la cosa para muchas florituras, pero al menos, podríais subir.

-No me siento los cojones... ¡Schnapps, por Dios!!

Eso fué casi lo primero que dijo en cuanto le liberaron de la escafandra, y por fortuna, parecía que ya estaba previsto; malo había sido el frío, pero el rato esperando en la torreta cerrada, a que la presión les dejase entrar al interior sin causarles una embolia, había sido.,... espantoso

Aún tiritando, veía como los problemas no cesaban; gente de aquí para allá cerrando válvulas contínuamente, y apañando tuberías reventadas... lo  clásico cuando te enfrentas a las presiones a esta profundidad; necesitaba dejar de temblar como una virgen a punto de dejar de serlo a manos de un pollón...

-Un café, por favor, o lo que sea, pero caliente...

... Porque no podía quedarse quieto... tenía que hacer algo.

-Capitán, la parejita... ¿se sabe algo de ellos?

von Agstein vio el trabajo que estaban realizando, sin saber muy bien los detalles concretos, pero le preocupaba que, por los aspavientos, estuviera siendo más complejo de lo que parecía y no lo lograsen... Las manos le empezaron a sudar, y cuando se dirigieron a reentrar en el submarino, corrió a recogerles, mientras Max indagaba en el resto de los tripulantes acerca de su moral... 

- Vamos, ¡vamos! ¡Mantas! ¡Hay que calentarlos! Rápido, que van a llegar - Dijo Peter, con urgencia, cogiendo como pudo un par de ellas y corriendo para recibir a los dos mecánicos. Estos pidieron algo caliente, incluso algo de alcohol, y gritó, iracundo por la tardanza - ¡Necesito ya ese café! ¡Y no pasa nada si es reconstituyente! - indicó el capitán, vagamente. 

Cuando al fin pasó el período de descompresión, se lanzó a recibirles, venían helados y absolutamente agotados. Aquellas presiones eran inhumanas, pero había que recuperarlos... - ¿Qué tal? - Preguntó ansioso. La cara de Martin le tranquilizó: Joder, lo han conseguido... 

Pero, una pregunta de Martin le devolvió a la realidad... ¿Strauss y Heinrich? - Me cago en todo - Dijo nervioso Peter- , no sabemos nada de ellos... ¿Cuanto tiempo nos queda de oxígeno? Iré a mirar por el periscopio, maldición... 

Sale corriendo, angustiado, hacia el periscopio, a observar la dirección del pecio extraterrestre... 

Johanna siguió a Strauss por el fondo del mar. No era experta en aquellos trabajos, pero estaba claro que tenía que poner orden o todo el trabajo habría sido en vano. Decidió entrar la primera, echó un vistazo, lo poco que podía ver desde allí y le hizo señas para que la siguiera. Tenía que llegar a la cabina de control o el lugar donde estuvieran todos los mandos. No tenía plano de la nave.

Derek no pudo hacer otra cosa que seguir las instrucciones de Heinrich y seguir avanzando tras ella. El agua estaba helada y todo a su alrededor estaba muy oscuro. Sólo esperaba que nos equipos no fallaran, tanto el traje improvisado de buzo, como la lámpara subacuática. Ya habían tenido demasiada mala suerte hasta el momento y era hora de que empezara a cambiar.

Fuera como fuera, no podía hacer otra cosa que nadar hacia las entrañas de aquel aparato. No sabía muy bien que era lo que estaban buscando, pero supuso que lo sabría en cuanto lo viera. Lo cual esperaba que fuera pronto, pues la presión a la que estaban sometidos, desde luego era muy incómoda. Por otra parte, esperaba no pasarse de tiempo. Allí abajo y sin reloj, la percepción del tiempo podía ser muy engañosa. Lo que estaba claro era que debían darse prisa. Mucha prisa...

Max caminaba mientras era observado por los hombres que tumbados en sus camastros le miraban con tristeza, resignados a lo peor.

Cuando llegó a popa, varios hombres varios hombres le contaron el paso. Esos hombres no tenian la misma mirada derrotista.

-Klinsmann, amigos. No se vosotros, pero yo no quiero seguir mas las ordenes de esa mujer. Si vuelve, que esperemos que no, se  acabo.

Pienso plantarme y quiero vuestro apoyo.  Evaluo las caras de los hombres.  -¿De verdad creeis que si vuelve con algo util de ese lugar nos iremos a casa? No, nos tocara llevarlo a la mismisima mesa de Hitler...  trato de poner enfasis alzando un poco la voz sin llegar a gritar.  

-Estamos en una situación dificil, pero confio en Martin. Estoy seguro que volveremos a ver el sol.  sonrió.  -Cuando eso suceda ¿ cuento con vuestro apoyo para deshacernos de Heinrich...  miro a la camara de lanzamiento de torpedos. ​-Y llevar este submarino a casa?

Bajaste en primer lugar, deslizándote entre aquellos pasillos que le parecían tan extraños. Sin embargo, tras varios zig-zagueos, lograste llegar a una sala que parecía ser la cabina del piloto. Y precisamente, sentado en la silla, había un cuerpo. Era un alienígena.

Lentamente, lo giraste para verlo mejor.

Estaba muerto, sin duda alguna, pero eso no era lo preocupante. Lo que de verdad te supuso un problema fue que al hacerlo, una extraña sustancia negra como el petróleo, pareció deslizarse desde su piel, atravesó tu traje y comenzó a meterse, de alguna manera, en tu cuerpo.

Esa maldita sustancia empezó a subir por debajo de tu piel, provocándote un dolor inmenso, casi irresistible, hasta que consiguió llegar hasta tu cerebro, invadiéndolo todo.

Y lo entendiste. El objetivo era expandirse. Eras un virus y debías contaminar a todos. Nada más sobreviviría, salvo tú, pero ya no eras Johanna. Eras mucho más que eso. La invasión acababa de empezar.

Te perdiste. En cuanto entraste, el agua estaba tan fría y turbia, que no fuiste capaz de seguir a Johanna, sino que empezaste a dar vueltas por todas partes.

Era como si se hubiera desvanecido, y eso te hacía sospechar de que hubiese podido ocurrirle algo, pero por el momento, tampoco es que hubiese pruebas de ello, así que tenías que confiar en ella.

Además, lo importante era no alejarse demasiado de la entrada, por si al final, tenías que salir corriendo de allí.

- ¡Mierda! - Aquello no estaba en sus planes. Perder a Johanna de aquella manera no era algo que hubiera contemplado de buenas a primeras.

Se estaba poniendo nervioso y eso consumía oxígeno. Lo sabía, pero no podía evitarlo. Podía tratar de nadar hacia el exterior. Eso podía hacerlo. Al menos eso creía. Pero eso supondría dejar tirada a Heinrich y un acto de cobardía como aquel no era propio de uno de los elegidos del Reich. Por ello, aún temeroso de su decisión, decidió empezar a nadar hacia el interior de la nave. Su compañera no podía estar muy lejos.

La encontraría, localizarían lo que habían ido a buscar, lo llevarían al submarino, lo entregarían a Himmler, ganarían la guerra y Alemania sería grande gracias en parte a ellos. Todo iba a salir bien. Strauss tenía una corazonada sobre ello. Sabía que no podían fallar. Era su destino. Estaba escrito en las estrellas. Si... iban a lograrlo.