Partida Rol por web

Al ver que Akta había mordido el anzuelo de los peces andantes quedado atrapada en el extraño artilugio de estos seres escamosos, decidí ir en su ayuda, no fuera que le hicieran pupa y su genio fuera inaguantable después. Y qué mejor que yo, un famoso bardo itinerante, fuera el que la rescatara de las garras de unas viles criaturas maliciosas. ¡A saber a qué tipo de guarrerías la someterían! Después tendríamos tiempo de que me lo agradeciera más íntimamente.

Avancé unos metros, hasta posicionarme justo al lado de Akta (J3) y de su adversario.

Allá voy, clériga de Seyrán,

preocúpate de soltarte,

yo, aparte de sanarte,

te quitaré a este truhán.

Habiendo dejado colgando de la tira de cuero mi preciado laúd, y echado hacia mi espalda, saqué mi viril espada, la cantarina, la que ríe cuando saja y llora cuando mata. Con una hábil estocada, intenté ensartar a la pescailla que tenía enfrente. Más tarde haríamos espetos, pero ahora tocaba trincharlos.

El dorado pescado,

delicioso está ahumado,

más en las brasas,

un olorcillo marino

hace aguas

las bocas de las masas.

Me moví rápidamente para intentar dispararle a la bestia que estaba haciendo aquel conjuro que tenía atrapada a Akta, pero estaba claro que no iba a conseguir nada. Pisé mal con las prisas y mi disparo salió dirigido hacia las nubes. A la vista de que de dos disparos solo había conseguido acabar con dos flechas menos, solté el arco, preparé la maza y saqué también la espada para cogerla con la otra mano y lanzarme hacia el cuerpo a cuerpo.

Si no podía hacerlo a distancia, era el momento de mirar a los ojos de cerca a nuestros enemigos.

El golpe de Crodos falló por poco. El paladín se lamentó por ello, pues eso podía costarle a la postre, a vida tanto a él como a alguno de sus compañeros. Aquellos seres subacuáticos habían demostrado ser más duros de lo que cabía esperar y además tenían superioridad numérica. Si además tenían en cuenta que Akta había sido hecha prisionera con uno de aquellos ganchos, la cosa se ponía fea.

Akta trató de liberarse de aquel bastón ganchudo, no obstante, le fue imposible. Además le dolía horrores. Aquel ser horrendo estaba presionando mucho y la sacerdotisa notaba como el gancho se clavaba en su piel y como hacía que  el músculo y el hueso del brazo sufrieran. Para más inri, notó como el ser que la tenía retenida, tiraba de ella en dirección al río. ¡Pretendía tirarla al agua para ahogarla!

Por otra parte Lerissa disparó una nueva flecha y ésta se marchó muy desviada, casi impactó  contra Akta de hecho, pero finalmente  no fue así. Había perdido dos flechas por un mísero rasguño, por lo que tiró el arco y se preparó para desenfundar sus armas.

Quien si tuvo mayor éxito contra toda lógica, fue el cantarín humano, que armado su espada dio un rodeo para colocarse a la espalda del ser que tenía retenida a Akta y asestarle un buen golpetazo. De haber sido una estocada más precisa, puede que incluso hubiera liberado a su compañera, pero finalmente no pudo.

Los kuo-ta siguieron tratando de golepar a Crodos y a Akta, pero sus ataque fueron bastante torpes y no lograron asestarles golpe alguno. La gran armadura de los seyranitas y la devota fe en la regia ley de Akta, evitaronlo peor.

De nuevo, el ser de apariencia marina, recitó una palabras mágicas en su acuano idioma y su cuerpo se iluminó brevemente. Parecía bendecido por sus disformes dioses.

- ¡Joopl klapp bloo! - Ordenó a sus acólitos.

Tal vez por el exceso de entusiasmo o por un afortunado movimiento errático del Kuo-ta, la pesada bola del mangual se estrelló en la tierra con un golpe sordo.

En ese momento vio con el rabillo del ojo que la fiel Akta se debatía, presa de alguna especie de pinza que portaban esos seres inmundos

— ¡Por las doradas calzas de Seyran! — no pudo evitar exclamar, lamentándose doblemente: una por haber fallado, con las consecuencias que podría tener sobre la integridad de sus compañeros, y otra por la blasfemia que acababa de decir — ¡Aguantad, mi valiente compañera! ¡En cuanto pueda iré a socorreros! — aunque él poco podía hacer en esos momentos, salvo mantener a los monstruos a raya con su arma.

Aquella cosa me estaba destrozando el brazo. Al menos aquellas cosas con eran capaces de darme, pero si no me soltaba pronto, acabaría perdiendo el brazo sin remedio. Así que viendo que perdía fuerza en él por el dolor, opté por intentar golpear al cabrón que me estaba haciendo presa con el espadón. Era un golpe casi imposible a una mano, pero no tenía más remedio que atacar. Defenderme no servía de nada.

Recé a Seyran para que me ayudase en el ataque y blandí mi espadón contra aquel baboso que disfrutaba con mi sufrimiento y tiraba de mí hacia el río. Si le paraba ganaría tiempo y si le golpeaba bien...

Como pude y cargada de rabia, lo único que me sustentaba en aquel momentó, moví el espadón con toda la fuerza que pude hacia aquella monstruosidad. Esperaba que mi dios no me hubiese abandonado y no tener que deberle la vida al bardo, aquien vi acudir a mi auxilio por el rabillo del ojo. Sería lo peor que me podría pasar...

Incluso peor que morir ahogada por esas cosas.

Con el asta de su mangual pudo desviar los ataques de esos seres que amenazaban con apresarlo, tal y como habían hecho con su compañera Akta. ¡Hasta sus técnicas de lucha eran malignas y retorcidas!

Volvió a alzar el mangual con ambas manos y, mientras hacía dar vueltas la cadena sobre su cabeza para que ganara inercia, empezó a recitar un salmo¹:

— ¡Seyran, oh Señor de Luz! ¡Protege del mal a estos humildes y buenos servidores! A Lerissa también — concluyó en voz baja.

Pero eso último no debió a agradar a Seyran, y supo desde ese momento que algo malo iba a pasar.²

Tras desenfundar mi maza, empecé a hacer lo mismo con mi espada mientras me dirigía hacia la bestia que estaba frente a mí y junto a Lasar y Akta. El sonido de las armas chocando resonaba en mis oídos, a pesar de lo cual no me impidió seguir avanzando, elevar mis brazos y en cuanto estuve a la distancia adecuada, dejarlos caer sobre ella.

Akta parecía estar en una situación desesperada y estaba más que claro que solo podríamos liberarla si actuábamos con rapidez y decisión.

Mis dos palabras favoritas.

Descargué la maza sobre la bestia, aunque con tanta fuerza que se quedó hundida en su cuerpo, impidiéndome efectuar mi segundo ataque, de espada, con acierto.

Quizás ni siquiera fuese necesario hacerlo, pensé en aquel momento.

Akta, con una sola mano, agarró su espadón al ser anfibio que tenía frente a ella y que le estaba agarrando con aquel extraño gancho y se lo incrustó en el hombro, muy cerca del cuello. Aquel ser bramó con un sonido marino, pero más se quejó cuando la espada corta de Lasar le atravesó de lado a lado dándole muerte.

Lerissa pretendía atacar a aquel ser para liberar a la sacerdotisa de su yugo, sin embargo, con la muerte de aquella criatura, decidió dar un rodeo para flanquear al otro ser que estaba cerca y así, encontrándose rodeado por ella y por Akta, no vio venir el mazazo que espachurró su deforme cabeza convirtiéndola en una masa sanguinolenta.

Mientras tanto, Crodos se las veía con otras dos de aquellas criaturas. Su ataque no fue todo lo afortunado que podría haber sido. De hecho, casi se golpeó en su propia cabeza, pero finalmente aunque no dio en su objetivo tuvo que dar gracias a Seyran por no haberse autolesionado. Además, gracias a su escudo y posiblemente a su fe en Seyran, los dos monstruos acuáticos, no lograron acertarle con sus bastones ganchudos.

El ser que se encontraba conjurando en la orilla, saltó a tierra firme con la clara intención de acabar con Lerissa. Éste atacó con una lanza, pero la tiefling logró esquivarla por poco. Luego intentó morderle, pero no mordió más que el aire sin llegar a ser una amenaza real para Lerissa.

-  ¡Joopl klapp bloo, jooopl klaaaap! - Gritó desesperado.

Crodos notó la bola de púas rozar su hermosamente labrado yelmo dejando un lamentable arañazo, como horas más tarde vería mientras le sacaba brillo en un merecido descanso. Pero lo importante en ese momento era que no se había dado en su propia cabeza, por gracia de Seyran, quien además le estaba protegiendo de los ganchos de los seres traicioneros, y que era el momento de contraatacar.

A su diestra percibió para su alivio que sus compañeros estaban haciendo una escabechina entre todos ellos, pero él todavía tenía delante dos de esos sapos sobredimensionados de dos patas. Tenía que hacer algo aparte de mantenerse a salvo, pues su demostración de habilidad, que no de valor, estaba quedando en entredicho.

Volvió a hacer girar el mangual sobre su cabeza, esta vez encogiéndola un poco entre los hombros cual tortuga recubierta de acero, y trató de descargarlo con un fuerte golpe descendente sobre el que estaba herido.

Decidida a terminar con aquello, volteé la espada en mi mano mientras me acercaba a la bestia que estaba en la orilla, con la idea de acabar con ella.

-No debiste venir a por nosotros, bestia inmunda -le dije, antes de mover la maza y fallar, pero rematarla con mi espada. No terminaba de conseguir infringir un daño excesivo pero tenía muy claro que no se escaparía con vida si podía evitarlo.

Tampoco entendía por qué nos habían emboscado, pero iban a arrepentirse de haberlo hecho, al menos durante los pocos segundos que les quedaran de vida. 

Con el monstruo caído, me resultó fácil moverme aún con aquel gancho aferrado a mi armadura. Mi brazo estaba dolorido, podía sentir que había llegado al hueso, pero no podía quejarme ahora. El paladín de resplendeciente armadura necesitaba ayuda ahora antes de que le atrapasen con uno de esos ganchos. Avancé hasta poder dar alcance a la criatura más cercana a mí.

Mi brazo izquierdo estaba totalmente dolorido aún por aquel maldito gancho y sentía el brazo inútil. Pero no podía dejar al paladín solo con esas dos cosas. La tiefling y el bardo podrían encargarse del mago solos, ya habían demostrado su valía en combate.

Nuevamente alcé mi espadón, con la esperanza de partir en dos a aquella cosa que jamás debió salir del agua. - ¡Intentad capturar a uno vivo! ¡Podré hablar su lengua e interrogarle para ver quien les envía! - Exclamé a todos. Con suerte alguno lograría sobrevivir para ser torturado. Era lo mínimo que les iba a pasar por mi parte después del daño hecho.

La hoja de mi espada brilló con la resplandeciente luz del sol. Solo esperaba que mi golpe no errase y me encomendé a Seyran para que así fuera.

Después de acabar con la vida de mi adversario, me uní a Lerissa en su lucha contra el bacalao mago. Entre los dos lograríamos vencerle sin problemas, dadas nuestras habilidades con las armas. Me gustaba estar combatiendo al lado de ella, eso unía mucho, por la confraternización, ya se sabe. Nos compenetrábamos bien, todo había que decirlo. Estando al lado del pez, apunté y ensarté con mi espada a la bestia. A todo esto, seguía cantando y tarareando la canión de valentía.

A fin de cuentas,

¿qué son dos enamorados?

Personas unidas

por algo...

Me cortó el final un chorro de sangre que salpicó mi cara y que hizo que tuviera que cerrar la boca para no tragarla.

Akta golpeó con dureza al kuo-ta. Le había destrozado una pierna y perdió el equilibrio. Fue entonces cuando Crodos le destrozó la cabeza de un espadazo. Su deforme cabeza de pez se abrió por la mitad. Boqueó un par de veces y finalmente se desplomó muerto sobre el suelo.

Lerissa trató de golpear con su maza al kuo-ta lanzador de conjuros, no obstante falló de nuevo y luego éste, logró esquivar el espadazo que trataba de abrirle e estómago. Lasar acudió en ayuda de la tiefling y él si logró clavar su espada en el muslo de aquel ser acuático. Fue un tajo terrible y enseguida comenzó a manar una sangre viscosa y de color púrpureo.

Viendo como se estaba decantándose  el combate y dada la gravedad de sus heridas, el kuo-ta lanzador, se tiró al agua escapando del combate y tratando de evitar que ese fuera el último día de su vida.

Crodos queda libre de uno de ellos y solo queda otro y el que oígo chapotear en el agua. El muy valiente huye dejando a los suyos atrás. Antes de que mueran todos, porque eso será lo que les ocurra, lanzo el conjuro de comprensión idiomática para poder comunicarme con esas criaturas.

- ¿Quién os envía? ¡Hablad o sufriréis la peor muerte de vuestra miserable vida! - Exclamé tras el lanzamiento* con voz amenazante y dolorida. A fin de cuentas, me habían machacado el brazo y me costaba usarlo para manejar el espadón.

Yo no podía meterme en el agua, pero el buglar y la tiefling sí. - ¡Os daremos caza en el agua, vuestra sangre nos guiará, rendíos ahora y quizás podáis vivir un día más!

- ¡Booolp, guuulp kaaapl! -  Respondió aquel ser.

- El sacerdote, déjame marchar. - Entendió Akta.

Viendo que la presa quería escapar, decidí ir detrás de él. Dejé de cantar y corrí por el cauce del arroyo hasta que tuve que meterme en el agua para poder darle alcance y ensartarle. Mis lujosas mayas de franela, para no pasar frío, se estropearían si me tiraba mucho tiempo en el agua. Por no decir de mis gayumbos de seda oriental, traídos de no se sabe dónde, pero que estaba muy lejos. Intenté darle un espadazo por la espalda al maldito mago cobarde.