Partida Rol por web

Tirada voluntaria de Conocimiento mágico (CUL)

(así también esperamos a que postee algo Alejandro)

- Licantropía, voces que agasajan a lozanas damas, doncellas destripadas por doquier... la realidad se convertía del todo abtracta a los ojos de Alejandro, pero un palpito de estar en el lugar idóneo recorría su ser firmemente.

Silvía intentaba curar al maltrecho "Estaca", mucha confianza le había dado Berg a tan paranormal ser, igual la herida le había disuadido de entablar combate... No sé, no sé...- la cabeza de Alejandro zumbaba dubitativa. Sin duda todo aquello lo perturbaba y nada claro sacaba de aquella nueva "realidad".

Conocimeinto Mág, todos fallidos.

¿Matar muchachas? ¿Qué barbaridad está diciendo, señor? -dijo Lucencio dirigiéndose al comerciante. Entonces, cuando Berg le dijo lo del cambio de forma, se miró las manos, el cuerpo, se tocó de nuevo las barbas y luego la espalda... Tras llevarse la mano a la cabeza, respondió.

Pues... la verdad es que... -parecía como no recordar nada-, no me acuerdo de mucho; sólo se que he estado cazando con mis dientes, corriendo tras las liebres y ¡Oh, Señor! ¿¡Pero qué estoy diciendo!? -poco a poco iba recordando que no había permanecido con la misma forma que tenía ahora, sino que había sido... un animal durante muchos meses...- Lucencio comenzó a ponerse nervioso, y el remiendo de Silvia comenzó a moverse tras estar el hombre inquieto ante tales pensamientos.

Ahora recuerdo cuando aullaba, cuando veía a los viajeros merodear al ir y venir y..., y... ¡Ahora lo recuerdo! ¡Fueron aquellas palabras...! ¡Fue... fue... aquel que me atormentaba!

Entonces Silvia, que mientras Lucencio contaba todo esto había comenzado a registrar a los dos misteriosos tipos yacientes. De debajo de sus ropas sacó una bonita bolsa de cuero, bien cosida y atada, y de su interior sacó una joya: era una cruz cristiana bañada en plata con bonitos retoques de pedrería, y una fina cadena que sin duda servía para lucir en las más provechosas eventualidades.

¡Oh! -dijo Dorotea- Es una cruz palentina, de ofrecimiento para el matrimonio... Tiene que ser de Laudelino, ¡seguro!, ¡quizá se la traía a mi padre como muestra de confirmación de nuestra unión! ¡estos tipos se la han robado! ¡Se la han robado!

Entoces Dorotea se acercó para tocar la joya y tenerla entre sus manos. Silvia se la cedió y justo después, con los ojos clavados sobre la cruz, la muchacha habló con cierta sospecha.

Pero... ¿cómo sabían estos dos hombres que aquel llevaba tan preciada joya? ¿porqué de este asalto? ¿sería un simple robo? No entiendo nada, ¡nada! -decía gritando en estas últimas palabras mirando a su "difunto futuro esposo".

Pasándose la mano por el mentón

- Dejadme ver esa cruz Dorotea - y extiende la mano izquierda para verla de cerca - Así que vos sóis el tal Lucencio que desapareció... creo buen hombre, que alguien os ha convertido en lobo con brujería y os ha estado utilizando para sólo Dios sabe qué... y creo Dorotea, que alguien en este pueblo no quiere que os casárais con Laudelino-  puede que esté muerto incluso, quién sabe...

- No sabemos si la cruz ha sido robada, pero en cualquier caso. Hay que ir a informar a vuestro padre, el de La Osa tiene que saber de todo esto... aunque mejor no digamos nada de Lucencio... por el momento.

Sin perder detalle de lo allí acontecido, firme avanza hacía el flanco derecho del de Flandes. Cuando esta a una distacía que le permite apreciar con detalle la cruz palentina. Hace una mueca y añade:

- No se hasta que punto debemos darle explicaciones al Señor de la Osa, basandomes en las circunstancias que nos asaltan por doquier, creó que de nadie hemos de fiarnos ya que nadie ha demostrado ser de fiar hasta el momento. Si vamos a donde Don Sacristán y erramos en nuestra busqueda de aliados no volveremos a salir de su casa cuando este intuya todo lo que conocemos. Sin embargo, junto a Lucencio.- una nota de desconfianza asomó al nombrar al susodicho.- y la joven Dorotea, creo que podremos llegar al meollo, no tardaran en volver la voces...

- ¡pero hemos encontrado a su hija! ¡debimos haberla entregado ayer cuando tuvimos tiempo...! ¿vamos al cementerio entonces? pero luego iremos a ver al de la Osa ¿de acuerdo?

¿Es que te has escapado de casa de don Sacristán, chiquilla? -dijo al escuchar eso-. Tu padre es un buen hombre, no lo olvides; aún soy capaz de acordarme cuando me dejaba que vuestro médico me atendiera cuando el resto del pueblo parecía ignorarme... Veamos si podemos resolver tus dudas, Dorotea.

Entonces se dirigió a Berg, pidiéndole la cadena.

Déjemela un momento, señor -te dijo-. Después miro para un lado y para otro de la destartalada estancia. Buscad una vasija por aquí, necesitaré también un cuchillo o algún filo... una punta de alguna flecha también podría servir... -acto seguido salió de la casa, se alejó unos pasos, pero seguía en el camino. Pareció agacharse, recogió algo y regresó.

Aún crece buen laurel junto a las veredas... -murmuró- ¡Ah, si! ¿tenéis agua?

¿Qué diantres hacía aquel tipo mientras todos pensaban cuál era la mejor manera de resolver aquella situación?

En pocos instantes..., muchacha -dijo mirando a Dorotea-, en pocos instantes conoceremos quién está detrás de todo esto...

En esos momentos os preguntábais (o casi os convencíais) del porqué "el Estaca" estaba tan apartado del pueblo: parecía estar haciendo una práctica o ritual de algún tipo. Si no fuera así, parecería como si estuviera jugando a ser cocinero, como un niño...

PNJOTIZADO.

Un filo -dije mostrando mi daga-. Tenga cuidado, corta como la que más..., y aquí está el recipiente, parecía tener orín de rata, y no se si le servirá. ¡Ah! un momento...

Y Silvia sacó su cantimplora y se la entregó a Lucencio. Sin embargo, poco entendía qué quería hacer el tipo de las largas barbas.

Gracias, mujer -le dijo. Entonces Lucencio tomó un trozo de cuerda y la ató a la joya de pederías. A su lado, en el suelo, colocó la vasilla, la llenó de agua de la cantimplora y luego tomó el filo. El Estaca tragó saliva y con la daga se hizo un tajo en la palma de la mano, muy severo y alargado. Ahora de ella manaba sangre...

La hizo verter encima del cuenco de agua y mezcló todo con las ramitas de laurel que había obtenido. Acto seguido comenzó a esperar. Pero no ocurría nada... Volvió a mover mezclando todo bien con las hierbas... Un momento... Entonces pareció formarse en la vasija un rostro... ¡Sí! Era como de una persona.

Quien aquí aparezca será el que haya causado el agravio, la... ejem... la magia es inconfundible, certera. -Sin duda que Lucencio había tenido ya contactos con la magia en algún tiempo atrás. ¡Mirad! ¡Agacháos!

En esos momentos apareció un rostro, nítido y de color rojizo (por el pigmento de la sangre). Parecía un tipo apuesto, muy muy guapo. Realmente hermoso. No obstante, si tuviérais a aquella persona delante podría ser fácilmente reconocible...

Aquel rostro que apareció portaba en su cuello una horrible cicatriz.

Este hombre, Dorotea -dijo finalmente Lucencio-: éste hombre ha mandado robar la joya ¿lo conoces?

Pero la muchacha negaba con la cabeza.

Alejandro, Álvaro, os pregunto sólo a vosotros dos: ¿Quién portaba una horrible cicatriz? ¿Quién?

¿Estás seguro, Benavente?

Haz una tirada de memoria (PER)

Tras entregar la cadena con la cruz a Lucencio permaneció todo el tiempo callado, observando con curiosidad cómo preparaba Lucencio el encantamiento, jamás había visto practicar magia, y mucho menos de aquella forma tan natural y desenfadada. Cuando apareció el rostro del hombre en el cuenco trató de grabar a fuego aquel rostro en su memoria y volvióse hacia Dorotea esperando ver si la chica reconocía al hombre.

Berg no tenía ni la más mínima idea de cuál era el hechizo que estaba usando aquel hombre y mucho menos sería él capaz de reproducir el hechizo.

Álvaro habló pesaroso como quien confirma una vieja sospecha o una jaqueca anunciada que aparece y no por conocida es más tolerada.

Martin Antunez se llama. Por estas que son cruces que l'esgüello se l'agarro.

Había hablado antes de reflexionar que lo que acababa de ver no podía ser sino brujería. Sin embargo aquella vez les había sido beneficiosa y no veía aparecer al diablo. A fin de cuentas tampoco habían matado al lobisome y estaban rehuyendo a un cura y al padre de una doncella que la buscaba desesperado.

Definitivamente el orden natural de las cosas se había trastocado desde aquel día y para siempre para el pobre Álvaro que no sabía qué hacer ni qué decir.

Le hablemos en llegando aquí y puso mucha paz e cordura. Tenía que ser rabón.

- ¿Matín Antunez? ¿Aquel desaliñado Bonachón con cara de haber perdido alguna competición de poco agraciados?.- No daba crédito a la suspicacia del guerrero. Aunque aquella pagana situación lo había dejado boquiabierto y espeso de sesera, las acciones llevadas a cabo por el estaca y su poco disimulada manera de no pronunciar brujería nublaba su percepción en todos los sentidos.

- No me fió de este...- lo tenía decidido.

- Si amigo, si en el cementerio no encontramos nada ireamos a donde el DON... lo prometo por estas...- soltó la espada en el suelo cruzó los desdos, los beso y despues escupió en el suelo. En todo momento miraba al tal Lucencio como preveniendolo de lo que le podría pasar. 

PNJOTIZADO.

Pues partamos ya -dijo Silvia-. Está a punto de amanecer y es probable que las gentes o caminantes vayan y vengan... Y encontrarán los cadáveres aquí tendidos y nosotros en medio... vayamos.

Y así era, pues la noche estaba aclarando y el sol estaba a punto de asomarse. Tan sólo quedaba el encargo de ir al cementerio.