Partida Rol por web

Espero a vadear el Anduin para dirigirse a Miriel. - ¿Una canción de nuestras peripecias a nuestro regreso?- Le murmuró.- Vaya... No os negaré que me ha gustado eso.- Le confiesa, chispeante.- Solo espero que sea la heroica historia del rescate de un periannath... y no el encuentro de sus huesos mondos.- Dejó caer, sin malicia. Ni emoción. Simplemente apuntando una posibilidad tan natural como la posibilidad que aquella tarde pudiera llover.

Se adelantó entonces unos metros, a paso ligero, y se volvió hacia Welf, que iba un poco retrasado, como si se avergonzara por lo ocurrido en el vado.- ¡Eh, señor Welf!- Le gritó, haciendo bocina con las manos.- Tendrá que quedar para otra ocasión lo de las truchas y las nutrias.- Dijo, señalando el camino que los alejaba del rio. Desde luego no era el vado el mejor lugar para disfrutar de la vida silvestre.- Aunque colinas y llanuras no nos faltarán- Gritó, señalando con un amplio gesto el entrono despejado, ajeno a la presencia imponente, en la lejanía de las lúgrubes montañas que iban a ser, con toda seguridad su destino, y donde deberían buscar más a fondo al hobbit perdido.

- ¿Qué os recuerda esta senda, señor Ganapie? ¿Por aquí vino usted?- Gritó, al hobbit. La mesura no era una seña de indetidad de Vanwa y en ese aspecto era muy distinto de la calmada y suave Miriel. Algo más iba a decirle al mediano, pero la cara de malas pulgas de Ainar hizo que se llevara la mano a la boca, como si fuera un candado y se alejó, danzando. Tenía que aprovechar ahora para bailar y gritar. Allá arriba no podría.

Se alejó para preguntar a unas delicadas symbelmynë, unas florecillas blancas que florecen todo el año, aunque él las conocía más como alfirin, o inmortales, por esa cualidad de florecer en cualquier estación. Les preguntó a ellas, por si habían sentido a otros seres cerca, y con su tenebroso canto (eran vistas muchas veces cerca de túmulos) le indicaron un lugar cercano donde se ocultaban conejos que les roían los tallos. El elfo se acercó, confiado, pero no percibió la depresión súbita del terreno y cayó rodando hasta darse de bruces con un montón de zarzas que había en el fondo. Efectivamente, había conejos, pero o bien huyeron ante la ruidosa presentación de Vanwa, o bien permanecieron muy quietos en la maraña de zarzas y nada pudo conseguir de allí que no fuera un buen montón de arañazos que picaban y escocían de tal manera que se olvidó de reir por el resto del día.

Preguntó a peñas y matas sobre el hobbit perdido, pero al no poner mucho interés en preguntar, poco interés podía esperar en las respuestas.

Durante el descanso nocturno relató lo sucedido a sus compañeros, algo taciturno y dolorido, y aseguró que en adelante preguntaría a cada cueva y oquedad si había sido visitada por un mediano recientemente, cambiando así de tema sobre su dolorosa aventura con las alfirin engañosas (o descuidadas).

Agradeció las palabras alegres de Vanwa y en cuanto pudo se acercó a dar un abrazo a Miriel Siempre dispuesta a ayudar, gracias! ya me veía intentando nadar corriente arriba.

Poco más allá llegan mis conocimientos de ésta zona, alguna vez he llegado con una caravana cerca del Salón de la Montaña pero nunca he sido guía ni he necesitado conocer mucho más allá de éste vado. Un poco más adelante hay un pequeño bosquecillo donde es habitual parar antes de seguir el camino porque está resguardado del viento y tiene rocas donde poder hacer un fuego sin temor al viento.

Intentó compensar su falta de dinero con conocimientos de la zona que ayudaran al menos a saber lo que les esperaba ésta jornada de viaje, al menos cumplir su papel que hasta ahora lo había logrado de forma intermitente y a partir de estos momentos empezaba realmente el peligro.

El enano había caminado varios minutos preguntándole a los elfos por qué es que habían tenido que pagar, si ellos tenían la venia de Beorn, y que no pueden haberles cobrado ni una moneda, y un sinfín de cosas que hasta él mismo sabía que si un hermano hubiera estado en el lugar de los beórnidas, hasta habrían cobrado más. Es verdad que si hubiera enanos a cargo del vado, tendrían un cruce mucho más adecuado, pero eso ya era piedra de otra mina.

A medida que se acercaban a las montañas, Ainar parecía estar más a gusto y, a la vez, con una mirada más observadora. Conversaba muchas veces con un Munin, y éste se alejaba en grandes círculos en el aire. Cada tanto, el enano le mencionaba a Miriel lo que Munin le había contado que veía, por si debía prestarle mayor atención a algo.

Les dio algunos descansos que para él eran innecesarios, pero porque se daba cuenta que necesitaría que estuvieran frescos para las alturas. Los peligros que podía haber de este lado eran mucho más abundantes, y ni hablar una vez llegaran a las montañas.

El último descanso del día sería ya para preparar el campamento, y había que hacerlo en un lugar donde hubiera buena visibilidad, y además guarecido de los vientos que pronto comenzarían a ser más frecuentes y fríos. Él había aprendido muchas cosas de su abuelo, y cómo encontrar buenos refugios temporales era una de ellas.

Insistió junto a Ainar en la explicación del pago. No entendía muy bien que tipo de trato se había hecho con Beorn. Le pareció bien la idea de escuchar a Miriel cantar a la vuelta. Aún recordaba cuando la escuchó en la taberna de Dody y como le impresionó. Casi tanto como volver a ver aquella cordillera rasgando el cielo. Tenía sentimientos encontrados, ya que una vez en ella todo le parecía inhóspito, pero desde la lejanía parecía incitarle con su belleza a la gesta de aventuras.   
 

En esas estaba cuando Vanwa le preguntó sobre que recordaba de su paso días atrás, a lo que contestó que bajaba tan borracho de felicidad al salir de las montañas que apenas recordaba nada de este trayecto. Aún así se adelantó confiando en la familiaridad del camino y buscando un lugar para pasar la noche que creía recordar acabó metiendo la pierna en un cienagal que le valió la risa de sus compañeros y las chanzas de Ainar por un buen rato. 

Miriel explicó con buen gesto y una paciencia infinita a Ainar y Fredegar el tipo de trato que habían alcanzado y las sutilezas de lo que se decía y sobre todo de lo que se dejaba de decir. Se podría considerar que el vado técnicamente no pertenecía a las tierras de Beorn ya que al ser una frontera era espacio de dos tierras y de ninguna a la vez. Algo complicado de entender para quien está acostumbrado a que las cosas tenga ángulos rectos como las piedras, en vez de estar acostumbrado a la flexibilidad de las ramas del bosque y ser capaz de entender que donde las ramas de dos árboles se cruzan y se unen forman parte a la vez de los dos y de ninguno.

Con la misma sonrisa aceptó el agradecimiento de Welf al que le quitó importancia con un leve gesto y recibió el comentario de Vanwa a quien terminó dedicando una mirada reprobatoria que le dejaba muy claro que debía mejorar su tacto al expresar sus ideas.

Las flores con las que habló su compañero eran bonitas. En el Bosque Negro no crecían, desde luego. Pero ella debía mantener su vista en el horizonte y los alrededores asegurándose de que ningún imprevisto les alcanzase. Comenzaban una parte del camino que no era tan segura como el que habían seguido hasta el momento y con cada día la ruta se volvería más peligrosa. No podía permitirse despistes o la seguridad de todos sus compañeros podría ponerse en peligro. Su deber era velar por ellos.

La mayor licencia que se permitió antes de acampar por la noche fue acercarse a Welf.

- Podría ser útil recolectar algunas plantas y hierbas, si reconocieses alguna por aquí que sea medicinal. – le comentó al humano consciente de sus conocimientos para sanar heredados de su pueblo, algo que ella misma apenas había comenzado a estudiar.

Una vez cruzaron el río, el camino se volvió más difícil en algunos puntos. La ruta atravesaba varias secciones pantanosas y Fredegar, intentando buscar un buen lugar donde pasar la noche, terminó con barro hasta las rodillas y estuvo a punto de caerse en el cenagal. La misma suerte tuvo Vanwa en su intento de encontrarles algo de comida, al caer por la entrada de una cueva y darse de bruces aterrizando contra unas zarzas y logrando espantar a todos los conejos que pudiera haber allí. Tuvo que ser Welf quien recordara que un pequeño bosque crecía en las inmediaciones, pudiendo servir como cobijo para pasar la noche. El enano recibió la confirmación por parte de su cuervo, quien había sobrevolado la zona, de que aquel bosque era seguro y podrían descansar allí.

La noche fue tranquila, aunque con la sensación de que abandonaban las tierras de los beórnidas junto a su protección, para adentrarse en lugares más peligrosos donde el camino se complicaba. Al menos el refugio que Welf recordaba les proporcionó una noche de cobijo bastante decente. A la mañana siguiente desayunaron sintiendo que el hambre empezaba a hacerles rugir las tripas y pensando en los conejos que Vanwa les había prometido y que finalmente se habían escapado tras su aparatoso incidente.

El camino discurría por un lecho de piedras amontonadas para salvar las zonas pantanosas. Sin embargo, había lugares donde el viejo camino había sucumbido al barro, y la compañía tuvo que seguir una senda más nueva y serpenteante que circundaba charcas cenagosas y terreno enfangado. En ocasiones se encontraban con líneas de piedras, o incluso muros, que marcaban alguna antigua frontera. Los beórnidas mantenían el camino lo mejor que podían, pero no contaban con la habilidad de construcción con la que contaban los hombres de la antigüedad que había erigido los viejos senderos. El viaje se volvió más lento y farragoso que cuando estaban en las limpias y suaves praderas de la otra margen, y eso terminó notándose en sus piernas.

Con aquel nuevo camino serpenteante, cenagoso y gris, al elfo se le fueron las ganas de correr o danzar. Le parecía deprimente, y el hecho de dirigirse hacia un lugar peor, no mejoraba la perspectiva.

Iba acariciando una llave de latón que colgaba de su cuello, por razones que solo él sabía.

Poca cosa dijo esa jornada a sus compañeros. EL tiempo lo dedicó a interrogar a piedras y juncos, por si sabían algo de un ser como Fredegar que hubiera pasado por allí recientemente (teniendo en cuenta lo distinto del concepto de reciente que tiene una piedra y un junco).

Aquella noche Vanwa resoplaba cansado. Las piernas le pesaban como si fueran de plomo. Aquellas sendas viejas y lodosas no eran lo que él entendía por un viaje. Al menos no uno agradable.

Usó con pericia los pasteles y sus artes culinarias para alargar las raciones sin resentir demasiado su sabor. Convirtió una parte de los pasteles de Beorn en una especie de natillas espesas que sabían a miel, y al calentarlo, resalzó el sabor de romero, cosa que le pareció una bendición para olvidar por un rato ese olor a vegetación en descomposición que los rodeaba.

Aquí empezaba el verdadero viaje para Welf, un paisaje cada vez más desconocido y sobre todo menos familiar para un humano criado entre los bosques y las riveras del Anduin.

Por suerte, el camino es camino en todas partes y no suele tener mucha más complicación que poner un pie delante del otro y avanzar aunque en este caso hubiera que sortear alguna ciénaga y faltara el brillo verde de la hierba. Por el momento no parecía muy necesario alejarse para ir buscando el mejor camino y podía ir junto al resto del grupo alejándose únicamente tras las paradas de descanso para intentar mantener un ritmo adecuado a lo que parecía exigir continuamente Ainar que no era precisamente un ritmo de paseo.

Si comentó preocupado al resto que en un par de ocasiones le pareció ver que el camino se bifurcaba y si eso seguía pasando nada aseguraría que nuestro hobbit desaparecido hubiera podido tomar algún otro ramal del camino de forma inconsciente aunque por ahora el camino principal parecía bien claro cual era.

Por la noche tuvo tiempo de agradecer a Vanwa el dulce en el que había convertido los pastelillos, pensó que el enano había acabado con todos y fue una agradable sorpresa acabar asi la cena.

El estomago le rugía. No era una sensación desconocida para Miriel, pues en el Bosque Negro no todo lo que crecía ni todo lo que se movía podía comerse por lo que podían pasar días sin encontrar algo seguro que cocinar. Para la fortuna de todos contaban con la creatividad de Vanwa capaz de hacer que gracias a su manejo de las especias se olvidaran de sus desastres consiguiendo carne.

Lo peor estaba aún por llegar. Aquellas piedras estaban llenas de musgo en varias partes, lo que las convertía en trampas traicioneras. En más de una ocasión logró evitar acabar en el fango por la mínima gracias a sus reflejos. Sin embargo, cuando se subió a un muro para tener una mejor perspectiva de lo que les rodeaba y poder otear pisó una piedra suelta al moverse. Sin nada a lo que agarrase acabó cayendo al fango. De lo único que su agilidad logró salvarle fue de caer con la cara por delante, pero acabó hundida hasta por encima de las rodillas, lo que implicó que el resto del día tuvo que andar con las botas y piernas mojadas, pues no podría secarlas hasta que encendieran el fuego por la noche. Para entonces el frío ya se le había metido en los huesos y lo único que quería era mantener cerca de ella su braserillo mientras las botas y los pantalones se secaban cerca del fuego.

Y al juego de Ainar lo llamaron. Su paso firme, sostenido, sin menguar velocidad ni tampoco apurando el paso, el enano mantenía al ritmo como si no hubiera cambiado el terreno a uno más desfavorable, o intrincado. Lo único que le empezaba a preocupar eran los posibles peligros que pudieran encontrar más adelante. Por momentos acariciaba el hacha, como si supiera que pronto la utilizaría.

Por momentos tuvo que ayudar a Fredegar, así como también le llamó la atención la distracción de Miriel. Debían concentrarse o esa empresa terminaría teniendo que ser rescatados por hombres de Beorn... si algo así pudiera suceder.

Una vez al anochecer, estaba aún ligero como daga afilada. Transpirado, hambriento, pero eso no era algo extraño. Vivía transpirado y hambriento. 

-Qué gran... habilidad... que tienes- dijo el enano disfrutando de la comida que había preparado el elfo tan creativamente -Nunca lo hubiera pensado- dijo cuando terminó de tragar, y soltó una carcajada.

En ese momento, se percató de lo cansados que estaban algunos.

-¿Quieren que haga más descansos durante el viaje?- preguntó serio -Estaba manteniendo el ritmo enano para encontrar lo antes posible al hobbit perdido... pero... puedo bajarlo un poco si no pueden seguirlo-

No había malicia ni burla en sus palabras, si no sincera preocupación por tener a sus compañeros frescos para los posibles enfrentamientos que pudieran encontrar. En esos lugares, era casi descontado...

En su hombro, Munin masticaba algo que había conseguido en el camino, y miraba curioso a Fredegar vaya uno a saber por qué.

No recordaba aquel camino tan áspero, seguramente porque sus medianas piernas lo habían cruzado en bajada. De todas formas, como aquel que conoce por experiencia que lo peor aún está por llegar, siguió el ritmo sin queja aunque agradeciendo la ayuda de Ainar que le salvó de más de una caída.   

Lo que si llevaba peor era la comida. Es cuando el recuerdo de la tibia comarca le venía con más fuerza. Los pasteles de carne, pan y queso parecían jugar en formas entre aquellas piedras. Extenuado se dejó caer cerca de la hoguera. 
 

- Eh, bueno por mi no, pero ya mismo no podremos mantener el ritmo - dijo contestando a Ainar - Lo que si podríamos parar algún día para proveernos de comida antes de entrar en la nieve y ayudar al sr.Vanwa - dijo cariacontecido. 

El terreno había cambiado notablemente tras cruzar el río y eso terminó notándose en las piernas de los viajeros, especialmente en las de los elfos, que estaban más acostumbrados a caminar en los senderos de los árboles del Bosque Negro donde casi nunca se formaban ciénagas como aquellas. Los lodazales volvieron el camino tortuoso, y el desvío que hubieron de tomar añadió más recorrido a unas piernas ya cansadas. Sintieron que la noche les alcanzaba demasiado rápido ahora que las montañas ocultaban la puesta del sol y los días del verano tardío eran cada vez más cortos. Cuando montaron el campamento para pasar la noche y encendieron una hoguera junto al camino, se percataron que tenían los pies y las botas cubiertas de légamo y fango. Miriel incluso estaba prácticamente cubierta de barro seco tras su caída en el lodazal.

Tras acampar en una pequeña loma de tierra seca que encontró Welf, agradecieron el calor de la hoguera que les alivió ligeramente la incomodidad de un camino que se iba volviendo hostil conforme la silueta de las Montañas Nubladas se engrandecía. Cenaron las natillas que Vanwa improvisó con los pasteles de miel de Beorn y ya estaban dispuestos para dormir cuando escucharon algo acercarse por el camino que descendía de las montañas. La escasa luz de la hoguera les permitió ver a una figura desastrada que se iba acercando a donde ellos se encontraban, poco después tuvieron ante sí a un viajero maduro, curtido, de dientes careados y rostro picado por la viruela que sin siquiera pedir permiso se sentó junto al fuego quitándose las botas y estirando sus malolientes pies hacia el calor de la hoguera.

El elfo agradeció las palabras del enano sobre sus apaños culinarios y negó sobre la propuesta de bajar el ritmo. No es que fuera a agradecer ir con más calma pero eso supondría tardar más días y eso quería decir menos posibilidades de vida para el mediano perdido y (lo más importante) tener que hacerse cargo más tiempo de aquel grupo  de viajeros. Estaba acostumbrado a cuidar de si mismo, pero tener que conseguir alimento para tantos era terriblemente agotador.

Iba a ponerse a descansar cuando, como el resto, observó acercarse al campamento a una figura descuidada. Viejo, feo, cascado y maloliente. La quinatesencia de la humanidad. O mejor dicho, el recordatorio de la mortalidad. Lo que sería el apuesto Welf en unas décadas. La materia en el incansable proceso del cambio y la transformación. Y era aquella una materia en descomposición muy descortés, por añadidura.

- ¡Buenas noches para usted también!- Dijo medio en broma, medio en serio.- Lo más correcto es avisar de la llegada a un grupo de viajeros que se disponen a descansar, y presentarse como es debido. Y ya que es usted quien ha venido a nuestro fuego y no nosotros al suyo, lo adecuado es que diga su nombre y su linaje, para poder compartir algo más que un hueco al lado del fuego con las visitas inesperadas.- Le pidió, poniéndose de pie e intentando parecer impresionante al colocarse ante el fuego, proyectando sombras largas y oscilantes sobre el recién llegado. 

Cansada como estaba Miriel apenas enarcó unas cejas cuando vio al extraño acomodarse junto al fuego, aunque había preparado su arco al oír el sonido acercándose a ellos. De los peligros que podrían encontrar aquí fuera alguien con pocos modales le parecía la más benigna de las opciones.

Miró a Vanwa de hito en hito recordando que la rara entre sus hermanos era ella que daba menos importancia a los modales que ellos. Por eso era considerada poco más que una salvaje entre los suyos.

- Disculpad a mi compañero. Hemos tenido un día largo y estamos cansados, lo que nos vuelve un poco más irritables con las nimiedades. – le dedicó una mirada larga al elfo antes de centrarse de nuevo en el extraño – Mi nombre es Miriel del Bosque Negro y nos alegrará compartir con usted nuestro fuego. Por desgracia alimento tenemos poco que compartir. A penas nos quedan un poco de estas natillas – dijo tendiéndole lo que había quedado en su plato de las natillas, poco menos de la mitad de lo que Vanwa le había servido pues el cansancio le hacía apreciar más la cama que la comida – si quiere. ¿Por qué nombre podemos dirigirnos a usted? – le preguntó sencillamente, con el cansancio en su voz.

- También le agradeceríamos si tuviera noticias de un hobbit u algún otro grupo que viaje en estas tierras que haya visto en los últimos días. Hace días que le esperábamos lejos de aquí y nos preocupa que haya podido tener algún percance. Hemos oído que el paso es menos seguro en los últimos tiempos… - dejó en el aire a ver si de esa forma lograba que el hombre soltase la lengua.

Trataba de mantenerse educada con el extraño que necesitaba calor en la noche, como a ella le habría gustado ser tratada en el caso de el extraño, pero mantenía su arco a mano por si la situación se tensaba.

El tiempo pasado en el bosque en soledad había hecho mella en el carácter de Welf y ahora se debatía entre la desconfianza y la necesidad de ayudar. Por suerte sus compañeros se habían ofrecido a ayudar por lo que le tocaba la parte de desconfianza.
Sin decir más palabras salió de la zona iluminada para perder unos minutos dando un rodeo amplio alrededor del improvisado campamento, la falta de educación del recién llegado dejaba la puerta abierta a ser igualmente descortés y desconfiado y prefería ver si había más compañeros no deseados merodeando a la espera de una emboscada.

Exploró la zona buscando cualquier enemigo oculto o trampa indeseada, cualquier rastro que hubieran dejado más visitantes en los últimos momentos

Ni bien la figura comenzó a acercarse, Ainar se levantó como un oso que ha sido molestado en su guarida: con sueño, pero violento. Con el hacha a una mano, y el escudo en la otra, estaba más preparado para enfrentarse a un troll enfurecido y hambriento... que un hombre así, de esa manera.

Se había quedado atónito ante tanto desparpajo, pero más le llamó la atención la "delicadeza" que tenían sus compañeros. Los miró, y extendió el hacha en dirección al hombre, como pidiendo una explicación que nadie podía dar. Pero aún más lo alarmó la tranquilidad con la que Miriel hasta comentó qué los traía a estas inhóspitas tierras.

-Esto es de no creer...- dijo revoleando los ojos y agregando apenas unos refunfuños, pero esperando las respuestas que tenía que dar el hombre, que se encontraría con un enano que estaba listo para dormir y ahora ya no lo estaba, si no todo lo contrario.

La llegada del extraño provocó que se levantaran suspicacias entre los miembros del grupo, quienes reaccionaron de diferente manera: Ainar apuntó al tipo con el hacha,  Vanwa le recriminó aquella falta de cortesía, Miriel trató de sonar más conciliadora y Welf se levantó de golpe y dio una vuelta por los alrededores. Cada cual de ellos obtuvo resultados diferentes con el individuo; ante la amenaza del enano apenas reaccionó y no tuvo reparos en continuar con su desvergonzada actitud, Vanwa logró intimidarle con sus palabras y eso le llevó a retroceder encogiendo sus hediondos pies y girar el cuerpo para marcharse de la hoguera y abandonar el campamento del grupo pero Miriel se disculpó con palabras amables para sacarle algo de información. Entre tanto, Welf daba una vuelta por los alrededores del campamento para ver si el recién llegado traía consigo a algún amigo invitado o por si aquello fuera alguna especie de trampa, pero no tardó en comprobar que allí no había nadie más. Aquel individuo había llegado solo, y no parecía suponer ningún problema para el grupo, quienes lo superaban ampliamente en ventaja numérica. 

Con una inesperada timidez, el extraño se reacomodó en el sitio después de las palabras de la elfa, estiró lentamente de nuevo los pies malolientes sin dejar de mirar de reojo a Vanwa y con mucha cautela sacó una pipa de arcilla y una bolsa de excelente hierba para pipa que inundó el ambiente de un olor maravilloso que camufló el apestoso aroma que surgía de sus pies. Lo cual, a decir verdad, resultó un alivio. Dio varias caladas antes de contestar a las preguntas de la elfa, mostrando una sonrisa a la que le faltaban varios dientes y aceptando de buena gana las natillas que Miriel le ofrecía, de hecho no tuvo reparos en hacerse con la propia cazuela y rebañar hasta la última gota que allí quedara. 

—Mi nombre es Shanker — dijo el tipo manteniendo la sonrisa careada y lanzando una mirada de soslayo a Vanwa explicó quién era—. Linaje no tengo, pues soy un simple aventurero de poca monta. Un vagabundo que cabría decirse. Aunque más interesado en saquear tumbas o robar en granjas aisladas que en gestas heroicas. 

Era difícil saber si aquel tipo lo decía en serio o si solo estaba bromeando, aunque a decir verdad tenía pinta de ser un ladronzuelo de esos que se colaban en las granjas a robar algo para comer y seguir vagabundeando por los caminos. Después, cuando la elfa le preguntó sobre el hobbit, el vagabundo arrugó la frente y enarcó una ceja. Con gesto de extrañeza, y de no comprender muy bien a qué se estaba refiriendo, torció la cabeza y se dirigió a Miriel con su voz hosca, ronca y desagradable.

—¿Un hobbut? ¿Qué diantres es eso?

Fredegar reconoció inmediatamente el aroma que emanaba del tabaco de aquella pipa, incluso a pesar de verse mezclada con el tufo que despedían los pies del viajero. La habría reconocido incluso si le hubieran colocado uno de esos apestosos calcetines en la nariz. Era nada más y nada menos que hoja de Valle Largo, una de las variantes más famosas de la hierba para pipa de la Comarca. Fredegar la reconoció de inmediato, preguntándose cómo la habría conseguido aquel vagabundo.

Iba a empezar dciendo que era un placer o un honor conocerlo, pero ciertamente no era verdad una cosa ni otra así que sencillamente se decidió por presentarse y presentar al resto, ya que era lo que las viejas leyes de cortesía marcaban en esos casos.- Vanwa es mi nombre, y mi linaje son las estrellas y los caminos. Ellos son Miriel de la Vista Aguda, Ainar del Paso Largo y Welf el Modesto... Y por último pero no menos importante, Fredegar el Aventurero... Lo que nos lleva a la pregunta que le ha hecho Miriel, pues al caballero que buscamos tiene un aspecto similar al del señor Fredegar, aquí citado...- Explicó, con una sonrisa. A pesar de los malos modales del principio, y seguir pareciéndole un tipo grosero, también era cierto que, como hacía Miriel, no era necesario ser igualmente descortés después de que se hubiera presentado ese tal Shanker. No le dió importancia al hecho de que asegurara ser un ladrón. También lo eran los zorros y las urracas. Que fuera sincero al reconocerlo hacía que no se lo tuviera en cuenta.

- Pero aunque quizás no habéis visto a un hobbit, quizás sí podría decirnos de donde ha sacado esa hierba. No es que sea un entendido de hierba, pero me parece de excelente calidad, ¿No os parece, Miriel?- Quiso saber, buscando la complicidad de la elfa.- No me malinterprete. No estoy... estamos- se corrigió.- interesados en si lo ha robado o no, sino más bien de donde la ha sacado. Por aquí escasea hierba como esa que tiene usted, y la persona que buscamos de bien seguro podía llevar una hierba como esa... ¿no es así, señor Fredegar?- Preguntó, sin rodeos. En otra ocasión habría sido más cauto con sus palabras, pero estaba cansado y aquel tipo no parecía de los que pillaran las indirectas si no le interesaban, así que optó por ir directo al grano.