Partida Rol por web

Un poco después del aullido (que le ha dejado a quien lo ha escuchado casi peor cuerpo que la pelea con los maleantes), cuando Oier llega a la altura de Elías, notas cómo la luna se empieza reflejar levemente en tus manos. Estás volviendo a ser visible, aproximadamente un cuarto de hora después de haberte echado el hechizo.

Elías espera, con los brazos cruzados, a mitad de la cuesta por la que trató de huir el tercer matón, y ve cómo se acerca Oier arrastrando el cuerpo sin sentido del maleante. Oier va rodeado de una comitiva de gente del pueblo, que miran con curiosidad al hombre caído y al grupo que lo ha derrotado. Cuando pasan junto a Elías, este llega a oír la conversación.

 

-¿Suelen venir por aquí muchos forasteros así?-

-- Pues sí, señor, a las fiestas de Santa Cecilia siempre acuden gentes de fuera, porque son unas fiestas de mucha alegría y todo el mundo las conoce. Miraos a vos mismo, que no parecéis de cerca, y aquí estáis disfrutando de las fiestas de nuestra patrona.

Tras ellos camina Yosef, silencioso y con la oreja puesta, como siempre, y de entre las sombras aparece Yedra con una sonrisa en la boca y los ojos amarillos (igual que Oier y Yosef, pero en esta oscuridad que reina, quién se va a dar cuenta).

La comitiva llega al final de la cuesta y vuelve a girar por el callejón donde todo ocurrió, que en este momento ya está vacío. O lo estaba, pues, en el otro extremo se distingue ya la silueta de su compañera de viaje Dolça bat Maimón.

Asintió a las palabras del aldeano, aunque él estaba allí por pura casualidad, no había oído hablar de aquellas fiestas, siquiera del pueblo jamás. Pero si una cosa estaba clara era que explicaría sus aventuras cuando volviese a reunirse con sus compañeros, aunque tal vez las cambiase un poco, siempre estaba bien adornar un poco las cosas para engrandecerlas y así hacer una historia que atrajese más público.  Por lo demás, lo que aquel hombre le contó no le aportaba nada, aunque como el navarro también iba hablando por no callar tampoco le dio demasiada importancia a que la conversación no trajese información relevante. Por el momento nada hacía que tuviese un interés especial en nada en concreto.

Llegaron al callejón y ya podía ver al resto del grupo. Le sorprendió un poco ver a Yedra aparecer tras ellos, Oier la hacía en la plaza, y una vez más se le erizaron los pelillos de la nuca al observar que sonreía como si le hubiesen contado un buen chiste hacía poco. 

Aquesta vieja es más peligrosa que aquestos bandidos que han venido a amenizar la noche...

Trató de no mirarla directamente a los ojos, si bien su ungüento le había ido bien creía que mejor era no tentar a la suerte. Recobró la sonrisa al poco de mirar de nuevo al frente. Ahí traía el trofeo para el pueblo, la entrega especial para alguien en concreto.

-¿A dónde está Ticio?- dijo alzando la voz para que le oyesen desde el final del callejón y sin dejar de avanzar con su especial carga.

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   Me acerco brincando ágilmente hacia donde están todos.

   - ¡Mozos!, que os perdía. - lanzo una risita. - Allá donde la moza Dolça todo bien, uno de esos perros se chocó en la frente con una piedra de honda y ya sólo sirve para pasto de lobos. -

   Sonrío y continuo. - El otro, del puro susto se quedo inconsciente, si no lo han  retirado, estará tirado en el suelo, pero me parece que lo ataron... la moza Dolça está con un tal Ticio, que parece ser padre del zagal y tener dineros, allí. - Y señalo donde está Dolça.

   - Os acompaño, ¡es tan divertido y excitante!, me recuerda cuando era una cría y viajaba por los pueblos. -

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Llegó la mercader hasta ellos.

Lo dejé al Ticio allá en la fiesta, ya más tranquilo reintegrándose al relajo con enjundia, mientras su hijo era regresado a casa.  

Miró a quien traían y cómo lo traían.

Pero... ¿Hay alguacil u algo asil para que se encargue del capturado? -preguntó a quienes seguían y rodeaban al navarro.

En todo caso, Ticio dijo no saber nada de quien los había mandado.  Envidias por prosperidad, tal vez, sugirió, pero no más. 

Ya sólo a los suyos dijo, en voz baja.  Y que aparentemente el párroco Sao hablaba mal de él a sus espaldas, diciendo que era un "hereje", pero a eso no le dió mayor importancia, pues había habladurías del propio párroco diciendo que tenía un hijo natural en el pueblo.  No me pareció más.

Lo que si está raro es que la comida proviene de una fuente sin fin, y quisiera dar con ella, que me dan los nervios y ganas de rezar de sólo pensar que fuera un trato sobrenatural, o un mecenas de tal riqueza, que quedando oculto nos pone un paño en los ojos a la realidad del lugar. 

Yedra parecía estar disfrutando de todo aquello. Al mercenario ahora también le parecía algo ameno, pero claro, porque el peligro inminente había quedado atrás.

Traía al maleante que se pretendía llevar al muchacho tirando de él por una pierna. La cabeza le arrastraba por los caminos de tierra y le rebotaba en los adoquines y las piedras que Oier no se molestaba en esquivar. Desde luego mostraba muy poco respeto por aquel tipo con el que había bailado.

-Pa mí que este está tieso. ¿Entonces uno queda vivo? ¿Está consciente?-

Él sabía sacar información con sutiles técnicas. Vale, no tan sutiles, pero era algo que no haría sin previo pago. Poco le importaba al mercenario que le contratase el de la iglesia o el mismísimo diablo si el pago era el suficiente para el trabajo.

-Del alguacil ni lo sé ni m'importa- respondió a Dolça -Pero naide se chotea de Oier Erlea et sale impune. Si alguien está dándonos de comer et beber...- no sabía cómo llamarlo ¿Aire?¿ Mentiras?¿Magia o veneno? Daba igual, si la comida y la bebida no eran de verdad no le agradaba en absoluto. Negó con la cabeza como si de pronto encontrar un nombre para expresar lo que quería careciese de importancia alguna. -Dejare aqueste mierdas para Ticio, que él disponga como prefiera. Por mí como si quiere facerse una sopa con sus pelotas. Después iré a por mi hacha et cuando vuelva fablamos-

No le parecía discreto hablar delante de todos los de Monegros.

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   Niego con la cabeza a la pregunta de Oier, - No, el zarrapastroso no está consciente, pero creo que el susto sólo le va a dejar un chinchón en la cabeza, pero puede despertarse si quieres. -

   Mientras digo esto, saco una larga y puntiaguda aguja de coser lana de algún lugar de entre mis ropas.

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Bien pues, -dijo hacia el mercenario y la amable viejecita- llevémosle al lado, despertémoslo y preguntémosle quien le mandó ir por un mocoso, que si bien su padre ha prosperado, y la envidia es una banqueta, no es tampoco que fuera un afluente potentado para que el rescate pagado le fuera a dejar una mansión.   En pueblo chico tampoco se pueden hacer esas cosas sin eventuales consecuencias.

Veamos si hay algo más. 

Se encogió de hombros.

-Si os apetece. Pero no veo por qué ¿En que nos afecta a nosotros?- Tampoco es que de repente se viese en la obligación de ayudar a llegar al fondo de todo aquel asunto al tal Ticio. Habían sacado al crío de las sucias manos de aquellos hombres, que a saber lo que le habrían hecho, pero más allá de eso ya no era asunto suyo. De hecho siquiera el crío era asunto de ninguno de ellos, si habían ayudado, o mejor dicho, si lo habían salvado (porque los del pueblo poco o nada hacían) era de puras buenas gentes que ellos eran.

A Yosef le interesaría saber qué ha pasado, por qué hay una fuente de comida y bebida inagotable y por qué alguien querría raptar a un muchacho en un pueblo pequeño.

--Probemos a despertarlo.

Si por Elías fuera, se marcharía de este pueblo y sus extrañas costumbres ahora mismo, pero tampoco era plan de echarse al camino en mitad de la noche. Bueno, quizá Yosef tenga razón y le ayudaría a tranquilizarse saber qué ha pasado y si no tiene algo que ver con el párroco y su nada común propuesta. Por no hablar de la comida que no es...

Dolça tomó una jarra de vino de la gente que pasaba por ahí.  

Señora, -le dijo a la viejecilla que se les unió en el camino, dándole espacio para que con su aguja levante al tipo que yace entre los fuertes brazos de sus paisanos.  

Se dispuso a platicar con él cuando acabara de bien despertarse, un trago de vino mediado, pues eso le aflojaría un poco la lengua al hombre.    A la comerciante le había extrañado que Ticio quisiera más bien regresar pronto a la fiesta, antes que averiguar más de aquello que tan en peligro había puesto a su niño.  Como si hubiera sido un intento de asalto en barrio malo, si lo evitas, mejor ni averiguas más y te alejas.  Pero esto no era eso, ¿o si? 

Oier poco interés tenía en el interrogatorio. No encontraba mucho sentido a preocuparse más por aquel asunto de lo que lo hacía el padre del muchacho. Hasta donde él sabía a la mañana siguiente partirían para retomar el camino. Monegros de Urbión no era un destino si no una parada en el camino, y de no haber tenido que desviarse a causa de los bandidos siquiera hubiesen pasado por el pueblo. Otra cosa era tener la oportunidad de recuperar su hacha, mas pudiendo torcerse las cosas de nuevo y con algunos asuntos que no alcanzaba a comprender de por medio, como todo aquello de la comida y la bebida, que aunque a priori el que no se acabase parecía una bendición sus compañeros habían logrado despertar una fuerte desconfianza en él en referencia a aquello.

No trató ni de animar ni de detener a las mujeres que deseaban jugar un rato con el hombre capturado. Que se diviertan. Pensó. En cambio miró a Elías y le hizo un gesto con la cabeza para que se le acercase.

- Vayamos por nuestras armas - le dijo dejando clara su intención de ir hacia el lugar donde las guardaban. De camino deseaba tratar algunos temas con el gigante judío.

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   Mientras acompañaba a los demás, decidí que era un buen momento para aprovechar a prácticar tormento como hacía mí aita, que nunca había encontrado voluntarios para prácticar y aquí había un mozo dispuesto a ser voluntario.

   Empecé a claver agujas, pero me falta práctica...

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Ay señora.  Que le está remendando la camisola.  

Mire, mejor un poco de vino en la cara para despertarlo.

El grupo arrastra al maleante desmayado hasta la plaza y lo ata junto al otro, el que se desmayó en los brazos de Elías. Este segundo matón parece querer recuperar el sentido, gimiendo y moviendo la cabeza, pero sin llegar a abrir los ojos. El cadáver del tercero no está a la vista. La música no ha cesado, guiada por el juglar que recibió cantando a los aventureros, y la mayor parte del pueblo sigue bailando y celebrando, el propio Ticio anda por allí, pero del padre Sao no hay rastro. Mientras que el grupo que acompañaba a Oier rodea a las dos mujeres -Dolça y Yedra-, estas trajinan alrededor de los matones inconscientes.

La extraña anciana saca una aguja de entre sus abalorios. Levanta una de las manos inermes de uno de los hombres. Elige una uña. Canturrea una antigua canción de abuelas vascas. Y aprieta. El hombre pega un brinco, abre los ojos de golpe, lanza un terrible alarido, tan fuerte y desesperado, que llama la atención de algunos de los festejantes y despierta a su compinche. La sangre comienza a brotar a raudales de la mano, y la cabeza del desdichado vuelve a caer sobre su pecho. Ha vuelto a quedar sin sentido. Los intentos de Dolça por reanimarlo echándole vino en la cara son infructuosos.

En ese momento, Oier se acerca a Elías:

- Vayamos por nuestras armas.

Señora, -le dijo a Yedra- lo dejo en sus atenciones.  Creo que iré a la búsqueda del padre Sao. 

Y a averiguar sobre esa fuente aparentemente inagotable de comida.  

Antes de irse le dejó un pañuelo. 

Algo me dice la tradición que usted puede encontrarme fácilmente si le doy esto.  Ah, esas supersticiones.  Como era dado voluntario, condicional, no podría ser usado para el mal, al menos no directamente. 

Yosef decide seguir a Dolça, en sigilo, para proteger su espalda por si alguien intenta alguna maldad en este pueblo loco.

Así pues, camina, con la mano en el zurrón y un guijarro en la cazoleta de la honda por si algún problema se presentase.

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   Observo compugnida como un mozetón tan fuerte y robusto, no aguanta un ligero pinchazo... - ¿pues no va el malaje y no quiere despertarse? -. Murmuro para mí.

   Asiento a Dolça y miro el paluelo, - ¿Para sonarme los mocos? Gracias maja, de encontrarla, pues claro que sé, preguntaré a los mozos donde estás el tal Sao ese... hay pillín, que las mozas van con él y luego dice que no las conoce. - me río.

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