Partida Rol por web

La mente analítica de Rislân buscaba frenéticamente una salida. La paciencia, aunque útil en la mayoría de las ocasiones, no era ahora mismo una virtud sino una herramienta en la que apoyarse para dejar paso a la actividad. La celeridad con la que los soldados se abalanzaron sobre él gritando "Brujería" no hizo más que crearle aún más dudas. ¿Era la ignorancia la que movía a aquellos insensatos a tratar de tal modo a los extranjeros? ¿Un temor inculcado por ese que llamaban el Justicia, que de justo parecía tener poco? Pero todo esto creaba un dilema que rompía la moralidad del monje. Había pensado dejar fuera de combate a la mayoría con un dulce sueño, un poco de paz en el alma de aquella gente... pero ahora tendría que defenderse y realmente lo que intentaba era salir de aquel encuentro fortuito sin que las madres, mujeres o hijos de aquellos hombres sufrieran las consecuencias. Pero entregarse sería dar el brazo a torcer... Decisión salomónica imposible. Y entonces abrió el resorte de la ira, esa ira contenida en su interior durante meses, quizá años; años de esperanza coartada por las circunstancias, esperanza de volver a ver a su hija. La furia fue acumulándose en su interior y una luz cálida, rojiza, nació en su pecho para asombro de los alabarderos que se acercaban en una carrera sin freno.

Rislân había cerrado los ojos, calculando ángulos y tiempos, distancias y recorridos... cuando los volvió a abrir estaban llenos de luz incandescente, que se reflejaba en el metal de las armaduras y las jarras de la posada. Su mano derecha se movió con agilidad sobre el bastón y este se desplegó en un ángulo de cuarenta y cinco grados, mostrando una punta acerada y bastante gastada por el uso.

De un salto hacia atrás, el viejo procuró plantar cara a sus oponentes, ocupando el máximo espacio posible para evitar que subiesen de dos en dos, mientras con su mirada les incitaba a quedarse quietos y no entrar en el área que amenazaba con su largo bastón.

- Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza...- dijo, casi murmurando, como arrepentido - pero les aseguro, señores, que no es necesario acusarme ni amenazarme para que vaya a hablar con el Justicia. No quiero herir a nadie... no soy un hechicero sino un hombre de fe... buena fe... y busco ayudar a encontrar a las mujeres desaparecidas tanto o más como debería hacerlo la justicia puertaplatense.

Miró a un lado y a otro esperando que aquellos hombres, o mejor dicho el que les guiaba, retrocediesen y atendiesen a razones. Había cometido un error subestimándolos pensando que podría librarse de ellos sin combatir, pero no había sido así.  ¿Cómo entonces aquella guardia tan eficaz no podía evitar que secuestradores de mujeres anduvieran sueltos?

Lilya seguía siendo la misma de siempre... No podía decir que no tuviese razón en parte de lo que decía. La armadura le había vuelto descuidado, confiaba en poder salir de cualquier salir sin necesidad de ardides de cualquier entuerto en el que se viese involucrado. Se había acostumbrado a entrar y salir por la puerta principal, sin siquiera preocuparse de si existían otras opciones. Su antiguo yo, el que adoraba a Lilya como a una diosa, nunca se habría permitido algo así. Pero para bien o para mal ese chaval ya no existía. 

Iba a responderle cuando se esfumó como un fantasma. Era su amiga, y sabía que no le gustaba Gina, nunca lo había hecho, pero eso no hacía que le sentase mejor que la insultara. Pero al instante se dio cuenta de que tenía mayores preocupaciones que lanzarle un nuevo reproche a su vieja amiga. Allí junto a él había un cadaver y un hombre herido. Nada de aquello era su culpa, toda la escaramuza había sido defensa propia, pero lo que había visto a la entrada y las palabras de Lilya le decían que no era prudente quedarse. Era un hombre recto, pero también un superviviente, y tenía una misión más importante que su propia vida. No iba a permitirse fracasar así como así. 

Todo lo rápido que fue capaz, tras comprobar que el herido seguía vivo, salió de allí en dirección a la transversal y se sumergió en el laberinto de calles buscando alejarse de los guardias que se aproximaban. 

Alex se quedó mirando al hombre que chillaba tanto con la misma cara de extrañeza que habría puesto si al tipo le hubiese dado por ponerse a bailar en calzoncillos sobre el caballo. Cuando creía que ya había visto todas las cosas surrealistas del mundo, Puerta de Plata volvía a sorprenderla.

Ya no sólo por el hecho de que más de una veintena de guardias no tuvieran nada mejor que hacer que darles el alto a unos extranjeros que acababan de llegar, sino porque habían sido esos mismos guardias quienes les habían dejado entrar en la ciudad. Que la aspasen si aquello no era la cosa más absurda que se había echado a la cara hasta la fecha.

—En serio. ¿Son cosas mías o en esta ciudad no hay más que paranoicos?—murmuró con un suspiro mirando a su hermano y formando una linea recta con las cejas—. O eso, o resulta que soy una dragona roja y no me he dado cuenta aún.

No pensaba correr desde luego, era una idea totalmente estúpida. Ella no había hecho nada.

«Y ahora es cuando nos topamos que alguien se ha inventado una creativa y conspiratoria acusación en nuestra contra por a saber los dioses qué. Como en los cuentos bárdicos... »

—Vale—la espadachina se encogió de hombros como si todo aquello le resultara una exageración innecesaria para lo que le habían pedido (que se estuviese quieta) Luego se rascó la cabeza a tiempo que la ladeaba—. Pero me he perdido, ¿qué se supone que tenemos que explicar?

Si no tenía más remedio que entregar las armas lo haría. Pero no le hacía ninguna gracia desprenderse de su estoque, es más, no le hacía ninguna gracia que nadie le pusiera las grasientas manos encima a su estoque. Era SU estoque. Un regalo de Hoja Sombría.

-"Condenado viejo del demonio. Si no quieres venir por la buenas, lo harás por las malas. Moledle a palos, así aprenderá cual es su lugar. Irás a ver al Justicia, te guste o no." - Rislân era amante del orden y la paz, pero a uno le costaba muchas veces respetar el sistema feudal en el que un hombre tenía el derecho de su parte por mor de su nacimiento, sin que valiera la lógica, la razón o la decencia. 

El cabecilla de los soldados señaló a un e hizo un gesto al resto, el primero se adelantó confiando en su armadura mientras enarbolaba su alabarda listo para golpear. Avanzó decidido contra el clérigo subiendo las escaleras sin preocuparse de su alcance superior.

Rislân oyó al enano gritar:

-"¡Estáis locos, es sólo un viejo, lo vais a matar!" - pero una mirada ceñuda del malhablado líder de la soldadesca condal le silenció, aunque no apago sus gruñidos.

Sólo el tiempo puede revelarnos al hombre justo; al perverso se le puede conocer en un solo día decía alguno de sus libros de pensamientos y oraciones ¡y qué sabios eran! Aparentemente nadie diría que había perdido la calma, pero puesto sobre la escalera, con la luz que se formaba en su pecho, bajo su cerrada túnica, y con el ceño fruncido, Rislân parecía una de esas estatuas que los poderosos mandan hacer para conmemorar alguna batalla. Pensó en su mujer y su hija, si le viesen así no le reconocerían... pero los años le habían hecho más duro.

El guardia se acercó, decidido, protegido bajo el amparo de la campana plateada de su pecho... pero menospreció la longitud del bastón del monje. Con un movimiento rápido Rîs le golpeó con fuerza en el rostro, buscando el punto débil de su armadura. Podía haberlo matado. Quizá. Por eso cambió la orientación del golpe en el último segundo para que la fina hoja de su lanza no penetrase por el visor... sólo quería amedrentarlo. 

Después de eso meneó negativamente la cabeza, intentando intimidar al soldado para que no avanzase más.

Aiden salió de vuelta a la calle principal, por el fondo, de la misma dirección que él venía originalmente pudo distinguir a un grupo de hombres armados, cuatro eran soldados vestidos con cotas de malla y libreas con el símbolo heráldico de la campana de plata que identificaba al Conde de Puertadeplata, soldados de su señoría, llevaban en sus manos alabardas de acero pulido. Con ellos cabalgaba un hombre con armadura de campaña y un blasón que no reconoció, pero que incluía en el jefe del escudo la misma campana: sus escasos conocimientos de heráldica le decían que era un caballero vasallo del Conde. El jinete llevaba una lanza de caballería, además de una elegante espada en una vaina repujada.

Por un momento, mientras andaba hacia las calles a ritmo vivo pensó que aquello no tenía nada que ver con él. Tampoco los soldados le prestaron atención en un primer momento. Pero luego algo, quizás su propia armadura, tal vez su espada de guerra, les llamó la atención.

La voz profunda y grave del caballero resonó con fuerza y un tono imperioso de quien está acostumbrado a ordenar y ser obedecido de inmediato.

-"Alto en nombre del Justicia de la ciudad, quedas detenido por orden de Su Señoría para interrogatorio. Date preso y no empeores tu situación" -

Aquello no pintaba nada bien. Convertirse en prófugo de un noble no ayudaría en nada a su carrera como paladín, era casi anatema para él, pero por otro lado estaba Gina. Por si fuera poco no conocía aquel laberinto de calles, a diferencia probablemente de los soldados. Con los infantes tenía la ventaja de una buena distancia, que podía serle suficiente habida cuenta de que ellos no llevaban armadura menos incómodas que la suya... Pero el caballero era otro cantar. Aiden dudaba que fuera capaz de llegar a la esquina antes que el caballo al galope. Difícil decisión en la que una voz interior, que sonaba por algún motivo como la de Lilya, le decía que no podría salir con bien eligiera lo que eligiera.

El soldado que subía recibió estóico la lanzada, soltó un grito de dolor cuando la sangre brotó de su cara magullada, pero no hizo ademán de retirarse, alzó la alabarda con ambas manos y girándola hábilmente para golpear con la parte roma de la cabeza metálica, atacó a Rislân con fuerza y saña no letales. 

Pero la alabarda se clavó en el techo bajo de la escalera y estuvo a punto de llevarse al hombre al suelo, que justo pudo recuperar el equilibrio cuando su tirón para golpear sólo pudo desprender la cabeza puntiaguda del techo. Detrás de él un bufido de su líder resonó por todo el pasillo.

El clérigo pudo percibir que su enemigo tenía un ojo medio cerrado, era obvio que no veía por él y la misma cara empezaba a hinchársele, sus movimientos eran mucho menos fluidos que cuando le embistió.

El resto de soldados, por el momento parecían permanecer a la espectativa, al clérigo no le cupo la menor duda de que se lanzarían sobre él a la menor oportunidad. Ni siquiera habían parpadeado cuando la lanza estuvo a punto de sacar un ojo a su compañero.

No quería herirle.... pero veía la sangre en su nariz y esa determinación en los ojos, dispuesto a atacarle. La veía... demasiado cerca y demasiado tarde. Intentó golpearle de nuevo con la lanza, pero esta vez el soldado ya había medido bien la longitud del arma del viejo y la esquivó. Rislân trató de mantener la concentración en el conjuro de energía que se gestaba en su interior, así que apretó los dientes esperando el golpe de la parte plana de la alabarda, recitando para si mismo los salmos de poder de Nimbus una y otra vez.

Xelaver agarró a su nuevo amigo mágico por la manga antes de que se fuera.

—Ven a hacerme una visita a los calabozos —le susurró brevemente, antes de dejarlo marchar.

Después se reunió con los demás. No iba a ir a ninguna parte sin Alex, y no iba a dejar atrás a un compañero, aunque lo acabara de conocer.

—Tómatelo como una escolta para ir a hablar con su Señoría Puerta Plata. Pero refrena tu lengua con él, hermanita, hasta que veamos qué clase de hombre es —le aconsejó, antes de subir la voz, no sólo para que lo escuchara él, sino para que lo oyera todos los curiosos que merodeaban el lugar —. No tenemos ningún arma que soltar porque no hemos empuñado ninguna, ni tenemos deseo de hacerlo contra vuestros soldados o las buenas gentes de esta ciudad. Este despliegue es desproporcionado e innecesario, Justicia. Colaboraremos y os acompañaremos de buen grado.

El Justicia se quedó mirándoles con gesto de sorpresa y una ceja enarcada, como si estuviera sorprendido de que unos plebeyos se atrevieran a dirigirse a él de forma directa.

Hizo un gesto a sus hombres diciendo:

-"Hombres del Conde, mi señor padre, desarmad a la mujer y el montaraz y poned los guantes a aquel. Obviamente es mago. Vos, ser y vos, ser" - señaló delicadamente con un gesto de la cabeza a dos de los caballeros - "tomaréis el mando de seis de los hombres y llevaréis a los extranjeros a una celda mientras nos y el resto de la mesnada buscamos al resto. Nos atenderemos más tarde el engorroso asunto de tratar con ellos, cuando estén todos bajo la tutela de nuestra graciosa justicia."

Se giró hacia uno de los soldados y le dijo:

-"Roland, tú fuiste perrero en el pasado. Pondrás un lazo al lupus y harás por llevarlo sano, salvo y tranquilo al maestro perrero para que lo custodie por Nuestra orden. Responderás de cualquier daño del animal y el perrero contigo, pues me resulta preciado y hermoso animal."

Su comportamiento era tan estirado y pomposo como su verbo, aunque aún así tenía movimientos gráciles y precisos. Probablemente no era incapaz con la espada, aunque seguramente tendría un estilo bien diferente del más contundente y eficaz de Alex, cuya cara era todo un poema al escuchar hablar al hijo del Conde. Hasta Hugh, no sólo Xelaver, podía ver cómo la chica estaba enrojeciendo por momentos y no les cabía duda de que si fuera una serpiente, ahora estaría muerta con la lengua preñada de veneno autoinoculado.

Los soldados procedieron a ejecutar los órdenes de su señor. Escoltaron a Xelaver y Alex hacia el sitio dónde estaba Hugh, uno de ellos, al que habían llamado Roland, se disponía a poner un lazo a Silent, esforzándose por apaciguar al lobo, el cual miraba al explorador, poco decidido a permitir que el extraño le influyese delante de su jefe de manada.

El resto procedieron a rodear a los compañeros, prestos a actuar si se resistían a la vez que los cuatro caballeros tomaban posiciones lanzas en ristre. Dos soldados se acercaron más a ellos, uno gordo para cargar las armas que el otro había de darle y el otro, malencarado y con una sonrisa ladina y desagradable, para registrarles. El Justicia estaba justo detrás de esos dos soldados, sujetando las riendas de su caballo con una sola mano y le pasó al registrador un guantelete metálico de dedos inflexibles que Xelaver había visto alguna vez, con ellos era imposible hacer magia porque la mano quedaba con una movilidad ínfima apenas suficiente para valerse con gran dificultad en las labores más básicas y absolutamente incapacitado para manejar componentes de conjuro o hacer los complicados pases mágicos.

En su prisa por recuperar el alcance óptimo de su lanza, Rislân lanzó una punzada precipitada que no golpeó ni la cota de malla de su rival. Este se apresuró detrás suya por las escaleras y, tras amagar un nuevo palazo en la cabeza, trató de trabar los pies de Rislân con el asta de su arma pero los escalones impidieron que lo consiguiera.

El resto de soldados se apresuró en orden escaleras arriba, decididos a no dar cuartel al clérigo. La situación parecía apurada, Rislân se dio cuenta de que si era derribado corría el riesgo de rodar escaleras abajo y acabar recibiendo una tremenda paliza por parte de todos los guardias mientras estuviera caído.

-¡Aguardad!.- Extiende su brazo izquierdo con la mano vertical, mostrando su palma hacia el hombre que se acercaba y se hacía llamar Roland. -El animal se encuentra algo nervioso.-

Agachándose lentamente, rodea con los brazos a su compañero y le susurra unas palabras de tranquilidad al oído. -¡Tranquilo amigo! Acompaña sin sobresaltos a estos hombres, no van a hacerte daño. Y si de casualidad lo hacen, tu y yo nos encargaremos de que lo paguen caro.- Le rasca la parte de atrás de la cabeza. -Si escuchas mi señal, ya sabes lo que hacer.- Se pone en pie.

-Podéis proceder, Roland.- Indica al amedrentado soldado. -Atiende al nombre Silent.- Y continúa de forma pasiva a la espera del destino que la justicia del lugar le tiene preparado. 

Aunque tras oír las palabras "buscaremos al resto". Ya no se encuentra tan seguro de que esta situación sea fruto de una equivocación.