Partida Rol por web

Cuando Rislân salió de la posada, tras reservar los cuartos del altillo, una de la camareras le llamó la atención, avisándole de que quedaba poco para el toque de queda y que no debía ir muy lejos.

-"Los soldados del Conde no se paran a pensar en si uno es un anciano, una mujer o, incluso, un niño. Cualquiera fuera de las casas durante la noche va a prisión." - le advirtió mientras el clérigo la tranquilizaba asegurándole que estaría de vuelta en breve.

La calle no estaba desierta, pero casi. Pudo distinguir los indicios de las alcantarillas: la avenida principal, perfectamente pavimentada, tenía en algunos tramos a ambos lados torrenteras por las que corría agua y a donde vertían las inmundicias las gentes de la zona , a ellas bajaban otras canalizaciones desde todos los callejones y callejuelas laterales, e incluso vertían salientes de algunas casas particularmente bonitas. Esas torrenteras descendían la montaña mucho más oblícuas que el camino en una caída pronunciada, estaban dotadas, cada no más de treinta metros, de sumideros, rendijas de no más de quince centímetros de altura y unas tres veces esa anchura, por los que era imposible que entrase nada mayor que una rata, que hundían los pequeños riachuelos malolientes en el subsuelo.

Rislân se asomó al primer mirador que tenía visión de las siguientes dos o tres curvas de la avenida y no pudo distinguir, a pesar de su buena vista, a Hank ni a Gogri. Un par de preguntas rápidas - un enano y un semielfo tenían que llamar por fuerza la atención en un ambiente tan poco transitado - le llevaron a deducir, dado que les habían visto interanrse por un callejón que daba a un pequeño despeñadero por el que se metían las torrenteras de inmundicia, que los jóvenes, ágiles y fuertes, habían bajado siguiendo la canalización de forma directa, atrochando por caídas, abruptos y riscos buscando una entrada, probablemente. 

Era un camino que él no podría seguir, no estaba capacitado para semejante alarde de escalada. Tras descender unas cuantas vueltas de camino sin avistarles, pronto se dio cuenta que sus compañeros debían haber perdido ligeramente la noción del tiempo: si él mismo no volvía ya, no llegaría a la posada antes del anochecer y se quedaría fuera durante el toque de queda. Ellos era harto improbable que lo consiguieran. Se había cruzado con alguna patrulla durante su paseo, aunque no parecía que se adentrasen en la maraña lateral de callejones y callejuelas.

Aiden se adelantó acercandose a los soldados, colocándose cerca de ellos y comenzó a hablar con tono solemne. 

-No venimos buscando problemas, no se preocupen, solo tenemos algunas preguntas que necesitan respuesta - inquirió el Paladín - Soy Aiden Stendahl, guardian del templo de Pelor en Velkoměsta. Lo que me ha traido a Puerta de Plata, igual que a mi compañero - señaló a Hugh - e igual que al resto de los que fueron juzgados junto a mi, es la desaparición de una persona a quien aprecio. Una mujer, sacerdotisa del templo, que pocas semanas atrás se encontraba en este lugar, y que nunca llegó a su siguiente destino. Su nombre era Aina Caro y significa para mi más que cualquier otra cosa en el mundo - miró a los ojos al soldado que había hablado con ellos e hizo una pausa - Como le he dicho, no venimos buscando problemas, pero vengo, igual que los que me acompañan, con una importante misión que está lejos de haberse cumplido. Debo encontrarla, todos debemos encontrarlas, y debemos acabar con el mal que ha originado las desapariciones. Cuando venía hacia aquí pensaba que se trataría de un asunto aislado, pero lo que he visto es que la gravedad de la situación es extrema - Volvió a hacer una pausa dejando tiempo a los soldados a asimilar sus palabras - Todo lo que pido es que me digan si la han visto, o si han visto u oido cualquier cosa que pueda ayudar a solucionar este horror. Cualquier cosa, por descabellada que parezca. No es a nosotros a quien estará ayudando, sino a todas las mujeres desaparecidas, y a todas las demás personas de esta ciudad que hoy viven con miedo. 

La duda sembró su semilla en el corazón de Rislân. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Su espíritu juvenil y sus experiencias con la guardia los días anteriores le incitaban a arriesgarse, a romper las normas establecidas por aquellos gobernantes de poca monta, para seguir buscando a sus dos compañeros. Pero por otro lado él se sentía el faro al que podrían acudir si algo pasaba, si el mar zozobraba, así que su posición en la posada era segura y estable también para el resto.

El clérigo se detuvo en el medio del camino, meditando sobre qué hacer.

Finalmente dio la vuelta, regresando sobre sus pasos, y esperando que el joven Hank y el tozudo Gogri estuviesen bien.

-¡Por la veta madre! - se desesperó el enano, demasiado en alto para ser prudente -. Esta condenada ciudad esconde sus accesos como las enanas esconden sus barbas. No hay donde meterla mano.

Gogri resopló como un animal de tiro exhausto. Se encaró hacia un lado y hacia otro, sin dirigirse a ninguno. Luego miró a Hank.

-Traes mala suerte, semielfo. En fin. Ya no se me ocurre otra cosa que entrar sigilosamente en alguna de las casas y encontrar un acceso merced a algún amable y distraído vecino. Pero si me echas un vistazo detenidamente, concluirás que tengo el mismo aspecto de sigiloso que una catapulta con las sogas roídas.

Uno de los soldados, que se había quedado vigilante un par de pasos por detrás, se encogió de hombros negando con la cabeza, dando a entender que no sabía nada de la chica y, tal vez, desentendiéndose del resto de preguntas implícitas.

El otro, el que había hablado, se tomó un momento para pensar, con el ceño fruncido y obvio esfuerzo por recordar o repasar sus conocimientos. Tras unos segundos asintió, aunque seguía teniendo gesto preocupado y su tono de voz era serio.

-“Si. No reconozco personalmente a la chica que dices, pero está en la lista de desapariciones oficiales, todos los soldados la conocemos puesto que capturar a los secuestradores es, o era, al menos hasta ahora, la prioridad de la milicia. No se sabe nada de ella desde su desaparición, de hecho, no se sabe nada de ninguna de las mujeres.” – hizo una pausa pensativa antes de seguir – “sólo desaparecen mujeres, y no se las vuelve a ver por la ciudad. Si hay hombres que las acompañan o parece que presentaron oposición seria lo que ocurre es que aparecen muertos. Es obvio que las sacan de la ciudad después de secuestrarlas, por eso prefieren actuar en los alrededores.”

A continuación su tono se hizo aún más serio, incluso un poco más alto, como si quisiera dejar claro que esa era una postura oficial,

-“La milicia nos estamos encargando de ello, pero es gente furtiva y que sabe moverse por la ciudad. Es por ello que se ha instaurado el toque de queda. Y ha sido un gran éxito, desde entonces no ha habido desapariciones dentro de las murallas, aunque sí en las afueras, básicamente de extranjeras que se aventuraron fuera de las posadas. La excepción, si hacemos caso a los rumores dado que no ha habido denuncias oficiales, son un par de chicas jóvenes, conocidas por ser asaltadoras de casas y cantoneras de puerto cuando no hay nada mejor: el tipo de chusma que se salta el toque de queda. Ese es el resultado.”

Ahí pareció que el otro soldado encontró algo que aportar, porque con un carraspeo interrumpió para añadir sus propios comentarios groseros.

-“Si. Es cierto. Parece que, estos días, esos hijos de puta pierden el culo por pillar a cualquier fulanilla que se mueva. Antes parecían buscar mozas indefensas, cuando esas empezaron a escasear, porque no salían solas ni de noche, pasaron a mozas nobles y a atacar a las protegidas, dando boleto a los acompañantes; últimamente han echado huevos y se han atrevido con esas putas del gremio de ladrones, e incluso, aventureras competentes y guardias de caravana fuera de los muros, mal trabajo para una hembra, si me preguntas.”

El soldado mejor hablado retomó la palabra para concluir, mirando serio a Aiden:

-“La mejor manera de ayudar es no meteros en líos y respetar el toque de queda, para que podamos hacer mejor nuestro trabajo. La desesperación les hará cometer un error tarde o temprano. Además, dado que sacan a las mujeres de la ciudad, es obvio que cualquiera que lleve tiempo desaparecida estará ya en los mercados de esclavos más allá del mar”

Me rasco una de mis puntiagudas orejas mientras escucho refunfuñar a Gogri. Resoplo contrariado, yo también esparaba encontrar algún acceso en esta zona.- Oye, a mi no me eches la culpa. La mala suerte la tenemos los dos, malditos sean los arquitectos de esta condenada ciudad.- Miró más allá, hacia los distritos superiores.- Lo de entrar en una casa...- continúo mientras miro de arriba a abajo al enano.- ...por supuesto queda descartado. Casi me gusta más la opción de saltar el muro al distrito superior y buscar otro acceso por allí. Pero es tarde, y quizá los compañeros se hayan reunido ya en la posada ¿volvemos, a ver si han descubierto algo interesante? La noche es larga, siempre estaremos a tiempo de saltar un muro...

Hank pasó a liderar la pareja una vez que el sol se puso por detrás de la empalizada. Las calles estaban vacías y sólo ellos permanecían en el callejón donde moría la última canalización que habían seguido, enterrada por un desagüe por el que difícilmente podrían meter siquiera el brazo situado apenas dos metros antes de la empalizada.

El semielfo exploraba por delante, indicando al enano cuando podía avanzar sin peligro. Era casi imposible que los guardias, con sus faroles que les anunciaban a una calle de distancia, pudieran detectar al furtivo pícaro. Pero el enano era harina de otro costal, a pesar de sus esfuerzos por ser sigiloso, su armadura repiqueteaba lo suficiente para llamar la atención a mucha distancia. A los oídos de Hank, entrenado en desaparecer y acechar, sonaba como un ejército a la carga.

Pero pronto la ciudad estuvo sumida en las sombras, sólo algún farol de aceite puntual en edificios importantes y la luna, a mitad de su período crecimiento, iluminaban las calles en una penumbra fantasmal y temblorosa que, en aquel lugar de misteriosas desapariciones, resultaba inquietante hasta la crispación.

Varias veces tuvieron que retroceder apresurados, o correr a un callejón. Las rondas de soldados eran numerosas, aunque se mantenían en la avenida principal. Eso daba margen para moverse por la ciudad, pero hacía difícil quedarse en un sitio importante mucho tiempo y daba poco tiempo para hacer cualquier cosa que requiera quedarse a la vista mucho tiempo.

En su viaje a la posada pudieron ver, gracias a su vista superior, alguna figura más que recorría los tejados y los callejones, furtiva como ellos, evitando a la guardia. Parecía que le toque de queda sólo era respetado en firme por los ciudadanos de bien. Aún así los que lo rompían parecían, al igual que ellos, con prisas por moverse rápido y llegar a sus destinos lo más pronto posible y evitar encontronazos con la soldadesca.

Alcanzaron la posada que habían acordado sin mayores contratiempos. En una de las ventanas pudieron ver el rostro preocupado de Rislân, examinando con cierta ansia hacia la calle.

Aiden suspiró mirando al suelo mientras escuchaba. No tenía la más mínima intención de desentenderse de aquello como le habían sugerido. Aquello no ocurriría. También se negaba a aceptar la conclusión a la que el guardia había llegado. No, Gina no podía haber sido vendida como esclava lejos de allí, aquello era imposible. Tenía que seguir allí, tenía que seguir en un lugar donde pudiese encontrarla... Aun cuando aque fuese el plan de los secuestradores, no podía haberse llevado a cabo, no aún...

-¿Como están tan seguros de que las sacan de la ciudad? - preguntó inquisitivamente - ¿Han encontrado alguna pista que indique donde las llevan? Si las sacan fuera, incluso aunque pretendan llevarlas lejos, deberán hacer escala en algún lugar cercano... - continuó - Probablemente esperando a haber capturado a suficientes para justificar el coste de un barco...

Detestaba pensar así. Detestaba hacer mentalmente números sobre el valor de personas. Pero si quería encontrar a Gina, si quería encontrar a los secuestradores y hacer justicia, tenía que intentar pensar como ellos.

El soldado comenzó a mirar con más hostilidad a Aiden tras su nueva ronda de preguntas, era obvio que se sentía atacado, como si el paladín insinuase que los soldados fuesen negligentes en su trabajo o no se lo tomasen en serio.

-“¿Y dónde van a tener casi un centenar de mujeres dentro de la ciudad sin que nadie vuelva a ver a ninguna?. Algunas desaparecieron hace años. Claro que se las han llevado, habríamos encontrado algo si no, alguien habría visto a alguna, o una de ellas habría conseguido escapar.”

Las siguientes preguntas no parecía que tuviera una respuesta tan convincente.

-“No sabemos dónde las llevan, no hemos encontrado nada por lo que tienen que sacarlas rápido de la ciudad. Dudo que las conserven aquí mucho tiempo, pero más allá… Nuestra autoridad sólo llega al Condado, un día a caballo en derredor de la montaña y las minas cercanas. Bien que os habéis aprovechado de ello” – sólo cabía suponer que el soldado se refería a la interferencia – indirectamente – del Duque, que había salvado sus vidas con aquel juicio fatídico para el Justicia

Con la crispación que se percibía de la conversación y la hostilidad con la que la respuesta del guardia fue dada, el cánido se puso en guardia y comenzó a gruñir dejando entrever sus afilados colmillos.

-Shh! Calma Silentz.

¡Caballeros! -Dijo dando un paso e interponiéndose entre ambos interlocutores al empezar a notar la tensión.- Calmemos los ánimos. Ya que estamos en causa común. -Se dirigió a los guardias. -Disculpad buenos hombres si pudieramos parecer insistentes con el asunto. Entendemos cuan ardua pueda haber resultado vuestra labor. Sin embargo, el dolor habla por nosotros. Hemos venido a esta ciudad con el único afán de encontrar a nuestros seres queridos y las circunstancias nos obligan a abandonar Puerta de Plata. Solo intentamos recabar toda información que pueda llevarnos hasta ellas, allá donde se encuentren.

El humor del soldado no pareció mejorar, aunque seguía sin hacer ningún gesto realmente hostil.

-"Mucha gente ha sufrido con las desapariciones, por eso se ha decretado toque de queda. Se hace lo que se puede y con el tiempo cometerán un error o se irán a otro lugar donde no les pongan tantas trabas como estamos haciendo aquí. Cada vez desaparecen menos mujeres, hace semanas que no desaparece ninguna dentro de la ciudad y, de hecho, las últimas desapariciones han sido en los alrededores."

Entiendo bien, mi señor. He de suponer que al decir "los alrededores", habláis de zonas cercanas fuera de las murallas. ¿No es así?

-"Si. Dicen que hace un par de días desapareció una moza en una taberna a unas horas a pie por el camino principal. También lo habían hecho algunas campesinas en los últimos meses, de granjas situadas a poca distancia."

El otro soldado decidió interrumpir en ese momento, otra vez haciendo gala de su grosería.

-"Aunque, si prestas atención a la gente de lengua larga, también se han llevado golfas de sitios más lejanos. No sé si es cierto, eso es lo que dice la chusma viajera por ahí. Esa no es nuestra mierda, bastante tenemos con cuidar de éste sitio."

Aiden se quedó un momento pensando en las palabras de los guardias. Si lo que decían era cierto podría ser momento de dirigir su atención fuera de las murallas. Seguramente allí la gente se mostrase más colaboradora de lo que allí dentro habían encontrado. 

-Vamos, amigo - se dirigió a Hugh - Creo que es hora de dirigirnos a la posada. El toque de queda está a punto de entrar en vigor y ya  hemos tenido suficientes problemas por un día - se volvió entonces hacia los guardias - Muchas gracias por la información, le aseguro que no causaremos más problemas. Tengan una buena noche - se depidió de ellos. 

Se alejó de allí junto a Hugh*. De aquella conversación que parecía que no iban a sacar nada al final habían obtenido una pista de por donde seguir. Mucho más que nada. 

-Reunamonos ahora con nuestros compañeros, tenemos cosas de que hablar - comentó sin levantar la voz - De esas desapariciones fuera de los muros quizá haya habido testigos, gente a quien aquí dentro no estén dispuesta a escuchar. No es una oportunidad que podamos desechar. 

Aiden y Hugh se apresuraron a descender de nuevo por la retorcida calle principal, las sombras invadían ya los callejones y callejuelas laterales. Cada vez menos personas andaban por la calle, todas apresurándose para llegar a sus destinos antes de que el sol terminara de rebasar la muralla.

Los propios aventureros aún enfilaban la calle lateral que les llevaría a su posada cuando el astro rey dejó de ser visible en el cielo púrpura. Por suerte las patrullas no eran suficientes para cubrir de continuo todo el largo trayecto en forma de serpiente que llevaba de la empalizada a la muralla y aún menos para patrullar por caminos secundarios. No pudieron evitar fijarse que más de una figura furtiva avanzaba entre las sombras y por los tejados, con cuidado y sigilo, aún después del toque de queda.

Aiden y Hugh llegaron a la posada sin más contratiempos, aunque ya era de noche y sólo había un ligero resplandor azul y morado por encima de la muralla. Unos pocos candiles a lo largo de la calle principal iluminaban con tonos de carmín anaranjado el resto de la ciudad, mayormente en penumbra a pesar de ellos.

Rislân les esperaba, ansioso, en la puerta de la posada, temiendo que hubieran sido capturados por violar el toque de queda. Su alivio fue patente al ver sus figuras aparecer recortadas contra el fondo oscuro de la calle secundaria que llevaba a la puerta principal del alojamiento.

A pesar de haberse superado la hora límite ni el posadero, ni la camarera que había estado tratando de tranquilizar al anciano durante su desesperada vigilia, pusieron la más mínima objeción a dejar entrar a los luchadores. Siguieron otro buen puñado de minutos de agónica incertidumbre, aunque ahora compartida: Gogri y Hank tampoco habían vuelto aún.

Los otros tres compañeros se turnaban ahora para asomarse por la ventana, rezando para que los dos compañeros no hubieran vuelto a ser capturados, pues ésta vez no podrían contar con un rescate milagroso, dada la hostilidad del Conde y que, sin duda, eran culpables, por muy buena que fuera su causa, de violar las leyes. 

Pasaron unos veinte minutos antes de que las figuras, el pequeño y robusto enano y el alto y estilizado semielfo, se recortaran contra la oscuridad del fondo de la calle, en dirección a la maraña de callejuelas y callejones que hacían un laberinto por la falda de la montaña acabado siempre en precipicios y muros naturales de piedra. Debían haber venido por los laterales, sombríos y poco vigilados pero laberínticos y escarpados.

En cualquier caso los cinco se reunieron de nuevo, sin que los dueños de la posada pusieran la más mínima pega a dejarles entrar tras el toque de queda.