Partida Rol por web

El psíquico se paró en seco y evaluó a los perros esperando que, si se abalanzaban a por ellos, por lo menos, fuesen más fáciles de vencer que los anteriores. En todo caso empezaría en breves a concentrarse para lanzar a las fuerzas del inmaterium contra sus enemigos.

-¿Acaso estamos en la perrera de animales horrendos de está ciudad colmena?- musitó levemente.

Isolda mostró los dientes a esos animales en un gruñido mudo y empuñó su arma en esa dirección.

-No lo sé; pero no me gusta nada el darles la espalda a esos malditos bichos, y menos aún dejar esa armadura plateada del cadáver. Él no la usará más y a nosotros nos puede salvar la vida -explicó mientras se mantenía atenta, para tomar la decisión que fuera necesaria.

A la vista de los cánidos de aspecto desagradable, Arcturus se estremeció, haciendo un esfuerzo para no retroceder. Pero el cadáver llamó poderosamente su atención, y miró alrededor en busca de cualquier otra presencia significativa en el pasillo. Asintió nerviosamente a las palabras de Isolda, pero no se movió, dejando la iniciativa a otros más capaces que él.

Como era de prever nos encontrábamos con el primer obstáculo en el camino, y como no, nuestro nuevo amigo volvía a hacer uso de su sentido de la ironía, lo miro de reojo con ganas de hacerle callar de una forma poco ortodoxa, pero vuelvo centrar mi atención en las dos criaturas que teníamos delante mientras suelto un bufido.
Asiento ante las palabras de Isolda, yo pienso como tu, si queremos salir de aquí tarde o temprano tendremos que usar la fuerza, y esa armadura nos puede venir muy bien, Arcturus te ves capaz de luchar cuerpo a cuerpo?, y tu Artemius?...

Negó con la cabeza a lo que le preguntaba Gianna. Luchar cuerpo a cuerpo no era una de sus habilidades.

El psíquico miró a la joven de soslayo y esbozó una amplía sonrisa 

-No tan bien como tu, seguro. Pero creo que podré defenderme...Y si no, ¿Acaso no dicen que el emperador protege? 

El arbites permanecía atento a los carroñeros mientras debatía internamente consigo mismo. Como bien habían señalado las dos soldados aquella armadura podía suponer una gran diferencia de cara a los peligros que estaban por venir, pero no podía olvidar que Gianna ya estaba herida y los animales de ese lugar eran engañósamente fuertes.

Durante todo aquél rato los carroñeros no se movieron de su lugar, agazapados como si estuvieran preparados para atacar, pero sin hacer más que gruñir con fuerza si alguno de los acólitos daba un paso al frente.

- Sea lo que sea no podemos malgastar nuestro tiempo tomando una decisión durante minutos. Atacamos o nos vamos, una cosa o la otra, pero tiene que ser ya. -

Observando el cadáver con detenimiento os percatáis de que la armadura no es el único botín que contiene. Aunque la parte inferior del cuerpo está totalmente aplastada, el cadáver lleva una funda de pistola en la sobaquera con el arma aún dentro, una pistola láser, por el diseño.

No es fácil darse cuenta, pero el diseño de la armadura es muy popular tanto en cuerpos privados de defensa como entre contramaestres de algunas naves estelares. Se trata de un modelo de armadura de caparazón, una de las más armaduras robustas (aunque esta parece muy maltratada por los escombros). Tampoco se os pasa por alto una correa suelta y medio podrida que cuelga sosteniendo en el extremo un objeto circular, que solo podíais imaginar que con suerte se tratase de una granada.

El arbites detuvo al grupo a cierta distancia de los perros y los distribuyó en dos líneas, con Gianna a un lado e Isolda al otro y él mismo en el centro, mientras que Arcturus y Artemius permanecían a sus espaldas.

- No podemos dejar a estos animales atrás, son una amenaza y ya hemos visto de lo que son capaces. Preparaos y avanzad. El arbites sacó entonces de su andrajoso abrigo una pistola no menos andrajosa, fea, sucia y algo oxidada que más parecía un trabuco en miniatura de avancarga que un arma estándar sancionada por el Mechanicus. Apuntó con ella a una de las criaturas y fue avanzando lentamente hacia ella flanqueado por sus compañeras.

Dispararía tan pronto como una de aquellas bestias se dispusiera a atacarles¹. Sólo tendría un proyectil y apuntar con aquella reliquia era imposible por lo que la distancia debería ser mínima². Sin embargo el arbites contaba con que la detonación, incluso si no era capaz de matar o herir a una de las bestias bastaría para hacerlas huir. Sólo en caso deseperado tendrían que recurrir al cuerpo a cuerpo.

Con el estruendo generado periodicamente por el movimiento de pasillos, la detonación pasaría desapercibida o sería muy difícil de ubicar por potenciales perseguidores.

Sin mirar a Artemius le respondo, vale, con eso bastara , no te separes mucho de mi, si cargamos sobre esos bichos te quiero a mi lado..., me quedo unos segundos callada y esta vez si que me giro hacia el durante un momento, así es, el Emperador nos protege allí donde estemos..., con decisión y con el arma en la mano vamos avanzando con precaución hacia las dos criaturas.

-Quiero esa pistola -dijo Isolda y, sin esperar mucho más, cargó contra esos bichos. Como había dicho el arbitres, no podían quedarse mirando el panorama mucho tiempo. Tenían que salir de allí, y esa pistola les serviría perfectamente.

Artemius se preparó para lanzar un poder, pero el cansancio empezaba a notarse y perdio el hilo de sus canticos de concentración.

Las precauciones tomadas pronto dejaron de parecer necesarias, ya que en el momento en que Isolda se lanzó a la carga con su arma rudimentaria, los animales intentaron escapar tremando por los escombros o colándose por entre las rendijas de los mismos. Uno de ellos logró huir, pero el otro fue demasiado lento y murió ensartado por el lanzazo de la Sororitas.

Una vez desaparecidos los animales resultó fácil cobrar el botín. Gran parte de la armadura que llevaba el cadáver estaba destrozada, pero la coraza y el brazo derecho se habían salvado. También estaba la pistola láser que llevaba aquél individuo en la sobaquera, y aunque más escondida, el Arbites arrancó de una correa podrida una vieja granada de mano que parecía terriblemente maltratada por aquél clima subterráneo.

Los acólitos no tardaron mucho en abandonar aquél callejón sin salida en busca de otra vía de escape. Tras retroceder unos cuantos metros y tomar otro desvío, los pasos de los acólitos les llevaron por una sucesión de túneles cada vez peor iluminados por las intermitentes lámparas de lúmen. En algún momento del camino los túneles se volvieron más húmedos hasta que finalmente desembocaron en una sala rectangular completamente diferente al resto de las que habían visto hasta ahora.

La sala se abría paso a una bóveda parecida al elegante salón de un noble, aunque invadido por el musgo y abandonado a ser reclamado por la naturaleza. Unos pequeños pero gruesos árboles rodeaban  de forma irregular las paredes de la bóveda dando la sensación por un momento de que de algún modo habíais llegado al exterior, aunque tras unos segundos de calma era evidente que aquél no era el caso. Una única esfera de lúmen iluminaba constantemente la sala con una tenue luz de atardecer, probablemente la única fuente de luz que alimentase aquellas plantas.

El resto de la habitación era igual de extraño. Lo que en un primer momento parecían estatuas totalmente cubiertas de musgo distribuidas por la sala resultaron ser servidores-mayordomo inactivos, corroidos por el tiempo, faltos de energía y con sus extremidades metálicas obstruidas por musgo y raíces.

En el centro de la sala, una larga mesa contenía un banquete descomunal, convertido en polvo hacía tanto tiempo que ni siquiera permanecía el olor a podredumbre. A su alrededor al menos 50 sillas contenían esqueletos cubiertos bajo una mortaja funeraria de polvo, y uno más presidiendo la mesa en su extremo, vestido con unas galas señoriales y apolilladas, varias joyas y adornos, y sosteniendo aún su copa con su huesuda mano, como si aún aceptase invitados a su cadavérica celebración.

Al otro lado de la sala, unas escaleras de piedra ascendían en vertical hasta salir de la bóveda.

Un animal murió al instante a manos de la letal Isolda, y el otro huyó. Arcturus miró con gran curiosidad el arma que Hironymus extrajo de la nada, y a punto estaba de pedírsela para verla mejor cuando llamó su atención el cadáver; no por la identidad de aquel desgraciado, sino por su pistola láser. Aunque no era un gran combatiente, se sentíria mucho más tranquilo con aquella arma en su poder, como era vidente por la forma en que la miraba, pasándose nerviosamenrte la lengua por los labios.

La sala a la que llegaron tras recorrer varios túneles disparó todavía más la incertidumbre del equipo; o al menos del tecnosacerdote. ¿Quiénes eran aquellos hombres, asistentes a aquel macabro festín, en aquel jardín subterráneo? Reparó inmediatamente en los servidores, y comprobó apenado su inutilidad; largo tiempo hacía que sus espíritus los habían abandonado*.

El despojo sentado a la cabecera, sosteniendo su copa en una pose ridiculizada por la muerte, le parecía un personaje de las viejas leyendas imperiales. Se fijó en los atributos que portaba, joyas y reliquias, que no le sugirieron nada especial.
 

El arbites se había visto sorprendido por la carga de Isolda, pero visto lo visto, aquellos perros también. Uno yacía en el suelo y el otro había huido inmediatamente, por lo que el arbites no dijo nada, se guardó la pistola de nuevo en un bolsillo y tras dar una patada al perro para comprobar que estuviera muerto había ayudado a las mujeres a registrar el cadáver y repartirse sus pertenencias. Sin otra salida habían dado la vuelta y avanzado, una vez más en formación, hasta aquella extraña sala llena de árboles.

Miró con malos ojos a aquella multitud de cadáveres y servidores. Primero esperando que se levantaran y se lanzaran sobre ellos. Después, en busca de aquello que había acabado con todos ellos.

- Maese Rojo, por favor, comprobad que aquellos servidores están efectivamente desactivados y sin energía y que no van a ponerse en marcha en cualquier momento. Recordad que cualquier cosa que podamos recuperar de ellos, incluso cuchillos de cocina, puede ser útil.

- Gamma, Inés, echad un vistazo a ver descubris qué acabó con esta gente, y vigilad las entradas, no queremos visitas inesperada - aquel era un buen lugar para emboscar a sus posibles perseguidores, pero tampoco era imposible que ya hubiera una trampa y fuera para ellos.

- Plex, buscad como ser útil y por favor, no turbeís estos cuerpos ¹ - y cuidado con las plantas - añadió mirando con los ojos entrecerrados aquel musgo, que quizás era el veneno que había terminado con aquella impía celebración.

El arbites, por su parte pistola en mano fue avanzando lentamente por la sala mirando a ambos lados, en busca de amenazas y sin atreverse a tocar nada, acercándose poco al noble cadáver que presidía la sala.

El que el arbitres diera un golpe al xeno que acababa de matar para comprobar que estuviera muerto del todo hizo que la sororita frunciera el ceño ligeramente. Cogió la pistola laser del cadáver y comprobó la batería del arma.

-Rojo, tuya -dijo dándole la pistola y miró a todos lados- ¿tenemos todos un arma ya? Al menos algo es algo -comentó mientras miraba a todos lados, esperando la posibilidad de hacer frente a algún enemigo o de ver por donde podían salir de ese lugar.

Después de la breve lucha, o mas bien de que Isolda acabara con uno de esos perros examinamos el cuerpo, por desgracia la armadura no estaba completa, pero era menos que nada, con rapidez me coloco las partes que aun estaban en condiciones mientras el resto se repartía la pistola láser y la granada, sin apenas perder tiempo seguimos buscando un camino que nos lleve al exterior, nuestros pasos nos llevan hasta una especie de gran sala, al parecer un gran comedor cubierto por lo que parecía ser plantas que con el paso del tiempo habían conseguido sobrevivir en este ambiente, alrededor de la gran mesa solo quedaban los restos de huesos de los supuestos comensales que allí encontraron el fin de sus días, sin separarme mucho del resto voy avanzando vigilando con atención cualquier posible amenaza o cualquier posible arma de alguno de los esqueletos sentados alrededor de la mesa.

Plex pensó que era inteligente repartir las armas y la armadura entre el grupo. Cuando entraron en aquella cámara el psíquico observó la escena con morbosa curiosidad.

-Esta colmena no dejará de sorprenderme...

Las palabras del viejo le sacaron de sus ensoñaciones. 

-A sus ordenes.

Dio un par de vueltas alrededor de la escena y empezó a rebuscar en los archivos de su memoria a ver si conocía algo relacionado con esto...