Partida Rol por web

Al ascender por completo hasta la superficie la plataforma se detiene con un temblor que recorre la espina dorsal a los acólitos, mientras una oleada de nuevos sonidos y un olor dulce en el aire ataca sus sentidos. Cuando los ojos se acostumbran a la luz, contemplan atónitos el paisaje alrededor suyo.

Los acólitos se encuentran en la cima de un estrado totalmente compuesto de mármol blanco y reluciente, uno de los muchos que adornan una plaza de altos muros cubierta de hierba verde y fresca y flores vivamente coloridas mientras el cielo brilla azul en el cielo, sin ser estorbado por la más pequeña nube. 

A cierta distancia, estatuas y ondeantes banderas de seda adornan alineadas caminos pavimentados atestados por cientos de personas con vestimentas tan extravagantes como deslumbrantes y derrochantes de lujo. Esas personas ríen y bailan, se persiguen entre juegos y algunos se agrupan en discusiones animadas.

Cerca de los acólitos, una mujer con un destacable aspecto de nobleza distinguida entre el resto de los reunidos allí avanzaba por el camino pavimentado, con un etéreo vestido de color azul eléctrico y una máscara festiva de un inmaculado color blanco perlado; unos asistentes ataviados con túnicas moradas la abren camino mostrando unas gruesas varas de hierro a modo de amenaza, aunque no necesitan utilizarlas, al tiempo que unos queribunes desnudos con inciensarios de plata llenan el aire a su alrededor de vapores aromáticos y ligeramente narcóticos.

Al pasar junto a los acólitos la mujer se fija en ellos y se detiene un momento para hablarles con un tono entre la duda y la emoción:

- ¿A qué espectáculo pertenecéis? Vuestros disfraces son encantadores. Son tan decadentes, tan... viscerales. Y la sangre, oohhhh. Tengo que veros actuar. Decidme ¿me prometéis que habrá sangre real? -

Casi se puede sentir literalmente como la confusión crece en la mente y los corazones de los acólitos; sin embargo, no tienen la necesidad de responder a la pregunta de la dama. Sin apenas tiempo de comprender lo que ha querido decir la mujer noble se escucha una poderosa campanada en las alturas. Con un leve estallido de sorpresa, la mujer da media vuelta y recorre apresuradamente el camino en dirección opuesta, azuzando a sus hombres acusándolos de hacerla llegar tarde a algún lugar o evento desconocido.

Cuando la luz apareció de nuevo, Isolda se deslumbró ligeramente y quedó aturdida un instante; pero no le gustó nada lo que vio cuando pudo hacerlo de nuevo. Ese lugar tan bello, tan bien decorado y con un precioso jardín era propiedad de unos malditos herejes que habían hecho, o intentado hacer, una especie de rito con una Inquisidora.

Merecían ser purgados.

Al ver aparecer la comitiva, Isolda hizo uso de toda su fuerza de voluntad para no arrojarse sobre ellos y matarlos a todos, o al menos llevarse por delante a muchos de los presentes. Esas varas de hierro no le daban miedo, para nada, y tenían el valor de usar querubines como si la Eclesiarquía permitiera esto.

Apretó los dientes ante la pregunta de la mujer y se mordió la lengua para no espetar un "tú espera" al preguntar por si habría sangre, pero si había aprendido que no tenía que lanzarse de cabeza, las formas de ejercer en ese grupo era todo lo contrario a lo que le habían enseñado en su infancia. Tenía que mentir, engañar y esconderse, y no era buena en nada eso.

Plex se frotó los ojos por la luz que le golpeó en la cara sin avisar. No esperaba dar a parar a un lugar tan... bucólico. Pero mejor, estaba harto de la subcolmena.

-Nobles decadentes... Esto va a ser divertido- pensó para sí cuando vio a aquella mujer con verborrea.

Siguió caminando poniendo rumbo hacia donde se dirigía aquella mujer. Tenía curiosidad por saber que se estaba cociendo y además, le gustaba conocer los lugares que iba a purgar antes de ponerse manos a la obra.

-Vayamos a ver que tenemos preparado, parece que es un espectáculo de bienvenida.- dijo a sus nuevos compañeros.

Por fin volvíamos a ver la luz del día y a sentir el aire fresco, no el aire viciado de donde veníamos, a nuestro alrededor todo era paradisíaco, fuentes de mármol y vegetación por todos los lados, a lo lejos un grupo de gente estrafalariamente vestida venia en nuestra dirección, solo con las pocas palabras que una de ellas dijo hacia nosotros la idea de puga quedo clara en mi cabeza, aquel lugar tan idílico solo podía traer alguna clase de perversión, querían sangre y por el Emperador que la tendrían, una campana sonó a lo lejos y como abejas a la miel la comitiva marcho deprisa para presenciar algún espectáculo, entre susurros me dirijo a mis compañeros, debemos seguirles y averiguar de que se trata, quizás allí podamos ver a quien buscamos y si no siempre podemos purgad el lugar...

En cuanto se detuvo el montacargas, Arcturus intentó recomponerse como mejor pudo, bizqueando encorvado bajo el sol. Hizo lo que pudo por acomodar la túnica y disimular el fusil, pero con su aspecto general y los dos equipos que llevaba ahora no era fácil pasar desapercibido. Para su sorpresa descubrió que no era necesario, al menos por el momento. Aquella mujer se dirigió a ellos como si fueran... ¿qué? ¿Criados? ¿Gladiadores? ¿Miembros de una secta corrupta en un mundo corrupto?

Se aproximó a Hyeronimus y le pidió que le mostrara su mano, aunque fuese mientras caminaban, porque Artemius iba ya tras la mujer.

-Debemos buscar... -el tecnosacerdote miro alrededor, intentando orientarse y recordar qué los había llevado allí. El académico blanco. Quién sabría cómo encontrarlo.

El traqueteo del ascensor resultaba extrañamente tranquilizador, alejándoles del incendio y la tortura presenciada. Arcturus había deshabilitado el bípode arrancándole una pequeña pieza de metal, poco más grande que una moneda y triangular. Tras girarla y tirar de ella, el bípode se había detenido por completo. El tecnoadepto se guardó la pieza en un bolsillo y pareció darse por satisfecho. La bestia dormía, sin daño.

Mientras ascendían el arbites le tendió su mano hacia el sacerdote mostrándole el corte que le atravesaba del antebrazo hasta los dedos. El metálico gigante había demostrado varias veces lo delicado y meticuloso que podía ser.

Con la mano libre guardó las máscaras recuperadas.

- Señor Plex - dijo - parece que os debo una disculpa. Lamento vuestra pérdida. Los que aqui veis, también somos seguidores del Trono. Nuestros compañeros y nuestra superior, la muy noble Lady Dekanta, también han sido capturados.

Le ofreció la mano libre y se la estrechó.

El arbites se sorprendió al alcanzar la superficie del planeta. No había esperado que el montacargas les llevara tan lejos, ni siquera esperaba que les sacara del complejo. Había supuesto, con resignación, que tendrían que seguir combatiendo para poder salir de la megalítica construcción subterráneo.

Cegado por la luz y sorprendido por el bullicio que desconocía o hacía oidos sordos a lo que ocurría bajo sus pies el arbites frunció el ceño mientras Arcturus terminaba con sus cuidados¹. Se sentía viejo y cansado y los hechos ocurridos en el almacén le habían roto el ánimo. No encontró ánimo para ordenar a lo que quedaba de su equipo que tomaran posiciones defensivas y se limitó a aferrar su rifle.

Observó la fugaz presentación de la noble con el ceño fruncido y los labios apretados. Por pura fuerza de la costumbre evaluó la situacion en busca de salidas de aquel jardín amurallado y evaluando la seguridad². Si todos alli estaban armados con barras y no con armas de fuego, la cosa no sería difícil, pero algo le decía al arbites que aquellos nobles no dejarían escapar con tanta facilidad a sus malterchos juguetes.

Sin duda, las jaulas, las bestias y la promesa de sangra auguraban su uso como involuntarios gladiadores.

- Señor Plex, si teneís algún nuevo truco en la manga, os sugiero que lo useis para encontrar a vuestro compañero perdido - murmuró. Las órdenes, siempre las órdenes. Al menos tenían algo a lo que aferrarse. Algo que seguir a rajatabla.

Tras escuchar el sonido de las campanas, los acólitos abandonan la marmórea plaza tras la mujer noble y varios otros indivíduos que también acuden a la llamada de los tañidos. Al salir de aquella zona se percibe claramente que era un pequeño recinto dedicado al descanso, y que varios más estaban dispersos alrededor de una zona ligeramente distinta.

El arco del estrado se abría a una enorme calle alfombrada de la cual no veíais el comienzo o el final, custodiada por estatuas de héroes del imperio en posiciones de combate y victoria, y rodeada por multitud de enormes coliseos y edificios de mármol blanco, o una brillante piedra negra de obsidiana que casi parecía cristal; diferentes y extravagantes nobles recorrían la calle despreocupadamente en ambas direcciones, algunos rodeados de guardaespaldas, otros armados ellos mismos. El ambiente general era de jolgorio y festividad.

A pesar de la riqueza que se respiraba en el ambiente a nadie parecía importarle que algunos de los puestos callejeros fueran de un estatus claramente inferior, y que en otros lugares del imperio habrían sido considerados solo dignos de ciudadanos corrientes aunque adinerados. - ¡Exóticas pieles de bestias xenos, las más elegantes del sector! - clamaban unos - ¡El Tarót del Emperador! ¡Apueste por el gladiador vencedor sin riesgos! - gritaban otros intentando haciéndose oír sobre las voces de sus competidores comerciales. - ¡Mapas y Guías de Xicarph! ¡Solo durante el festival! ¡No se pierdan el Eterno espectáculo de las Sombras Vivientes! -

La multitud era tan enorme que los acólitos perdieron de vista a la noble que les había hablado en primer lugar. Sin una dirección concreta que seguir los acólitos dudaron, momento que aprovechó un tendero para abordarlos - ¿No tenéis patrocinador, gladiadores? - preguntó con una sonrisa deslumbrante de alegría, como si hubiera descubierto un puñado de tronos en un bolsillo olvidado - Parecéis recién salidos de un combate. ¿Necesitáis un curandero?, ¿armas de recambio? ¿comida? ¿mujeres? ¿hombres? Por un precio apropiado el viejo Maddox os ayudará. También acepto trueques, si tenéis algo que merezca la pena intercambiar. -

El entorno abrumador, decadente y licencioso en el que se encontraban apestaba a herético por todas partes. Miró a su alrededor, algo desorientado todavía, rehuyendo el contacto humano, intentando localizar algo o alguien que sirviese como punto de referencia.

-Nos convendría parar un rato en un sitio tranquilo-dijo en tono discreto a sus compañeros, evitando al tendero que les ofrecía todo y nada. -Una hora. Quiero exorcizar mis mecadendritas profanadas, resucitar al espíritu máquina que les insufla vida. Y debemos sanar en lo posible la herida de Homron. Parece importante.

Calló, mirando a los lados, sospechando de todo y todos. No explicitó, sin embargo, si se refería a acompañar al tendero, a buscar un refugio o a separarse momentáneamente.

Isolda caminó mientras observaba todo ese lugar. El pensar que bajo la superficie de un paraíso imperial se desarrollara la herejía aue se había desarrollado hacía que Isolda temiera por la integridad de todo el Imperio.

-Es un buen plan -contestó a Arcturus momentos antes de que el tendero les abordara. Isolda dio un paso atrás y llevó una mano a donde solía colgar el bolter, lo que la frustró más aún por la ausencia del último regalo de su superiora. Iba a soltar uns cuantas barbaridades; pero ella era la menos apta para cualquier cosa que implicara interacción social, puede que incluso menos que el adepto de Marte.

El arbites protegía su mano herida mientras caminaban entre la multitud, evitando que los despreocupados transeúntes le golpearan en ella accidentalmente. La cura de Arcturus se había visto retrasada por la interrupción de aquella noble y el arbites apenas había conseguido que dejara de sangrar.

La plaza, que en un principio había considerado parte de la prisión subterránea se habría a una populosa avenida. Su encarcelamiento sería por tanto de otro tipo. Apenas con ánimo, Hieronymus organizó al equipo en una pobre formación defensiva con Gianna e Isolda en el frente, Arcturus y él mismo después y Artemius cerrando la retaguardia. Por primera vez, no se sentía con ánimo o con la entereza física para abrir la marcha.

Las sospechas de que serían empleados como gladiadores parecían confirmarse, algo que era poco más que una tortura encubierta, sin apenas posibilidades reales de superviviencia. Ya se ocuparían sus captores o los organizadores de hacer ínfimas sus opciones de victoria. Hieronymus conocía tales prácticas, nunca condenadas por leyes locales o planetarias.

La presentación de un mercader llamó su atención. Sin duda se trataba de un tipo desesperado, si pretendía vender sus "productos" a una panda de desarrapados como ellos en lugar de a los nobles que les rodeaban o incluso a los guardaespaldas de éstos. Sin embargo, la situación de los adeptos era aún más desesperada y aquel tipo podía ser una fuente de información. Algo que necesitaban tanto como el equipo o el descanso.

Deseaba horrores poder descansar y dejar que Arcturus se ocupara de su mano, pero aquello tendría que esperar.

- ...Por un precio apropiado el viejo Maddox os ayudará. También acepto trueques, si tenéis algo que merezca la pena intercambiar - continuó el comerciante.

- Bien Maddox - respondió el arbites en el tono más cordial que fue capaz - queremos ver qué tienes, armas, armaduras, munición, comunicadores... y a todo eso tendrás que añadirle, por cuenta de la casa, las respuestas a unas cuantas preguntas, no llevamos mucho tiempo en esta parte de la ciudad y no estaría de más saber quién dirige qué y dónde ocurren las cosas que merece la pena conocer, ya me entiendes.

- Ya veo que no falta negocio por aqui - apuntó Hieronymus señalando intencionadamente más a la hilera de puestos que a la clientela - aunque estoy seguro de que tú tienes el producto más fresco - El arbites dejó caer así, que acudiría a cualquier otro tendero (que esperaba estuviera tan desesperado como Maddox) si éste no cumplía sus expectativas, en especial las de información. El arbites sabría qué estaba ocurriendo y qué se esperaba de ellos, de un modo u otro.

Había una gran cantidad de gente, todo era tan surrealista y olía a herejía por todos los rincones, los únicos pensamientos eran purgad todo aquel lugar y salir de este miserable sitio, con paso lento me acerco hasta donde el viejo esta hablando con el tendero para con una mirada fría intentar hacer verle que no le convenía llevar la contraria, por el camino asiento con la cabeza antes la proposición de Arcturus.

A al comerciante se le iluminó el rostro al ver que Hieronymus parecía dispuesto a hacer negocio - Desde luego, durante el festival los tronos cambian de manos sin cesar. Es una época dorada, cientos de miles vienen solo para poder ver el eclipse, aunque la mayoría simplemente disfrutan del entretenimiento local. - Mientras hablaba, guiaba con un brazo a Hieronymus y sus compañeros hacia el interior de una tienda tras su puesto callejero. En el exterior casi todos los artículos parecían simples adornos elegantes de exposición, mientras que en el interior estaba muy bien provisto de armas y accesorios muy útiles; y aunque había cierta predilección por las armas cuerpo a cuerpo, no faltaban pistolas y rifles, algunos de los cuales estaban siendo examinados por otros compradores interesados.

- No está mal, ¿eh? Deleitáos y decidme qué es lo que os interesa, no seáis tímidos. - después de dirigirse con esta frase a todo el grupo volvió a dedicar su atención a Hieronymus - No hay mucho que contar, en esta época son los grandes gremios de comercio son los que cortan el pastel, allí un distrito más al norte, pero no prestan atención a nadie que no lleve consigo su propio peso en tronos - luego añadió más bajo con una voz cómplice - Pero no es a ellos a quien necesitas ¿no es verdad? Pasáos por la Rueda del Destino, un local de apuestas a tres calles de aquí. Papa Grist os contará lo que queráis saber, si sois hábiles y no le hacéis enfadar seguro que no tendréis problemas. -

Artemius siguió afectado por la traumática pérdida un poco más hasta que finalmente se contuvo y decidió que tenía que seguir hacia delante si más tonterías. Al fin y al cabo seguía siendo un agente del Trono y un agente del Trono no tiene tiempo que perder en lutos. Con la aparición de aquel comerciante se le abrió un mundo de posibilidades y Artemius iba a aprovecharlas...

-Buenos días, compañero de profesión- dijo saliendo de detrás del veterano arbitrador desplegando todo el encanto que podía- Veo que tenemos una más que propicia temporada para los negocios. Como ya has intuido, pues se ve que tenéis un ojo estupendo para cazar talentos en ciernes, somos un grupo recién llegado que está buscando promocionar en este circuito de luchas de gladiadores.- continuó con su verborrea esperando causar una magnífica impresión en su interlocutor.- Sin embargo, nuestro anterior... "Apoderado", tu lo has llamado patrocinador creo, nos ha dejado con un pufo considerable, vamos, que nos ha timado y dejado tirados ese sinvergüenza- su tono se vuelve dramático y triste, casi llegando al llanto antes de volver a cambiar por un tono enérgico y jovial de nuevo- Pero eso es el pasado y ahora tenemos el presente y el futuro que es nuestro.-

Artemius echó un vistazo a su alrededor interesándose por diversas piezas expuestas, evaluándolas, pero sin que se notara cuales le interesaban más. 

-Como puedes intuir tenemos pocos tronos en nuestro haber, pero tenemos entre nosotros unos magníficos guerreros. Mire, aquí le presento a Cástor- dice mientras señala al veterano arbites- nadie diría que bajo todas esas arrugas y ese ceño eternamente fruncido se encuentra uno de los guerreros más mortíferos de todo este sector. Esta es Marille de la Fleur, una noble que dejó todo para dedicarse a la lucha de pozos. Era tan buena que para añadir emoción a sus peleas decidió cortarse un brazo para así igualar las cosas con sus adversarios. Ahora lleva uno mecánico porque los juguetitos que se le pueden poner son muy vistosos...Y de los otros dos no puedo hablar su historia es tan lúgubre y macabra que es mejor que no la sepa nadie. Solo le diré que son gemelos...- su tono se vuelve solemne y más serio que hasta ahora, pasando de ser un feriante a un respetable hombre de negocios- Como ve, este grupo va a cambiar los espectáculos de esta colmena... Y estaríamos encantados de que el gran Maddox nos equipase correctamente para ello. De momento, por nuestra parte, además de todo nuestro bagaje ya expuesto, pongo sobre la mesa este espadón que conseguí como trofeo en uno de nuestros últimos enfrentamientos. Es de una bellísima factura y es una estupenda herramienta de muerte, pero estoy planteandome cambiar mi estilo de combate y ya no lo necesito.

Hizo una pausa para dar tiempo a Maddox a asimilar toda la información que hasta ahora había soltado y volvió a la carga tras unos breves instantes.

-Habéis mencionado un local "La Rueda del Destino" y a que imagino que es su gerente "Papa Grist" ¿podrías darnos algo más de información sobre ambos? Y ya que estamos, ¿sobre los usos y costumbres de esta bonita colmena?

El psíquico volvió a dar un paseo por la tienda, esta vez para distraer la atención del comerciante y para dar mayor empaque a su actuación.

- Mis compañeros le dirán que necesitan... Y seguro que usted estaría dispuesto a invertir en este grupo que tantos beneficios podrían darle a tanto a nivel de imagen como a nivel económico- se acerca a Maddox y le pasa su brazo por los hombros para señalar al horizonte con su otra mano- Imagínese lo que diría la gente; "Ahí va, "Los Penitentes" han vuelto a destripar a sus enemigos con esas maravillosas armas. ¿De donde las habrán sacado? Pero si son de la tienda de Maddox..."-

Artemius le cogió por los hombros, le miró fijamente a los ojos y se preparó para rematar su discurso.

-Amigo, creo que el Emperador ha unido nuestros caminos. ¿Quienes somos nosotros para cuestionarle? Entonces, ¿hacemos negocios?

Isolda no estaba cómoda, nada cómoda, pero en realidad no solía estarlo nunca del todo pues esa forma de trabjo que el Emperador le había encomendado a través de sus súbditos de los Ordos era muy extraño para ella. Acompañó al grupo con desgana poco disimulada y miró todo lo que tenía ese tipo dentro.

Si hubiera estado menos acostumbrada, se habría girado y mirado a Plex a los ojos antes de soltar unas cuantas barbaridades sobre inventarse una tapadera, pero ya lo hizo en la Casa de Polvo y Ceniza y parecía que solo servía para aparentar ser una mercenaria. No le importaba, no negaría que sus habilidades de combate eran mejores que sus habilidades sociales, pero desde que había perdido su bolter se sentía muy desprotegida, insegura y perdida.

Se sentía sola y sin el apoyo de sus hermanas aunque no estuvieran allí.

Inspiró profundamente y se cruzó de brazos mientras seguía mirando las armas. Iba a hacer una pequeña proposición, pero antes iba a ver si las palabras del Viejo y del Nuevo servían para algo mientras se apuntaba mentalmente toda la mención a la Rueda del Destino.

El intentar convencer a los demás mediante las palabras nunca se me había dado nada bien, mis métodos eran mucho mas explícitos y directos, por un momento pienso en decirle cuatro cosas con las que dejarle claro lo que le esperaba en caso de no querer colaborar con nosotros, pero de momento descarto esa idea y dejo que el nuevo se haga cargo de la situación, así que intuyendo que la conversación del nuevo con el dueño del bazar iba para rato me pongo a mirar con detenimiento el arsenal que se encontraba dentro de la tienda, no sin de vez en cuando lanzar alguna mirada desafiante al tendero del bazar...

Aquel tipo, Plex, parecía desenvolverse bien en aquella situación, continuaba haciendo aquellos chistes ridículos, pero por algún extraño motivo al arbites pareció dejar de molestarle y estaba claro que a aquel tendero tampoco le disgustaban. Volviendo a fruncir el ceño el arbites supuso que estaba empleando magia psíquica en aquel momento y de no haber estado presa del embrujo de Artemius, habría gruñido por la desagradable conclusión ¿en cuántas otras ocasiones el psíquico no le habría manipulado a él o los demás?

Los adeptos empezaron a realizar un inventario de sus escasas y tristes posesiones...