Partida Rol por web

Price señaló el círculo:

—El portal. Los chamanes indios lo llamaban la Caída al Río de Almas... para cerrarlo hay que depositar el colgante.

Miró a Amanda y sonrió bobamente:

—Ten cuidado querida, no vayas a resbalar hacia abajo.

La mujer miró el círculo en el suelo de madera. No había ningún agujero. ¿A qué se refería?

—Maldita sea —exclamó dirigiéndose a la cama desde donde se oían los lamentos infantiles—. Estáis todos locos, ¿qué vais a hacer con la criatura?

Decidido avanzó hacia la cama sin importarle ese supuesto portal y su estructura¹ hasta que estuvo tras el dosel de la cama. Una vez allí, retiró el visillo.

Douglas entró en la habitación tras Michael y miró el círculo dibujado en el suelo. Aquel debía ser el origen de todo lo que sucedía en el hotel y de la presencia de aquellas criaturas que les perseguían.

—Amanda. Trae el colgante. Debemos cerrar el portal.

Michael, imitándolo a él, abrió el visillo de la cama para mirar en ella. Me acerqué por el otro lado y retiré también la tela que tapaba la cama para poder mirar de cerca lo que había en aquella cama.

—Michael, cuidado con las piedras. - se giró hacia los demás - No toquéis las piedras. No sabemos que puede pasar si se rompe el círculo, pero normalmente no suele pasar nada agradable.

Amanda aún notaba el escalofrío que le había recorrido cuando escuchó aquella voz infantil desde la cama, cuando Stephen le avisó de un supuesto peligro que no llegaba a ver.

Estaba aún valorando la mejor forma de actuación cuando los dos hombres, en una actitud propia de dos machos tratando de discernir cuál era el alfa, avanzaron hacia la cama para demostrar que ninguno tenía miedo a lo que había allí.

Y ella no se quejó, quedándose quieta, sujetando el colgante en el puño y esperando la reacción del entorno, esperando por si el de la toalla o el periodista caían por ese supuesto agujero.

La habitación infantil acompañado de la voz hizo que Irina se acercara como Michael a mirar quién había en aquella cama. Si era otra aparición, quizás podía ayudarla como iban a ayudar al resto de almas atrapadas en el hotel. O así lo veía la espiritista, que nunca se había encontrado con almas que fueran pura maldad.

-¿Hay aquí una niña? ¿Sola?- dijo para sí y recriminó con su mirada silenciosa a Michael por su forma de retirar el visillo del dosel sin preguntar siquiera permiso a quien hubiera allí.

Cuanto retiraron el dosel la locura se apoderó de aquella habitación.

La cama estaba cubierta de una forma ectoplásmica amorfa, de la cual salían bocas repletas de dientes, ojos enrojecidos y tentáculos. Tentáculos que de pronto salieron disparados hacia los que habían tenido la osadía de retirar el dosel que guardaba aquella siniestra cosa apartada de la mirada de los otros.

Malditos estúpidos. Lo van  a estropear todo.

Los tentáculos salieron disparados para intentar aferrar a sus víctimas¹ mientras Amanda, todavía en el umbral, permanecía pasmada viendo aquel espectáculo dantesco. Fue entonces cuando sintió que alguien le intentaba arrancar el colgante de sus manos. Price, con una inusitada fiereza, se abalanzó sobre la desprevenida mujer².

Douglas se echó hacia atrás, trastabillando pero esquivando aquel terrible tentáculo, igual que había logrado hacer Michael, quien tuvo la fortuna de que uno de los pilares del dosel se interpuso entre él y la monstruosidad. Por desgracia Irina vio como el tentáculo la aferraba con fuera y empezaba a absorber su fuerza vital³.

Amanda forcejeaba con Price, quien estaba a punto de arrancarle el talismán de las manos⁴.

Douglas esquivó el ataque de la cosa que estaba en la cama. No supo como lo había hecho, pero vio pasar el tentáculo a pocos centímetros de su cara. Un olor asqueroso penetró en su nariz e hizo que el estómago le hiciera un vuelco. No vomitó de milagro, pero apartó la cara.

Al girar la cabeza, vio a Price que intentaba quitarle el amuleto a Amanda. Rápidamente, se acercó a la pareja empujó a Price para alejarlo de Amanda.

—Amanda. Intenta colocar el medallón en el suelo, dentro del círculo y destrúyelo.

Michael se cubría con el pequeño pilar del dosel de la cama mirando con asombro a la figura tentacular que había sobre la cama. Pero de repente su mirada se dirigió al tentáculo que aquella cosa había lanzado sobre Irina. Se llevó la mano a la espalda para coger la pistola y disparó una vez y otra más. Hasta cinco disparos contra ese tentáculo que trataba de absorber a Irina.

Salpicaron varios fluidos de varios colores tras cada impacto de la bala. Jarvis confiaba en que eso fuera suficiente para que la criatura soltara a Irina y él estaba cerca para tirar de ella y sacarla de aquel sitio.

—¿Qué diablos es eso? —dijo mientras miraba desencajado hacia todos lados.

No esperaba ver lo que estaba al otro lado del dosel. De entre todos los horrores que pudiera haber imaginado, una criatura mitad humano y mitad cefalópodo no estaba dentro de su apuesta segura. Aquel tentáculo le pilló de sorpresa y la agarró con fuerza, estrangulando su cuerpo sin dejarla casi respirar.

Te dije que morirías aquí.

Oyó la voz burlona de Jack y sintió una rabia por dentro que hacía tiempo no sentía. Irina no quería que tuviera razón y estaba harta de él. En cuento salieran de aquel lugar, pensaba, se libraría de una vez por todas de Jack. Encontraría la forma, pues había formas. Gritó y trató de soltarse, cuando de repente le salpicó algo pegajoso y asqueroso, librándose así de la presa del tentáculo.

La espiritista miró por un par de segundos algo confusa a aquel hombre armado, en el fondo no pensaba que nadie fuera a hacer algo por ella.

-Gracias- musitó y luego señaló a aquel ser. -Acaba con él... Eso no es humano.

- ¡Stephen! ¡¿Pero qué demonios haces?! - Amanda forcejeaba contra aquel lunático que parecía emperrado en seguir allí encerrado hasta que no le queda un ápice de cordura.

Aunque quizá ya había llegado a esa situación y el pobre hombre quería complacer a aquello que le había vuelto loco.

- ¡Socorro! ¡Ayuda! - gritó al ver que aquel periodista trataba de ayudarla pero parecía que el mayor trabajo físico que realizaba habitualmente era cambiar la cita a esa grabadora vintage que llevaba.

Trataba de soltar un brazo al menos, para poder lanzarle el amuleto a aquella mujer que hablaba sola. De esa forma, al menos podría ser ella la que comprobara si realmente había caída.

Price le había arrebatado el amuleto a Amanda¹ y para sorpresa de todos se dirigía hacia el círculo de invocación. Douglas lo intentó detener pero se llevó un sonoro codazo en su rostro, que lo hizo retroceder mientras su nariz sangraba abundantemente². Al tocar la sangre el suelo de pronto varias manos putrefactas salieron de él, rompiendo la madera, para agarrarlo y rasgar sus piernas y cintura intentando llevarlo a las profundidade. El periodista, sin embargo, no se quedó quieto sino que pateó y pisoteó furioso a su alrededor, logrando librarse momentáneamente³.

Por su parte Michael descargó varios tiros contra la criatura ectoplásmica. Para su sorpresa las balas simplemente eran engullidas por aquella masa, sin que por ello dejasen de moverse los tentáculos. De hecho ¡uno de ellos se lanzó a por su cuello! El hombre notó desesperado que le faltaba el aire⁴.

A su vez Irina se había logrado librar por su cuenta⁵ y ahora veía como Michael luchaba por su vida.

Price puso el amuleto en el centro del círculo y luego sacó una daga de plata de su chaqueta.

—¡Te serviré! ¡Te daré las almas de estos necios! ¡Pero déjame ir a mí!

¡Parecía dispuesto a cortarse las venas allí mismo!

¡Los había engañado! Efectivamente el ritual era la debilidad del Portal pero había dos rituales: el de destrucción que quería realizar Douglas y uno de atadura que era el que quería realizar Price.

Los tentáculos salieron disparados en todas direcciones, intentando retener a todos menos a Price¹.

Douglas evitó que los tentáculos le apresaran y siguió pateando el suelo para evitar que éstos volvieran a intentarlo. Olvidó que sangraba. Lo único que ocupaba su mente era impedir que Price completara el ritual final para atraer a aquella criatura de manera permanente a nuestro mundo.

Se levantó de un salto y se lanzó de golpe sobre Price para intentar quitarle el cuchillo de las manos y, si podía, pisar y romper el amuleto que había dejado olvidado en el suelo. No se paró en pensar en el peligro que podía representar una persona demente con un cuchillo, pero no iba a permitir que lo que fuera que pensaba entrar lo hiciera sin poner resistencia.

Además, imagina lo que supondría para el programa de radio que pudiera hacer una rueda de prensa mostrando un trozo de la criatura del Averno. Seguramente le dieran un programa de televisión y todo. Pero primero debían detener aquella locura.

Aquella criatura no respondía a los disparos y ahora había apresado a Michael. Intentó zafarse de la presa pero la criatura tenía demasiada fuerza y el esfuerzo era inútil. Pero aún tenía la pistola en su mano y Price se acercaba al portal revelando su engaño. Eso enfureció a Michael retomando el deseo de matarlo que había reprimido en la habitación del dueño del hotel. Levantó el brazo erguido alineándolo con la cabeza de Price y lo mantuvo ahí unos segundos. La vista se le nublaba poco a poco debido a la falta de oxígeno pero aún así apretó el gatillo. La primera bala impactó contra el suelo, al lado del pie de Price. Elevó un poco más el brazo y volvió a disparar. 

La vista se nubló del todo y el cuerpo de Michael Jarvis ahora colgaba inerte de aquel tentáculo. El corazón seguía latiendo pero las fuerzas se habían acabado. La pistola, aún humeante cayó de las manos del escéptico y ahora reposaba a los pies de la cama.

- ¡Hijo de puta! - gritó Amanda cuando Stephen se hizo con el amuleto que ella atesoraba.

Les había engañado completamente, imbuido por el alcohol y la locura, y les había llevado a una trampa en la que pretendía realizar un segundo sacrificio.

Y todos los allí presentes parecían centrarse en aquel círculo. Stephen con el cuchillo, el periodista contra Stephen, el de la toalla disparando a Stephen...

Usó la puerta para esconderse ligeramente cuando uno de esos tentáculos se lanzó contra ella y estuvo tentada de cerrar la puerta allí mismo y tratar de llegar al exterior por su cuenta. Seguramente sería el mejor momento, con el espíritu entretenido con los otros cuatro de la habitación.

Pero supo que no lo lograría, que con suerte terminaría igual que Stephen. No quiso pensar en cuál podría ser el peor escenario.

Aprovechando que el periodista decidía hacerse el héroe contra el cuchillo del ricachón, agarró un pesado pisapapeles de bronce que simulaba un caballo encabritado que había sobre una repisa junto a la puerta* y se lanzó al círculo, dispuesta a destruir aquel amuleto.

Cuando el tentáculo fue por el hombre del arma, Irina no lo pensó y fue a socorrerlo rápidamente. El hombre no parecía querer luchar por su vida sino acabar con la de Price, pero la espiritista trató de soltarlo como pudo. Forzó contra el agarre que constreñía el cuello de Michael con todas sus fuerzas, que por desgracia no eran muchas.

-Suéltalo- gruñó mientras es esforzaba por ayudar. 

Douglas se libró del tentáculo abalanzándose sobre Price. Por desgracia el magnate tenía en sus manos la daga y cuando el reportero se le echó encima la levantó de forma instintiva, clavándosela en las costillas¹. La sangre se derramó sobre el amuleto. Douglas contempló aterrado como su propia sangre parecía quebrar el continuo del espacio-tiempo bajo sus pies. ¡Lo que quería evitar estaba siendo provocado! Price reía como el demente que era:

—¡Gracias! ¡Me has ahorrado el... ¡BANG! ¡BANG!

La primera bala le alcanzó entre el pecho y el cuello. La segunda evitó que pudiera mirar la herida ya que le alcanzó en la frente². Durante un momento se quedó quieto, como si no comprendiese el hecho de que lo habían matado. Luego su cuerpo cayó de espaldas mientras la sangre se derramaba en suelo. Una vista cenital mostraba a Douglas y Price en medio del círculo con la sangre de ambos alimentando el amuleto. El primero intentaba contener la herida de su costado balbuceando maldiciones mientras que el segundo estaba de rodillas, con los brazos extendidos, espalda contra el suelo y su mirada sorprendida perdida en el vacío.

Pero el amuleto seguía abriendo una brecha entre la dimensión de los vivos y los muertos.

Uchakawagara olía la sangre, la frustración, los deseos de venganza incumplidos. Con su aspecto astral de escorpión gigantesco sus patas se movían frenéticamente atravesando eternidades de silencio. Sentía la puerta abierta. Aunque inmortales el paso del tiempo era igual para los espíritus que para las criaturas terrenales y aquella centuria de vuelta en la oscuridad lo había enloquecido aún más. Después de probar las mieles de un mundo vivo el espíritu ansiaba estar libre de nuevo.

La luz al final de la oscuridad. La sangre. Todo indicaba su punto de salida.

Michael sentía como se le acababa la suerte. Antes de desmayarse vio como Irinia luchaba sin éxito contra aquel tentáculo ectoplásmico intentando librarlo. Veía como a espaldas de la mujer otro tentáculo se aproximaba para aferrarla a ella³ pero no tenía fuerzas para advertirle. Lo último que escuchó fue el ruido metálico de la pistola golpeando el suelo. Luego oscuridad.

Uchakawagara paladeaba ya la libertad. Douglas vio, a través de la ruptura del espacio-tiempo, la cabeza del alacrán astral. Una bestia de tamaño inconmensurable formada por las almas de todos aquellos que habían sido consumidos por su propia venganza o deseos de cambiar el pasado. Vio los cuerpos de los Mahoganys horriblemente cosidos entre sí, que se retorcían para formar el caparazón. Las patas estaban formadas por brazos dotados de bocas que aullaban. Pero la cabeza era lo peor. Aquellos rostros de gente de otras épocas que mantenían sus bocas y ojos abiertos aullando por toda una eternidad. Pudo verlos perfectamente, incluso pudo distinguir el rostro de Price en medio de aquella masa demencial. Abrumado por aquella visión aulló hasta que lo único que pudo escuchar eran sus propios gritos. En ese mismo momento supo que había cosas mucho peores que la muerte.

El espíritu del alacrán chasqueo sus tenazas hechas de promesas incumplidas.

Y entonces la luz lo inundó todo.

Amanda golpeó el amuleto con la fuerza que da la desesperación absoluta. Golpeó en el momento exacto, en el momento en que las fuerzas de la luz y la oscuridad concurrían para hacer más frágil la membrana que las unía. Golpeó con la furia de los que sufren las consecuencias de una venganza que no comprenden, de los que llenan las tumbas de los daños colaterales, de los que no pueden evitar ser eslabones en una cadena que ni siquiera sabían donde comenzaba⁴.

Ahora fue Uchakawagara quien lanzó el aullido. Todas las bocas de forma simultánea. Todos los rostros condenados de nuevo a la oscuridad. La calidez de la vida se alejaba del espíritu de la venganza. La oscuridad lo rodeaba nuevamente.

Derrumbados en una habitación de hotel en ruinas cuatro cuerpos inertes bajo la inclemencia del tiempo. Cuatro mentes destrozadas por la visión de lo que nos acecha más allá de los espejos rotos.

TRES MESES DESPUÉS...

El Overlook había copado nuevamente, cien años después, todas las portadas del mundo.

Muchos no daban crédito a las historias del equipo de rescate que llegó tras la tormenta, alertados por el que había sido capataz de las obras del Overlook. Corrieron ríos de tinta sobre la posibilidad de que todo aquello se hubiera podido evitar si alguien hubiera hecho caso a las demenciales predicciones de aquel hombre pero ¿quién podía creerse una historia de fantasmas?

De hecho ahora la controversia estaba en como explicar todas aquellas muertes. ¿Suicido colectivo? ¿Histeria transmitida? ¿Realmente aquel hotel estaba maldito?

Todos los medios iban detrás de los supervivientes de aquel acontecimiento, se pagaban cifras millonarias por una entrevista.

Pero ¿quiénes habían sobrevivido? ¿Cuál fue su historia?

La vida nunca volvería a ser igual tras aquella visita al hotel, tampoco la muerte ni sus conocimientos del Más Allá. Tras el rescate pasó varios días insomne y sin poder hablar siquiera. Irina no pudo superar de inmediato los acontecimientos del Overlook, ser perseguida por la prensa no la ayudó mucho tampoco en aquella tarea. Tampoco volvió a ver a ninguno de sus compañeros tras lo ocurrido, para bien o para mal. No pensó que mantener contacto le fuera a ayudar para nada.

Decidió aislarse durante un tiempo de la sociedad, pues le costaba dormir. Cuando cerraba los ojos aún veía al conductor del autobús mirándola e invitándola a aquel viaje directo al infierno. Tenía pesadillas y se despertaba gritando con las sonrisas macabras del resto de pasajeros del autobús. En sus gritos pedía que la dejaran en paz y se veía reculando en la nieve de vuelta a aquel hotel maldito.

Abrumada y sin saber cómo afrontar las noches por venir, volvió a recurrir a la medicación que un día se decidió a no volver a tomar nunca. La espiritista pasó al silencio y la oscuridad por parte del Más Allá. Volvió a una vida mundana, tratando de dormir y alejándose de todo lo que tuviera que ver con lo encantado o misterioso.

Los gritos. Las caras de los Mahoganys. Los aullidos de Price. El Alacrán

Se despertó inundado en sudor. Las pesadillas le abordaban constantemente a todas horas. No hacía falta que estuviera dormido. Incluso despierto, si se quedaba mucho rato mirando fijamente hacia un lugar, también le atormentaban las imágenes de lo que pasó en el Hotel.

Se tumbó boca arriba y una puzada de dolor le recorrió el costado. Se tocó y notó los puntos aún frescos de una cuchillada en el costado. Le dolía horrores aunque habían pasado ya varios meses. No se acababa de cerrar nunca.

Será por el efecto del portal que se abrió con mi sangre. Seguramente se corrompió la herida con lo que salió del suelo en el hotel.

Miró al techo durante un momento. Blanco, sin marcas. Giró la cabeza hacia la puerta. Blanca, sin marcas. Intentó adivinar qué hora sería mirando por la ventana, pero no había ninguna. Solo una pared. Blanca, sin marcas.

- ¡¡¡Enfermero!!! Me duele la herida, necesito mi calmante.

Al cabo de un minuto entro Fred, el enfermero. Y le pinchó una dosis de calmante.

- Gracias, Fred. ¿Cuándo podré salir de aquí? Ya no tengo pesadillas - mintió

Fred lo miró con pena. Había sido un ferviente oyente de su programa, o eso le había dicho.

- Todo dependerá del doctor Morgan, Douglas. Esta tarde le hará una nueva evaluación psiquiátrica. Tal vez pueda eliminar alguno de los antipsicóticos.

Cuando el enfermero abrió la puerta para irse, Douglas pudo oir

"Aquí les dejamos con Arthur MacGannon con el programa 'Misterios del Mas allá'"

Maldito cabrón - pensó antes de volver a dormirse