Partida Rol por web

Es ya la tarde del día siguiente del asesinato y percibes como el tiempo se te escapa entre los dedos. Esperas que el mensaje que tu secretaria Gladys entregó diera sus frutos y aquellos tres invitados a la curiosa fiesta de Polton se presenten en tu despacho en breves instantes. Te sientas en tu escritorio, aprovechando para plasmar tu firma en unos documentos profesionales para ocupar los últimos minutos antes de las seis de la tarde, hora a la que has citado al grupo. De repente, escuchas un sonido disonante e insistente, como generado por una flauta sobrenatural. Te giras de inmediato a mirar por la ventana, pero no percibes su origen. Al principio, las notas parecen aleatorias, pero después va quedando patente un patrón caótico y atonal. La fuente parece ser el firmamento, como si quisiera susurrarte los secretos del infinito al oído. La extraña música es tan sutil que llega un momento en que dudas si ha desaparecido o se ha integrado a la realidad como una compañera para el resto de tu vida a la que vas a seguir escuchando de fondo.

De repente escuchas a tu secretaria, Gladys.

- ¿Dr. Stradholm? Están aquí sus invitados.

Cuando el sol ha cruzado ya más de la mitad del arco sobre la Gran Manzana, Eric Stradholm os recibe en su despacho al que una amable Gladys os ha acompañado. Ya casi ha pasado un día desde que David Fearn asesinara a sangre fría a Lucy Vock. Dentro, encontráis al eminente alienista postrado junto a la ventana, observando sin inmutarse a través de la ventana el cielo rojizo del día que termina hasta que, al llamarlo su secretaria, regresa de su distracción y os da las buenas tardes.

Cuando Gladys entró en el despacho a Eric Stradholm aún le costó reaccionar. Parecía ensimismado pensando en sus propias preocupaciones, aunque en realidad estaba prestando cautelosa atención a la inquietante melodía que llegaba a su oído en forma de flauta dulce. Aunque de dulce no tenía nada de nada. La tonadilla distaba mucho de ser agradable. Antes al contrario, parecía una letanía tediosa y estridente. No, no... ¡Parecía un indeseable arañando una pizarra! ¡Diablos, le recordaba a las clases de música de la señorita Aghaton en su ya lejana etapa escolar!

El alienista saludó a sus invitados con gesto grave y se llevó el índice al oído varias veces. Iba vestido con un traje de tres piezas negro con raya diplomática. A nadie pasó inadvertido que al mirar a Currie desvió la mirada hacia sus propios zapatos y dio un pequeño paso hacia atrás, asegurando una conveniente distancia de seguridad.

-Buenas tardes, profesor Bush. Profe... cough, cough, Currie. Señorita... Uhmm... ¿Era Kirilenko? Lo siento, los apellidos rusos se me resisten un poco, téngame paciencia. Tomen asiento por favor. He querido invitarles a mi despacho para poder hablar con calma y... Eeeh...-. Algo le había distraído. Se ajustó las gafas con ese gesto tan característico que parecía pertenecer a su memoria muscular y carraspeó suavemente. -¿Ustedes también la escuchan?-, preguntó señalando a ninguna parte, y a todas a la vez.

-¿No? Bueno, es igual. Creo que tengo un pequeño acúfeno...-. Se llevó un dedo al oído pareció palidecer ligeramente.

¿O estaré contrayendo una extraña enfermedad neurológica...? Tranquilo, Eric. Tranquilo... Tú no eres como aquella desafortunada anciana que no paraba de escuchar el himno de Inglaterra... No he debido de pensar eso... Ahora no puedo quitármelo de la cabeza...

-¿Han leído el periódico esta mañana?-, deslizó cambiando de tema mientras se sentaba tras su escritorio y guardaba varios documentos médicos en uno de los cajones. Sacó la copia de la edición del Times y la dejó sobre la mesa con la noticia del asesinato de Lucille Vock a manos de David Fearn.

Pasé el día repasando el texto de las clases de la semana que viene. Me gusta hacer todo con tiempo. Aunque a veces parezca que improviso mucho, en realidad no es así. Uno tiene una reputación en su campo y no puede ir por ahí dando clases pésimas por no haberlas preparado previamente. Llegada la hora, me preparé y llamé a un taxi. Al final habíamos acordado incluir al loquero en todo aquel asunto.

Esta vez, sabiendo lo “elitista” en apariencias que era el doctor, opté por elegir unos ropajes menos cómodos y habituales. Desempolvé mi traje marrón oscuro, con chaleco y un fedora a juego. Hasta me pongo corbata oscura y todo. A pesar de que sé que acabaré en mangas de camisa, arremangadas hasta el codo. Muy propio de mí.

Al encontrar a mis compañeros de siempre, Brush e Irina, les saludo animosamente. Me quedo mirando el despacho y su contenido cuando entramos. Sonrío encantadoramente a la secretaria del loquero, Gladys y le doy las gracias por su amabilidad al acompañarnos hasta su excéntrico jefe.

Se me escapa una sonrisa burlona ante la reacción de Stradholm al verme. Como he dicho, es un hombrecillo excéntrico y nervioso. Enarco una ceja cuando nos pregunta si oímos… ¿el qué? “Lo dicho, un hombrecillo  extraño”, pienso para mis adentros.

-Sí. Lo hemos leído. Si no fuera así, no estaríamos aquí- me encojo de hombros, con indiferencia.

- Krilov. - Fue lo primero que dije, corrigiendo a Stradholm, sin poder evitarlo. 

A pesar de eso, sentía cierto alivio al volver a verle. Era estúpido negar que sentía cierta atracción por Stradholm, aunque sí quería negar el motivo. Me esforzaba por pensar que era porque sentía que el destino nos había unido, porque podía ayudar con esos misterios que parecían perseguirnos allí a donde íbamos.

- Disculpe... - interrumpí a Leroy, - ¿qué dice de escuchar? 

¿Es que escucha voces? Eso me interesa más que los periódicos. 

En Capítulos anteriores...

@Irina: - Krilov. - Fue lo primero que dije, corrigiendo a Stradholm, sin poder evitarlo. - Disculpe... - interrumpí a Leroy, - ¿qué dice de escuchar? 

Eric chasqueó los dedos.

-Eso. Krilov-, dijo, asintiendo a la adivina divina. -No se preocupe demasiado, últimamente ando con algún trastorno de sueño y mucho me temo que esto...-. Extrajo con cierta pereza un ejemplar del periódico matinal y lo depositó en la mesa, orientando la portada hacia sus invitados. -...tiene parte de la culpa.

El alienista se quitó un momento las gafas y se masajeó el entrecejo un instante antes de recolocarse sus gafas.

-Díganme... ¿Han tenido sueños extraños desde nuestra particular velada en el faro, con Polton y su demostración del Visor Y?-. Stradholm parecía ahora inusualmente incisivo. Como si supiera de antemano que así habría de ser.

-Yo sí-, confirmó con vehemencia. -Verán, no sé ustedes, pero yo conocía a David Fearn. No como a Polton Williams, al que trato como un amigo, pero sí le conocía lo suficiente para saber a ciencia cierta una cosa de él-. Señaló la portada del periódico con su largo índice de pianista, clavándolo con el mismo ímpetu con el que un ave rapaz hundiría sus garras en un ratón. -Este hombre no es un asesino. Matizo: no lo era. ¡Por Dios, si es un hombrecillo apocado! Lo cual me resulta aún más preocupante, si cabe...-. No terminaba de quedar claro por qué le resultaba preocupante.

Stradholm se levantó de su asiento y comenzó a pasear por la habitación con una mano en el bolsillo de su pantalón y la otra alternando masajes en su mentón con agitaciones variadas, propias de un profesor de Universidad que se deja llevar por la lección.

-Soy un hombre de naturaleza en exceso curiosa. Tiende a obsesionarme lo que no comprendo. Y cuanto menos lo comprendo, más me obsesiono-. Clavó su mirada glauca en sus tres invitados. -Comprendo que este rasgo puede verse como una virtud acorde a un temperamento científico, pero dudo mucho que lo sea para llegar al desenlace de una investigación. Es por eso que les he pedido que vengan a mi despacho. Creo que este asunto, de algún modo, nos atañe a todos nosotros.

>> Verán, David Fearn no tenía móvil alguno para matar a Lucille Vock. He efectuado una visita a la Comisaría esta mañana y he podido entrevistarme con el detective que lleva el caso, un tal Alan Fix. El detective, un tipo bastante competente, me ha desvelado algunos detalles del suceso que quizás les interese escuchar. Al parecer, Fearn sufrió una especie de... brote psicótico. Su episodio de psicosis se activó cuando a la señora Vock se le cayeron unos terrones de azúcar sobre la mesa. Entonces Fearn agarró un candelabro, lo primero que tenía a mano, y le machacó brutalmente el cráneo a la señora Vock.

Stradholm se detuvo frente a la ventana de su despacho.

-Curioso detalle: los terrones tenían forma cúbica. Fearn empezó a chillar al verlos desparramados en la mesa. "¡El cubo! ¡El cubo!". ¿Les suena? No se pongan nerviosos... Aún hay más.

>> El detective Fix mencionó a varios testigos en la escena del crimen. El matrimonio Conrad-Augé y la señorita June Kenyon, íntima amiga de la difunta señora Vock. Regresando de la Comisaría pasé a ver a la señorita Kenyon con la esperanza de entrevistarme con ella, lo cual conseguí no sin cierta insistencia. La señorita Kenyon me reveló, no sin cierta reticencia inicial, que sospechaba que la finada tenía un amante... Y no. No es probable que fuera Fearn. La señorita Kenyon afirma que Fearn y Lucy Vock eran, en el mejor de los casos, simples conocidos.

Stradholm volvió a tomar asiento tras su exposición.

-¿Saben qué es lo que más me intriga? Ni Fix, ni Kenyon, ni el periódico mismo refieren una actitud propia de un doliente en el doctor Otto Vock. La señorita Kenyon lo describe como un tipo muy frío. Y no hace falta que les diga que, si han leído el periódico...-. Desvió su mirada al listillo de Currie, ese arqueólogo de frondosa cabellera y sonrisa de truhan. -... sabrán que el sanatorio Springhaven, institución en la que será recluido Fearn, está dirigido por, qué sorpresa, Otto Vock.

Eric se reclinó en su asiento despacio, juntando las yemas de sus dedos.

-¿Casualidad...? No lo creo-.

Enarco una ceja ante la respuesta del loquero. ¿Será posible que esté igual de loco que sus supuestos pacientes? Tendría algo de sentido… O no.

-No. Duermo muy bien. Gracias- respondo, acompañándolo con una de mis sonrisas de autosuficiencia -Aunque eso ya lo he visto- indico con la mirada hacia el periódico.

-Bueno, no sería la primera vez que alguien que supuestamente parecía una persona normal e incluso, un buen ciudadano, se convierte en un… monstruo asesino- se me escapa algo de mordacidad en mi tono de voz. Todavía está muy fresco en mi mente lo pasado en Shanghay, lo que pasó con mi amigo – ¿No ha oído nunca eso de que los peores son las mosquitas muertas? - me encojo de hombros, sonriendo burlonamente, en un intento de borrar la carga emocional de mi anterior comentario. Tras resumirnos todas sus pesquisas, silbo por lo bajo, ligeramente impresionado.

-Vaya, doc, realmente ha estado ocupado, ¿no? Y yo que creía que en su gremio se pasaban el día apalancados en butacas caras escuchando los “problemas” de la gente rica…- sonrío torcidamente. Lanzo una mirada hacia mi amigo Brush y luego hacia Irina.

-Bueno, si realmente es lo que… ¿cómo lo ha llamado usted? ¿Brote psicótico? No veo en que podemos ayudar nosotros- apoyo mis manos en mis caderas, en mi pose más relajada a la par que masculina –Polton me pidió que le echara un ojo al tema. Tiene… miedo de que el experimento de la otra noche haya trastornado a Fearn o a alguno de los invitados. De momento, sólo usted, Doc, ha dicho tener “efectos”. ¿Vamos a tener que atarle a la cama? - bromeo, clavándole la mirada como un halcón.

-Bueno, no sería la primera vez que alguien que supuestamente parecía una persona normal e incluso, un buen ciudadano, se convierte en un… monstruo asesino-

- No podría estar más de acuerdo con el señor Currie. No descartemos nada. - Dije, poniendo tono de verdadera detective, título que pensaba que me había ganado a pulso tras estos años. - Sobre esos malos sueños, yo también debo contestar que no. Dormía plácidamente cuando el teléfono me despertó.

-Vaya, doc, realmente ha estado ocupado, ¿no? Y yo que creía que en su gremio se pasaban el día apalancados en butacas caras escuchando los “problemas” de la gente rica…-

Eric esbozó una sonrisa afilada.

-Bueno, yo le hacía a usted más amante de los fósiles que de visores capaces de traspasar nuestra realidad. Ya ve, la vida te da sorpresas-. No es que Eric no pudiera recurrir a esos ardides de algunos de sus colegas de su gremio, pero le parecía más fascinante estudiar las rarezas de la mente humana.

 ¿No ha oído nunca eso de que los peores son las mosquitas muertas? 

-Algo he oído, sí... Pero como bien sabrán, la expresión no es afortunada. Algo muerto no puede matar, ¿no creen?-, replicó a ambos recuperando por fin esa versión sarcástica del alienista que había aflorado en la fiesta de Polton Williams. -Verán, la llamada de Polton tiene motivos para preocuparme. Fearn no tiene móvil. Lucille Vock era una simple conocida. Nadie... Absolutamente nadie, mata conscientemente sin un motivo. La razón última puede ser absurda o pueril a primera vista, pero siempre... Siempre hay una razón. La envidia, los celos, la codicia, la pulsión asesina del cazador que sienten algunos seres humanos, herencia genética del depredador que llevamos dentro... Fearn no tenía ningún móvil para asesinar de un modo tan brutal a la señora Vock. Es por esto que inquirí especialmente a la señorita Kenyon sobre la remota posibilidad de que Fearn fuese ese amante desconocido de la difunta Lucille Vock. Como ya saben, su respuesta fue negativa.

>> Fearn era un hombre sano mentalmente. Los brotes psicóticos suelen venir precedidos de episodios de fuerte estrés o de conflictos personales muy profundos. La única anomalía que se percibió en él fue la que relató el detective Fix... Entró en conflicto al ver un terrón de azúcar. Qué curioso. ¿Han visto alguno? Tiene forma cúbica... Todo lo cual me lleva a preguntarme: ¿Y si Polton tiene razón? ¿Y si lo que vimos ha abierto... "una puerta" en nuestra mente? Una puerta que no debe abrirse...

Se quedó un instante en silencio. Un silencio que no fue tal para él, pues sus ojos se deslizaron en dirección a la ventana de su despacho. Aún escuchaba la flauta resonar en su melodía discordante.

-No estoy del todo seguro... Pero puede que este incidente no sea un caso aislado. Espero sinceramente estar equivocado, pero sepan que el condicionamiento mental es posible y, en mi gremio, como usted dice, Currie, hay verdaderos especialistas en implantar reflejos en la mente. Sé que suena delirante, y no deseo asustarles, pero les agradecería que mantuviésemos el contacto. ¿Serán tan amables de informarme si padecen algún sueño premonitorio o algo fuera de lo normal?-.

-Doc, soy muchas más cosas que todo eso- contesto, todo pagado de mí mismo y lo acompaño de una sonrisa de autosuficiencia. Enarco una ceja cuando el loquero dice muy seguro de sí mismo, que algo muerto no puede matar. Lanzo una mirada, de nuevo, hacia mis amigos y pongo cara de “qué poco sabes de la vida, doctorcillo”.

-No estaría tan seguro de eso…- murmuro, como respuesta automática. Ni los muertos están tan muertos, ni siempre se necesita un motivo para asesinar. Esas eran cosas que sí habíamos visto con nuestros propios ojos y sentido en nuestras carnes.

“Ay tierno corderito. Todavía se agarra al raciocinio y apenas acaba de asomar la cabeza por el agujero de la madriguera de conejo…”, pienso para mis adentros. “Será divertido ver su descenso a los infiernos…”.

-Claro, Doc. Si alguno empieza a oír voces en su cabeza, le avisaremos- hago una breve pausa. -Y si tiene razón, de que no será un caso “aislado”, bueno, sólo cabe esperar… No sería lo más raro que hemos visto- me encojo de hombros, con algo de indiferencia fingida. La verdad es que la idea de que el experimento de Polton haya podido “abrir” algo hacia otro sitio, me aterra. A saber, qué puede cruzar desde el otro lado. Aún tengo pesadillas con el monstruo del espejo.

Eric Stradholm se quitó las gafas un instante, se masajeó el tabique nasal y depositó sus lentes sobre la mesa. Su rostro, ya de por sí afilado, enfatizaba la profundidad de su mirada glauca por efecto del cansancio. Era evidente que el doctor no había pasado su mejor noche, pero también que algo de lo que había dicho Currie había captado su atención.

-Oiga, disculpe la pregunta, Currie, pero...-. Se acomodó en su asiento, cruzó las piernas y se llevó un dedo a la sien. -...algo me dice que usted, quiero decir, ustedes, comparten una historia común. Me parece que, de algún modo que no alcanzo a comprender, esto a ustedes no les sorprende del todo. O al menos no les sobrecoge especialmente. Quisiera saber por qué-, dijo clavando su mirada en Currie y en Krilov. -¿O acaso estoy pecando de indiscreto?

Extrajo al tiempo una agenda de uno de los cajones de su escritorio y una pluma.

-Por cierto, ¿Dónde puedo localizarles en caso de necesidad? Un teléfono bastará, pero si me facilitan una dirección podría ser de utilidad-, sugirió.

Me mantuve en silencio mienstras todos expresaban sus dudas. Aún recordaba el mal momento nocturno, donde mi pecho parecía querer desbocarse, y comprendí que tenía que compartirlo con los demás.

-Amigos... Yo sí he tenido una noche de pesadilla. No puedo decir que recuerde exactamente lo que soñé, sino solo breves fragmentos. En ellos aparece el cubo de cinco lados y las formas de aspecto bacteriano... Era horrible. En tus sueños reviví los episodios históricos que repasamos durante el día... La fantástica historia de la Catedral de Reims, donde los reyes de Francia eran coronados... Allí un extraño joven observa el portón de entrada y sus magníficos relieves. Recuerdo... Recuerdo haberle preguntado algo, y él me señala los detalles ocultos en dichos relieves. Su dedo señala unos cubos de piedra. Unos cubos que tienen cinco caras... Y recuerdo también que el que parecía un plácido sueño ahí se convirtió en pesadilla... Alguien me observaba... Yo... Yo miraba a mi alrededor y no veía a nadie, ¡incluso el joven que me hablaba había desaparecido! Ahí me desperté, y creí morir de angustia. El corazón me latía como un loco, ¡tardé mucho en recuperar la tranquilidad!

Aún recordarlo ahora me hacía sentir angustia. Una pesadilla siempre es desagradable, pero si además está relacionada con la vida real, entonces es más que inquietante.

Eric arqueó una ceja y desvió un instante la mirada a Currie.

-Su sueño es mucho menos críptico que el mío, profesor Brush-, comenzó el alienista con algo de sarcasmo para aliviar la tensión que mostraba el científico. -En mi caso soñé que Freud daba una ponencia relacionando los cuadros de Picasso con un cubo de cinco caras-. Miró de soslayo a Currie con ojos entrecerrados. -Es un hecho que el día a día influye en la actividad onírica-, dijo mientras se volvía a colocar sus gafas.

-Quisiera compartir con ustedes una reflexión: ¿Qué es un cubo de cinco caras? ¿Qué representa para ustedes?-. Stradholm pareció quedarse pensativo. -Una caja abierta-. Miró al profesor Brush, el único en la habitación que podía saber de qué estaba hablando. -Un cubo de cinco caras es una caja abierta. La cuestión es... Si la caja está abierta, ¿Qué ha salido de ella...?

Se frotó el pulgar con el anular en lo que parecía un claro gesto que acompañaba su divagación y carraspeó.

-Perdonen, pienso a menudo en voz alta. Bien, ya tengo forma de contactar con ustedes. No pienso obligarles, pero siéntanse libres de... ¡Gladys!-, exclamó de pronto. -...siéntanse libres de acompañarme. Pienso ir a ver a los Conrad-Augé ahora mismo, si es posible. Junto con la señorita Kenyon, son los únicos testigos del asesinato de Lucille Vock.

El alienista tomó su abrigo largo, abrió la puerta de su despacho y comentó varios asuntos con su secretaria.

-Querida Gladys, anota estas direcciones y números de teléfono en mi agenda. Cancela mis tutorías de esta tarde, por favor. No creo que regrese, así que en cuanto pongas en orden esto, puedes irte a casa-, dijo guiñándole el ojo.

Miró a sus invitados y les ofreció acompañarles a la salida.

-Bien, señores, ¿tienen algo mejor que hacer esta tarde que investigar algo intrigante?-, inquirió con media sonrisa en el rostro. -No me diga que prefiere la compañía de unos fósiles a la posibilidad de haber cruzado en sueños una nueva dimensión, Currie...-.