Partida Rol por web

La residencia de June Kenyon es una preciosa villa en el distrito de Brooklyn, en una zona menos urbanizada y salpicada de mansiones. Un camino descendente conduce a una verja de hierro con enredaderas. En los exteriores únicamente hay un jardinero que rondará la cincuentena mientras poda unas ramas de unos frutales. Al fondo, una gran casa de doble altura y tejado negro de pizarra conforma con un lago privado una bucólica estampa. De la chimenea sale humo, y junto a la puerta de entrada, un mastín que descansa levanta la cabeza cuando ve acercarse el taxi del que bajas. El jardinero también se percata, así que deja sus tijeras en el suelo, junto a más herramientas y se acerca hacia ti quitándose el sombrero.

El doctor Stradholm correspondió al jardinero y se descubrió la cabeza en símbolo de buena fe según se acercaba a la verja. La verdad es que no imaginaba que la mansión de la señorita Kenyon fuese tan espectacular a la vista. Anotó mentalmente que emergía humo de la chimenea. Era probable que hubiese gente en el interior de la ostentosa vivienda.

-Buenos días tenga, buen hombre. ¿Cómo está usted? Soy el doctor Stradholm. Eric Stradholm. Me preguntaba si la señorita Kenyon recibe visitas hoy. ¿Sabe si se encuentra en casa? Quisiera preguntarle por el estado de salud de un amigo común-. 

Eric decidió tantear al criado. Mostrar las cartas muy pronto nunca era una jugada ganadora y el alienista habría entendido que la señorita Kenyon tuviese reservas a hablar con extraños.

- Phill - responde rápido el jardinero para presentarse. - Lo siento, pero la Srta. Kenyon está en su horario de ensayo y no terminará hasta dentro de unas cuatro horas para dar un bocado. - En su hablar se entrevee un tono humilde, casi de disculpa. - No suele recibir visitas inesperadas y tampoco me ha avisado de que estuviese esperando ninguna. No quiero que me caiga una buena. - Ríe, se coloca el sombrero y vuelve al trabajo.

-¡Eh, amigo! ¡Phil!-. Eric invitó al jardinero a acercarse una vez más y esbozó su sonrisa más zalamera. -Verá, comprendo sus reservas pero, entre usted y yo, el asunto que me trae aquí a visitar a la señorita Kenyon es de cierta... digamos, trascendencia. Compruebo que usted es un tipo discreto, así que créame cuando le digo que no le dejaré en mal lugar ante la señorita. ¡Antes al contrario! Además... Créame cuando le digo que la señorita Kenyon preferirá, de largo, saber de mi visita con prontitud.

Eric se esforzó en parecer convincente. No tenía cuatro horas para esperar a que la buena señorita Kenyon acabase sus clases de danza. Además... ¿¡Quién demonios bailaba el día después de ser testigo de un asesinato!?

Tras dar una palmada al jardinero en el hombro, Eric clavó su mirada de gato en Phil.

-Dígale que atañe a nuestro común amigo David Fearn. Ella lo entenderá. Le espero aquí.

Phill da una larga exhalación y con un "espere aquí", se encamina hacia la entrada, acaricia la cabeza del mastín, que se incorpora contento y moviendo la cola, y habla con alguien tras la puerta. Ese alguien parece ser una gruesa señora de piel negra, que asoma con poca discreción por la puerta para mirarte y que va ataviada como cocinera. Phill entonces emprende el camino de vuelta. Tú lo observas todo desde la verja de entrada. Finalmente, una dama aparece por la puerta, vestida con un camisón azulado bajo el cual se distingue la ropa de ensayo.

- ¡Venga! - Grita.

Una vez allí, descubres que la Srta. Kenyon es realmente bella. A pesar de la palidez y cansancio reflejados su rostro tras los sucesos de anoche, sus agradables y bonitos rasgos afloran enseguida. Te invita a pasar a un pequeño salón decorado con muebles de buena madera en color grisáceo, y con una decoración centrada en paisajes bucólicos y reproducciones de cuadros de Degas. Hay algunos trofeos de danza sobre un estante y un gran macetero con una platanera que casi roza el techo. June Kenyon se disculpa por las dificultades que su jardinero y sirvienta han podido causar. "Se toman muy en serio su trabajo", afirma. También se disculpa por su atuendo, pero reconoce que el ensayo es lo único que consigue distraerse tras lo ocurrido anoche, lo que no le ha dejado apenas pegar ojo esta noche.

La sirvienta hace su aparición en la puerta y June Kenyon te pregunta: - Disculpe, ¿quiere tomar algo? Yo tomaré una limonada, Sra. Cobbs.

-No tiene nada que disculpar, señorita Kenyon. Soy el doctor Stradholm. Puede llamarme Eric. Eh, sí, que sean dos limonadas. Gracias, señora-. Eric sonrió a la señora Cobbs mientras asentía con la cabeza.

-Verá, señorita Kenyon, no quiero causarle desvelo con mi presencia. Ha sido usted muy amable al recibirme. Sé que aún debe estar afectada y no sabe lo mucho que lamento que presenciase el brutal crimen que tuvo lugar ayer noche en casa de los Vock. El señor David Fearn, el asesino confeso... Dios, aún me parece inconcebible... Disculpe, aún me cuesta creerlo. El señor Fearn es un conocido mío. Estuvimos juntos en una cena de un amigo común hace un par de noches. Me ha resultado tan chocante la noticia en el periódico que he querido interesarme personalmente por el suceso. Conozco a Fearn y siempre ha sido un tipo inofensivo y apocado. Jamás pensé que... que sería capaz de algo así...-. Eric hizo una pausa calibrando si ser completamente sincero con la señorita Kenyon y dando pie a la que la bella joven compartiese algo de información.

June toma aliento unos segundos, al recordar lo sucedido anoche.

- Dios mío, no sé cómo... - Sus ojos brillan ante unas incipientes lágrimas. - Lucy y yo éramos amigas desde los seis años. ¡Toda una vida! Yo era, de hecho, invitada suya, al igual que los Augé. Ese tipo, Fearn, era invitado de Otto.

A continuación, de manera inconexa y traumatizada, June te da un relato de lo sucedido anoche que coincide con el del detective Fix. La Sra. Cobbs aparece con dos vasos, una jarra de limonada bien fría y un pañuelo doblado que entrega a su ama.

- Está bien, Sra. Cobbs. - Tranquiliza June Kenyon a su sirvienta a la vez que seca sus lágrimas.

- Esperaba que esa cena sirviera... No sé... Para levantar el ánimo de mi amiga, pero ya ve usted cómo terminó la noche... - Nuevos sollozos arremeten a la joven.

Tus años de experiencia en tu profesión perciben el toque justo de candidez en la joven que hace que o bien sea incapaz de mentir o, si lo hace, sea con la peor de las actuaciones. Ésta, desde luego, no parece una mala actuación.

Eric asentía al relato de la señorita Kenyon sin interrumpirla, más atento a sus gestos que al mensaje, por lo demás muy similar al relato que le había facilitado el detective Fix.

Dio un trago a la limonada y se aclaró la garganta.

-Siento mucho su pérdida, señorita Kenyon-, dijo agachando la mirada y ajustándose las gafas en lo que era su característico gesto para reestructurar una conversación. -Quiero serle sincero. Creo que hay algo raro en este asunto-. Alzó la palma de una mano. -No me malinterprete. El caso es claro. Demasiado claro, a mi entender...

>> Ha dicho que Fearn fue invitado del señor Vock, ¿verdad? ¿Sabría decirme si se conocían la señora Vock y el señor Fearn? Quiero decir... ¿Qué les relaciona a ambos? ¿Se habían visto antes? ¿Le dijo algo su amiga Lucy Vock sobre él en alguna ocasión?-. Eric empleó el tono que utilizaba con sus alumnos en la Universidad cuando quería intrigarlos. -Verá, soy alienista. He colaborado en ocasiones con la Oficina de Información. El estudio de la mente del criminal no es algo ajeno a mi campo profesional. Y permítame decirle, señorita Kenyon, que todos los crímenes, absolutamente todos, tienen un móvil. Hace dos noches habría asegurado poniendo la mano en el fuego que David Fearn no era un asesino. Hoy leo para mi desolación en el periódico que ese joven ha matado con una brutalidad inusitada a una mujer a la que no conoce de nada.

Fijó su mirada de águila en la joven y hermosa aristócrata.

-Tiene que haber un por qué. Y unos terrones de azúcar no pueden ser el motivo.

Admitir que Eric sopesaba que la Dimensión Y y el Cubo de Cinco Caras podría tener que ver se lo guardó para sí mismo con un escalofrío.

-¿Qué puede decirme de la reacción del viudo, el doctor Vock?

- Sí, Lucy y Fearn se habían visto en alguna ocasión anterior, pero siempre le pareció un bicho raro. Era amigo de Otto, y no la clase de persona con la que Lucy, o yo misma, nos relacionaríamos normalmente. - June evidencia el desprecio que siente por el asesino de su amiga, hablando de él ejerciendo presión con la mandíbula. Da un sorbo a la limonada y se limpia los labios con delicadeza. Luego, recuesta su espalda en el esponjoso respaldo del sillón. - Y bueno... El Sr. Vock, ¿qué puedo decirle de él? Lucy se casó con él después de que la tratara brevemente de un feo caso de depresión. Él construyó el sanatorio con la fortuna de su mujer. No tenía ni un penique cuando llegó a este país, ¿sabe?. Muchos amigos desaprobaron la unión y se distanciaron de ella. Podría parecer que esos no eran buenos amigos, y la abandonaron a la primera de cambio, pero ¿sabe qué? Yo pienso lo mismo. Lucy y Otto no eran buena pareja. Otto es serio y controlador. Lucy sólo... quería divertirse más.

La Srta. Kenyon hace una pausa para beber, como si necesitase despejar su garganta porque algo se le ha quedado atascado. Sus gestos nerviosos ponen de manifiesto que ese algo son palabras que, incapaz de controlar los nervios, decide soltar.

- Mire, Sr. Stradholm, últimamente ella parecía de mejor humor, aunque Otto seguía siendo tan rutinario e inflexible como siempre. - Ahora, June se incorpora hacia ti y articula en voz baja. - Si no la conociera bien, juraría que estaba teniendo un romance.

Eric dio un largo sorbo a la limonada. De repente tenía la garganta seca. Se pasó el dedo por el mentón, intrigado por la revelación de June Kenyon.

-¿Un romance, dice? Pero... ¿con quién?-. Se cuidó de preguntarlo con cierto tono misterioso. -Desde luego, por lo que usted me comenta, Lucy Vock jamás habría mantenido una relación secreta con David Fearn. Eso parece alejar la teoría de Othelo... Los celos-, apuntó masajeándose la sien con un dedo mientras entornaba la mirada con aire pensativo. -¿Llegó a insinuarle a usted algo? Según me dice, si alguien podría tener sospechas fundadas, esa persona es usted. Era su íntima amiga-. Con sumo cuidado, el alienista posó su mano de pianista sobre la de la señorita Kenyon con intención de tranquilizarla. -Cualquier cosa que recuerde podría ser importante, señorita Kenyon.

Dejó un instante de silencio para no atosigar a la joven. Luego añadió otro interrogante que le empezaba a corroer por dentro.

-¿Diría usted que el doctor Vock reaccionó de forma extraña cuando Fearn asesinó a su mujer? ¿Le pareció devastado? ¿O todo lo contrario?-. 

Eric no habría soñado nunca hacer esa pregunta, pero al ver que June desaprobaba la unión entre el doctor Vock y su difunta amiga, consideró que era el momento de aprovechar la oportunidad.

No tenía sentido negar la evidencia. Fearn mató a Lucy Vock delante de cuatro testigos y había confesado. Caso cerrado. Ingresaría en Springhaven y tirarían la llave a un pozo. Estaba condenado. Dicho lo cual, el doctor Stradholm no estaba satisfecho. No había un móvil claro. Si Fearn hubiese sido el amante secreto de Lucy Vock, podría haber sido un asunto de celos. Un asunto con un resultado horrible y algo arbitrario, pero explicable como un arrebato pasional. Sin embargo, las circunstancias arrojaban ahora un nuevo elemento al misterio: el doctor Vock heredaba una auténtica fortuna y tenía atada en corto a su viuda. ¿Y si sospechaba de que mantenía un affair con otro individuo? ¿Qué sería capaz de hacer?

Y luego estaba el sórdido interrogante... ¿Por qué dijo Fearn antes de abrirle el cráneo a Lucy Vock lo de los terrones de azúcar?

- No sé con quién, ya le digo que todo son conjeturas mías. Por supuesto, no le insinué nada para no importunarla. Si ella hubiera tenido la necesidad de hablar, sabía que podía contar conmigo, así que la dejé estar. - Dice, abandonando los susurros, pero controlando el volumen de su voz. - Respecto al Sr. Vock, cuando sucedió... Reaccionó con inusitada frialdad, pero no sé decirle si fue inapropiada puesto que nunca se deja llevar por las emociones. Lo siento... - June se lleva el pañuelo a los ojos y se seca nuevas lágrimas. - ¿Le importa si lo dejamos aquí? - Formula entre sollozos.

Eric asintió con una sonrisa afable en el rostro.

-Ha sido usted de gran ayuda, señorita Kenyon. No la atormentaré más, le doy mi palabra. Conozco la salida, no tiene que acompañarme. Encantado de conocerla.

El esbelto alienista se despidió y giró sobre sus pasos rumbo al hall de la mansión. A los pocos pasos se detuvo y alzó un dedo.

-Si recuerda algo, si quiere hablar con alguien... Aquí tiene mi tarjeta-. Eric tendió su cartulina de presentación a la dama con una floritura ensayada y asintió con confianza, guiñando un ojo. -No tendrá demasiado inconveniente en localizarme. Leo hasta altas horas de la noche. Hasta pronto, señorita Kenyon.

* * * * *

Tomó un taxi rumbo a la Universidad y para matar el tiempo empezó a hojear el libro del doctor Vock más por curiosidad que por la creencia de que aquel texto fuese a arrojar una sorprendente pista a aquella situación en la que se estaba sumergiendo.

La señorita Kenyon había arrojado algunas pistas interesantes al lienzo del caso. Un posible amante para Lucy Vock. La frialdad del doctor Vock. La falta de móvil de Fearn. La maldita Dimensión Y. Nada sólido todavía, pero ahí estaba ese pálpito, ese nudo en la garganta.

¿Habrían llegado ya sus invitados?

-Leroy, ¡cuenta conmigo! -respondí a mi amigo. Me quedé pensando un momento en ello... Un crimen, y de un hombre hacia su esposa nada menos -. Quizás tengas razón, tal vez ese extraño experimento tuvo algo que ver... ¡Lo investigaremos!

Tras las terribles noticias dadas por Leroy, de las que me costó imaginarme la cruda realidad (era demasiado temprano, pero eso despierta a cualquiera) e rina, y confirmarles que sí me reuniriía con elllos, la llamada de esa desconocida Gladys me preocupó aún más si cabe.

Al menos mis amigos estarían también allí,l así que me preparé en nada y menos para salir por la puerta y encontrarme con ellos en la dirección dada. No me olvidé de mi navaja y mi pistola, que ya no es la primera vez que me vi obligado a usarlas, y quizás tuviera que hacerlo de nuevo.

-¡Allá vamos! - dije con una sensación agridulce al salir de clasa y dirigirme al lugar.

Que entusiasmo recién levantado… pienso para mis adentros, ante la reacción del profesor Brush a mi propuesta.

-Ehm si, sería bueno- respondo, aún medio dormido. Para cuando me doy cuenta de que mi buen amigo de profesión ha colgado, yo todavía estoy bostezando.

Tardo un rato en vestirme y tomarme un café bien cargado que me despeje. Vuelvo a releer la noticia del periódico. No es que tuviera mucho sentido todo aquello, pero ¿acaso no era esa nuestra especialidad últimamente?

-Aunque igual sólo es un loco más y no tiene nada de extraño… Igual no nos iría mal a un come-cocos de esos para separar el grano de la paja…- pienso en voz alta para mí mismo, mientras me acabo el segundo café de la mañana.

“¿Cómo se llamaba ese loquero melifluo? Al que le vomité en los zapatos…”, me quedo pensativo un momento. Bah, no consigo recordar su nombre. Se lo preguntaré a Brush cuando le vea.

-¡Claro que me apunto! Vayamos entonces. Por lo visto, Polton nos ha llamado a todos... Juntémonos con Stratholm y vayamos... Amigos míos, qué sensación de dejà vu tengo con todo esto. Así empezaron otras aventuras nuestras, esperemos que esta también acabe con la fortuna de nuestro lado.

Una vez más nos tocaba ponernos en marcha hacia lo desconocido, ojalá pudiéramos regresar para contarlo.