Partida Rol por web

Hacía tiempo que no teníais noticias de Polton Williams, así que esperáis de esta noche que sea especial. Una velada nocturna tranquila, donde asistir a la presentación de una curiosa máquina, según dejaba caer en la invitación, que él mismo llama Visor-Y, y quizá un aperitivo y una relajada copa mientras los antiguos amigos se ponen al día.

Polton Williams es un físico de espíritu inconformista. En realidad, no vive muy alejado de Nueva York. A pocos kilómetros de la ciudad, en un viejo faro que mira al Atlántico reconvertido en casa-laboratorio, es donde os dirigís ascendiendo por el serpenteante camino de grava. Recortando el último trecho divisáis la construcción, con modernos añadidos arquitectónicos para habilitarlo como vivienda y laboratorio pero sin eludir por ello a una buscada influencia Tudor.

Williams en persona os da la bienvenida cuando os acercáis a la puerta. Polton es un hombre alto y flaco, de los que suelen llevar gafas de búho, pajarita roja y chaqueda de tweed. No ha podido esquivar el paso de los años y lo encontráis considerablemente envejecido desde vuestro último encuentro. Su pelo, antaño negro y encanecido, es ahora blanco como la nieve, y círculos oscuros rodean sus cansados ojos. Pese a todo, parece contento y saluda a cada uno de vosotros con evidente exitación.

- ¡Vaya! - Dice Polton en voz alta y sin poder contener la alegría. - ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? No fue en el cotillón de hace tres años en casa de Wentworth, ¿verdad? - Añade, citando una divertida fiesta en casa de un amigo común que ocurrió, realmente, hace cinco años como poco. - ¡Pasad!

Polton Williams extiende su mano hacia el interior, una sala decorada con luz cálida y numerosos sillones de terciopelo carmesí. Una suave melodía suena de un gramófono en la esquina. No reconocéis el tema. Sentados en algunos sillones hay otras cuatro personas a las que a algunos de vosotros os suenan sus rasgos ligeramente en un primer vistazo: tres hombres, cuyas ropas y comportamiento evidencian un más que probable origen académico (uno con sobrepeso y poco pelo que tira nerviosamente de los puños de su chaqueta, otro que habla lentamente y se limpia las manos con un pañuelo que dobla y guarda en su bolsillo, y otro último con gafas circulares, escaso pelo hacia atrás y que salida con acento australiano), y una dama de edad vestida con ropa poco ostentosa, pero cara. Todos levantan una taza en señal de saludo, puesto que a Polton se le olvida por completo hacer las presentaciones y va de acá para allá preparándoos una infusión por la que ni siquiera os ha preguntado. En su actitud, reconocéis al Polton despistado de siempre.

En tu bolsillo guardas, doblada y en su sobre, la invitación a la presentación de hoy, enviada por David Fearn, el ayudante de Polton Williams, el cual es amigo de un colega tuyo al que hace un tiempo que no ves: Otto Vock, del Sanatorio Springhaven.

Reconoces entre los presentes con la copa alzada al investigador pionero en neurología Dr. Harold Binder. Es el hombre rechoncho y con poco pelo. También a Eulalie Finch, de los Finch de Nueva York. Una conocida filántropa y figura de la sociedad, la cual es conocida como donante generosa a las artes, las ciencias y las fundaciones educacionales.

Reconoces entre los presentes con la copa alzada al investigador pionero en neurología Dr. Harold Binder. Es el hombre rechoncho y con poco pelo. También está presente el Dr. Alfrek Sykes, candidato al Nobel por su trabajo en la síntesis de materiales radiactivos. Por último, al Dr. Robert Steber, descubridor de la radiación cósmica (es el tipo de las gafas circulares).

En lo referente a tu colega Polton Williams, como interesado de todo lo que concierne al mundo de la física, estás al corriente de que su reputación como pensador brillante y poco convencional es bien merecida. Además, dejó hace poco su puesto fijo fijo en la New York University tras ser presionado por sus compañeros para que restringiera sus investigaciones a campos de una utilidad práctica más evidente. Probablemente, fue cuando decidió montar su laboratorio privado. Debe andar buscando financiación continuamente y la comunidad científica se muere por saber en qué ha estado trabajando desde que se estableció por su cuenta.

Puedes gastar un 1 punto de Física para saber algo más sobre Polton.

Reconoces entre los presentes con la copa alzada al investigador pionero en neurología Dr. Harold Binder. Es el hombre rechoncho y con poco pelo. También está presente el Dr. Alfrek Sykes, candidato al Nobel por su trabajo en la síntesis de materiales radiactivos, que es el que saluda con voz pausada.

Hacía mucho tiempo que no veía a su viejo amigo Polton Williams y lo cierto es que, cuando el doctor Eric Stradholm recibió una invitación para asistir a una velada especial en su casa laboratorio sita en un faro alejado de The City, no pudo evitar sentir -como tantas veces atrás- el irresistible aguijón de la curiosidad espolearle con vehemencia.

Stradholm era un alienista de cierto renombre en Nueva York, su ciudad natal. Había publicado varios estudios tratando de enlazar fenómenos paranormales, aparentemente inexplicables desde un punto de vista racional, con la psique humana. En particular, casos de homicidios sin un patrón o modus operandi concreto. Su trabajo había sido advertido por la Oficina de Información y, en no pocas ocasiones, le ofrecían colaborar en el interrogatorio de ciertos criminales catalogados de perturbados mentales en lo que podría denominarse una simbiosis académica. La Oficina sacaba conclusiones con las que asegurarse la condena de los sospechosos -a veces declarados impunes por enajenación mental- y el propio Stradholm obtenía valiosa experiencia para sus estudios y publicaciones posteriores.

Si hubiera que definir a Stradholm en pocas palabras, posiblemente el inconformismo con el statu quo sería su característica más destacable. Incansable y polémico investigador, dotado de una voracidad por el saber aparentemente ilimitada, supo desde joven que debía rodearse de las mentes más inquietas de su entorno, lo que le llevó a conocer al que consideraba antaño un buen amigo, el físico Polton Williams. Un tipo tan brillante como despistado.

La curiosidad que movía a Eric Stradholm a aquella velada tan extraordinaria era doble: de un lado, le intrigaba el estado de salud de su amigo. Hacía más de cinco años que no le veía y en más de una ocasión se había preguntado qué habría sido de él. ¿Habría sufrido alguna patología grave que le había forzado a retirarse de sus investigaciones? Desde luego, este motivo bastaba por sí mismo para asistir aquella noche al faro.

Pero, de otro lado, había otro motivo casi tan relevante como el anterior: ¿Habría conseguido realizar algún avance en alguna obsesiva investigación personal y, hasta ahora, secreta? ¿Qué era ese "visor Y" al que hacía alusión la invitación? ¿A quiénes habría elegido para compartir el descubrimiento?

Preguntas y más preguntas. Y sólo había una manera de obtener respuesta.

* * * * *

El doctor Stradholm llegó puntual a la cita, sin olvidar su invitación y luciendo uno de sus mejores trajes de tres piezas negro. Aparcó su Ford B cerca de la torre y al bajar del automóvil contempló las vistas mientras se encendía un cigarrillo antes de ascender la serpenteante cuesta que llevaba al faro. A su juicio, la ubicación del laboratorio era tan singular como sorprendente. ¿Tendría algún motivo en sí misma? No lo sabía. Quizás indagase más tarde.

- ¡Vaya! - Dice Polton en voz alta y sin poder contener la alegría. - ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? No fue en el cotillón de hace tres años en casa de Wentworth, ¿verdad? - Añade, citando una divertida fiesta en casa de un amigo común que ocurrió, realmente, hace cinco años como poco. - ¡Pasad!

Stradholm sonrió mientras arrojaba al suelo la colilla aún humeante.

-¡Ven aquí, viejo zorro! ¡Ja, ja, jaaaaa!-, dijo mientras abrazaba a su amigo. -Veo que la percepción del tiempo sigue sin ser tu fuerte. Hace cinco años al menos que no nos vemos. Cinco. Aún recuerdo cuando te sacó a bailar esa chica... ¿Cómo se llamaba? ¿Daisy Palance? ¡Ja, ja! ¡Menudo granuja! Recuerdo que le pisaste un pie y te pusiste rojo como un tomate. Siempre sostuve que fue una astuta estrategia librarte de ella, ¡Ja, ja, ja! ¿Cómo estás? ¡Santo Dios! ¡Pareces mi abuelo! ¡Te han caído varios siglos encima! ¿Qué has hecho en todo este tiempo?-.

Polton no había perdido las viejas costumbres y el jazz que tanto gustaba a Stradholm resonaba en el interior de la entrada. Reconoció a algunos de los allí presentes, a los que saludó con ceremonia. No le pasó desapercibida la circunstancia de que Williams no había invitado a cualquiera, circunstancia que no pareció afectarle a la hora de sentirse cómodo rápidamente.

-Buenas noches, caballeros. Me alegro de verles-, dijo con cierta solemnidad académica mientras se ajustaba sus gafas. En ese instante se dio cuenta de que no tenía bebida que alzar. -¿Qué brebaje estás preparando ahí, Polton? No estarás destilando el whisky tú mismo, ¿no?-, dijo con un toque canallesco el alienista, algo incrédulo de que su viejo amigo estuviese repartiendo... infusiones. 

-Doctor Binder, ¿cómo se encuentra? ¿Sabe algo de la naturaleza de esta misteriosa invitación?-, inquirió Stradholm con su sonrisa de diablillo al tiempo que estrechaba la mano de aquella eminencia en el campo de la neurología. Una forma de romper el hielo como otra cualquiera.

La curiosa selección científica de Polton Williams hace pensar que, además de velada con amigos, espera una aceptación por paarte del mundo científico y académico de sea lo que sea que tenga que mostrar.

Binder va a ser un tipo duro de roer si Polton Williams tiene algo demasiado extravagante que mostrar. En su campo, detesta todo tipo de charlatanería médica y mantiene una cruzada para que se prohíba toda medicina tradicional no occidental. Por parte del Dr. Sykes, tenemos, quizá, la cara más amigable. Él y su bella y joven esposa Mildred colaboran en una serie de libros sobre ciencia para niños en los que aparece la alegre mascota Adam el Átomo.

Tras la última investigación en la que nos habíamos visto envueltos, una invitación a una demostración de lo-que-sea-eso-del-Y por parte del señor Williams aparenta ser una noche tranquila, con whisky de calidad y probablemente alguna timba de póker en la que sacarnos los cuartos los unos a los otros. No es un mal plan. Es justo lo que necesitamos el profesor Brush y yo para sacarnos ese regusto amargo del caso del señor Bright. No acabó mal para nosotros, pero tampoco bien. Lo que me sorprende es que Irina también esté invitada. Normalmente, las veces en que he sido invitado por Williams suele ser noche de póker, cigarros y whisky del caro, vamos, lo que se suele llamar Noche de Caballeros. No es que yo sea un caballero realmente, pero son tiempos modernos, esas cosas ya no son tan importantes. Y Williams es un tipo de mente abierta, siempre le ha gustado frecuentar gente de todas las ramas, casi tanto como una buena partida de póker con apuestas altas.

-¿Cómo ha ido el descanso, profesor Brush? ¿Irina?- saludo a mis dos compañeros de aventuras, antes de llegar a la puerta de entrada del edificio del faro. ¿Me sorprende la elección del sitio por parte de Williams? Pues no mucho, sinceramente. Lo raro sería que fuera en una de esas casas adosadas de Brooklyn, eso sí sería chocante de verdad.

Cuando sale Williams a recibirnos parece un cachorrillo sobre-excitado. Debe ser algo increíble o muy inútil y brillante lo que quiere enseñarnos, desde luego.

-De eso hace mucho, viejo amigo. Pero la vida no te ha tratado mal, ¡pareces en plena forma! - respondo, de forma amistosa y abierta. Paso cuando nos cede la entrada al edificio.

-Pero, ¿dónde están mis modales? - sonriendo anchamente y guiñándole un ojo a Irina, le ofrezco mi brazo para entrar como una señorona de bien.

-Bonita decoración- hago un gesto de asentimiento. El sitio está bastante bien para ser un viejo faro abandonado. Mientras escucho de fondo la voz maravillosa de Bessie Smith y los ritmos del piano, me dedico a observar y calibrar a los demás invitados.

-No está mal. Gente interesante la que ha reunido…- les digo en voz baja a Irina y al profesor Brush y les señalo con la mirada hacia el señor rechoncho con claros problemas de calvicie- Doctor Binder. Y…- desvío mi mirada hacia la otra mujer presente en la sala- la señorita Finch, conocida filántropa y mecenas. Al que no conozco es al tipo que ha entrado antes que nosotros, el de las gafas y el pelo repeinado- finalizo mi inspección de los demás.

-¿Una copa, amigos?- sonrío algo torcidamente. Esas tazas de té son claramente Long Island Tea, o sea, whisky del bueno, que pronto nuestro anfitrión va a poner entre nuestras manos.

-Desde luego, va a ser una noche interesante…

Binder y el Dr. Sykes se levantan y acercan para dar un saludo personal a Eric Stradholm en forma de apretón de manos y un ligero contacto en el antebrazo.

- ¿Cómo van las perturbaciones mentales? - Lanza Binder en forma de pregunta retórica, sin esperar respuesta alguna más allá de sonsacar una sonrisa al alienista. - Espero que las mantenga a raya. Supongo que bien si no lee la prensa a menudo.

El Dr. Sykes rememora, en cambio, unas jornadas universitarias multidisciplinares en las que coincidieron e hicieron buenas migas.

Con apenas un par de sorbos a las bebidas que Polton os pone en las manos, aparece Ellen, la joven esposa de Williams, con una bandeja de canapés variados y para dirigiros hacia un improvisado bar de cócteles sito en una sala contigua decorada de la misma manera que la anterior. Allí, Polton Williams hace las presentaciones necesarias e intercambia conversaciones con todos, aunque discretamente se niega a adelantar nada de su Visor-Y.

- Todo a su momento. - Repite una y otra vez moviendo las palmas de las manos arriba y abajo. - Todo a su momento.

La Sra. Finch, a pesar de una primera imagen de mujer algo estirada y clasista, parece cercana y se acerca a Irina para entablar conversación. El resto de los caballeros se sienten interesados por los trabajos del Prof. Brush y los hallazgos en lugares exóticos del Sr. Currie, del cual han leído algún que otro artículo. Su fama le precede.

Poco a poco, los canapés y los cócteles hacen más distendido el ambiente, al mismo tiempo que Polton Williams evidencia algo de nerviosismo, consciente de que llega el momento.

Era siempre un placer compartir momentos en buena compañía, y al parecer mis viejos amigos y yo fuimos invitados a un extraño lugar de reunión, que me encantó comprobar que, aunque modernizado y habilitado como vivienda, mantenía aún su melancólica esencia de faro.

-¡Un placer encontrarnos de nuevo! -saludé afectuosamente a mis amigos. Me dirigí también al anfitrión y a los invitados, como era de esperar-. ¡Polton, amigo! Ardo en deseos de que nos pongamos al día en hallazgos, pues la física avanza a cada segundo. Y veo por aquí a más colegas conocidos... ¡Auguro una jornada más que interesante!

Quizás los debates de gente científica aburriesen a más de uno, pero no era mi caso. Estaba seguro de poder entablar apasionantes conversaciones sobre ciencia. Leroy reconoció a algunos, y yo le comenté sobre otros invitados que a mí me eran familiares.

-Yo conozco al que tiene la copa alzada, es el investigador pionero en neurología Dr. Harold Binder. Es el hombre rechoncho y con poco pelo. También está presente el Dr. Alfrek Sykes, candidato al Nobel por su trabajo en la síntesis de materiales radiactivos. Y al Dr. Robert Steber, descubridor de la radiación cósmica, es el tipo de las gafas circulares. ¡Sin duda la velada promete!

Stradholm reía abiertamente mientras saludaba a unos y a otros, intercambiando bromas y anécdotas divertidas. El alienista sabía hacerse un hueco en todo tipo de reuniones sociales, pero bajo sus facciones risueñas y en apariencia amables se escondía un especialista en diseminar y analizar el comportamiento humano. Durante su conversación, el doctor Binder le resultó más afable de lo que las habladurías sugerían, pero su presencia allí en buena medida podría justificar los nervios de Polton.

Harold Binder tenía fama de escéptico. De conservador, incluso. Un hombre de ciencia difícil de impresionar. Su campo era la neurología, en el que era considerado una eminencia. ¿Qué vendría a conectar a un físico como Polton Williams con un neurólogo como Binder? Interesante cuestión para un alma inquieta de conocimiento, como era el doctor Eric Stradholm.

¿Acaso querría su viejo amigo demostrar algo al mundo de la ciencia? ¿Algo grande? ¿Incluso trascendental?

Pronto lo averiguaría.

Al ver aparecer a Ellen Finch, salió de su ensimismamiento por un breve momento y como acto reflejo se ajustó sus gafas en lo que era un bien controlado tic nervioso. Estaba radiante. Siempre lo estuvo. Tomó un canapé de la bandeja cuando se lo ofreció y le dedicó su sonrisa más zalamera.

-Ellen. Me alegro de volver a verte. ¿Cómo estás?-.

La pregunta murió en la orilla, sin respuesta. Una joven de facciones del este de Europa (*) hizo acto de presencia, salida de ninguna parte, y captó la atención de Ellen. Al fin y al cabo, aquello era una reunión de caballeros en su mayor parte y era labor de la anfitriona proteger a la invitada. Para disimular su fastidio por la interrupción, el doctor Stradholm dio un sorbo a su copa y chasqueó la lengua. Decidió proseguir su recorrido por el salón hasta darse de bruces con un tipo alto y fornido que le resultó familiar, aunque no supo por qué exactamente.

-Disculpe, amigo. Creo que no nos han presentado... Stradholm. Eric Stradholm-. Ofreció su mano al que más tarde iba a reconocer como Leroy Currie, el truhan de la fiesta de Año Nuevo de hace cinco años. -Oiga, ¿nos conocemos de algo? Su cara me resulta muy familiar, como si le hubiese visto en alguna parte; pero no sabría decir dónde... Aún-. Se dio un ligero toque en la montura de sus gafas para ajustárselas. La mirada del alienista era penetrante. Su sonrisa, afilada y encantadora. -Si no es indiscreción, ¿de qué conoce usted al bueno de Polton?

El Dr. Robert Steber es un tipo atípico. Siempre que viaja a la costa de Florida, donde acostumbra a ir a pescar marlines, vuelve con ideas nuevas. Dice que el tiempo que pasa pescando le ayuda a desentrañar la naturaleza física del universo.

Acepto la bienvenida de nuestro anfitrión con el rostro iluminado por la ilusión. Me gustan las fiestas y las sorpresas como aquella. 

- ¿Qué nos tendrá preparado para haber reunido aquí a tanta gente distinguida? 

También se me ve feliz por volver a ver a mis compañeros de aventuras. Eran como de mi propia sangre, pues tanto tiempo investigando juntos y tantas veces sobrevivir a lo que averiguábamos era como para unir a las personas en vínculos más fuertes que las de los gemelos.

- He pasado un tiempo muy... ordinario. -  Al contrario de lo que podría parecerle a la gente común, Leroy y Ezekiel entendían la importancia de aquello: nada extraño, nada paranormal, nada peligroso. Tranquilidad absoluta. - Esperemos que siga así.

Cogida del brazo de Leroy, entré y observé la estancia y a los invitados, llamándome entre ellos la atención uno que saludaba y hablaba con Williams como si de viejos amigos se tratara.

- Vaya, un hombre apuesto. ¿De dónde habrá salido? - pensé al verle. Me dio la sensación de ser un hombre atractivo e inteligente, al menos como primera impresión. - Otro profesor, probablemente. Quizá doctor.

El vistazo no duró mucho, pues Ellen se acercó a mí y yo solté el brazo de Leroy para saludarla con efusividad.