Partida Rol por web

Polton no logra evitar que su mecenas y el mundo científico allí representado suban por la escalera y se marchen por la puerta. David Fearn suelta sus herramientas, dando por hecho que la velada ha finalizado, y un abatido Polton Williams se acerca al grupo e, ignorando los comentarios de sorpresa de los investigadores, os empuja a marcharos.

- No sé cómo... - Dice, rascándose la nuca. - Creo que será mejor que os marchéis. Tengo mucho trabajo por delante - añade, mirando a la máquina -. Ajustar gastos, rehacer el diseño, afinar algunos cálculos... Se acercan días duros.

Al fondo, David Fearn se limpia las manos y se sienta en una butaca y cruza una mirada de decepción con vuestro anfitrión. Por la escalera de caracol baja Ellen, algo confundida.

- ¿Qué ha ocurrido, cariño? He visto salir a la Sra. Finch lanzando comentarios horribles.

Polton Williams se acerca a ella y se refugia en sus brazos. Su estado de ánimo parece genuinamente por los suelos.

- Ellen, cariño... No ha funcionado como esperaba. Tengo mucho que hacer. Por favor, prepara la maleta del Sr. Fearn. Le daré unos días de vacaciones hasta que tenga un nuevo diseño. - Ahora, dirigiéndose a los investigadores. - Me siento muy avergonzado. Haceros venir hasta aqui... Espero que me perdonéis. Os aseguro que lograré tener éxito y seréis de los primeros en comtemplar el próximo cambio de paradigma de la ciencia.

Eric logró tranquilizarse gracias al lingotazo y aunque tuvo unas inconfesables ganas de soltarle un zapatazo a traición a Currie, supo mantener la compostura. Se tomó una copa más pero de modo relajado, resignado a intentar entender qué había pasado, más allá de lo decepcionante que se había tornado la noche para todos los presentes.

-Bien, creo que lo mejor será marcharnos, dada la situación. Polton, viejo amigo, creo que no recuerdo una velada más desastrosa en años; pero, pensándolo bien...-. Stradholm sonrió con su característico sarcasmo. -La próxima sólo puede mejorar. 

Estrechó la mano al abatido científico y besó la de su esposa, Ellen.

-Ánimo, querido amigo. Podemos caer, pero es nuestra obligación levantarnos. Resurgirás con más fuerza, no tengo ninguna duda. Ellen, querida, estás fantástica, como siempre. Me alegro de veros. Buenas noches.

Tomó su abrigo y su sombrero de ala ancha, lanzó una mirada a aquel singular trío y dedicó un saludo cordial antes de calarse el sombrero en la testa.

-Es innegable que para ser la primera vez que nos conocemos, ha sido una velada inolvidable. Deseo que la próxima vez que nos veamos sea en mejores circunstancias. Y a ser posible, con el estómago más asentado... Ahem. Caballeros. Señorita-. Miró sus zapatos por acto reflejo y en su rostro hizo ademán de aparecer una mueca de disgusto. Terminó suspirando mientras abría la puerta del faro. -Que tengan buenas noches.

Tras despedirme con algo de pesar de Ellen, y abandoné la vivienda junto a mis viejos amigos, dispuesta a pasar un poco más de tiempo con ellos si no tenían otros asuntos, y hablar sobre lo que allí había ocurrido. Fue entonces cuando me fijé en el doctor y en su intención de marcharse.

- Doctor... ¿Stormhold? Stradholm, perdón. Si tiene usted un momento, me gustaría que compartiera con nosotros su opinión sobre lo ocurrido...

Eric se giró hacia la rusa tras dar un par de pasos por el empedrado que conducía a su automóvil.

-¿Mi opinión, dice? Pues verá, señorita Krushenko... ¿Era Krushenko? ¡Oh! ¡Krilov! ¡Eso es! Perdóneme, tengo una memoria condenadamente selectiva para los nombres. Normalmente diría que la falta de sueño a la que me tienen sometido en la Universidad y en la Oficina de Información (*) combinada con mi imaginación galopante me han jugado una mala pasada; pero luego elevo la duda a una cuestión puramente estadística... ¿Cómo es que todos nosotros hemos visto exactamente lo mismo?

El doctor Stradholm se frotó el entrecejo. Era muy evidente que estaba exhausto tras la experiencia con el visor Y.

-Dudo que veamos la versión final del experimento pronto. La señora Feirn no parecía demasiado contenta. Y Binder... Diablos, parecía estar disfrutando. Siempre he dicho que los que diseccionan cerebros tienen un pérfido sentido del humor...-. Se detuvo un instante, alzó un dedo y adoptó una mueca a medio camino entre traviesa y maliciosa. -Oh, esperen un momento... Creo que eso me afecta personalmente.

Dejó escapar una risa de agotamiento y se ajustó sus gafas en lo que parecía un tic largamente ensayado.

-Con todo, ha sido una velada interesante. ¿Disponen de transporte? Puedo acercarles al centro si lo desean-, ofreció sacando con un elegante gesto las llaves de su coche.

Aún sigo algo mareado cuando Polton decide “echarnos” educadamente de su casa-faro. Me encojo de hombros a modo de disculpa cuando el alienista me mira con reproche por el “accidente” de sus zapatos. Me da que está más dolido por eso que por la bofetada que le he dado ante su reacción de mujerzuela histérica…

Me dirijo hacia la entrada con mi amigo Brush al lado. No me preocupa mucho las posibles salpicaduras en mi único traje elegante, no es como si fuera a necesitarlo en breves. Soy un tipo más de vestiduras cómodas y prácticas y no tanto de chaqué. Me sorprende que Irina reclame la atención del tipo al que le he vomitado los zapatos y le intente retener. Dudo que pueda aportar nada a lo que… acabamos de ver. Era simplemente demencial.

-La Señora Finch, como toda buena mecenas, es igual de voluble que una bandada de gansos, me temo. Polton tendrá que buscar como rascar en otros bolsillos- respondo, algo mejor al sentir el aire fresco nocturno.

-Feirn, el maquinista, en cambio, me parece un tipo interesante con el que hablar, ¿no cree profesor Brush?- le guiño un ojo cómplice. Como buen arqueólogo, soy curioso como un gato. Me palpo la chaqueta y los bolsillos del pantalón.

-Fíjate tú, que creo que me he debido dejar la cartera por algún lado ahí dentro. Que descuidado soy…- y retorno al interior de la casa, con la intención de ver si puedo tener una conversación breve con el tal Feirn. Porque lo que hemos visto esta noche no tiene nada de normal y menos de “nuevo paradigma científico”.

Polton deja pasar a Leroy, suponiendo que éste se ha dejado su billetera o cualquier otro olvido. Feirn está apoyado en la pared, junto al Visor-Y, fumando un cigarrillo.

-Creo que podría decir que ha sido la velada más extraña que hemos tenido en años, pero recordemos que raras han sido unas cuantas... Aún me dura el shock.

Recordar ese extraño suceso me iba a dejar varias noches desvelado, estaba seguro de ello. Mi curiosidad se hallaba también afectada, hasta el punto de querer saber qué había ocurrido y qué era eso que vimos.

-Me encantaría poder hablar con Polton, sin duda -expresé en voz alta mis pensamientos- , ojalá podamos hacerlo. Quizás si intentamos entrar de nuevo, ahora que no hay invitados... ¿qué pensáis?

En ese momento Leroy entra de nuevo, y su ingenio me saca de mis ensoñaciones. Qué excusa más buena... me di una palmada mental en la cabeza.

-¡Espera, Leroy! ¡Te acompaño!

Desde luego, el arqueólogo vomitador tenía nociones más bien limitadas en materia de protocolo, a juicio de Stradholm.

-Bueno, dama y caballeros, suerte recuperando el... Ahem, monedero. Creo que yo me marcharé. No creo procedente incordiar más a Polton. Le he encontrado algo alicaído y fatigado. Creo que le telefonearé mañana. Celebro conocerles-. 

Tras decir aquello, miró sus zapatos y devolvió una ojeada entornada a Leroy.

Currieeeee...

Acto seguido descubrió la testa para despedirse de la señorita Tachenko o como diablos se llamase, entendiendo declinada su oferta de transporte. Arrancó su automóvil y puso rumbo al centro sintonizando alguna emisora que arrojase música para hacerle olvidar la desastrosa velada que había pasado.

Al día siguiente.

La pasada noche, la demostración del Visor Y había sido un fracaso total que se había cobrado un buen par de zapatos, quizás los favoritos de Eric Stradholm. Con todo, el doctor se levantó con ánimo y encaminó sus pasos hacia la Universidad tras un frugal desayuno compuesto por un par de tostadas y un café solo para entonarse. Esa mañana lucía un traje de tres piezas gris y tenía en mente dar un par de clases sobre las teorías de la revelación de la medicina del comportamiento, el doctor Sigmund Freud. "Eros y Tánatos", se titulaba su ponencia.

Acto seguido, comería con alguno de sus colegas en lo que él denominaba almuerzos del claustro docente para intercambiar impresiones generales sobre el imparable avance y prometedor futuro de su disciplina de conocimiento. Quizás se animase a detallar alguna particularidad sobre la entrañable -léase irónicamente- velada de su buen amigo Polton y sus presagios sobre el Visor Y. Desde luego, llamaría a Polton a media tarde para comprobar su estado anímico. Haría lo propio con Fearn.

En su agenda, la noche tenía un hueco especial: visitaría algún club de jazz y trataría de compensar así el desastre de ayer con un buen bourbon.

Si tenía hueco, se compraría unos zapatos nuevos.

Y si veía una tienda de magia negra, pagaría por maldecir a Leroy Currie.

No estaba dispuesta a marcharme y dejar allí a mis dos amigos, así que tras aceptar la despedida del doctor, entré en la casa tras Ezekiel.

Oigo a mis espaldas como mi buen amigo Brush me llama para entrar él también en el edificio. Esto ya no es una fiesta, es un cartel enorme publicitario anunciando PELIGRO en letras mayúsculas de 3 metros de alto. No voy a esperar a que nos estalle en la cara y empiecen a llover cadáveres a nuestro alrededor, como en el último “caso”. Acabaremos siendo los detectives de lo oculto, a este paso…

-Lo siento, creo que se me ha debido caer la cartera por alguna parte… Arqueólogos, ¿verdad?- bromeo y suelto una risotada amplia e intencionada. Disimulo, haciendo ver que busco por el suelo mi cartera para ir acercándome poco a poco donde está la máquina y el señor Feirn, el “maquinista”.

La situación parece hablar por sí sola, y el fracaso de la máquina es evidente. Feirn apaga su cigarrillo en un cenicero de cristal que tiene junto a él y se pasa la mano por la cara tras exhalar la última bocanada. También parece desanimado y no reúne fuerzas ni para devolveros la mirada ni articular despedida alguna. Las palmas de las manos de Polton se posan en vuestras espaldas y con un suave aunque firme empujón hacia la salida, añade: - ¿Tienes ya tu cartera, Leroy? Espero que otro día salgan mejor las cosas. Será mejor que os marchéis.

Por detrás, Feirn abandona la sala escaleras arriba y Polton "os invita a salir" sacando de un bolsillo un manojo de llaves para cerrar la puerta y dar por terminada la jornada.

El día ha discurrido como una sucesión de una rutina tras otra sin nada reseñable, sin embargo, cuando cae la noche y te dispones a dormir en tu dormitorio, eres consciente de que algo ha estado dando vueltas en tu cabeza. Como una semilla que comienza a germinar o un concepto que empieza a cristalizar. No puedes obtener ninguna conclusión más allá de que eso que te ha perseguido todo el día es como una mirada furtiva que te ha seguido a cada paso que has dado hoy, y resignado, cierras los ojos y duermes.

Pasas una noche agitada y plagada de sueños, de los que recuerdas breves fragmentos entre los que de una manera u otra, aparece el cubo de cinco lados y las formas de aspecto bacteriano. También recuerdas la ponencia acerca de la medicina del comportamiento y cómo se abordaba el tema el la conciencia, en concreto, cómo percibe la conciencia las cosas que le rodean. Freud, en tu sueño, pone un ejemplo:

- ... Si tratamos de reducirnos a la percepción pura de una cosa, digamos un cubo, decimos "ahora sólo vemos un lado del cubo". Pero esto significa que lo percibimos en su horizonte, precisamente como lado del cubo. No vemos sólo un lado del cubo, sino el cubo de un lado...

Luego, Freud pone de ejemplo litografías de unos lienzos del artista en alza llamado Pablo Picasso, donde "... pequeñas figuras emergían en forma de cubos desde múltiples lados, como si vinieran de otro sitio o estuvieran en otra parte...".