Partida Rol por web

Ellen se une junto a Irina y la Sra. Finch en una conversación a tres junto a una mesa auxiliar donde un bordeaux blanc en una cubitera repleta de hielo hace que los temas fluyan continuamente. No pasa desapercibido para nadie que la Srta. Krilov no pierde de vista a sus colegas y personas de confianza allí, Leroy y el profesor. Por otro lado, los hombres cruzan comentarios y se sitúan involuntariamente alrededor de Ponton Williams. Nadie puede disimular su curiosidad y ganas de que revele aquello que tenga que revelar.

Polton se hace de rogar, por supuesto. He de reconocer que tiene un gran sentido del stage.

-Ah… Steber, el científico que me faltaba por reconocer- sonrío amistosa y agradecidamente a mi compañero y amigo, el profesor Brush. Consigo hacerme finalmente con una de esas tazas de “té” y darle un buen trago. En estas que llega el desconocido del pelo relamido y se presenta como Eric Stradholm.

-Es posible…- contesto, algo pagado de mí mismo –Soy Leroy Currie. Arqueólogo y paleontólogo.  Tal vez haya visto mi cara en algún periodicucho- sonrío, de nuevo –Este señor de aquí es mi buen amigo, el profesor Ezequiel Brush- presento a mi compañero y voy a presentar a Irina, pero la señora de la casa se la lleva, tal cual.

-Y ese huracán de precioso acento es Ia señorita Irina Krilov.

Me quedo mirando un momento al tal Stradholm.

-Damos clases en la misma universidad y frecuentamos los mismos vicios- paso un dedo por la punta de la nariz dos veces.

-Y usted… señor Stradholm? ¿A qué se dedica?

Polton Williams consulta su reloj y apura su copa. Parece que se acerca el momento.

-Es posible…- contesto, algo pagado de mí mismo –Soy Leroy Currie. Arqueólogo y paleontólogo.  Tal vez haya visto mi cara en algún periodicucho- sonrío, de nuevo –Este señor de aquí es mi buen amigo, el profesor Ezequiel Brush- presento a mi compañero y voy a presentar a Irina, pero la señora de la casa se la lleva, tal cual.

-Y ese huracán de precioso acento es Ia señorita Irina Krilov.

El alienista sonrió con la llama de la astucia brillando en sus ojos.

-Arqueólogo y paleontólogo. Buena combinación, señor Currie. Muy buena combinación. A mí también me gustan los dinosaurios, ¿sabe? Aunque dejémoslo en la categoría de afición inconfesable-. Stradholm guiñó el ojo a Currie sin que la afilada sonrisa abandonase su rostro. -Seguro que tiene unas cuantas anécdotas que vale la pena escuchar, señor Currie.

Al introducirle al profesor Brush, Stradholm tendió la mano con firmeza al académico. En él era un acto reflejo el respeto a las formalidades sociales.

-Encantado de conocerle, profesor. Tengo buenas referencias de usted. ¡Ah, entiendo! ¿Esa dama es amiga suya también?-. El doctor se ajustó las gafas desviando la mirada hasta la desconocida de evidente acento extranjero. -¿Rusa, dice? Caramba, las amistades de Polton nunca dejarán de sorprenderme... ¡Hace amigos en todas partes!-, comentó mientras volvía a centrar su atención en Currie y en el profesor Brush. 

¿Cómo habrá conocido Polton a una rusa?-, pensó con sarcasmo. -Pooooooooltonnn... Viejo zorro... ¡Siempre te gustó la tierra de los Zares!

-Y usted… señor Stradholm? ¿A qué se dedica?

-Trato de entender la mente humana. Una empresa emocionante en estos tiempos. Ya ve, me van los retos-, replicó restando importancia a su pasión antes de dar un sorbo al mejunje que les había ofrecido Polton catalogándolo -sin duda con corrosiva ironía- como "té". -Actualmente estoy estudiando y traduciendo textos de dos innovadores alemanes en el campo del psicoanálisis. Mis alumnos se lo pasan bien conmigo en la Universidad, no voy a mentirles-.

Stradholm parecía un tipo algo excéntrico y muy extrovertido, así que no sería demasiado suponer que su forma de abordar el concepto "lección magistral" fuese, en cierto sentido, innovador. Por lo demás, al alto y espigado alienista parecía picarle la curiosidad por el evento de Polton Williams.

-Nuestro anfitrión mira nervioso el reloj. Creo que se avecina una revelación, caballeros. Y mucho me temo que pueda tener que ver con la naturaleza este brebaje que nos ha dado a probar...-, comentó con aire jocoso.

- Espero que hayáis disfrutado del cóctel - anuncia en tono desenfadado y voz alta Williams -, pero ha llegado la hora que todos estábamos esperando. Os ruego que me sigáis abajo.

Polton Williams se encamina hacia unas escaleras de caracol descendentes que dan a un subsótano que parece construido en una reforma posterior a la construcción del faro. Su diseño es austero: paredes de hormigón, frío y sin ninguna comodidad. A simple vista parece un amplio laboratorio de trabajo de Polton Williams, con quince metros de largo por seis metros de ancho. En un extremo de la sala hay una batería de equipamiento electrónico de la que el componente central es un gran dispositivo que parece un proyector de películas industrial aparatoso y pesado. Por allí trabaja duro un ayudante al que no veis del todo bien, calibrando engranajes y engrasando pistones. El ayudante saluda con la mano a Eric Stradholm y vuelve al trabajo rápidamente.

Todos los asistentes deslizan sus miradas por tan curioso lugar subterráneo mientras Polton Williams limpia su garganta y habla:

- Disculpadme, pero he preparado unos pocos comentarios iniciales.

Polton Williams se coloca entre la máquina del fondo y vosotros, se saca unas tarjetas de un bolsillo del interior de su chaqueta y, con voz entrecortada al principio pero cogiendo soltura poco a poco cuando el entusiasmo va superando al nerviosismo, lee de manera pomposa:

- Amigos, colegas, benefactores... Les doy las gracias por el apoyo que me otorgan con su presencia aquí esta noche. Confío en que lo que estoy a punto de enseñarles recompense la decisión de aventurarse desde la comodidad de sus hogares hasta mi distante laboratorio.

>> Desde el amanecer de la humanidad, nos hemos preguntado qué hay al otro lado. Incluso antes de que existiera la palabra escrita para registrar el pensamiento, el hombre ha creído en la existencia de mundos adicionales más allá del nuestro. Nuestros nombres para ellos han sido variados: la imaginación del hombre ha cartografiado muchos cielos e infiernos, limbos, purgatorios y tierras del sueño.

>> Esta noche, están a punto de asomarse a otro mundo. Pero esto no será una invención de la imaginación. Estoy a punto de mostrarles... la Dimensión Y.

>> Basándome en el gran trabajo de los doctores Sykes, Binder y Steber, he medido la expulsión de radiación del cerebro humano, lo que yo llamo Rayo-Y. Más aún, he descubierto que los Rayos-Y que emitimos persisten a nuestro alrededor, formando un campo de energía, un Campo-Y, si les parece. Como las ondas que surgen cuando lanzamos una piedra a un estanque, nuestros pensamientos, sueños, esperanzas y recuerdos siguen vivos en la hasta ahora invisible sustancia del Campo-Y. Juntos, estos elementos forman, tras las tres dimensiones espaciales, y la cuarta temporal, una quinta dimensión: la Dimensión Y.

>> Llamo Semirrealidad a la Dimensión Y porque, aunque existe de un modo concreto y puede, con la ayuda de este dispositivo, ser medida y observada, es un simple reflejo de lo que ocurre en ésta, nuestro mundo, y en nuestras mentes. Son las ondas; nosotros somos la piedra y el agua.

>> Este dispositivo, el Visor-Y, es incalculablemente prometedor. Con él, los alienistas pueden contemplar los sueños de sus pacientes. La policía puede ver los recuerdos de las víctimas de los crímenes. Un científico puede irse a la cama por la noche, conceptualizando la solución a un problema de física, y despertar a la mañana siguiente para ver sus pensamientos unidos, gracias al Visor-Y. Los historiadores pueden localizar los recuerdos de los que llevan largo tiempo muertos, asomándose a un reflejo del mundo visto por Napoleón, Juana de Arco o los discípulos de Cristo.

>> Por supuesto, estas aplicaciones requerirán de considerables mejoras en los mecanismos del Visor-Y, tarea que llevará muchos años de esfuerzo, con la financiación concomitante que esto implica. - Aquí, Polton mira significativamente a la Sra. Finch.

>> Hasta entonces, no podemos predecir lo que veremos cuando nos asomemos esta noche a esta Semirrealidad. Únicamente que contemplaremos ¡la Dimensión Y!

Al final de su charla, Williams hace una señal a su ayudante, que tira de una palanca para activar la máquina sin apenas tiempo entre la orden y su ejecución. Con un ruido metálico, el dispositivo ruge y empieza a funcionar. Los engranajes giran y los pistones traquetean. Arcos de electricidad ascienden entre parejas de antenas expuestas.

El ayudante que te saluda es David Fearn, quien te hizo llegar la invitación para hoy.

Percibes que Ellen no os ha acompañado abajo. Como buena esposa, debe haberse quedado recogiendo los restos del cóctel previo.

Había una forma infalible de saber que el doctor Eric Stradholm estaba interesado en algo en particular. Se trataba de un gesto inconsciente, la forma en la que cruzaba los brazos y llevaba la mano derecha al mentón, pasándose el pulgar por el labio inferior o su largo índice por la punta de su nariz.

El discurso de Polton había hecho que Stradholm adoptase ese gesto tan característico suyo mientras entornaba la mirada con una creciente curiosidad acompasada al discurso entusiasta del científico.

-Una lente para observar la mente y los sueños... ¡Fascinante!-, pensó el alienista con un inconfesable deseo de comprobar el funcionamiento del denominado Visor Y.

Lo cierto es que las aplicaciones prácticas de la invención que relataba Polton eran prácticamente inabarcables. También que, de ser cierto todo lo que auguraba, el Visor Y atraería a buen seguro miradas escépticas y codiciosas por igual. Era, desde luego, un bombazo científico que podría cambiar el futuro de la humanidad. ¡Y el siglo XX estaba tan sólo comenzando!

Stradholm captó la sutil referencia a la señora Finch y sus ojos glaucos se dirigieron con interés al doctor Binder. ¿Cómo reaccionaría el neurólogo ante la fantástica revelación de Polton?

-Desde luego, el muchacho sabe ganarse la atención de su público-, comentó con cierta sorna para rebajar un poco la solemnidad que estaba cobrando el evento. -Algo me dice que esto se va a poner interesante...-, profetizó tratando de imaginar qué iban a descubrir al otro lado.

No iba a reconocerlo, pero estaba algo nervioso.

-Dimensión Y, allá vamos-, pensó mientras se percataba de que el ayudante de Polton, el tipo que agitaba la mano para saludarle, era David Fearn, el que le había mandado la invitación. Correspondió con un saludo al estilo aviador y su habitual sonrisa vulpina. Ya hablaría con él más tarde. Quizás desde otra dimensión.

Escucho atentamente el discurso de Williams mientras observo la maquinaria que están poniendo en marcha. Cuando habla de dimensión-reflejo y “ver los recuerdos de los muertos”, cruzo una mirada de inquietud y alerta con mi amigo el profesor Brush. Por alguna extraña razón, se me están poniendo los pelos de punta. ¿Quizás porqué me recuerda esa descripción en “algo” al espejo que encontramos en Shanghay? Tal vez.

-Esperemos que no demasiado interesante…- respondo en voz baja al comentario del alienista. Probablemente, sólo veremos explosiones y poco más, pero no puedo dejar de tener esa desazón en la boca del estómago… Me bebo de un trago lo que queda del whisky de mi taza de té, para calmar mis nervios. ¡Jez, con lo que yo he sido!

Una luz espectral surge de su ciclópea lente central. Cegadora luz estroboscópica llena el húmedo sótano. En ese momento podéis ver algo que se forma en el aire frente a vosotros. Es como la proyección de una película, pero parece tener profundidad, aunque no sustancia. Al principio apreciáis extrañas formas biológicas similares a bacterias retorciéndose en una placa de Petri de microscopio, pero en un espacio tridimensional. Luego aparece otra forma: un cubo brillante y bello.

Entonces, todos notáis que algo sucede. Hay algo erróneo en el cubo. Tiene cinco caras.

Su geometría imposible resulta desestabilizadora para el sentido de la orientación a un nivel profundo e intrínseco. Os produce un malestar primario y la sensación de que la realidad en la que vivís no son más que arenas movedizas.

No puedo por menos que fruncir el ceño ante lo que estaba ocurriendo. Primero las palabras de Williams, que ya me dieron resquemor. Que citase el trabajo de esos colegas para dar mayor credibilidad al suyo me dio mala espina... pero el surgimiento de esas antenas entre los invitados me pareció ya del todo una encerrona.

Leroy me miró, y yo a él, alertado por lo que pudiera pasar. Salir corriendo no nos llevaría muy lejos, y mi curiosidad ahora era enorme. Ese cubo parecía vigilarnos, y según Williams quizás fuese esa máquina de la que habló.

-Creo... ¡creo que estamos a punto de ser sus conejillos de indias! -les dije a mis amigos.

El doctor Stradholm se quitó las gafas como acto reflejo ante la visión de aquella figura imposible.

-San-santo Dios... ¿Acaso e-es e-e-eso posible-e-eeeeeee...?

Una de dos: o había vivido engañado toda su juventud por la negligencia en la escuela de un profesor de geometría incompetente, o debía visitar de urgencia a su oculista.

Escuchó la inquietante declaración del profesor Brush y sus ojos se abrieron de par en par mientras recordaba el extraño amargor que había detectado en la bebida que le había ofrecido Polton.

-¡Co-co-con razón sabía a rayos!-, exclamó notando el sudor manar incontrolable por sus sienes. ¿Acaso les había dado algún tipo de psicotrópico? No, no podía ser. Estaba entrando en modo Paranodholm, un paranoico recalcitrante al que no deseaba despertar en mitad de aquella reunión elitista de alta sociedad con un buen puñado de eruditos y...

Y una modelo rusa. O algo así.

-Polton, malnacido hijo de perra... ¿¡Qué estás tramando!? Uf, uf, uf... Calma, Eric, calma... Controla tus impulsos paranoicos. La vista te ha jugado una mala pasada. ¡No existen los cubos de cinco caras! ¡Lo sabes de sobra! ¿Sabes lo que necesitas? ¿Eh? ¿Lo sabes? ¡Necesitas un buen lingotazo de bourbon!-, pensó enjugándose el sudor con el pañuelo que llevaba en el bolsillo de su chaqueta mientras evadía la mirada de aquella afrenta a la geometría tradicional. Necesitaba algún calmante para relajar la subida de tensión arterial que estaba experimentando.

-¿¡Dónde está el bourbon!? Ah... Ah... ¿¡PERO POR QUÉ NO HAY BOURBON!? Ah... Ah... ¿¡EN QUÉ HOGAR AMERICANO DE BIEN NO HAY BOURBON!? ¡SI YA NO TENEMOS LA LEY SECA! Ah... Ah...-, se dijo mientras miraba a un lado y a otro, estupefacto al no encontrar un copazo para calmar los nervios. De repente, tuvo un escalofrío. -¡¿ES QUE EN ESTA CASA HAN VUELTO A LA PROHIBICIÓN!?

Primero me quedo cegado por aquella luz extraña emitida por aquel cacharro de Polton. Luego, llega el derrame cerebral.

-Porqué tenía que olerme que esto iba a pasar…- murmuro, fascinado y mareado al mismo tiempo con lo que veo. Siento un extraño vértigo que me hace sentirme como si estuviera en un barco en mar abierto, en plena tormenta. Como si el mundo bajo mis pies se torciera y se inclinara. Se me cierra la boca del estómago y me están entrando ganas de vomitar.

“Y qué demonios pasa con ese cubo de cinco caras. Le falta una. Son seis. ¿Dónde está la que falta?”, es el pensamiento que me viene a la cabeza con tanta lucecita y bichos (¡¿por qué siempre tiene que haber bichos, porque no podrían ser no sé, gatitos?!)

-Ese… dado… está… roto- murmuro pastosamente, como si estuviera borracho como una cuba. Me quedo mirando mi taza y su interior. No me parece haber bebido tanto ni que fuera tan fuerte el licor…

-¿Tú crees?- es lo único que consigo pronunciar, en tono cínico revuelto, a la afirmación de mi amigo Brush, perdiendo toda la compostura y buenos modales. Cada vez estoy más mareado.

-Relájese doctor o me veré obligado a…- me paro un momento. Me quedo en blanco por unos segundos, sin saber que iba a decir. Ah sí- Abofetearle como una damisela histérica- y le planto una bofetada en toda la cara para que recupere la compostura. O eso intento, al menos. No tengo muy claro porqué, simplemente me pareció una buena idea que dejase de gritar como una niñita. Me da dolor de cabeza y eso me dan más ganas de vom….

-Bruarghhhhh…- y ahí fue el contenido de mi cena, justo en los zapatos carísimos de alguien, seguramente el alienigenista ese…

Un momento después que Leroy Currie arruinara el calzado del Sr. Stradholm, la máquina se sobrecarga y comienza a escupir humo negro. El olor a goma quemada inunda toda la sala. El mecanismo muere, apagando la luz espectral y llevando la demostración hacia un final prematuro. Polton Williams parece consternado. Grita a su ayudante, que trabaja ansiosamente un rato bajo la atenta mirada de vuestro colega. Finalmente, con rostro preocupado, el ayudante sentencia:

- Nos llevará semanas reparar esto. Meses, incluso, Sr. Williams.

Ciertamente, el estado del Visor-Y parece en un estado irreparable. El resto de invitados muestran distintos grados de decepción y rechazo. Desde el evidente fin de las subvenciones por parte de la Sra. Finch hasta el divertido momento que parece estar disfrutando el Sr. Binder a costa del fracaso de Williams. Polton intenta aplacarles de inmediato mientras sobre sus cabezas ya planea la idea de marcharse a sus casas.

Cuando cerraba los ojos seguía viendo grabada en la retina aquella imagen, que me había causado la misma impresión que mirar una infinita escalera de caracol desde arriba. O más bien me recordaba la primera vez que viajé en barco y vi de repente un horizonte sin fin, y eso me causó nauseas.

A su vez, aquello me hizo recordar cómo conocí al profesor y al señor Currie. Y las nauseas volvieron. Un malestar controlable pero extraño.

Desde luego, que aquel aparato fallase no ayudó a mejorar mi estado. 

Buscando refugio más mental que físico me acerqué a mis viejos amigos para ser testigo del pequeño rifirrafe que se traen entre manos Currie y el que dice ser doctor. A este último parece haberle afectado bastante la visión de aquel extraño cubo.

- Al menos es algo... Inerte. - Intento hablar en un tono en el que solo me escuchen Ezekiel y Leroy. - ​La última vez que vi algo que me desconcertó tanto por su forma, caminaba hacia nosotros sin ninguna buena intención. ¿Recuerdan la isla... y sus "habitantes"? 

No supo de dónde le viNo el croché que le atizó en la cepa de la oreja y le hizo brincar sus gafas, pero Eric Stradholm terminó orientado hacia la mesa donde reposaban las bebidas y los cócteles.

Loada fuese la Providencia, que con sus bofetones del destino le había puesto en camino a la salvación. 

Pareció notar un sospechoso Splutch-Splutch al caminar, como si sus zapatos estuviesen bañados en algo húmedo y caliente, pero no se detuvo hasta alcanzar el bourbon. Se sirvió un lingotazo terapéutico en una copa y se lo tomó de un trago.

-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah... Yiiiiiiiiiiiiiiijaaa... Cielo santo, esto es otra cosa. ¿Hnn? ¿¡Pero qué rayos...!?-. Comprobó que Polton había adquirido una extraña versión mentolada del clásico brebaje, pero ni el penetrante olor de la menta pudo disimular el atentado gástrico que habían sufrido sus zapatos. Se ajustó las gafas con gesto horrorizado y entornó sus astutos ojos glaucos buscando al culpable.

Él.

El arqueólogo.

El amigo de los dinosaurios.

Currie. Leroy Currie.

Tenía nombre de salsa el muy advenedizo hijo de una hiena. 

Y HABÍA VOMITADO SOBRE SUS ZAPATOS DE GALA.

Cruel ironía.

-Vendetta...-, pensó ajustándose las gafas con un ligero toque de su dedo anular.

Se limpió como pudo el estropicio de los pies mientras trataba de racionalizar lo sucedido. Un cubo de cinco caras. ¿Qué significaba? Eric se sirvió otro copazo. La menta le estaba despejando las fosas nasales y le había alojado un agradable frescor en el paladar. Eso le ayudaría a pensar. Diablos, sí. Se estaba recuperando. Empezó a pasearse por la sala contemplando el desastre que se cernía sobre su colega Polton tras el chispazo del Visor Y. Binder se lo estaba pasando de maravilla a su costa, no cabía duda. Y a Polton sólo le faltaba llorarle a Fairn para que no cortase el grifo del dinero. Así pues, la velada sólo podía catalogarse como absoluto desastre.

Fue entonces cuando en su mente algo hizo click.

Una caja.

Lo que había visto era una caja abierta.

¿Una imagen de su subconsciente quizás...?

Pero un momento... ¿Qué había dentro de la caja?

Siguió barruntando sobre lo que había sucedido mientras se pasaba el pulgar por el labio. El muy característico gesto de Eric Stradholm para reflejar que sus neuronas estaban tratando de extraer conclusiones. Fue en ese momento cuando su mirada se cruzó con los ojos de la rusa.

-Nadrovia-, dijo en ruso mientras alzaba su copa al tiempo que se aproximaba al grupo. Era la única palabra que conocía en la lengua de los antiguos zares. -Reconozco que a pesar del sentir general... Ahem-. Carraspeó, mirando alrededor visiblemente incómodo. Mantuvo una distancia prudencial de Currie. Ya se sabe. Por si volvía a sentir imperiosa necesidad de pintar el suelo con su bilis.

-Yo he visto algo-, dijo con vehemencia.