Partida Rol por web

-Stadol, ¿eh? Hmm... Gracias, Morty. Toma. De propina-.

Tras la palmadita de rigor en el hombro al currante de Morty, Eric leyó el periódico con avidez.

-¡Santo cielo! ¿¡Pero qué demonios...!?-, exclamó el bueno de Stradholm mientras leía poseído por el frenesí la noticia que desvelaba el diario. David Fearn. El mismo David Fearn que le había invitado a la cena de Polton. ¿De verdad había asesinado a alguien? ¡Si David era incapaz de matar una mosca!

-Ha asesinado a la esposa del Doctor Vock... El director del sanatorio Springhaven-, murmuró para sí Eric tras leer la luctuosa noticia del crimen. Algo captó su atención. Una concreta selección de palabras empleadas por el cronista. "Valerosamente indulgente".

Incapaz de contener esa sed de conocimiento y saber que le caracterizaba, el doctor Stradholm, singular investigador cuyo apellido solía confundirse de las formas más variopintas, se puso en marcha. Tuvo el presentimiento de que algo raro estaba sucediendo, pero su mente racional, no demasiado tendente a la fantasía y de poderoso hemisferio cerebral izquierdo, razonó que había que descartar lo ordinario para poder fascinarse ante lo extraordinario de un caso. Así pues, pasó por la biblioteca de la Universidad, buscó el libro del doctor Vock, Límites de la mente humana, -¡Blasfemia! ¡No se lo había leído aún!- canceló sus clases para ese día y se puso en marcha hacia la Comisaría.

Con suerte, aún estarían reteniendo a Fearn allí. Además, tenía una buena excusa para husmear.

Me despierto de golpe. El sonido irritante del teléfono me saca de mi sueño. Era bonito. Me daban un premio a mi trabajo en el campo de la arqueología y la paleontología. Alzaba un cráneo enano de oro de un supuesto Pterodáctilo. Una réplica, obvio.  UN PREMIO. El culmen a mi carrera. Y se ve arruinado por la triste realidad. Descuelgo el auricular y escucho, soñoliento e intentando reprimir los bostezos mientras escucho la voz gritona e histérica de Polton.

-No. Estuve trabajando anoche hasta tarde- contesto, adormilado. Parpadeo varias veces seguidas, tratando de asimilar lo que me está intentando contar.

-Vale. Respira hondo. Ve más despacio…- le pido, cosa que parece funcionar porque baja la velocidad de su cháchara.

-Está bien. Le echaré una ojeada. No te prometo nada. A veces sólo son casualidades. Por desgracia, gente enferma la hay en todas partes…- trato de calmarle –Pero si encuentro algo, te lo haré saber. No te preocupes. Ahora tranquilízate. Da un paseo largo con tu mujercita y trata de no pensar mucho en Fearn y la máquina, ¿de acuerdo?- hago una breve pausa mientras suelto otro bostezo silencioso y amagado –Te llamaré en unas horas. De mientras, descansa, intenta dormir un poco. Hablaremos pronto.

Tras asegurarle un millón de veces que me ocuparía del tema, consigo colgar el teléfono. Me sacudo el pelo, aún dormido. Todavía en ropa de cama, trato de buscar la edición matinal del periódico de hoy. Debo ver ese supuesto titular antes de llamar a Brush y a Irina.

Nueva York ya está en marcha cuando te aventuras en ella. Vendedores, mensajeros, paseantes... El ecosistema de la Gran Manzana a pleno gas. Un joven de unos diez años anuncia periódicos a gritos en una esquina cerca de tu portal mientras fuma cigarrillos, y te diriges hacia él mientras rebuscas una moneda en alguno de tus bolsillos. Cuando abres el diario, recorres sus páginas con la mirada hasta que, en la segunda página, lees algo interesante. Seguramente, a lo que Polton se refería:

Asesinato en la Cena:

AYUDANTE DE LABORATORIO ARRESTADO.

La víctima es Esposa de Prominente Alienista.

La tragedia golpeó el prestigioso barrio de Brent Town la noche pasada, cuando Lucille ("Lucy") Vock, heredera de la fortuna textil Alper, fue asesinada en la cena. La policía arrestó poco después a David Quinton Fearn, de 36 años, que permaneció en la escena del crimen tras golpear a la Sra. Vock con un candelabro de plata. Fearn fue descrito por un testigo como presa de una súbita crisis nerviosa, pasando en unos momentos de la tranquila calma de una sofisticada cena a una furia asesina.

El asesinato tuvo lugar en el hogar del Dr. y la Sra. Vock. El Dr. Otto Vock es un renombrado alienista, administrador del Sanatorio Springhaven  y autor del popular libro Límites de la mente humana. La policía describió a Fearn como cooperativo. Los testigos sugirieron que Fearn se llenó inmediatamente de remordimientos tras el brutal asesinato; se calmó un poco gracias a los esfuerzos de un valerosamente indulgente Dr. Vock. Fearn será procesado más tarde durante el día de hoy. Fuentes familiarizadas con la forma de actuar de la oficina del fiscal del distrito estimaron como especulación prematura que a Fearn se le perdonará el juicio criminal a cambio de su aceptación de un internamiento de por vida en una institución psiquiátrica.

En vistas de que la suscripción no ha servido de nada y no tengo periódico de la mañana, me mal visto para bajar a la calle. Me enciendo un cigarrillo y bajo las escaleras del edificio para salir a la calle. Me acerco al crío de los periódicos, le doy una moneda y con el cigarrillo en la boca, abro el periódico. Busco la noticia a la que hacía referencia Polton. No tardo en encontrarla. Doblo el periódico en dos. Cojo el cigarrillo para soltar una bocanada de humo mientras leo. Hago una mueca de disgusto mientras le doy vueltas mentalmente a lo leído y a la conversación con Polton. Suspiro resignado. Vuelvo a darle una calada a mi cigarrillo y subo las escaleras, de retorno a mi piso. Cierro la puerta de mi apartamento. Dejo el periódico en la mesita de la entrada y me acerco al teléfono. Marco el número del profesor Brush. Mientras escucho los tonos de llamada, le doy un par de caladas más al cigarrillo.

Aún preguntándome qué demonios ha sido eso, presioné la palanca interruptora un par de veces para asegurarme de que la llamada se había cortado y el auricular daba tono abierto de nuevo, y comencé a marcar de forma casi automática el teléfono del Profesor Brush* esperando oír su voz rápidamente, antes de que me diera tiempo a pensar demasiado.

La comisaría es un imponente edificio sobrio en cuyos interior bulle el nerviosismo y el café. Un ingente ir y venir de uniformados policías y delincuentes variopintos conforman un ordenado caos en el que la burocracia es a la vez problema y solución, y donde ley se aplica con puño de hierro de mil maneras diferentes por parte de los renombrados agentes del FBI que se convierten en estrellas aclamadas por prensa como Bart Kroeger o Eliot Ness.

En este caso, y tras una espera algo tediosa sentado en una butaca viendo desfilar a peligrosos clanes irlandeses, furcias deslenguadas y "ya no tan niños" ladrones, te hace pasar a su despacho un poli hastiado e imperturbable que se presenta como Alan Fix. Él da la vuelta a su escritorio, se sienta y comienza a firmar una gran pila de documentos sin levantar siquiera la mirada.

- No tengo mucho tiempo. Hable.

Fix.

Precisamente, tenía que llamarse Fix.

Dios no juega a los dados.

Eric carraspeó.

-Buenos días, detective. Verá, soy el doctor Stradholm. Eric Stradholm-. "¡Ja! ¡Eso es un nombre, amigo! El mío es más interesante que tu monosilábico y sarcástico intento de apellido, burócrata", pensó el alienista con cierta maldad. -Vengo a interesarme por el asunto de David Fearn y el asesinato de la señora Lucille Vock. Resulta que puede decirse que el señor Fearn y yo somos conocidos. Es más, anoche coincidimos en una cena informal y...-. Eric carraspeó. El protocolo exigía ofrecer un asiento al ciudadano. ¿En qué se estaba convirtiendo aquel leviatán que era la Administración? ¡Hobbes siempre estuvo en lo cierto! ¡El monstruo existe y lo hemos creado nosotros!

Ensoñaciones metafísicas aparte, Eric buscó con la mirada un asiento, comprobó que el único disponible estaba hasta arriba de papeles, lo que le hizo ajustarse las gafas como acto reflejo. No soportaba el desorden. Tampoco el hastío que parecía enfermar a todos los funcionarios. Apartó los papeles con elegancia y se sentó ante la mirada inexpresiva de Fix, cruzando las piernas como declaración de intenciones. ¡No se iba a largar de allí sin algo de información, diablos!

-Mire, detective, sé que es un hombre muy ocupado, así que no me andaré con rodeos. Soy alienista. Conozco al señor Fearn y ese tipo no sería capaz de matar a una mosca. ¿Usted le ha visto? ¡Por Dios! ¡Si pesa con suerte cincuenta kilos! He leído en la prensa que asesinó brutalmente a la señora Vock y que no solo lo ha reconocido, sino que parece que no habrá juicio criminal. ¿Es así? ¿Van a ingresarlo en una clínica psiquiátrica? 

El Agente Fix se interesa por tus palabras. Escucha con atención, manteniendo la pluma en el aire, a escasos centímetros del documento que espera su firma. Cuando terminas la retahíla, Fix sonríe y deja la pluma sobre su escritorio.

- Mire, Sr. Stradholm, le agradezco que venga a contarme su punto de vista, pero sé hacer mi trabajo. Sin duda, Fearn lo hizo. Cuando llegamos a la escena del crimen, tenía el candelabro torcido y ensangrentado en su mano. Y quizá no conoce tan bien a su amigo, pues no sólo lo sujetaba, sino que lo acunaba, meciéndolo hacia delante y hacia atrás. Balbuceando. El resto de invitados corroboraron lo sucedido en sus declaraciones de la cena y pueden testificar ante el tribunal. - Dice, agitando una carpeta en el aire. - Ese canalla va a pagar por sus actos.

Eric se ajustó la montura de sus gafas en el puente nasal, cada vez más intrigado.

-No negaré que el ser humano tiene un componente variable de, digamos, impredecibilidad. Le confieso que me hallo profundamente sorprendido por el suceso. Ignoro qué impulsó a Fearn a cometer el crimen. Sé que usted tiene todo lo que necesita para procesarle, incluyendo una confesión, así que voy a cambiar mi aproximación, detective. Verá, soy colaborador habitual de la Oficina de Información. Puede preguntar por mí al Jefe Weston, si lo desea (*). Estudio el comportamiento humano y puedo arrojar luz en algo que quizás pueda interesarle incluso de cara al proceso penal... Me refiero, claro está, al por qué lo hizo.

Eric alzó las cejas de un modo elocuente. El alienista calibraba bien su cadencia al hablar con un tono zalamero para captar la atención del detective Fix. Estaba acostumbrado a hacerlo con sus alumnos y le daba buen rédito también con las damas.

-He leído que se valora ingresar a Fearn en un sanatorio. Teniendo en cuenta lo que usted ha referido, esa... Bueno, esa forma de acunar el arma del crimen, creo honestamente que puedo serles de ayuda.

Eric esbozó la mejor de sus sonrisas de embaucador, luciendo su perfecta dentadura. Remató la faena mirando fijamente a los ojos a Fix.

-¿Cuántas veces al día aparece alguien dispuesto a aligerarle el papeleo, detective?-. Se señaló a sí mismo. -Hasta puedo facilitarle el trámite del ingreso en el sanatorio.

- Puede dormir tranquilo, Sr. Stradholm. Ya lo tenemos todo tramitado y se está ocupando personalmente el fiscal del distrito. Normalmente, odio que los criminales aleguen locura para quedar como "no culpables", pero en el caso de Fearn... Me alegro que ese chalado acabe en el manicomio dirigido por el marido de la víctima. Sin duda, se llevará su merecido.

Las palabras del Agente Fix despachan tus pretensiones de tomar cartas en el asunto. El caso está cerrado y ya no está en sus manos, sin embargo, su satisfacción le relaja los hombros e intercambia algunas palabras contigo, divertido.

- ¿Sabe qué hizo ese cretino? Nadie notó nervioso a Fearn durante la cena. Quizá un poco, retrospectivamente, ahora que ha pasado todo, pero durante la misma, todo discurrió con normalidad, hasta que llegó el postre. ¿Sabe qué enfureció a su amigo? La Sra. Vock derramó el azucar. Por accidente, volteó el azucarero de plata y algunos terrones cayeron sobre el regazo de Fearn. Es lo que gritaba mientras se puso de pie sobre la mesa de madera en la que acababa de cenar, cogió un candelabro y comenzó a golpearla gritando: "¡El cubo! ¡El cubo!" - Fix ríe un breve instante. - Imagine las caras de los comensales.

Eric no tragaba demasiado bien las bromas sobre los psiquiátricos. A él le gustaba trabajar sobre el terreno, lidiar con sus colegas alienistas e investigar casos complejos. No sentía la fascinación de algunos de sus pares por experimentar con los pacientes más trastornados con potentes fármacos o los tratamientos más agresivos para analizar las consecuencias. Creía que esa conducta deshumanizaba a los profesionales de esa nueva ciencia de la mente que estaba naciendo a principios del siglo XX. La suya no era, precisamente, una posición mayoritaria.

Sonrió más por compromiso que por afinidad a Fix. El detective había desarrollado ese humor negro tan común en policías y médicos en los que los casos, los asesinos y las víctimas dejan de tener entidad y pasan a ser meras cifras. El propio Eric a veces -quizás demasiadas- hacía gala de ese tipo particular de humor, pero cuando se trataba de alguien cercano a él como David Fearn, ahora convertido en asesino violento, y se mencionaba la palabra cubo tras la velada en la inestable Dimensión Y, el doctor Stradholm estaba, digamos, algo más susceptible de la cuenta.

-Imagino que no fue una muerte precisamente dulce-. A pesar de todo, ahí estaba. Humor negro incombustible, extraído de Destilerías Stradholm. -Bien, veo que los neoyorquinos estamos a salvo con usted al cargo, detective. Gracias por su tiempo-, dijo cortés mientras se ponía en pie como impulsado por un resorte y se dirigía a la puerta. 

Se detuvo en seco y giró sobre sus pasos con un brillo en sus ojos curiosos.

-Tengo una pregunta más que supongo no le será inconveniente contestar dado el estatus del caso. ¿Quién estaba presente en la cena durante el asesinato? Ha comentado que nadie notó nervioso a Fearn. Que todo trascurría con absoluta naturalidad. Hasta el incidente con los terrones, claro. Pero quisiera saber... Además del doctor Vock, su difunta esposa y el asesino... ¿Quién más había en el lugar del crimen?

Eric preguntó aquello en clave más de colega profesional que de fisgón. Como una forma de entablar un vínculo con el detective Fix.

Fix vacila un par de segundos y abre la carpeta que hace unos instantes agitaba en el aire.

- Estaban el Sr. y la Sra. Conrad Augé, también la Srta. June Kenyon. Como ve, gente distinguida de la sociedad. El resto de la mesa la componían el Dr. y la Sra. Vock y el propio David Fearn. Que tenga un buen día.

Espero a que el profesor Brush descuelgue el teléfono y escuche su voz preguntando por el desgraciado que le llama a esas horas de la mañana.

-Ei, doc, soy yo, su buen amigo y vecino Leroy. ¿Cómo va la mañana? ¿Muy ocupado?

-¿Ha leído ya el periódico de esta mañana? Si no lo ha hecho, página 2. No tiene desperdicio.

Espero pacientemente a que Brush repase la página que le he indicado. Cuando considero que ha pasado suficiente tiempo prudencial, suelto la bomba.

-Me ha llamado un amigo común nuestro, Polton. Quiere que investiguemos qué ha pasado. ¿Se apunta?

June Kenyon es una joven heredera que intenta hacerse un hueco en el mundo de la ópera puesto que recuerdas haber visto carteles con su nombre en el Metropolitan, y la Sra. Alicia Augé es otra heredera, esta vez de un imperio familiar de fragancias y perfumes. En la prensa de sociedad siempre aparecen ambos, él como la cara visible del negocio, y ella como la verdadera gestora del imperio.

El sol apenas iluminaba la estancia a través de mi ventana cuando con el auricular del teléfono de baquelita cerca de oreja, esperaba escuchar la voz del profesor al otro lado.

Aún dudaba entre si había recibido realmente esa llamada tan extraña Polton o lo había soñado. Quizá aún soñaba. Quizá nada era real y por eso se podían explicar fenómenos tan extraños como los de la isla, el espejo, las criaturas... y hasta la imagen que Polton había instalado en nuestras cabezas y había vuelto nuestro mundo del revés, una vez más.

El solipsismo habría sido, desde luego, un consuelo.

Eric había sacado un buen puñado de pistas e información interesante de su charla con Alan Fix, alias The Fixer. Ahora sabía que Fearn ingresaría sin duda alguna en Springhaven, al cuidado del marido de la víctima, el doctor Otto Vock. Era, como dirían los detectives, un caso cerrado. Pero no para Eric Stradholm.

El alienista, hombre dotado de gran imaginación por naturaleza, empezaba a sospechar al igual que su amigo Polton que Fearn y la dimensión Y podían, de algún modo macabro y desde luego increíble, estar relacionados con el violento asesinado de Lucy Vock. 

De camino a la salida de la Comisaría empezó a gestar un plan. Debía investigar a los asistentes a aquella funesta velada, pero también a los que habían acudido a la cena de Polton hace dos días. Pidió a un agente que le indicara dónde había un teléfono disponible para una llamada de emergencia y esquivó a varios individuos esposados con pinta francamente sospechosa. Llamó a Gladys, su veterana secretaria, y le dio instrucciones.

-Buenos días, Gladys, la llamo desde Comisaría. ¡No, por Dios, no he sido arrestado! ¡Seguro que ese es un inconfesable deseo suyo! Escuche atentamente. Necesito que cancele toda mi agenda para la tarde y cite a... ¿Tiene papel para anotar? Anote, anote. Al profesor Ezequiel Brush, al profesor Leroy Currie y a su rusa amiga, la señorita Irina Krichenko, si no recuerdo mal. Cítelos en mi despacho esta misma tarde. Especifique que es un asunto de suma urgencia. ¡Que lean el Times de esta mañana! Iré a la Universidad hacia el mediodía y comeré allí. Gracias, Gladys. Es todo.

Colgó. Se ajustó las gafas mientras intuía cómo las zarpas del misterio le envolvían y le alentaban a proseguir sus pesquisas. Salió de la comisaría y tomó un taxi.

Tras las llamadas de Leroy e Irina, suena el teléfono una tercera vez. Se trata de una tal Gladys, secretaria del Sr. Stradholm, por cuya petición ha llamado a la universidad, donde le han proporcionado el número de teléfono de tu domicilio. El mensaje que te da es que el Sr. Eric Stradholm desea citarse contigo, acompañado de Leroy Currie y la "Srta. Irina Krit... Kretv... ¿Krichenko?" - Dice dubitativa. - en su despacho. Para ello, te proporciona la dirección y una hora de esta misma tarde.