Partida Rol por web

Al llegar a la plaza no me había percatado de que el único que hombre que había allí era Diego, antiguo compañero. Se acerca a nosotros y parece que iba a contarnos su misión que le habían encomendado cuando decide conducirnos algún sitio más discreto para hablar libremente.

Por el inicio de la frase estaba claro que nosotros éramos su objetivo.

-¡Diego!¡hermano mío! exclamó Zaif al ver a su hermano que se dirigía hacia él.
Le iba a contar los sucesos de que había sido partícipe cuando Diego le hizo aquel comentario sobre el trabajo.
-Dime querido Diego. ¿Qué misión te han ordenado que tanto te asusta?

Una vez se aseguró que no había nadie a su alrededor, Diego hizo reunir a los allí presentes y respondió a la pregunta de su hermano con una sonrisa irónica. Me han encomendado detenerme a mí mismo y a vosotros, más no debéis preocuparos en exceso. Aún no saben quién ha sido. Me han encomendado que habé con Juan de Hoces para que la Sagrada Orden de Calatrava les ayude a investigar. Deliciosa ironía ¿No os parece? —Y sin embargo Diego puso mala cara antes de continuar con tal historia entre susurros, tal y como la había comenzado—Si tan solo fuesen esas las noticias no sería tan preocupante. Pero he sabido que el responsable de todo esto ha sido el maldito de Ahmed. Ese bastardo, hijo de mil mofetas, fue quien denunció la muerte de los Alguaciles, lo que quiere decir que nos estuvo espiando, pues en ese momento no estaba con nosotros. Solo Dios sabe si les contará algo más, más he podido enterarme que fue él quien sugirió que se interrogase a la Orden. Afortunadamente se lo dijo a un Alguacil con poca sesera en su cabeza que entendió esa sugerencia como pedir ayuda.

Me preocupa más que mis hermanos calatravos metan hocico en ésto... Ni tan siquiera ellos saben de las andanzas que don Juan de Hoces, nuestro comendador, nos brindó. Que ese Ahmed nos responsabilice, sea en árabe o cristiano, poco me importa; es su palabra contra la nuestra... mas si descubren esta investigación encubierta será la palabra de don Juan contra la de nos...

Casimiro hablaba despacio, retirado en aquella esquina de la plaza donde se habían apostado.

Y bienvenido -le dijo el calatravo a Diego-.

- ¡Ese perro! ¿Cómo ha podido atreverse...? hemos de andar con pies de plomo en este asunto. Vayamos a hablar con Don Juan a ver qué es capaz de contarnos- más enrevesado no podía estar la cosa, para el musulmán estaba clarísimo que la dama tenía mucho que ver en el asunto, pero todo parecía apuntar a instancias mucho más altas.

Entremos, más hagamoslo separados. Una vez dentro, pues se me ha encomendado hablar con Juan de Hoces, me pondréis al día de lo que os ha ocurrido a vosotros.—Diego apretó el brazo de su hermano con fuerza y se dirigió al lugar dode Juan de Hoces era el rey, a la luz y a la sombra

Et que vayamos, si... -apuntó Casimiro-. Pese a que todos fuísteis en tropel hacia la casa del Comendador, el calatravo decidió personarse primero junto con el recién llegado, Diego, para hablar a quien abriese. El resto esperaría detrás. Tras unos toques en la puerta de la mansión, ésta abrióse, et que un siervo (que no era el "bigardo" del Cristián) os abrió la puerta (sabíais que era criado debido a la librea que llevaba).

Al comentarle Casimiro que habrían de hablar con don Juan en persona, éste hízose ver, a pura conciencia, el bordado de la cruz calatrava de su sobrevesta, para evitar cualquier problema o negación. Casimiro dijo que habrían de entrar con todos sus acompañantes, los cuáles esperarían en el zaguán interior o como mucho en el patio, mientras que él y su acompañante (Diego), irían a hablar con él. El criado asintió, y mientras os hacía pasar comentaba que don Juan de Hoces encontrábase trabajando en su despacho. Et que al cerrarse la puerta no andó ni acompañándoos al mismo, sino que Casimiro apretó el paso y le seguísteis con firmeza.

Nada más empujar la puerta del estudio la sorpresa fue tremenda. Los que quedásteis en el patio vísteis plantado a Casimiro en pie, inmóvil, seguramente fijando la mirada al interior muy apesadumbrado. Et todo ello púdolo ver bien Diego, que a su lado encontrábase en el momento en que la puerta se fue abriendo. Todos vosotros caminásteis hasta donde estaban estos dos, y junto a ellos pudísteis ver el interior del estudio:

Sentado en su silla, echado sobre los papeles de la mesa y sosteniendo todavía uno de ellos en sus manos (muy apretadamente, por cierto), se encontraba el cadáver de Don Juan de Hoces.

En su espalda todavía sobresalía un puñal bastante extraño que al parecer había acabado con su vida. Casimiro seguía inmóvil viendo la tremenda escena. Don Juan era algo así como un padre para él.

Y por fin encontrábanse ante el despacho de Don Juan de Hoces, mientras unos esperaban fuera tanto Diego como Casimiro dirigiéronse hasta allí, pero ni siquiera llegaron a traspasar la puerta. Curioso por saber qué pasaba, Bermudo acercose para ver qué había detenido a aquellos dos y torció el gesto al comprobar que el único que por el momento podría ayudarles yacía con una daga en la espalda. Mal asunto era aquel, pues ahora corrían el riesgo de que cualquiera que los viese pensara que habían sido ellos los asesinos.

Empujando ligeramente a Casimiro, Bermudo entró en el despacho para comprobar que en verdad el hombre estaba muerto. Y vaya si lo estaba. Miró a su alrededor intentando encontrar alguna pista que pudiera delatar al que le había dado muerte y reparó en el papel que tan firmemente sostenía el finado intentando descifrar lo que allí ponía.

Al acercarnos dónde se encontraban Casimiro y Diego, la sorpresa fue espeluznante, sentado en su mesa de estudio se encontraba Don Juan muerto por un puñar clavado en su espalda. Al pasar por el lado de Casimiro le puse mi mano en el hombro, sabía cuanto cariño y devoción le tenía. Diciendo escuetamente la frase: Lo siento mucho.

Miro el cadáver para ver si la sangre se encontraba coagulada o si fluía dando a entender que el fallecimiento había sido hace poco.

Pero que demo...

Diego se encontraba realmente patidifuso. No podía entender que había pasado pues era de suponer que el ternero estuviese a salvo en el establo, o dicho de otro modo, que rodeado de calatravos no era fácil matar a Juan de Hoces, salvo que hubiese un traidor dentro.

Zaif dió un paso atrás por lo imprevisto que era aquello. No podía entender como habían matado a don Juan en su propio despacho. Reaccionó y miró a ver si veía al criado que les había abierto la puerta, pero no vió, ni escuchó nada.

Desde el patio vi como Casimiro mudaba su cara. Eché un vistazo por encima de su hombro para ver al comendador de la orden muerto por una puñalada en su espalda.

Me mantuve prudentemente alejado del despacho. Si los infieles querían buscar un chivo expiatorio podían estar seguros que ese no sería este musulmán.

¿Quién lo habrá matado? ¿Su esposa? ¿El criado? ¿Otro calatravo que quería ocupar su puesto? - En ese momento, responder todas esas preguntas eran importantes, pero más lo era encontrar la forma de evitar que nos acusarán de asesinato.

Dos cosas descubres:

- El comendador tiene unos moratones o magulladuras en el cuello. --> Puedes hacer una tirada de Medicina (CUL)

-La librería que tiene en uno de los laterales está entornada, no cerrada.

Bermudo quedose mirando atentamente el cuello del hombre, viendo cómo se habían marcado unas magulladuras de color rojizo que, con toda probabilidad, acabarían convirtiéndose en marcados moratones, mas él no sabía nada de medicina y poco más pudo sacar en claro de aquello.

Apartose del cuerpo para mirar en torno a la habitación y fijose en los muebles pegados a la pared. Picado por la curiosidad acercose a una de las librerías y pudo comprobar que la puerta no estaba cerrada, alguien la había abierto dejándola entornada. Si había sido el mismo don Juan, el mismo asesino buscando algo u otro cualquiera el que allí hubiera mirado, eso no podía saberlo Bermudo, pero aún así abrió la puerta para saber qué clase de documentos o libros guardaba en su interior.

¡No lo puedo creer!

- Esto se complica cada vez más... dejadme ver ese extraño cuchillo, no estoy seguro de si es de factura árabe -mira atentamente el cuchillo a ver si lo reconoce -es muy extraño. ¿Quién ha podido hacer algo así? -seguía sospechando de la mujer -parece que hay más de lo que pensábamos. ¿Y si el criado de la Dama ha tenido algo que ver?

Sin duda que logras advertir que, en el pequeño anaquel del Comendador, falta un libro, pues hay un hueco considerable entre varios libros.

Por supuesto que, al ser tu árabe, ves que el cuchillo es una gumia, el arma favorita de cualquier asesino de origen islámico.
 No obstante, Bermudo parece mirar mucho las marcas del cuello del cadáver...