Partida Rol por web

Le había dado a ese pinche pendejo. Esa era una buena noticia. Por desgracia seguía vivo, esa era la mala. Joaquín quiso recordar si aquel hombre tenía una ventana a su espalda, pues de tenerla daría un rodeo y le dispararía a través del vidrio sin que le viera. Esa sería sin duda una buena jugada, tan buena como la del sombrero. Por suerte la oficina del sheriff hacía esquina en una calle y dar un rodeo a la misma le haría perder mucho tiempo. ¿Pero había ventana? Quería recordar que si, pero... no podía estar seguro.

Lo cierto era que no tenía ni idea, pero daba igual, entrar a pecho descubierto en la oficina le haría un blanco fácil y el truco del sombrero no volvería a valerle. Apretó los dientes y frunció el ceño cabreado. Entonces salió corriendo para dar ese rodeo. Si tenía suerte y existía esa ventana de la que no tenía un claro recuerdo, entonces se asomaría y dispararía por la espalda a ese huevón.

Joaquín estaba confundido. Confundido por la situación tan extraña que estaba viviendo. Ni siquiera se había dado cuenta de que era él quien estaba dentro y el ayudante del sheriff fuera del edificio y no al revés. Sin duda habían sido aquellas setas que le dieron aquellos indios días atrás. ¿Por qué se comería una antes de ir a ver al huevón? ¿Eran las setas también las que le habían ayudado a disparar? ¡Fuera como fuera estaba en un grave aprieto!

Se lanzó al suelo y comenzó a caminar hacia el exterior a hurtadillas, tratando de ser sigiloso. Sorprender de nuevo a aquel tipo no iba a ser cosa fácil. Fuera como fuera, tenía que matarlo. Aprovechó entonces para comerse otra de aquellas setas que ayudaban a los indios a transcender y viajar a no sabía que lugar, pero ellos decían que esos viajes les ayudaban a algo. A él de momento no le estaba ayudando en absoluto, sino todo lo contrario.

Al llegar hasta la puerta trató de ser rápido y letal y entonces descargó un nuevo disparo sobre el estúpido pinche pendejo, del puto ayudante del Sheriff. Asomó la cabeza, esperando no haber sido descubierto y apretó el disparador del arma.

- ¡Bang hijueputa! - Gritó.

Disparó el mexicano a través de la ventana para únicamente romper unos cuantos cristales, el tipo se había esfumado en aquel momento. Pero no por mucho tiempo pues lo había flanqueado y asomando por la puerta disparó un disparo de advertencia¹.

- ¡Me lleva la chingada!  - Exclamó muy enfadado consigo mismo el mexicano. 

Lanzó un puñetazo contra la mesa y sólo le dio de refilón. Suerte pues con la fuerza que iba ese golpe podría haberse hecho daño. Recogió su carabina y apuntó hacia la puerta. El capullo de la puerta disparó de nuevo. Era un pinche muy difícil de matar, pero tenía que morir, pues de lo contrario escapar sería difícil. 

Quería hacerse con dinero, armas o comida. Iba a necesitar todo eso y más si pretendía huir de Cotton Moore. Aunque quizás, encontrar comida iba a ser lo prioritario en ese momento.  No obstante, no iba demorarse demasiado. Era evidente que tenía que salir cuanto antes de la ciudad. Y cuanto antes era ya...

—¡Quieto parado ahí! —le gritó sin dejar de empuñar el arma con el que había disparado—. No sé qué coño pasa por tu sesera que ocultas bajo ese sombrero de idiotas.

—Levanta las manos idiota —volvió a insistir más seguro de sus opciones—. Y ya puestos, si te metes en el calabozo mejor aún.

Aquel yanqui creía que era rematadamente estúpido o que directamente estaba loco. Posiblemente las dos cosas fueran ciertas, pero no era un cobarde y no iba a entrar en esa celda. No le cogerían vivo.

- ¿Pero con quien crees que hablas?  ¡hijo de tu chingada madre! - Le dijo.

Y tras aquellas bonitas palabras se dio media vuelta armado con su carabina y lo confío todo a la suerte y su puntería. Apretó el gatillo mientras recordaba a la virgen. Sólo ella podía obrar el milagro.

El ayudante del sheriff se confió sabiéndose victorioso, por ello no se dio cuenta de cómo Joaquín se había aproximado, derrotado, donde había apoyado su carabina Spencer antes de iniciar aquel tiroteo.

Antes de que pudiera llevar su índice de nuevo al gatillo, su enemigo había pivotado sobre sí mismo y le había colocado a escasos palmos el cañón de su arma. No dudó el mexicano en apretar el gatillo y disparar muerte sobre el agente de la ley. Tal fue la fuerza del impacto que el cuerpo voló un metro hacia atrás para acabar golpeando violentamente contra una mesa provocando un sonoro estruendo. Toda la sala se encontraba salpicada por la sangre del finado que en aquel momento estaba empezando a generar un generoso charco de color rubí. Sin embargo, la tensión no se esfumó, habían sido ¿cuántos? Cuatro disparos, tal vez cinco. Indudablemente alguien en el pueblo lo habría escuchado y tal vez no dudaría en acudir a ver qué había pasado, o tal vez la prudencia les mantendría ocultos en sus escondrijos dándole tiempo para lo que quería hacer. No convenía descubrir qué tipo de habitantes tenía Cotton Moore.

Se fijó entonces Joaquín, en las cosas que pudiera haber de valor en aquel lugar, más sólo encontró además de más armas, la caja fuerte que estaba cerrada en aquel momento. El dinero de las recompensas probablemente saldría de aquella maciza construcción de fundición, de color negro, cuya combinación no conocía.

- ¡No mames! - Exclamó el mejicano al ver que le iba a ser imposible abrir la caja fuerte. 

Agarró el arma del ayudante del sheriff y salió corriendo. Si todavía nadie rondaba las cercanías, trataría de llegar al local de su socio el enterrador. Si veía a alguien tiraría hacia las afueras. De momento no le habían descubierto y eso era bueno. Si alguien se fijaba en él, entonces si tendría problemas serios. Fuera como fuera, el enterrador tenía que estar contento, iba a tener a un hombre bajo tierra muy pronto y eso le reportaría dinero.

A él no le había ido tan bien como podría. No había conseguido más que un revolver, pero de eso ya tenía. Igual podría venderla en un pueblo cercano, pero eso no le ayudaba en ese preciso momento en el que lo principal era conseguir algo que llevarse a la boca y algunos dólares para poder salir por patas de Cotton Moore.

Salió Joaquín, no sin mirar antes que no hubiera nadie a la redonda. Empezó a caminar intentando pasar desapercibido por un lado de la calle pues el Saloon le pillaba de camino hacia la oficina del enterrador. Sin embargo de pronto se encontró con que a una veintena de metros un tipo se había apostado en medio de la calle.

Estaba igualmente sorprendido como él, tal vez se trataba de alguien que se acercó a curiosear para acabar por encontrarse cara a cara con el peligro. Su mano derecha temblaba y se encontraba a un par de centímetros de su pistolera.

 No sabía quien era ese tipo,  pero estaba en el lugar equivocado y en el momento incorrecto. Joaquín estaba ensangrentado y armado y no dudaría en volver a disparar contra un hombre con tal de salvar su culo. Apuntando con el revólver del hombre al que acababa de abatir y el suyo propio  corrió hacia aquel pasmarote que había visto demasiado. 

- ¡No intentes nada o te agujereo entero! - Le amenazó. 
  
Si no intentaba  nada, simplemente le agarraría y tiraría de él hasta el negocio de Scott. Si notaba un movimiento extraño volvería a oler a pólvora. No quería matar a nadie más,  pero no lo dudaría en caso de que aquel hombre se lo pusiera difícil. 

Todo aquello tenía un sentido. No es que Joaquín fuera violento, que lo era, pero tenía terror a que descubrieran lo que acababa de hacer. Ese tipo podía saberlo todo o no saber nada, pero no podía arriesgarse. Necesita saber que había visto. Si no sabía  nada,  ya decidiría que hacer con él y si lo sabía todo... También tendría que tomar una decisión. 

—Tran...Tran...tranquilo hombe— aquel tipo balbuceaba como un borracho y se tambaleaba mientras parecía intentar coger el tipo. Su mano temblaba fuertemente. 

—Solo querrrrria meeee a— volvió a añadir moviendo su mano dando giros extraños intentando señalar un rincón. 

- No amigo... - Le dijo. - Ahora vendrás conmigo. 

Dicho aquello le agarró por debajo del hombro y disimuladamente le apuntó con el cañón de su revólver.  No obstante,  lo clavó con suficientemente fuerza, para que fuera inequívoco para aquel beodo, que estaba siendo apuntando.

Sin dudarlo tiró de él hacia el negocio del enterrador. Scott tenía que ayudarle. Gran culpa de lo que había sucedido ers suya. No podía eludir su parte de responsabilidad.  Además,  le había proporcionado un entierro. Tenía que estar contento con él. Sí,  por fuerza tenía que estarlo. 

Y nada más llegar al local de Scott, trató de abrir la puerta y entrar junto con aquel hombre. Ya decidiría que hacer con él luego. Scott le ayudaría a pensar. Si, Scott le ayudaría.  Al fin y al cabo,  eran socios. 

Tras un fuerte empellón el beodo entró por delante abriendo el paso a su captor. En ese momento Scott se levantó y levantó una escopeta de doble cañón apuntando a los recién llegados.

—¿Que haces aquí? —inquirió Scott mirándole con sorpresa. El plan que había ideado no se había desarrollado como le hubiera gustado y para más inri le acababan de implicar en el asesinato que acababa de tener lugar.

—¿Has matado al ayudante? —preguntó sin esperar que respondiera a la primera de sus preguntas, en ese momento su mirada se posó en el rehén y en el captor como si estudiase sus opciones.

- Baje el arma Scott... - Le advirtió colocando al rehén por delante suyo y cubriendose con su cuerpo mientras apuntaba al enterrador con el revólver. - Ya hice el trabajo.  - Le dijo a su anfitrión. - Tienes trabajo ahora. 

La tensión se mascaba en el ambiente. En cualquier momento iban a escucharse detonaciones y es llamaría la atención de quienes le iban detrás. Eso no ers bueno,  se estaba complicando todo por momentos. Sólo esperaba que Scott fuers razonable. De lo contrario esperaba ser él,  el primero en disparar. 

La presencia del revólver no le pasó desapercibida.

–No sé qué crees que estás consiguiendo –dijo mientras volvía a mirar al rehén.

- Nada. - Respondió. - Sólo quiero que bajes el arma. Que hablemos con tranquilidad y podamos debatir que hacer.

Joaquín no estaba dispuesto a aguantar mucho más aquello. Scott acababa de demostrar que no era alguien de fiar, algo que por otra parte ya intuía dadas la oferta que había recibido acerca del pelirrojo McDouglas. No quería disparar, pero antes de que le matara aquel enterrador, sería él quien acabara con su vida. Eso lo tenía claro.

El borracho por su parte parecía tener otros planes y ninguno de ellos pasaba por darles la tregua que necesitaban para enfriar los ánimos:

– Creooo que voy a potaa... agrgg –murmuró antes de se doblarse sobre sí mismo sin acabar la frase. En ese momento amagó un movimiento que pilló a ambos con otros asuntos.