Partida Rol por web

Mariana observo los nuevos y fugaces invitados. Los vio entrar, sacudir sus ropas y subir las escaleras hacia las habitaciones sin apenas saludar a la clientela o a la familia regente de la posada. Mariana también se quedó mirando a uno de ellos unos segundos, antes de que su atención se desviara hacia el hombre que había vomitado.

La mujer miró su jarra de vino, ya la había casi terminado. Miró entonces al hombre de nuevo y dejó lo que quedaba sobre la barra dando un suspiro. No podía evitar pensar mal, siempre lo hacía cuando demasiadas cosas que la extrañaban ocurrían demasiado seguido.

- Definitivamente esto es una buena señal de que es hora de ir a descansar caballeros. Mis plegarias de esta noche irán a que el caballero se encuentre bien y que solo sea un mal de estómago pasajero. - 

La bandida decidió que ya había bastante gente cuidando de aquel enfermo, y que tenía cosas más interesantes que hacer. Se dirigió al barón Lorien haciendo de nuevo una bastante pobre reverencia, dejando en incógnita si fue a propósito o realmente no tenía demasiada idea acerca de aquello.

Recogió sus cosas y subió las escaleras de la posada…

Lo primero que hizo la mujer fue observar el suelo al subir a la planta superior. Si habían entrado y sacudido sus ropas sin pararse ni siquiera a saludar, era bastante probable que hubiera restos por el suelo, sino de nieve al menos del agua de sus botas o pantalones. Con un poco de suerte estarían alojados en una habitación al lado de la suya y podría hacer oreja pared con pared.

Sin suerte… tendría que poner la cabeza en la puerta de la habitación a ver quienes eran aquellos hombres. No es que sospechara nada, pero no dejaba de ser curiosa. Una curiosidad que algunas veces la había metido en problemas si, pero que muchas más le habían servido para evitar otros mucho más peligrosos.

El marino David se acercó un poco, aprovechando que los clientes miraban al tal Gregorio. Éste se percató de que el tipo estaba caliente, pues su rostro estaba rojizo. Sin embargo, sus ojos no estaban decaídos, sino que mantenían la firmeza de alguna preocupación. El judío creyó que debían ser fiebre, más que cogorza, aunque no era posible estar del todo seguro, con sólo mirarle (si uno es que no fuera médico u otro tipo de sanador).

Sí, demasiada mala cara que tiene -alcanzó a decir el pastor, que estaba junto a la mujer, casi entre la mesa de Lorién y la de Gregorio-. Demasiada cara... -la mujer que tenía al lado le propinó un codazo a su compañero para que callase-.

En esos momentos apareció por las escaleras una mujer de cabellos color almendra y ojos como verdes, o tal vez azules, de unos treinta años o tal vez algo menos. Su vestido blanco ya era pardo, fruto del desgaste del tiempo. Lo cierto es que era muy bella. Cuando bajó, se cruzó con Mariana en la escalera, y la joven, al verla, hizo una reverencia, bajó la mirada, y dejó pasar a la bandida. Mariana desapareció escaleras arriba.

Teresa, mira a ver a éste hombre -dijo Clara, acercándose a la nueva invitada al comedor-. Lleva así un rato, le he estado observando. Antes le he puesto un caldo para ver si mejoraba y se calentaba por este tiempo, pero está un poco desvalido, ¿verdad qué sí?

Déjame ver, Clara -dijo la joven haciéndose a un lado y yendo hasta donde estaba Gregorio. Oiga, ¡oiga! -le dijo para llamar su atención, sin siquiera tocarlo-. ¿Está bien vos? El frío hace estragos ahí fuera, y se ve que aquí dentro también. ¡Oiga!

Nosé, tengo una desazón, un mal cuerpo -explicó vagamente el tipo-. Me duele el pecho, y un poco la cabeza, ¡uugh!

Entonces la chica giró su cabeza y miró a David, que estaba pendiente de Gregorio a cierta distancia. ¿Vos le conocéis? -le preguntó mientras Clara seguía atendiendo al resto-. ¿Sabe qué ha tomado?

Entonces, viendo la situación, el caballero Román se levantó, dejando a su nuevo amigo Lorién, y se dirigió donde estaba Tadeo, allá en la barra. Pareció que hablaban de algo, y el caballero señalaba hacia arriba, como al piso de arriba. Luego volvió a su mesa original, dejando espacio a don Lorién. Vallejo calló un rato, sólo se calentaba delante de la chimenea.

Subiste las escaleras, cuando estabas arriba, tratando de escudriñar los restos de los dos tipos, los últimos que habían entrado, oístes pasos detrás de tí. No eran sino dos pares de pasos eran más finos y delicados, los de la jovencísima Beatriz.

¡Señora! -dijo la hija de los posaderos-. Que ya preparé su habitación, pero no les dije en cual debía estar vos y el suyo espos... marid... bueno, el buen señor que va con vos. Venga. La suya habitación es ésta -entonces cruzásteis un pasillo, donde había seis puertas pequeñas, y en una de ellas os detuvísteis-. Es aquí, y la de vuestros acompañante es esta otra. Cualquier cosa decidlo, y yo vos atenderé -te esbozó una sonrisa entonces. La joven era muy dispuesta y respetuosa-.

-No, no le conozco. Me he acercado por si podía ser de ayuda, que las artes de la medicina no me son del todo desconocidas, pero sólo le encuentro la faz rubicunda, con lo que apunta a fiebres. No he visto que nada haya bebido, aunque si ha tomado el caldo que dice la posadera, podría ser que se le hubiera atravesado si ya tenía mal cuerpo. Porque la vomitona ha sido de órdago, a decir verdad.

David se alejó un poco de Gregorio para dejar paso a Teresa, a la que no quitaba ojo, no por ver como ejercía de sanadora, sino porque la serena belleza de la mujer le había impresionado.

- Muchas gracias Beatriz - Dijo Mariana con falsa dulcura. - Muy amable - Remató esperando que se fuera. Su cuarto daba a la sala común a un lado y al otro las dependencias de sus compañeros de viaje. Una vez Beatriz se hubo quedado sola, salió de la habitación y recorrió el corto pasillo hasta el final del mismo, donde cerca de la ventana^[1] trató de captar esas huellas de agua o nieve que le pudiera indicar donde pernoctarían los recién llegados.

Caminaba sin sus botas, que había dejado en el cuarto. Descalza para no hacer ruido y en silencio para no perder detalle de las posibles conversaciones o ruidos en el interior de las habitaciones... Quizá pudiera sacar de allí al final un buen botín al final.

El foco de atención en la taberna, ahora, era el tal Gregorio. Lorién observó, extrañado, lo que había hecho el Caballero Román; no era asunto suyo, verse salpicado por los humores de alguien enfermo, pero... como buen cristiano no podía dejar de estar preocupado... Lo mismo tenía cólico miserere, o... quizá... había sido... ¿emponzoñado? ... mejor no pensar en esas cosas, que le traían recuerdo de algo que no había pasado.

-¿Que creéis que puede ser? ¿piensa vuesa merced que es algo que haya ingerido?... quizá haya yantado setas venenosas sin saber dello....

... preguntó a Don Román, pero ... sin hacer el menor gesto por levantarse ni acercarse; un Barón no tenía por qué mostrar tal condescendencia... pardiez, que era noble!

Ya veo... -decía la mujer, atendiendo a las palabras de David-. A ver, vosotros, dejad algo de sitio -dijo a tres de los clientes que allí estaban-. Échate para atrás, estarás mejor. Voy a por unos paños a la cocina. La jovencísima Beatriz había ido arriba a enseñar la habitación a Mariana, y por ello el propio Sancho llegó con un barreño de agua y unos trapos, listo para limpiar la vomitona.

Te has lucido, Gregorio... -decía el fornido, que no le hacía ninguna gracia limpiar todo el desaguisado-. Joder... -susurró maldiciendo para sus adentros mientras agitaba el brazo sobre el vómito-.

A los pocos minutos volvió Clara hasta donde estaba el enfermo, y estuvo tocándole la frente.

A ver, tranquilo. Tómate este caldo -le dijo, ofreciéndoselo hasta que Gregorio lo tomó entre sus manos, recostado sobre el banco y apoyado en la pared del comedor-. Pero enséñame la boca primero. ¿Has tenido mareos últimamente? -la curandera empezó a interesarse por el campesino, que ahora estaba blanco como la nieve de afuera-.

Don Román, que ya estaba sentada en la suya mesa desde hacía unos mintuos, se encogió de brazos, y habló en alto, sin importarle que alguien pudiera importunarse por sus palabras.

No lo sé, el frío de afuera, supongo -respondió-. Desde luego, la comida de este lugar es buena, de eso doy cuenta yo mismo -aseguró mientras Sancho limpiaba el suelo, agachado, y metía el trapo del vómito en el cubo de agua una y otra vez para enjuagarlo-.