Partida Rol por web

La búsqueda de Briand ha sido frustrante para ti y también inquietante, con la constante presencia de dos cultistas siguiéndote a todas partes para asegurarse de que no "extraviases" nada del botín que te han confiado transportar. Has estado tan preocupado por si eras tú quien desaparecía también que apenas te has separado del resto de buscadores y eso te ha impedido peinar la zona como a ti te hubiese gustado.

Además, ni Lowen, ni Kylian, ni los elfos, ni la mayor parte de los fanáticos de Takhisis han participado en el rastreo y los voluntarios reclutados por Lluvia Estelar han sido más un obstáculo que una ayuda. Así que, cuando finalmente anuncias que te das por vencido, todos los demás parecen sentirse aliviados y deseosos de continuar camino.

Sin embargo, no conseguís dar alcance a los que os habían tomado la delantera hasta el final de la jornada, forzando la marcha de los animales para hacerlo.

A parte de tu propia paranoia, una vez juntos de otra vez, no hay nada en la actitud de tus nuevos compañeros de viaje que te sugiera que están tramando algo contra ti. Al contrario, cuando consigues reunirte con ellos ya han montado su campamento y te invitan a sentarte junto al fuego que han encendido.

—¿Sin noticias de la rubia y de tu avaricioso compatriota enano? —comenta contigo Tres Ombligos— Igual se han escapado los dos por ahí. No hay nada que le guste tanto a una mujer así como las joyas, aunque para eso tenga que acostarse con un hombrecito contrahecho y tacaño. ¡Pero qué te voy a contar a ti, ¿verdad?!

»¡Eh, no me mires así, solo estaba bromeando! Mira, tengo algo para ti por ser tan buen tipo y haberte pasado la mañana buscando a esos dos amantes fugados —saca de su mochila un estuche para mapas y te lo entrega, en su interior hay tres pergaminos escritos en la lengua de la magia—. Un regalo para mi enano favorito. La próxima vez que las cosas se pongan feas, acuérdate de que me debes dos.

Más tarde, en el solitario interior de tu tienda de campaña, tienes ocasión de examinar los rollos de pergamino en detalle con la ayuda de tu magia¹. Y también de montar tu sistema de alarmas por si alguien intenta colarse dentro mientras duermes. El hechizo dura seis horas pero confías en no tener tan mala suerte como para que te ataquen precisamente cuando esté amaneciendo.

Lowen sintió un vuelco en el corazón cuando Lluvia se separó de él, y luego otro aún más fuerte cuando la que-shú se arrojó a su cuello, besándole repentinamente. No comprendía qué pasaba, pero la calidez de los labios de la salvaje, el aroma de sus cabellos y la suavidad de su cuerpo lo llenaron todo, y ya no tuvo la necesidad de pensar, solo se entregó a aquel beso largo y apasionado, envolviendo a la mujer con sus fuertes brazos, pegando su cuerpo al de ella, sintiendo la reacción natural de todos sus sentidos. No era aquello lo que había ido a buscar al visitar a Lluvia, se dijo. Pero sentía que se engañaba a sí mismo. Aquello era lo que había deseado desde hacía mucho tiempo, desde que, veladamente, comenzó a percibir el interés que ella sentía por él. Habían pasado por todo tipo de cosas juntos, y la mística encarnaba numerosos valores que le llenaban de ternura, aunque su carácter alejado de la civilización pareciese hacerles incompatibles.

Las ideas se arremolinaban en su mente, mientras él levantaba a la joven y la guiaba hacia el interior del carro, sin pensar en las consecuencias. La tendió sobre los fardos, y se apoyó encima, sonriendo, acariciándole una mejilla. Después echó una mirada hacia la jaula de Gilyasí, que estaba cerca, y pensó que quizá estaban siendo indiscretos en exceso. Se separó, frenando por un momento sus deseos, y se quedó sentado en el carro.

- Seamos pacientes. - dijo, contra su voluntad - Debemos serlo.

Acarició la mano de Lluvia, mirando hacia el cielo.

Aunque no volvió a hablar con él líder de los nerakianos, por suerte las aguas se calmaron un poco durante las siguientes jornadas y al menos, nada malo le sucedió. Con quien tampoco volvió a hablar fue con sus compañeros de misión. Tenía que mantener su tapadera a toda costa y ya se había expuesto demasiado. 

Lo que si tenía bastante claro a esas alturas, era que el destino de Briand había sido funesto y que si regresban a Kalaman sería con malas noticias para la familia Le Besco. Al final todos sabían donde se habían metido y habían aceptado el riesgo. Ahora solo les quedaba cumplir la misión asignada de la mejor manera posible. 

...

La cosa se puso muy fea cuando llegaron a un punto de la carretera donde esta estaba cortada por un carruaje volcado en la misma. Pos gritos de auxilio y los virotes silbando conformaron que se encontraban ante un asalto a un carruaje.  Describir que se trabaja de hongoblins confirmó que no pasarían sin pelear. 

- ¡Rápido! - Exclamó Kylian. - ¡A las armas!

Acto seguido se concentró, agachó un poco la cabeza y juntando las manos elevó una pelgaria a su dios patrón por tal de que les bendijera en el combate en el que de forma inequívoca, tendrían que participar.

A pesar de mi evidente frustración por no haber podido llevar hasta el final mi pasión, los siguientes días pasan para mí como en un sueño; siempre buscando una excusa infantil para cruzarme con Lowen a lo largo de la jornada, o intercambiar una caricia discreta o una mirada cómplice.

Por las noches es mejor, estamos juntos para recibir los informes mágicos de Thorwyn y nadie se hace preguntas de por qué nos encerramos juntos en la gran jaula que transporto. Bueno, nadie salvo Jiłhazhí, que nos interroga incansablemente sobre cualquier cosa que se le pasa por la cabeza y nunca nos deja a solas. Supongo que es lo más seguro para todos, puesto que cada vez estoy más convencida de que los asesinos y ladrones con los que viajamos están detrás de la desaparición de Briand. Cuanto menos en serio nos tomen a Lowen y a mí, menos tendremos que preocuparnos de sufrir el mismo destino que nuestra noble amiga.

Los últimos días el viaje ha transcurrido sin incidentes, casi monótono y en estos momentos yo me dejo mecer por el suave traqueteo del carro, con el estómago satisfecho y el sol brillando sobre nosotros, fantaseando con el apuesto solámnico que pasa a galope tendido junto a mí para inspeccionar un obstáculo en el camino. 

En este estado de ensoñación romántica me encuentro cuando oigo a Kylian instarnos a todos a tomar las armas. Me pongo en alerta al instante, y echo mano inconsciente hacia mi ballesta mientras miro a mi espalda. El carro de los ebanistas elfos que tengo detrás me impide retroceder y en el que viaja mi amigo clérigo me dificulta maniobrar adecuadamente. A menos que me salga del camino, con el correspondiente riesgo de que se rompa alguna rueda, estoy atrapada.

—Jiłhazhí, tesoro, vuelvo enseguida —le susurro con un tono más urgente y preocupado de lo que pretendía, sin saber muy bien todavía a qué nos enfrentamos—. Quédate ahí, dentro estás seguro.

Confiando en que tal cosa sea cierta y que él me haga caso en lugar de dejarse llevar por la curiosidad, salto del carro con mi lanza y mi ballesta preparadas y avanzo con decisión hasta el arroyuelo donde el carro de Kylian se ha detenido. Es entonces cuando me fijo en el vehículo volcado en mitad del camino y los corpulentos humanoides que lo rodean, a cuarenta o cincuenta metros de donde me encuentro. Y también localizo a Lowen, situado temerariamente en primera línea de batalla, defendiéndonos a todos los demás de la horda que se nos viene encima.

—¡Encargaos de los caballos, que no se espanten! —pido a la familia que viaja a varios metros por detrás de mi carro, en parte por necesidad y en parte para asegurarme de que se mantengan alejados de nuestros atacantes mientras nos ocupamos de la amenaza.

La búsqueda de Briand infructuosa, la inquietante presencia de los cultistas, la desaparición del joyero... Thorwyn comenzó a extremar la precaución, vigilando discretamente más que nunca a los nerakanos y lanzando sistemáticamente su hechizo de Alarma cuando el sol hacía rato que ya había desaparecido en el horizonte, minimizando el tiempo que quedaba dormido sin protección mágica, al menos de noche.

Después estaba el asunto de los regalos. De los sospechosos regalos. ¿No serían parte del equipo de Briand? Bien sabía el enano que Briand había desarrollado una considerable capacidad de uso de objetos mágicos, en parte auspiciada por él mismo. NO sería de extrañar que entre sus posesiones se encontrase algún pergamino como el que tan amablemente le ofrecía Tres Ombligos. Su suspicacia, no obstante, se vio atenuada por la avaricia que todo enano siente pero que nunca están dispuestos a reconocer. Eso y su necesidad de interpretar el papel de enano mago interesado que podía congeniar con nerakanos asesinos y despreciables.

Y el viaje, le gustara o no al enano, prosiguió. Lento y pesado, ajeno a toda comodidad civilizada. Dioses, cómo añoraba su confortable jergón de Kalaman. Y entonces, cuando pensaba morir de aburrimiento o en convertirse en el asesino de un nerakano por el simple hecho de no soportar un solo chiste malo más, apareció una carreta volcada en su línea de visión. Aquello, en sí mismo, era preocupante, pero la presencia de hobgoblins a su alrededor no mejoraba precisamente el sentimiento.

─El hechizo de Bola de Fuego, humano ignaro, es de 3r nivel de las escuelas. Si ves a alguien lanzarlo, también verás que lleva las nada discretas túnicas de las altas órdenes de magia... Yo hago cosas más... simples. Como protegerme antes de convertirme en un blanco fácil.

Una vez más Thorwyn echó el freno a la carreta y, tomando su fiel ballesta en una mano, bajó a tierra, buscando desaparecer de la vista de los hobgoblins.

Los días siguientes a su fugaz encuentro con Lluvia habían transcurrido con relativa calma. Lowen patrullaba montado a caballo, sintiendo un ardor intenso en el vientre cada vez que se acercaba a la que-shú. Ella le dedicaba caricias discretas y él respondía con sonrisas sigilosas, mientras luchaba cada noche por reprimir el deseo de meterse en el jergón de ella y terminar lo que habían empezado. Habría momentos más adecuados, se decía a sí mismo.

Cuando, al fin, tropezaron con un problema que apartó su mente de su cada vez más intenso deseo, Lowen suspiró por un instante. El ardor de la batalla comenzó a correr por sus venas, mientras desmontaba y ataba a su caballo a un tocón cercano*.  Comprendiendo que sería un blanco fácil de las flechas enemigas, optó por enarbolar el escudo solámnico y su espada, dejando el mangual a la espalda por si pudiese necesitarlo después.

- ¡A ellos! - gritó, señalando a los hobgonblins - ¡Cargad!

Echó a correr, agazapado entre las hierbas, avanzando hacia el humanoide más a su izquierda.

En apenas unos segundos, un par de hobgoblins caen abatidos por los virotes de los fanáticos nerakanos de incógnito sin que nuestros atacantes consigan herirnos.

Esto parece fácil porque les superamos aparentemente en número pero lo cierto es que muchos de los miembros de nuestra caravana no son combatientes o están ocupados haciéndose cargo de los carromatos. Y los hobgoblins han estado entretenidos probando su puntería contra los asediados defensores del vehículo accidentado pero, ¿qué pasará cuando decidan vengarse y probarla en nosotros?

Pido al Gran Bisonte Ayání que me conceda su poder e intento cruzar dando saltos por las piedras más elevadas del riachuelo en mi desesperado intento por llegar hasta Lowen antes de que lo hagan los trasgoides. Necesito transmitirle a él también la fuerza de mis antepasados para que pueda enfrentarse a semejante horda de salvajes.

Kylian elevó una plegaria a Gilean para que le favoreciera con uno de sus conjuros. Momentos después un bastón mágico apareció flotando cerca de uno de los hongoblins y lanzó un garrotazo contra uno de éstos.

Acto seguido agarró su bastón dispuesto a blandirlo contra aquellas criaturas horrendas y descendió del carro acercándose todo lo posible al lugar del combate. Era la hora de repartir leña y nunca mejor dicho, pues el peleaba con su bastón. 

- ¡Ánimo compañeros! - Exclamó. - ​​​​​​¡Juntos vencermos!

Asido su caballo, Lowen se sintió libre para acudir a la batalla. Vio a un hobgoblin cercano ser abatido por dos certeras saetas, y a otro aproximándose a ellos. Reprimiendo el grito de solamnia, se arrojó a por él blandiendo su espada.

- ¡Muere, criatura infecta!

Lowen practicó una rápida estocada, buscando el cuello de la criatura.

El cultista más próximo a Thorwyn apunta al hobgoblin que va aparecer por una esquina del carromato volcado y, bendecido por Gilean, logra abatirle con un certero disparo de su ballesta.

Lastrada por el peso de su armadura Lluvia Estelar salta de piedra en piedra para cruzar el arroyo y a punto está de romperse un tobillo a consecuencia de ello al resbalar en una de las rocas alisadas por la corriente. Por fortuna, el cauce es poco profundo y lo único que tiene que lamentar es terminar empapada hasta las rodillas a causa de la salpicadura del agua.⁵

Uno de los hobgoblins lanza su jabalina a Lowen, pero éste consigue desviarla con su escudo y el arma arrojadiza sale volando por encima de la cabeza de su montura. Encorajinado, el caballero de la Corona avanza con decisión hacia el asaltante más próximo, acuchillándole la garganta con una certera estocada.

El grueso de los hobgoblins, en cambio, mantienen su foco sobre el carro accidentado, acabando con otro de los defensores y dejando a solo uno de ellos resistiendo su lluvia de jabalinas. En auxilio de este último valiente, Kylian envía el bastón espiritual de su dios para castigar a sus atacantes, algo que por el momento causa más sorpresa que dolor a los hobgoblins.

Desde la relativa seguridad que les proporciona la distancia, los cultistas restantes disparan sus ballestas hiriendo a uno de los asaltantes.

Kylian alzó de nuevo la voz.

- ¡Oh Gilean, dame fuerzas para enfrentar a mis enemigos! - Le suplicó al dios de la neutralidad.

Acto seguido sus músculos se tornaron más grandes y más duros. El sacerdote, armado con su bastón y listo para el combate avanzó hacia la zona donde se encontraban los hongoblins listo para darles muerte.

Resbalo y pierdo pie, salpicando en todas direcciones y empapándome en el proceso. A mis espaldas escucho risas pero no necesito darme la vuelta para saber de quiénes proceden. Con el orgullo más magullado que el cuerpo, me las apaño para salir de la corriente poco profunda y buscar a Lowen.

Veo a su caballo pero a él no puedo localizarle así que, con el corazón atenazado, echo a correr hacia delante tratando de llegar hasta primera línea de batalla.

Para cuando consigo verle de nuevo, él ya ha logrado desembarazarse del primero de los hobgoblins, pero hay muchos otros y temo que no tarden en rodearle aprovechando que se ha adelantado al grueso de nuestra caravana. Así que corro, confiando en llegar a tiempo para ayudarle.

Lowen extrajo la espada del cuello del trasgoide con una expresión cargada de ira justiciera, empujando el cadáver hacia el suelo con el pie y avanzando con determinación hacia el siguiente adversario.

- ¡A mi, bastardos! - gritó - ¡Los dioses no tendrán piedad de vosotros!

Gritó tratando de atraer la ira de aquellas criaturas infectas, seguro de poder sobrevivir a sus jabalinas protegido por su armadura. Continuó avanzando sin piedad hacia el siguiente hobgoblin, presto a librar al mundo de unos pocos miembros más de aquella infame plaga que se propagaba por todas partes. Descargó un tajo lateral contra la criatura, con la intención de sajarla con rapidez y seguir atacando en su ímpetu destructor.

Una vez reforzadas sus defensas con la ayuda de sendos hechizos de abjuración, Thorwyn podía enfocar la batalla de forma mucho más segura. Era poco probable que aquellos goblins hipertrofiados fueran capaces de herirle, pudiendo permitirse ahora el lujo de abandonar la cobertura que le proporcionaba el caballo y buscar algún patrón dentro de la batalla.

Los hobgoblins, como casi cualquier otro grupo armado, necesitan un líder para luchar con efectividad. Los líderes, ya fuera por su condición o por su actitud, solían tener un porte, armadura y/o armas diferentes de los que lideraban. En aquel grupo, aunque los demás no parecían haberse dado cuenta, también había uno.

La posición del líder de los hobgoblins, no obstante, hacía muy difícil alcanzarlo, ya fuera en combate cuerpo a cuerpo o mediante un disparo. Por fortuna Thorwyn tenía sus métodos...

Invocando el poder de su magia, de sus manos surgieron dos dagas doradas y brillantes, hechas de pura energía, que salieron proyectadas a gran velocidad hacia el jefe hobgoblin, infalibles.

─¡Acabad con ese y el combate estará sentenciado! ─exclamó el arcanista enano señalando hacia donde sus proyectiles mágicos acababan de impactar.

Kylian ordenó al arma espiritual que atacara a uno de los trasgos que se acercaban a Lowen y el tarascazo que recibió fue terrible. El combate empezaba a resolverse sin demasiados problemas. Lowen había actuado como un buen caballero de Solámnia y el resto le estaba secundando.

No obstante, algo preocupaba a Kylian más allá de aquel simple combate y eso era lo que sucedería justo después de matar al último trasgoide. ¿Qué harían los nerakianos con los supervivientes? Posiblemente tratarían de robarles e incluso matarles y eso supondría un enfrentamiento con el grupo que podría en jaque la misión. 

- ¡Oh Gilean, protégeme de todo mal! - Le imploró mientras seguía avanzado hacia el combate.

Lowen gruñó de dolor al recibir el tajo del líder en la pierna. Viendo al otro hobgoblin tocado, decidió continuar con su ofensiva, lanzando un brutal tajo lateral que decapitó a la criatura*, mientras lanzaba un grito de guerra. Tal fue su inercia que continuó golpeando, esta vez al líder, al que lanzó varios golpes consecutivos contra la hoja hasta hallar un hueco en su defensa por el que logró hendir su carne y hacerle sangrar.

- ¡Vuelve al abismo del que saliste, engendro!

Cuanto más me acerco a la carreta volcada, más consciente soy de la situación que me rodea. De los cadáveres que encuentro a mi paso y de la facilidad con que Lowenherz despacha a nuestros enemigos. En un combate justo, uno contra uno, estoy convencida de que ninguno de ellos podría hacerle frente pero no se enfrenta a uno, sino a cuatro.

Incluso así, mi corazón me dice que él solo puede con todos ellos. Sin embargo, no necesita demostrarlo porque no está solo. Le prometí que no lo abandonaría y pienso honrar esa promesa.

Despreciando el peligro, corro junto a mi compañero y le impongo las manos sobre el espaldar de su armadura.

—Ayání, espíritu del Gran Bisonte, otórgale a tu campeón tu fuerza para que nadie pueda detenerlo.