Partida Rol por web

Tan pronto como Enrielle le entrega a Thorwyn uno de sus frascos de fuego alquímico, éste se encamina a paso vivo hacia las escaleras mientras la mística que-shu y el clérigo comienzan a lanzar sus respectivos conjuros.

Para cuando el arcanista enano reaparece, la puerta situada al final de las escaleras está mágicamente asegurada contra cualquier intrusión desde el exterior para cualquiera que no tenga la llave. E incluso quienes la tengan, tendrán algunos problemas para abrirla.

La pareja de bakalis optan por permanecer en la retaguardia y no parece importarles con cuanta vehemencia les hagáis señas para que se muevan. Por su parte, Lluvia Estelar recupera las piedrecitas que ella misma encantó y que Thorwyn decidió requisarle sin preguntar, entregándole una de ellas al disfrazado dragoncito de Latón. Tan pronto como tiene el brillante fragmento de roca entre sus fauces, Jilhazhí se zambulle de cabeza en las oscuras aguas decidido a cumplir su cometido.

Entretanto, bajo las atenuadas luces de Enrielle y la que-shu, los demás ponéis rumbo al extremo meridional de estos pasillos. Gracias a las indicaciones de Thorwyn, el camino no tiene pérdida y Lowenherz no tarda en llegar hasta el extremo del corredor sin haber visto a ningún enemigo. Tampoco Enrielle ve a nadie, puesto que el Latonado no ha conseguido llegar todavía a su destino; está claro que no es un gran nadador.

Pero aunque vosotros no podéis verles, el dragón y el rey hobgoblin sí escuchan los tintineos particularmente ruidosos de Kylian y descubren fácilmente las ténues luces que os señalan como faros vivientes en la oscuridad.

Afortunadamente, el mago enano sí puede ver a la pareja y reacciona antes de que ninguno de ellos lo haga con su hechizo de telarañas. Los demás no podéis verlo, pero la islita situada al sur de vuestra posición se llena de gruesas hebras blancas que inmovilizan al trasgoide pero que no son rival para su alado guardián.

La gorda y repugnante criatura da un par de torpes saltitos, aplastando las telarañas bajo el peso de su cuerpo y se lanza a las oscuras aguas, salpicando en todas direcciones. Unos segundos después, su fea cabeza reaparece, pero solo Thorwyn puede verla. La rana abre sus fauces llenas de pequeños dientecillos afilados y vomita un chorro de ácido sobre el desprevenido Kylian.

El clérigo de Gilean no puede ver a su atacante, pero sí recuerda un corrisivo beso semejante que a punto estuvo de costarle la vida durante su travesía por el pantano. Entonces, los hombres-lagarto le llevaron a tiempo junto a su chamán para que pudiera salvarlo, pero en esta ocasión Threltheax está muy lejos.

En ese momento, Jilhazhí asoma su cabecita leonina junto a la orilla meridional y escupe sobre ella la piedra encantada por Lluvia Estelar, iluminando buena parte del lugar; incluido al atrapado hobgoblin. Armada con una daga, la criatura corta un pegajoso hilo tras otro, mientras se va abriendo paso lentamente más allá del límite de la luz brillante.

Me quedo un poco anonada cuando Thorwyn me quita de entre los dedos las piedras que el gran hermano Jóhonaa’éí ha hechizado con su luz celeste para que iluminen nuestro camino y a nuestros enemigos. En un primer momento me resulta tan inconcebible su atrevimiento que no sé ni cómo reaccionar, pero no dudo en exigirle que me las devuelva una vez que reaparece asegurando que ha cerrado la puerta de la escalera.

Todavía malhumorada, los sigo por la estrecha y traicionera orilla procurando no dar un paso en falso y caer a las oscuras aguas en las que he visto desaparecer a mi pequeño Jiłhazhí. Ya ni le veo, ni le oigo por ninguna parte, pero sí oigo a Kylian muy cerca y veo al resto muy pocos metros por delante.

Y, de repente, Thorwyn lanza un hechizo y el caos se desata a nuestro alrededor. Primero un chapoteo, después un crepitar a mis espaldas acompañado del quejido de Kylian y finalmente la reaparición de nuestro valiente dragoncito trayendo luz a las tinieblas y revelándonos a nuestros perversos enemigos. O, al menos, a uno de ellos puesto que al hobgoblin no le veo por ninguna parte.

Los grandes cazadores ancestrales de los que-shu no me encontraron digna de acudir a mi llamada cuando los convoqué contra la naga. Y los que acudieron no eran lo bastante poderosos para someterla. Sin embargo, espero que los que acudan ahora lo hagan con la determinación necesaria para cobrarse la vida del batracio.

De alguna manera, la situación se había precipiado. Lowen no le había pedido a Thorwyn que bloquease la puerta, sino que había insistido a sus compañeros en que tomasen otra vía. Pero ellos parecían dispuestos a seguir con su plan inicial, desestimando otras prioridades, y continuar con el asesinato del rey hobgoblin. El solámnico ya no sabía si es que no le entendían o se hacían los despistados. En todo caso, avanzó con el grupo, dispuesto a ofrecer al rey una ocasión de rendirse. Pero, antes de que pudiesen verle, la monstruosa rana de la que les había hablado Thorwyn les salió al paso, atacándoles. Claro que el enano había golpeado también, invocando su magia arcana sobre sus enemigos. Al final de todas las cosas, la situación les abocaba a cometer el crimen.

- ¡Rey de los hobgoblins! - gritó desde donde estaba - ¡Depón tus armas y ordena a tu monstruo que se aleje, y podrás vivir! ¡Entrega esta fortaleza, o sé preso!

Sus amenazas sonaban vanas, y sospechaba que la criatura no las entendía. Pero no tenía otra forma de comunicarse con ella. Entre tanto, sacó el escudo y se dispuso a protegerse de un posible ataque.

Por otro lado, Gilyasí se había adelantado siguiendo instrucciones de Lluvia, y ahora estaba alejado de ellos y en primera línea. Un riesgo enorme que corría el dragoncillo a sus instancias. Realmente parecían dispuestos a acabar con él.

Aunque a punto estuvieron sus compañeros de revelar su aparición según salían del agua, la rápida intervención del enano ocultó a tiempo la luz que los pobres ojos humanos necesitaban para ver en la oscuridad. Hacerlo le granjeó la hostilidad de la Que-shu, pero poco importaba mientras no levantara el tono de voz, cosa que no hizo. Aún contrariada Lluvia gozaba de un sentido común bastante aguzado. Casi se extrañaba de que no hubiera reparado en la necesidad de permanecer a oscuras para no precipitar el combate.

Y el combate no tardó demasiado en comenzar. Poco después de lanzar el hechizo sobre la puerta para inutilizarla durante unos minutos, Thorwyn regresó con sus compañeros

─Encarguémonos del sapo ahora, mientras el rey está atrapado. Tal vez eso le convenza de rendirse... ─dijo en voz alta, su tono firme sugiriendo que era la única vía de acción razonable.

La ayuda del caballero en este combate resultaría sin duda crucial y la posibilidad de desmoralizar al rey hobglin, aunque improbable, podía alentarle a enfrentarse al menos a la rana-dragón, o lo que fuera esa cosa. Decir que ese monstruo tenía mala baba era quedarse corto, como Kylian podía atestiguar.

Lo cierto era que las telarañas impedían que el hobgoblin llegase de momento hasta ellos, aunque era mejor no perderle de vista, al fin y al cabo no estaban seguros de lo que era capaz de hacer y simpre podía sorprenderles con algo que no hubieran previsto. El combate era siempre un lugar caótico y muy difícil de controlar.

Sin perder más tiempo el arcanista enano comenzó una vez más la rápida sucesión de extraños gestos y palabras arcanos para convocar el poder de la magia, aunque en esta ocasión no había un efecto aparente¹.

─Asoma tu fea cabezota, batracio hipertrofiado...

Enrielle no estaba del todo satisfecha con el plan. Ella prefería observar, escuchar, ver ciertos patrones, tender una emboscada y, en el momento preciso, atacar. Sin embargo, ni veía un pimiento ni todos sus compañeros podían ser tan sigilosos como lo era ella para llevar a cabo esos planes. Sus talentos eran otros, y nada desdeñables. Por ello avanzó tras Lowenherz, arco en una mano y la antorcha siempreardiente envuelta a medias en un trapo en la otra.

Como era de esperar, fueron descubiertos. No podían acechar a nadie que viera en la oscuridad trayendo luz. Así pues, dejó caer la antorcha mágica, que al perder el trapo bañó los alrededores con su luz, y Enrielle ya tensaba el arco apuntando a la fea rana gigante que asomaba para escupir ácido.

— Es inútil, Lowen. ¡Acabemos con esto! — dijo abriendo los dedos, permitiendo que las flechas volasen hacia la cabeza batrácica.

El combate estaba servido. No podía permitir que una criatura tan peligrosa como la que casi acabó con él en la ciénaga, les hiciera daño a él o a sus compañeros. Mas cuando acababa de recibir uno de sus vómitos corrosivos. Para Kylian el momento de la diplomacia había acabado.

- ¡Oh Gilean, abrasa a mis enemigos! - Sin más, alzó una mano hacia la rana alada y oró a su dios para que le concediera el poder del rayo abrasador.

Un rayo salió despedido en dirección a la criatura, pero por desgracia, la oscuridad impidió que acertara en su objetivo y la bendición del dios de la neutralidad se perdió al impactar contra el techo. Kylian chasqueó la lengua fastidiado. Se estaba repitiendo demasiado aquel patrón y empezaba a resultarle muy molesto.

En respuesta a la invocación de Lluvia Estelar, un insustancial lancero se materializa directamente sobre la sumergida rana y le asesta una certera lanzada en el berrugoso cuerpo semisumergido.

También el clérigo de Gilean trata de hacer diana en el monstruo con un rayo de luz divina, pero su brillante saeta falla su objetivo y termina estrellándose contra los bajos techos del sótano.

Viendo que la falta de luz es un problema tanto para ella como para el resto, Enrielle destapa su antocha y la deja caer al suelo. A continuación, aprestando su arco, dispara un par de flechas contra el sobrealimentado batracio. El primer proyectil se estrella inofensivo antes de desaparecer bajo las oscuras aguas. El otro, afortunadamente, sí se hunde en la carne de la criatura a juzgar por su irritado bufido.

A su lado, Thorwyn ha comenzado a conjurar un nuevo hechizo cuyos efectos por el momento no se hacen visibles.

Por su parte, Lowenherz se mantiene expectante, a la defensiva, esperando que el alado monstruo anfibio se os aproxime. Algo que no tarda en suceder. La vengativa rana se sumerge en el agua y aparece un instante después junto a la orilla, lanzando una feroz dentellada a la exploradora de la Legión de Acero.

Reacio a seguir las órdenes recibidas, Jilhazhí se debate entre volver junto a vosotros o acosar en solitario al hobgoblin, pero la pegajosa maraña conjurada por Thorwyn le hace finalmente desistir y se sumerge de nuevo, desapareciendo de vuestra vista.

—No sé quiénes sois, ni quién creéis que soy yo, pero no tenéis por qué convertiros en la cena de Kecebong —responde el trasgoide, desde las sombras—. ¿Queréis mi tesoro? Puedo haceros ricos si me dejáis tranquilo. O puedo daros la llave del sótano que lleva al interior de la fortaleza. Lo que no puedo hacer es rendirla, los humanos están muy interesados en ella y no tendrán reparos en mantenerla a toda costa, aunque amenacéis con ejecutarme. Por eso tampoco voy a entregarme a vosotros, lo entendéis, ¿verdad? Sois más, pero yo no estoy loco y si voy a morir, me aseguraré de que Kecebong se lleve a dos o tres de vosotros por delante. O bien, podéis dejarnos tranquilos y fingiremos que no os hemos visto. ¿Qué me decís? ¡Vamos, Kecebong, bonito, ven aquí! Estos ladrones tan amables ya se marchan, ¿a que sí?

Después de Belleria y de los encuentros posteriores que hemos tenido con los trasgoides, tendría que estar loca si confiara en la palabra de uno de ellos. De su supuesto líder, ni más, ni menos.

Con Ysalla y la naga, ya hemos dejado a nuestras espaldas más enemigos poderosos de los que nos podemos permitir. No voy a dejar a estos dos con vida, sabiendo que pueden atacar nuestra retaguardia en cuanto nos confiemos. Incluso si su muerte no resultara decisiva, debilitará de algún modo a las fuerzas invasoras nerakanas y a sus aliados goblins.

Así pues, continúo llamando a los lanceros espectrales contra la gorda rana antes de que se coma a Enrielle, a Jiłhazhí o a cualquiera de nosotros.

Aquella cosa de enorme boca estaba mucho más cerca de lo que al enano le parecía confortable, sobre todo si se tenía en cuenta que se disponía a conjurar un hechizo, lo que le dejaba francamente desprotegido. Siguiendo la pared hacia el hueco que había hasta Lluvia, el enano mago se echó a un lado con más agilidad de la que cabía esperar en alguien de su raza y se dispuso a proseguir con su lanzamiento de hechizos.

Dado que el hobgoblin no estaba contraatacando, había que aprovechar el tiempo y usar su hechizo ofensivo más poderoso en muy práctica combinación con su anterior sortilegio, el de Impacto verdadero. Thorwyn sabía gracias al hechizo dónde iba a estar el monstruoso batracio y aprovechó el momento justo para invocar una lanza de llamas que impactó infalible en el ser escamoso.

─¡Ríndete o muere, nada más! ─no había más opciones, el resto simplemente no eran realistas.

El hobgoblin negociaba, y sus palabras parecían sugerir que, en realidad, él no tenía el control de la fortaleza, lo que ciertamente cuadraba con lo que habían averiguado hasta ese momento. El humanoide llamaba a su monstruo, pero sus compañeros seguían atacando. Lowen no deseaba pactar con un ser como aquel, pero al haber irrumpido en su hogar con actitud hostil, este no hacía más que defenderse. Además, no les pedía nada, y, comparado con otros pactos que aquel grupo de dudosa moralidad había cerrado, aquello casi era una ofrenda a Kiri-Jolith. ¿Qué era ese hobgoblin, comparado con una impía sacerdotisa de Zeboim llevándose un huevo de dragón con su connivencia? ¿O con una naga, ejecutando un terrible ritual arcano de la mano de los componentes proporcionados por ellos mismos?

- ¡Deteneos! - gritó a sus compañeros - ¡Escuchemos qué tiene que decir! Si tiene la llave de la fortaleza, puede ayudarnos en nuestro objetivo. Este asesinato no solucionará nada.

El solámnico seguía blandiendo su escudo, protegiéndose de posibles ataques, pero sin agredir al monstruo. La criatura había sido llamada por su amo, pero era evidente que no se detendría si ellos continuaban con su actitud hostil.

La dentellada le dolió como si una decena de puñales se le clavaran en el muslo y trataran de desgarrar la carne. La exploradora gritó y por instinto propinó un par de puñetazos furiosos a la cabeza llena de verrugas y duros salientes óseos del sapo con intención de que la soltara. El sapo sin embargo debió soltar la presa más por la orden de su estúpido dueño que por los inútiles golpes que le había arreado.

Cuando soltó el mordisco, Enrielle chocó su espalda con la irregular pared de roca. Soltó un bufido y con la mano que no sujetaba el arco agarró la empuñadura de su excelente espada larga, desenvainándola. Apuntó el filo hacia la condenada rana gorda aquella, preparada por si volvía a acercarse demasiado.

Apretando los labios lanzó una breve mirada a Lowen. Quería creer a ese rey goblin, pero bien sabía que eran todos unos mentirosos. Estaba casi convencida de que ni les daría la llave, ni querían su tesoro, y por supuesto no les iba a entregar la ciudadela. Y si les ayudaba de algún modo sería para traicionarles después.

Sin embargo, hizo caso a la petición de Lowen y aguardó, preparada. Si la rana en vez de regresar a su dueño volvía a atacar a ella o a sus compañeros, intentaría darle un buen tajo.

La inocencia de Lowen era sorprendente. Era evidente lo que estaba sucediendo. El rey hobgoblin estaba ganando tiempo hasta poder escapar de la telaraña. Sin duda rana alada era un rival peligroso y uno no llega a ser rey entre los goblins por sus dotes diplomáticas precisamente. Son embargo, Kylian decidió no seguir con las hostilidades por el momento. 

- ¡Oh Gilean, sana mis heridas, te lo imploró! - Alzó la voz. Tampoco iba a quedarse de brazos cruzados y si la rana obedecía las órdenes de su amo y no atacaba, era un buen momento para recuperar la salud perdida.

- Lowen, ¿no ves que sólo trata de ganar tiempo? - Le preguntó al solámnico. - Si tiene realmente esa llave, la encontraremos... - Sabía que no le iba a convencer, pero tenía que intentarlo al menos.

Haciendo caso omiso al pacto ofrecido por el adalid hobgoblin, los espectrales lanceros convocados por Lluvia prosiguen con su acoso a la monstruosa rana alada.

Kylian, en cambio, aprovecha el pequeño momento de respiro para aliviar el dolor de sus recientes quemaduras; mientras Lowen y Enrielle permanecen en guardia, a la espera de cómo se desarrollan los acontecimientos.

Sin embargo, Thorwyn no es de los que dejan en manos de otro su propio destino y no duda en aprovechar el impás para dispararle al enorme anfibio su más poderoso conjuro. Alanceado sin piedad y envuelto en llamas, el sobrealimentado sapo se revuelve con furia y se lanza contra el arcanista enano.

Emergiendo como un leviatán de fauces ampolladas y ennegrecidas, la criatura se cierne sobre Thorwyn con garras y dientes. Las defensas arcanas interpuestas por el mago bloquean la mayoría de los golpes, pero no bastan para contener totalmente la cólera de la bestia.

Enrielle, preparada para el ataque, no duda en acudir en auxilio de su amigo enano hundiendo su espada en la berrugosa carne de la criatura. Su piel y su sangre son tan corrisivas, que la hoja de acero no tarda en comenzar a degradarse a toda velocidad entre las manos de la legionaria. El arma todavía es funcional, pero tal vez no soporte un segundo golpe como éste.

Una saeta tan corrosiva como la rana, tal vez impreganada de su propio veneno, vuela desde las sombras entre las que todavía se oculta el codicioso monarca e impacta en el pecho de Enrielle.

—¡Auxilio, asesinos, me quieren matar! —comienza a gritar el trasgoide, semioculto en la oscuridad, aunque no parece que nadie acuda a su llamada por el momento.

Como imaginaba, las promesas de paz del hobgoblin no eran más que una excusa para hacernos bajar la guardia y ganar tiempo mientras se liberaba de las telarañas mágicas de Thorwyn.

Por fortuna, los valerosos cazadores ancestrales de mi tribu continúan acudiendo en respuesta a mi súplica de auxilio, motivados por la promesa de cobrarse tan singular presa. Y sus valerosos esfuerzos son secundados por los de nuestro hechicero y también por Enrielle, mientras que las reticencias de Lowen no dejan de asombrarme. ¿Cuántas más canalladas espera ver de manos de los trasgoides antes de decidirse a actuar? ¿Cuánto más tendremos que sufrir a manos de su espantoso guardaespaldas alado antes de que acceda a socorrernos?

Busco a Jiłhazhí en las inmediaciones pero no lo encuentro. Las negras aguas se lo han tragado y solo puedo confiar en que el encantamiento de Kylian dure lo suficiente hasta que podamos rescatarle del fondo. Sin él, ahora mismo estaríamos ciegos a las intrigas del trasgo pero gracias a nuestro dragoncito ahora al menos podemos hacernos una idea de qué trama y por dónde anda.

- ¡Gilean, haz que mi enemigo calle! - Alzó la voz.

Con ese pequeño gesto ganaba dos cosas: la primera y más importante, que dejara de gritar pidiendo auxilio y la segunda para nada desdeñable, agotar todas posibilidad de negociación con Lowenherz. Sin duda alguna ese rey hobgoblin era mucho más útil a la neutralidad muerto, que vivo y mintiendo. 

El sacerdote sonrió. - Buena jugada. - Se dijo a si mismo. Sólo esperaba que el solámnico empezara a repartir estopa de una vez por todas. Iban a necesitar de su colaboración con aquel sapo alado. 

Lowen intentaba contener la violencia y negociar con aquel ser, pero la violencia se había desatado, y el solámnico sabía bien que era muy difícil detenerla cuando esto sucedía. Quizá si el monstruo caía muerto lo lograsen, o quizá no. Lo cierto es que ya sólo le quedaba luchar por su supervivencia.

- ¡Enrielle, cámbiame la posición! - gritó, mientras se desembrazaba del escudo* - Habrá que acabar con esto.

No estaba contento. Se había visto abocado una vez más a participar en los desmanes de su amigos, cuya veleta moral soplaba indudablemente hacia el mal. Habían perdido la perspectiva en su misión. Pero ahora debían vivir.

─Condenado batracio hipertrofiado. ¡Arde! ─exclamó el enano separándose del batracio siguiendo la pared hacia la derecha, acercándose a Lluvia¹.

Por lo que él sabía los espíritus de su tribu blandían sus armas en el aire y no tendrían problemas en quedarse flotando sobre el agua, cosa que a los del grupo no les pasaba. Como buen enano, agradecía el tacto de un suelo sólido bajo sus pies.

En apenas un par de segundos Thorwyn volvió a invocar un torrente de llamas, en esta ocasión mucho menos focalizado, en forma de abanico, con intención de abrasar nuevamente al escamoso ser.

El arcanista odiaba estas situaciones. Él debería haber sido un creador, forjador, un encantador de objetos, tal vez un comerciante de los mismos, o incluso dedicar su dinero para invertir en negocios, quien sabe, pero estar allí, en primera línea, siendo atacado por monstruos, distaba bastante de sus deseos. Y sin embargo insistía, una y otra vez, hasta el límite de sus capacidades, empleando la magia que tanto le había costado aprender, en ayudar a sus amigos en su gesta fantástica.

Debían vencer a la rana gigante y a su propietario, curarse y descansar, y tal vez volver al día siguiente. Si hacían desaparecer los cuerpos cundiría la desinformación entre sus "súbditos" goblins, lo que podía generar una considerable ola de caos en el control de la fortaleza. Sí, aquello era una buena idea. Debía recordarla para después, tras haber sobrevivido al combate. Si sobrevivían al combate...

Enrielle observó incrédula el humillo siseante que desprendía su acero. Maldita sea, casi perdió esa espada en el cuerpo de piedra de un draconiano y ahora se le iba a caer a trozos con aquel estúpido sapo gordo.

Pensaba en volver a atacar cuando notó la saeta que se le clavaba en el pecho dolorosamente, atravesando el duro cuero. Fue a echar mano para arrancársela aunque se quemara los dedos.

— ¡Ese condenado bicho verde me ha disparado algo! Y la sangre de la rana quema, que no os toque.

La herida exploradora miró a Lowen y asintió. Sin perder un instante se escurrió entre las anchas espaldas del caballero y la pared de roca, intercambiando las posiciones.

Comprobó que estaba fuera del alcance del monstruo y dejó caer su espada. Antes de que el acero rebotara con un sonido metálico contra la piedra, sus dedos ya rozaban las plumillas de las flechas que sobresalían de su carcaj.

Un tercer espectro invisible se suma a los dos anteriores para atacar con su lanza a la rana enorme. Su arma fantasmal no consigue herir a su enemigo, pero sus predecesores vuelven a herir a la criatura.

Unos metros más allá, Kylian eleva una nueva plegaria a su dios para silenciar al hobgoblin. Desde donde se encuentra no puede verlo. De hecho, no lo ha visto en ningún momento y solo puede tratar de adivinar dónde está por sus gritos y por lo que recuerda del plano toscamente dibujado por Thorwyn. Por un instante los alaridos del trasgoide enmudecen, pero no tardan volver a escucharse apenas un par de segundos después.

Intercambiando su posición con la de la malherida legionaria, Lowen blande su mangual contra el descomunal sapo alado, pero su arma rebota contra la dura piel berrugosa y comienza a corroerse rápidamente.

Protegida tras el corpulento caballero de Solamnia, Enrielle recupera su arco y dispara dos nuevas flechas contra su atacante. Pero el ponzoñoso dardo clavado en su propio pecho le provoca una nueva oleada de dolor ardiente que le hace fallar sus disparos a pesar de la escasa distancia que la separa de su objetivo.

Tras haberse acercado a la mística que-shu todo lo posible con su último conjuro, Thorwyn se encuentra acorralado entre ella, su atacante y el vigoroso Lowenherz; sin espacio para moverse ya hacia ningún lado. Desesperado, recita las palabras de un sortilegio ardiente pero sin perderle ojo a la bestia que tiene encima. En el último instante se ve obligado a agacharse para evitar una dentellada particularmente cruel, equivoca una sílaba y de sus manos no salen más que volutas de humo negro en lugar de llamaradas.

Contrariada, enfurecida y estornudando, la monstruosa rana le ataca de nuevo con garras y dientes y, una vez más, sus defensas arcanas combinadas con la protección divina del cercano Kylian, bastan para librarle de los peores efectos de la lluvia de zarpazos y mordiscos.

En la lejanía el hobgoblin sigue gritando en alguna parte fuera de vuestro campo de visión. La única que todavía puede verle entre las sombras desde su actual posición es Enrielle y ella juraría que de pronto no hay uno, sino tres trasgoides donde antes estaba el monarca.

- ¡Oh Gilean, haz que tu bastón golpee duro a mis enemigos! - Emitió una nueva plegaria el sacerdote, preocupado ahora por la llegada de más de aquellos detestables hobgoblins. 

Enseguida un bastón espíritual apareció de la nada junto a la rana voladora. Un bastonazo golpeó al aire y el contrariado Kylian frunció el ceño. Debían liberarse cuanto antes de aquella criatura y así poder afrontar con mayor garantía el combate que estaba por venir.