Partida Rol por web

Lowen había logrado alcanzar a la rana deforme, pero su piel había repelido el golpe como si tal cosa. En cambio, el mangual había empezado a emitir un extraño siseo, amenazando con desintegrarse en cualquier momento.

- ¡Maldito mangual de madera! - gritó - ¡Atiza o arde ya con todos los dioses del infierno!

Armó un nuevo golpe, descargando en descendente con toda su furia. El sapo era un objetivo grande, pero de piel dura, y necesitaba de toda su rabia para penetrarla.

—¡Aahh, maldita sea! — se quejó Enrielle. Se había sobre sí misma a causa del dolor ardiente que se la comía por dentro, y casi soltó el arco. — ¡Hay... tres! Veo a tres allí. O estaban escondidos o es algún truco.

Cuando la oleada pasó un poco, la exploradora se irguió y volvió a agarrar el arco con fuerza, colocando una nueva flecha. Había visto el tremendo golpe de Lowen, pero si el sapo seguía vivo le clavaría la flecha hasta el fondo de su asquerosa cabeza. Y si no, ya se encargaría de flechear a aquel maldito reyezuelo de pacotilla. Le haría pagar el dardo ponzoñoso que le había clavado.

La gorda rana se resiste a morir a pesar de los denodados esfuerzos de los cazadores de mi tribu y de mis valientes amigos. Las lanzadas que rebotan contra su carne ampollada y llena de berrugas asquerosas me recuerdan a los intentos estériles de herir a la naga, con la diferencia de que a esta criatura ya hemos visto que se la puede hacer sangrar.

—¡Ánimo, ya es nuestra! —espoleo a mis compañeros—. Y en cuanto caiga, ese maldito hobgoblin está perdido también.

Malherido, enfurecido y al borde del agotamiento arcano, Thorwyn se debatía tratando de pensar en la mejor opción, pero la ira para con aquella monstruosidad anfibia le podía. Y si le fallaban las fuerzas, recurriría a las fuerzas arcanas almacenadas tiempo atrás por otros: disponía de una varita con el conjuro de Proyectil mágico...

Entonces asistió a una cadena de golpes tales que casi le sorprendería que aquel batracio hipertrofiado. Pero no dejó opción a que tal cosa sucediera: activó la varita y 3 brillantes proyectiles recorrieron infaliblemente la escasa distancia que le separaba de su agresor. Y si tenía algo de cerebro en esa gran cabezota suya, no volvería a moverse y mucho menos atacar.

─Es un hechizo, obviamente. Si no me equivoco es una ilusión que desaparecerá cuando la golpees...

Al cuarteto de lanzas fantasmales se une el inmaterial bastón sagrado de Gilean, pero ni uno ni otros consiguen hacer mella en el resbaladizo y corrosivo cuerpo del enorme sapo.

Desesperado, consciente de que el pobre Thorwyn no aguantará mucho más, Lowenherz blande de nuevo su deteriorado mangual y asesta un golpe con todas sus fuerzas a la rana alada. El mazazo la alcanza directamente en la testa, astillando huesos y aplastando masa encefálica en el proceso. Sin embargo, con la violencia del impacto, uno de los dañados eslabones se suelta y la erizada cabeza del arma rueda por el suelo y termina deteniéndose a los pies de Lluvia Estelar, al borde del agua.

Contra todo pronóstico, la criatura todavía continúa en pie a pesar del duro castigo recibido. Inhala profundamente y se dispone a vomitar su ácido aliento contra el desarmado caballero de Solamnia cuando una flecha disparada por Enrielle a bocajarro se hunde hasta las plumas en la cuenca de su ojo derecho. La bestia lanza un estertor agónico y cae a las negras aguas, donde queda flotando inmóvil.

Thorwyn no pierde un instante salta sobre el flotante batracio para usarlo como plataforma desde la que localizar al multiplicado hobgoblin. En inestable equilibrio, echa mano de la varita que cuelga de su cinturón y desencadena la magia atrapada en su interior. El pobre enano termina resbalando y cayendo de culo al agua pero no antes de que tres brillantes saetas broten de la vara e impacten infaliblemente al trío de trasgoides.

Tal y como el arcanista había supuesto, dos de ellos se desvanecen al instante, mientras que el tercero gime de frustración y rabia.

—¡Asquerosos asesinos, habéis matado al pobre Kecebong! —se lamenta el adalid hobgoblin—. ¡Guardias, guardias, auxilio!

Ni siquiera muerta me inspira ninguna confianza lo horrible rana. Siento deseos de pedir a mis ancestros que continúen clavándole sus lanzas hasta que me quede tranquila pero la temeraria actitud de Thorwyn hace que me lo replantee. Él está dispuesto a acabar con el hobgoblin a toda costa, incluso a riesgo de su propia integridad, y yo no voy a abandonarle en su autoimpuesta labor.

Así pues, camino por el borde de la orilla pidiendo paso a Lowen y a Enrielle y pidiéndoles perdón cada vez que les piso accidentalmente o me tengo que agarrar a ellos para no caer al agua.

Solo cuando he llegado al final del camino y me encuentro en un callejón sin salida, miro en dirección a las telarañas y descubro entre ellas a nuestra víctima. Me basta un instante para enviar a los lanceros espectrales en su persecución. Sé que no podrán permanecer en este mundo más que unos segundos y quiero aprovechar su excepcional presencia tanto como sea posible.

Enrielle se quedó un segundo mirando la isla en la que se había convertido el enorme sapo, y vio con asombro la peligrosa maniobra de Thorwyn. Mientras el enano caía al agua, la exploradora siguió con la vista los luminosos dardos de energía que cruzaron la caverna. Tal como dijo Thorwyn se trataba de una ilusión, pues dos de los trasgoides que se movían entre las sombras desaparecieron en el aire como si nunca hubieran estado allí, dejando de nuevo al rey solitario. Parpadeó desconcertada, pero volvió a echar mano a una nueva flecha con la que tensar su arco.

─ ¡Deja de gritar, condenado! ─ dijo disparando la primera flecha, pero ésta sólo alcanzó una sombra traicionera. Sin perder un segundo colocó un nuevo proyectil en el enfleche con un movimiento preciso repetido miles de veces. Respiró profundamente tensando la cuerda con fuerza y afinando su puntería antes de liberarla.

Lowen vio cómo su mangual terminaba de romperse con un gemido de frustración. Al menos había logrado alcanzar a aquel monstruo, y sin duda las heridas infligidas habían ayudado a derribarlo, aunque fue una certera flecha de Enrielle la que terminó el trabajo.

Desde la otra orilla, el hobgoblin les llamaba asesinos, y seguía invocando a sus guardias. Sólo los dioses sabrían dónde estaban estos, pero estaba claro que el rey no gritaría si no estuviesen cerca. ¿O sí? Lowen se sentía un asesino, pero ya no había marcha atrás. Thorwyn había dicho algo de un hechizo, y, si aquel ser era un mago, sin duda representaba un peligro tal vez comparable al de la naga.

Así pues, dejando el mango del mangual en el suelo, Lowen echó mano de su arco, tensando la cuerda y apuntando al rey hobgoblin. Soltó la flecha en dirección a él, pero el proyectil se perdió en la negrura sin aparente dirección.

- ¡Ríndete ahora! - gritó Lowen - ¡Es tu última oportunidad!

Kylian se acercó allí donde se encontraba Enrielle. Aún no veía al rey de los goblins, pero lo iba a arreglar. Pasando el brazo por detrás de Kylian agarró una de las flechas del carcaj de la exploradora y la alzó con ambas manos hacia adelanten, ni hacia arriba, ni hacia abajo, hacia el centro, de la forma más neutral posible. 

- ¡Oh Gilean, ilumina está flecha para que se haga la luz y podamos combatir malvado rey hobgoblin! - Imploró a su dios neutral. 

Acto seguido le entregó la flecha de vuelta a la arquera con una sonrisa. 

- Usa esta. - Le dijo asintiendo con la cabeza. - Luego veremos mejor. 

Thorwyn, ya en el agua y todavía con el hechizo de Kylian que le capacitaba para respirar la susodicha sustancia, hizo de tripas corazón y avanzó a través del pequeño lago subterráneo aprovechando que, a diferencia de la mayoría de sus congéneres, no llevaba una tonelada de peso, armas o armadura que le lastraran hacia abajo.

─Sólo necesito llegar a agarrarme a algo y ese reyezuelo de tres al cuarto verá lo que es enfrentarse a un arcanista... ─pensó para sí.

Así pues, el arcanista avanzó medio emergiendo, medio buceando, hasta una posición en la que lograba ver al hobgoblin y allí, ajeno a la necesidad de respirar aire puro, apuntó al rey de los goblins nuevamente con su varita mágica y de ésta volvieron a volar 3 brillantes proyectiles de infalible puntería.

Desde su nueva posición, Lluvia Estelar comanda a los difuntos cazadores contra el líder hobgoblin. La mayoría de sus lanzadas son esquivadas por la gritona criatura, pero una de ellas logra alcanzarle y darle buenos motivos para chillar como un conejo.

Lowenherz echa mano de su arco y ensaya un disparo contra vuestro enemigo común, pero su puntería no es tan buena como la de Enrielle y su flecha se estrella inofensivo contra la pared de piedra tras el hobgoblin.

Entretanto, Kylian se ha puesto a curiosear en el carcaj de Enrielle para encantar uno de sus proyectiles con una suave luz dorada. La exploradora de la Legión de Acero dispara con precisión la flecha resplandeciente, pero su aljaba resbala y el resto de sus saetas de punta de acero se desparraman a su alrededor; algunas en la orilla y otras flotando en las oscuras aguas del sótano.

El luminoso proyectil surca el aire recorriendo la distancia que le separa del líder tragoide y se clava en su brazo izquierdo. La criatura grita de nuevo, se arranca el proyectil y lo arroja tan lejos como puede pero la luz que emana permite ver ahora claramente sus facciones. Su verdosa sangre mana allí donde ha recibido las lanzadas y el disparo de Enrielle, pero todavía se muestra desafiante y combativo.

Tres nuevos proyectiles mágicos vuelan certeros desde el agua, donde Thorwyn patalea desesperadamente por mantenerse a flote lo suficiente como para asomar la cabeza, entre jadeos. Las infalibles saetas mágicas hacen diana en el trasgoide, haciéndole retorcerse de dolor.

─¡Cobardes! ¡Asesinos! ─aúlla la criatura con su marcado acento y su voz chillona─ No queréis diálogo, solo muerte. Pues muerte es lo que tendréis.

Echa mano del collar dorado de cuentas que cuelga de su cuello y arroja una de ellas en vuestra dirección. La diminuta esfera dorada aterriza a los pies de Lowen y el infierno se desata en forma de una enorme explosión ardiente que os engulle a todos.

La criatura rehusaba a rendirse, por lo que Lowen sacó otra flecha dispuesto a asaetearla. Sin embargo, una llamarada estalló a sus pies, y el solámnico apenas alcanzó a cubrirse el rostro, sintiendo el dolor provocado por el fuego mágico, en tanto su disparo se perdía irremediablemente en la nada. Sin duda no era su día de suerte.

Enrielle sonrió al ver la flecha luminosa de Kylian iluminar el cubil de aquel ser.

— Bien hecho. — dijo con la vista fija en el trasgoide, viendo que ya se encontraba malherido.

Pero la sonrisa se cambió por un gruñido de rabia cuando se le deslizó el carcaj, desperdigando todas las flechas por allí. Fue a echar mano de una de las flechas de hueso cuando vio venir hacia ellos la cuenta del collar, e instintivamente se arrojó al suelo. Las llamas la tragaron y, como a los demás, quemaron su ropa y su piel. Por suerte echarse al suelo justo a tiempo hizo que minimizara un poco el daño por el fuego abrasador, algo que probablemente la hubiera matado.

Al borde de sus fuerzas y sin escapatoria posible, Enrielle volvió a levantar su arco, ya algo chamuscado también. En aquella caverna sin escapatoria sólo le quedaba intentar acabar con aquel maldito ser antes de que lanzara otra de aquellas bolas ardientes y acabara con ellos. Sin embargo, aunque la adrenalina la mantenía en pie, los brazos le temblaban y sus fuerzas empezaban a fallar. Las flechas de hueso volaron sin demasiada precisión y no alcanzó a ver si hicieron blanco.

─¿Qué? ¡No! ─exclamó el enano al ver aquella pequeña cuenta dorada arrojada a los pies de Lowen.

Aquello era un collar de bolas de fuego. ¿Cómo podía habérsele pasado por alto algo así? La mala fortuna se abatía una vez más sobre el grupo. En cualquier caso, no había tiempo, debía sumergirse en las aguas cuanto antes. ¿Le daría tiempo?

La desacompasada actuación natatoria del enano le jugó entonces una mala pasada: habiendo salido a dar una bocanada de su bien conocido y reconfortante aire (pese a no necesitarlo, su subconsciente se imponía), se encontraba recién emergido cuando se percató de la cuenta dorada y la explosión le alcanzó en todo el cuerpo sobre el agua, su potencia mucho peor de lo que le hubiera gustado creer.

Thorwyn perdió el conocimiento. Su brazo derecho, alzado instintivamente para protegerse del fulgor y el calor, abrasado y la ropa, que había prendido parcialmente, humeante, siseó un instante al sumergirse nuevamente en aquel oscuro lago interior.

Cuando veo que el hobgoblin nos tira algo, ni siquiera me molesto en tratar de averiguar de qué se trata. Directamente me doy media vuelta para encarar a la pared y cubro mi rostro con las manos por si acaso.

Las lenguas de fuego lamen mis piernas y mi espalda y el estallido me provoca un desagradable pitido en los oídos, además de cierta sensación de aturdimiento. A mis fosas nasales llega el inconfundible olor a carne y pelo quemado y, al girarme, descubro el cuerpo de Thorwyn hundiéndose hacia el fondo como una piedra.

Pido la ayuda de Sahanahráy-iiná, el espíritu de la vida, y me zambullo de cabeza tras mi amigo enano, tratando de darle alcance antes de que las asquerosas aguas lo engullan para siempre.

- Mier... - No le dio tiempo a acabar de decir aquella palabra, aunque tampoco importaba, pues nada iba a cambiar. 

Entonces todo se convirtió en un infierno de llamas. El valor se hizo insoportable en un solo instante y si cuerpo sufrió los efectos del fuego. Dolía, escocía y tiraba. Su cuerpo ampollado curaría, pero aún estaba peor Enrielle y la necesitaban. 

El clérigo tocó la espalda de la joven, aún casi sin aliento. No obstante, necesitaban esas fechas y necesitaban que se clavaran una a una en el cuerpo verde-asqueroso de la criatura que allí reinaba. 

- ¡Oh Gilean, sana las quemadura de esta mujer! - Imploró. Justo después las ampollas de Enrielle empezaron a remitir.

Thorwyn despertó a un mundo oscuro, fluido e inundado de dolor. Su resurgimiento al mundo de los conscientes resultó traumático, doloroso, pero el enano fue capaz de sentir agradecimiento a los dioses y, en este caso, a Lluvia Estelar, por su regreso. No había muerto. Estaba bajo el agua, pero todavía bajo los efectos del hechizo de respiración acuática del clérigo de la neutralidad, así que, aunque su cuerpo le pedía aire, no lo necesitaba, al menos no todavía.

Lluvia Estelar. Una vez más, su salvadora. Sin sus espíritus mediando, intercediendo por ella y por sus compañeros, haría tiempo que habrían sido derrotados, o al menos que habrían desistido en sus cometidos heroicos. El corazón del grupo, otra vez sacándole del torpor cercano a la muerte.

Al parecer sólo debían haber pasado unos segundos y la bárbara se había zambullido tras él para curarle, sus espíritus debían seguir actuando, conteniendo, acosando al rey hobgoblin, pero eso no sería para siempre.

Reuniendo su fuerza de voluntad, siguiendo su irracional terquedad racial, el enano arcanista frunció el ceño, agitó brazos y piernas y ascendió buscando la, para él, evidente luminosidad de la sala. Una vez más sólo necesitaba asomar un momento para poder activar nuevamente la varita de Proyectil mágico. Sólo necesitaba unos instantes... y los brillantes proyectiles surgieron nuevamente de la varita que empuñaba el mago, trazando tres arcos imposibles, únicos e infalibles hacia su objetivo.

Tan pronto como se recobra de la conmoción inicial, Lluvia Estelar se tira al agua detrás de Thorwyn haciendo caso omiso de su propio dolor. El enano ha comenzado a hundirse, pero tan pronto como la mística que-shu le toca él recobra el conocimiento.

También Kylian se apresura a anteponer el bienestar de Enrielle al suyo propio, viendo que la arquera de la Legión de Acero presenta quemaduras más graves que las suyas. El alivio que siente la legionaria es instantáneo, aunque todavía está lejos de encontrarse fuera de peligro.

Con numerosas quemaduras de diversa consideración en la mitad delantera de su cuerpo, Lowenherz consigue reunir la voluntad suficiente como para disparar de nuevo contra el pérfido hobgoblin. Por desgracia, sus ojos todavía se encuentran deslumbrados por el fogonazo y su tiro se pierde en dirección a ninguna parte.

La puntería de Enrielle es notablemente mejor que la de su compañero solámnico, pero las flechas de punta de hueso que los bakali le entregaron en Mohrlexctlan rebotan inofensivas contra alguna barrera mágicamente interpuesta por el hobgoblin.

Un desorientado Thorwyn abre los ojos, no sabe muy bien qué es arriba y qué es abajo, pero con la ayuda de Lluvia consigue emerger de nuevo hasta la superficie. Saca el brazo derecho y la cabeza y consigue activar una vez más su varita de proyectiles mágicos.

Una tras otra, las saetas arcanas alcanzan infaliblemente en el cuerpo el trasgoide, haciendo que chille y se sacuda con cada impacto. Sangrando abundantemente y más muerto que vivo, el monarga goblinoide apenas se tiene en pie. Apelando a su pura fuerza de voluntad, se arranca el collar dorado.

—Habréis acabado conmigo, pero yo con vosotros también... —promete con un hilo de voz, arrojándoos el colgante antes de desplomarse de espaldas.

El collar se estrella contra la pared situada a vuestra derecha, a escasos metros de Enrielle y Lluvia Estelar, y la deflagración os engulle a todos nuevamente.

- ¡Ahhhh! - Gritó aterrado el sacerdote al ver como una nueva bola de fuego se cernía sobre ellos. 

El clérigo había aprendido algo de la vez anterior y pudo de alguna manera protegerse del fuego. Eso no quitaba que las llamas me alcanzasen dolorosamente, pero al menos evitó gran parte de la llamarada. 

Una vez el fuego desapareció, no dudó en invocar el poder de Gilean para sanar las heridas de aquel que pareciera encontrarse en peor estado. Por lo que aguardó unos instantes para examinar la situación.

Enrielle sintió la mano de Kylian en su espalda extrañamente reconfortante al sentir cómo el enloquecedor dolor de la piel quemada se mitigaba. Aún estaba lejos de encontrarse bien, pero le dio nuevas fuerzas. No quizás para flechear al maldito bastardo, sino para soportar la nueva explosión que desató sobre ellos.

Se tiró al suelo tapándose la cabeza con sus brazos. El estallido abrasador la volvió a sacudir como si fuera una muñeca de trapo. Sintió las violentas llamaradas que querían deshacer su piel y su carne y dejar sus huesos al descubierto, ennegrecidos. Pensó, de nuevo, que moriría.

Pero la muerte no llegó. Abrió los ojos, cuyos párpados estaban apretados muy fuerte, y echó un primer vistazo. Ese leve movimiento fue suficiente para notar la piel ampulosa y tirante donde había sufrido las graves quemaduras. 

Pudo ver que el rey había caído. Miró a su izquierda para mirar a sus amigos, y pudo ver a Kylian y más allá a Lowen.

—Me has salvado el pellejo... — dijo al clérigo con un hilo de voz. Quiso ponerse de pie, pero todo el cuerpo era dolor. Entonces cayó en la cuenta que no había visto a Thorwyn ni a Lluvia Estelar. — ¿Dónde están los que faltan? ¿Y Jilhazhí? —llamó alarmada, sin ver que se debatían en las aguas frente a ella. No así el dragoncillo, al que había perdido la pista.