Partida Rol por web

Enrielle echó un vistazo a su espalda al escuchar el portazo y asintió con determinación.

—Bien, adelante Freya. Estaré a tu espalda. ¡Bugambilia! — la vio asomar la cabeza bajo la mesa mientras con la mano libre se desabrochaba la vaina de su daga y se la tendía.— Ten. Te la debí haber dado antes, pero no sé me había ocurrido hasta ahora. ¡La próxima vez pídemela! Venga, sígueme.

Tras eso miró la escalera hacia donde se dirigía la elfa.

—¿Ailaserenth? Espero que estés cerca. Esa debe ser la escalera de la que nos hablaste. Vamos.

─Je, esa cornada le ha tenido que doler ─pensó jocosamente el ogro al sentir la embestida del minotauro al otro lado de la puerta.

Lo cierto era que les había venido bien justo para cerrarla. El golpetazo era buena prueba de ello. Alguien con menos peso y fuerza tal vez podría no haber sido capaz de colocado el madero en su sitio y ahora tendrían a dos minotauros dentro y a unos cuantos compañeros esperando turno para avanzar contra ellos. Al menos ahora contarían con algunos minutos. La puerta parecía recia, pero no indestructible. Al avanzar hasta ella había visto saeteras dispuestas de manera que se podía proteger la puerta, pero tenían demasiada prisa como para utilizarlas. Contarían con algo de ventaja, pues, antes de que se les echaran los minotauros de fuera encima. Bueno, si encontraban un buen sitio donde apostarse, como en unas escaleras, con la arquera y los arcanistas teniendo ángulo, no les recomendaba para nada tumbar la puerta.

─Bien, pequeñaja, dale duro ─comentó el ogro mientras se alejaba por el pasillo para reunirse con los demás.

Kylian realmente parecía estar desenvolviéndose bastante bien para ser lo pequeña y ligera que era. Atacar las rodillas era una buena táctica. Al final el resto del cuerpo le seguiría y podría acabar de machacarlo. Sí, definitivamente había acertado con el grupo, esta gente era competente. Bueno, y si la clériga de Chemosh se llevaba algún golpe, le estaría bien empleado. A partir de ese momento su relación podría seguir sin rencores.

─Dejadme sitio, puedo golpear por encima de vuestras cabezas ─dijo simplemente al reunirse con las otras féminas del grupo.

Me giro al escuchar el ruido a mis espaldas y veo que la puerta está cerrada nuevamente. Desde donde estoy no veo quién la ha cerrado pero imagino que no habrán sido los minotauros. Eso significa que Kylian y Balgros nos han seguido y no sé si eso es algo bueno o malo para nosotros.

Mis conjeturas se confirman cuando el poderoso semiogro aparece doblando la esquina con su garrote al hombro e impaciente  por seguir repartiendo mamporros con él. Yo permanezco quieto y callado, no sea que decida convertirme en su próximo objetivo.

Los mazazos de Kylian destrozan a su sorprendido oponente, cuyas defensas nada pueden hacer contra la sacrílega Portadora de la Noche.

Mientras, Freya y Enrielle inspeccionan al pasillo lateral seguidas por el voluntarioso Balgros, a quien la prudencia de sus dos compañeras le impide llegar más allá.

En cuando la Túnica Roja asoma la cabeza para echar un vistazo, un hacha desciende sobre ella dispuesta a acabar con su vida. Su portador, otro acorazado minotauro, la ha oído llegar y estaba preparado para sorprenderla. Por fortuna, la precavida maga qualinesti reacciona con agilidad y no recibe más que un corte superficial en lugar de perder la cabeza.

A vuestras espaldas suenan los golpes incesantes de los minotauros en el exterior, tratando de echar abajo la puerta del cuartel pero parece que, por el momento, las recias planchas de madera aguantan sus hachazos y embestidas.

- Descansa en paz y que Chemosh te acoja en su regazo... - Oró la goblin con una sonrisa en los labios.

Acto seguido y sin perder más tiempo, corrió en dirección al pasillo donde sus compañeros se habían proseguido la exploración del complejo. La estrechez del mismo había causado un importante tapón en el pasillo, por lo que no le quedaba otra que esperar a poder pasar para tratar de golpear a otro de aquellos cornudos.

- ¡Oh Chemosh, en tu inmensa profanidad, concédeme la fuerza de un buey! - Imploró a su dios esperando acontecimientos, ya fuera por delante si sus compañeros decidían avanzar, o a sus espaldas, si los minotauros echaban la puerta abajo.

Resultaba curioso ver cómo un equipo tan heterogéneo podía llegar a combinarse tan bien. La túnica roja y la arquera formaban ya un tandem mortífero y a éste se unió el ogro, cuya enorme clava junto con la gran envergadura corporal que le permitía blandirla le otorgaba un alcance superior, uno que le ponía al abasto los enemigos más allá de Freya.

─¡Agachad la cabeza! ─advirtió el descomunal guerrero a sus compañeras justo antes de comenzar a intentar aporrear al enemigo.

Balgros lanzó un terrible golpe por encima de las chicas hacia la testa del minotauro, pero el mal ángulo y el exceso de potencia hizo que su arma hiciera restallar la pared de la fortaleza en vez de impactar contra su objetivo.

Aún lo intentaría una segunda vez, pero en esta ocasión con mucho más cuidado y potencia mucho más contenida, al menos ahora evitando golpear paredes o mobiliario. Y, por fortuna también, ninguna otra cabeza...¹ 

Freya se encaró con el minotauro, maldiciendo su falta de cuidado. Había intentado sorprenderle pero al final había sido ella la sorprendida, y ahora contaba con un nuevo corte, el cual, por suerte, tampoco había sido demasiado grave.

Espabila Freya, o vas a acabar con la cabeza separada del cuerpo. Y no creo que así le gustes a Markham.

Dio un ágil paso para ganar el costado del minotauro, y comenzó a repartir estocadas manteniendo la distancia. Buscó un puntazo a la mano, pero acabó por alcanzar la sangría. Aprovechando el baño de sangre enemigo, entró de nuevo arrojando dos puntadas más, de nuevo a las extremidades, reculando rápidamente para ganar de nuevo distancia y estar preparada para eludir los lentos golpes del minotauro.

Enrielle se detuvo momentáneamente ante la burda emboscada esquinera del minotauro, y se giró rápidamente al verse acorralada entre éste y el semi-ogro.

—¡Tócame otra vez a mí o a Freya y acabarás con una flecha entre las cejas, ogro! — espetó.

Avanzó para alejarse del grandullón y su garrote descomunal, con el cual ya la había deslomado una vez, y disparó casi a bocajarro al minotauro emboscador. Sin ver si había matado al minotauro y con la espalda pegada a la pared, volvió a aprestar otra flecha del carcaj para apuntar al semi-ogro, mirándole duramente y apretando los labios desafiante.

Bugambilia cogió la daga de Enrielle y se quedó mirándola sin saber qué hacer. Entonces irrumpió el gigante de Balgros en la sala. ¿Iría a darle otro porrazo? Ya había visto que le había dado uno.

La kender desenvainó la daga, que en su mano era como una espada corta, y se movió furtivamente tras Balgros. La hoja estaba afilada, y el semiogro estaba de espaldas. Buscó inconscientemente los puntos vitales en el cuerpo humano, pero no le servirían de mucho. Balgros era más alto de lo que parecía. Y la verdad es que le imponía bastante. ¡Podría aplastarle la cabeza con una sola mano!

—Ay, ojalá fuera una hidra... sería más grande... pero tanto, tanto que aquí no cabría... — murmuraba muy bajito mientras se deslizaba tras las mesas y las sillas, aferrándose con fuerza a la daga con una mano y a la vaina con la otra.

Oigo pasos que se acercan desde la entrada y cuando me giro hacia ellos esperando descubrir que los minotauros han entrado, mi inquietud es mayor al constatar que se trata de la disfrazada goblin. Ella también ha entrado...

Sin embargo, no tengo tiempo para prestarle demasiada atención porque los demás se apelotonan tratando de cobrarse la vida del último minotauro que ha aparecido. Y mientras ellos se disputan quién asestará el último golpe a su presa, las puertas de entrada han quedado sin vigilancia. Algo que no tendría importancia si no fuera porque ya sabemos que los minotauros pueden llegar hasta ella desde el otro lado de la fortaleza a través de la puerta al otro lado del hall.

—¿De qué sirve cerrar las puertas cuando tienes dentro al enemigo y las dejas sin protección? —pregunto a nadie en particular, consciente de que a ninguno se le ha pasado siquiera por la cabeza.

«Solinari, las pruebas a las que me someten son más duras que las que tu magia me impone...» —pienso, desesperado por la total ausencia de sentido común.

Kylian se aleja del cuerpo destrozado de su adversario y siente cómo sus fuerzas se acrecientan a medida que se acerca al resto de su grupo.

Pero antes de que la sacerdotisa doble la esquina para verlas, Freya y Enrielle ya han combinado sus habilidades en una mortífera coreografía destinada a acabar con el último de los minotauros que ha aparecido en su camino. En esta ocasión es la Túnica Roja quien lleva la voz cantante y la legionaria de Acero quien remata la faena con un disparo a bocajarro.

Algo frustrado porque la pareja se está llevando toda la diversión, Balgros se limita a aplastar al inerte minotauro para asegurarse de que no se vuelve a levantar.

Mientras tanto Bugambilia gatea por el suelo entre patas de sillas y mesas para evitar quedarse rezagada.

Kylian avanzó tras los pasos del semi-ogro. Le había visto algo malherido y ahora que no había enemigos era el momento de tratar de que eso se revertiera de alguna manera.

- ¡Balgros espera, ven conmigo! - Le instó no sólo a que se detuviera, sino a que demandará sus pasos para acercarse a ella. - Puedo curar tus heridas... - Le ofreció. 

─No te atrevas a confundir de nuevo mis pensam... ─comenzó a decirle en tono firme y amenazante el ogro a la goblin, girándose hacia ella y avanzando un paso mientras se cernía hacia ella como si de un árbol combado por la acción de unos fuertes vientos─ Uoooooh, qué sensación más... Oh. Estoy sano otra vez ─finalizó el enorme guerrero observando cómo gracias al toque de Kylian sus heridas se cerraban─. Vale, has conseguido mi perdón. Ahora explícale a Flechas por qué no me tiene que odiar *a mi*... ─añadió, más certero y locuaz de lo esperable.

De remate de la frase vino un ligero toquecillo de su gran clava, que era por lo menos del tamaño de la goblin, haciendo sonar un "tonc, tonc" en la armadura metálica de la clérigo de Chemosh.

Aunque la mente de Balgros había estado confusa, estaba convencido que la clérigo había tenido algo que ver. Ella y sus oscuros poderes. Alguien como ella seguro podría recurrir a su deidad para provocar daños, locura, hacer llover ranas y quién sabe qué otras maldiciones y engaños, y sin duda él había sido víctima de alguna de esas. No sabía lo que había pasado. Sólo sabía que había vuelto en sí por su acción y que le había visto como en sueños, a los minotauros-muertos vivientes y que le habían herido por el camino.

A Enrielle no la recordaba y sin embargo ahora le odiaba. Y tenía una herida que bien podría haberle causado con la clava. No es que el "semi-ogro" tuviera grandes luces, pero los minotauros utilizaban armas de filo y él usaba una contundente... Desde luego no había sido su intención herir a la arquera, ¿qué razón podía tener para ello? No le había disgustado, ni tratado mal, la necesitaba para salir con vida de allí, a ella y a sus mortíferas flechas. Y ahora le odiaba. No le gustaba eso. No le gustaba que le odiaran. No sin razón. No sin habérselo buscado. Así que el clérigo pediría disculpas por él, supiera o no supiera. Y estaba dispuesto a enseñarle a pedir perdón a porrazos si hacía falta...

Escucho los golpes de los furiosos minotauros que tratan de entrar en el cuartel. La puerta resiste por el momento, pero no lo hará eternamente y menos si alguno de los que están aquí se la abre desde el interior.

A ninguno de mis compañeros parece preocuparles ni poco ni mucho esa posibilidad y yo, aunque me quedara custodiando la entrada, nada podría hacer para detener o retrasar la ola de enfurecidos minotauros que cruzarán las puertas. Lo mejor que puedo hacer por el momento es mantenerme alejado de ellas y retirarme cuando las puertas se abran por la razón que sea.

La sutileza de la esgrima había sido insuficiente para derribar al grueso minotauro, pero había creado un hueco suficiente en sus defensas como para que Enrielle pudiese rematarlo a placer. O eso se decía Freya a sí misma, tratando de armarse de confianza. Había sufrido ya dos heridas, y empezaba a sentir que el ímpetu de su yo más joven tomaba el control.

Vamos, hay que ser más rápida, Freya. Corre. ¡Esquiva al instructor! ¡Salta por encima del muro! ¡No! ¡Otra vez los azotes no!

Las frustraciones y los temores de años de escapadas juveniles le venían a la mente con cada nueva mordedura en su piel. Debía ser más rápida, más elástica, más ligera. Años de correrías no le habían borrado el recuerdo de la fusta implacable del instructor en su espalda. Su padre no había tenido piedad de su blanca piel de elfa, aún a pesar del llanto silencioso de su madre.

Si no es una aristócrata para comportarse, tampoco lo es para no recibir un castigo. - solía decir él.

Se sacudió los pensamientos de la cabeza. Había logrado evadir a los instructores muchas veces, y evadiría las alabardas de esos malditos minotauros una vez más. Apretó los dientes y avanzó, haciendo un gesto con la cabeza a Enrielle, sonriendo y avanzando. Lo cierto es que la puntería de la arquera no dejaba de sorprenderla. Se sentía fuerte con ella a su espalda, como cuando luchaba junto a sus camaradas de la guardia.

- ¡Vamos! ¡Ese cabrón dorado ya es nuestro! - su voz había perdido la marcialidad, y empezaba a borbotear de un sangriento entusiasmo - ¡Va a lamentar haber invadido el territorio de mi Markham! ¡SOLAMNIA!

Se abalanzó escaleras arriba, blandiendo el estoque, sin pensar en nada más. Ya le daba igual si el comportamiento errático del ogro había terminado, o si la asquerosa goblin seguía de su lado o no. Ni siquiera pensaba en cómo salir de allí. Ya solo era una chiquilla huyendo de su instructor, saltando a lomos de un caballo y espoleándolo por las calles de Palanthas, mientras reía descontrolada.

Enrielle bufó en dirección al semi-ogro y a Kylian, como una gata que marca las distancias. No entendía qué demonios le había pasado y por qué Kylian tenía algo que ver, pero no tenía tiempo que dedicarle a eso. Tenían que seguir avanzando a toda prisa sin perder el impulso. Se había combinado a la perfección con Freya para avanzar en pocos segundos eliminando toda la oposición, y se estaba viendo extrañamente contagiada por la exaltación que la elfa había empezado a mostrar.

─¡Estoy detrás de ti, Freya!─ exclamó dejándola pasar y subió las escaleras pegada a sus talones.

 Bugambilia vio que el ogro no era del todo una amenaza. ¿O sí? Flechas de Muerte le había dado la daga y ahora avanzaba por algún lado mientras ella iba quedando atrás, sin darle más indicaciones.

 ─¿Señor Ailaserenth? ─ lo buscó, pero no lo veía por ningún lado. ¿Y si se lo habían dejado fuera y se lo habían comido?

No sabía bien qué hacer a parte de esconderse. Tal vez vigilar. O tal vez ver que no hubieran más minotauros abajo. ¿Pero y si la descubrían? La puerta al menos parecía estar cerrada aún y aguantar.

En cualquier caso, era mejor no quedarse atrás. Pero no quería acercarse al ogro. Mejor esperar.
 

Freya es la primera en remontar el pequeño tramo de escaleras y en abrir las puertas de la estancia, seguida muy de cerca por Enrielle. Ambas esperaban encontrar allí al minotauro dorado, según las indicaciones de Ailaserenth, pero lo que descubren es una estancia aparentemente desocupada.

Les lleva un instante darse cuenta de que el salón cuenta con tres pequeñas celdas anexas y que en una de ellas hay un anciano flacucho y ojeroso abrazado a sus propias rodillas y que las mira a ambas con genuina sorpresa. Una sorpresa que se convierte en una mezcla de miedo y esperanza al ver aparecer al campesino grandullón tras ellas.

—Por lo que más queráis, tenéis que sacarme de aquí —suplica el lloroso anciano, en voz rasposa.

El invisible mago elfo, tras encantar desde cierta distancia la tranca de la puerta, sigue a sus compañeras y ya la entrada de la habitación escucha la penosa petición de su ocupante.

Quienes no llegan a oírle son Balgros y Kylian, que conversan entre sí y se han quedado algo rezagados ocupándose de las heridas del semiogro. Mientras, en el exterior, los minotauros continúan aporreando la entrada del cuartel tratando de echarla abajo.

- ¡Nos estamos quedando atrás! - Gruñó la goblin. - ¡Vamos tras las chicas! - Dijo haciendo una referencia evidente hacia la arquera y la túnica roja y aunque no veía al túnica blanca, suponía que también estaba más avanzado que ellos. Por supuesto en aquella exclamación, también entraba el bueno de Ailas como una de "las chicas!.

Sin más avanzó todo lo que pudo hacia la siguiente estancia. No sabía que podía encontrar al otro lado, pero no iba a dejar solos a los otros miembros del Vendaval. Ahora si estaban trabajando del modo en el que mejor se desenvolvían, abranzando al caos. Con un poco de suerte, podrían atrancar también la puerta de la siguiente estancia y de esa manera, si los minotauros lograban acceder al interior de la mansión, retenerlos un poco más.

Freya miró hacia ambos lados, sintiendo aún las palpitaciones en su pecho. Allí no había ningún minotauro dorado, ni tampoco enemigos a los que atacar. Sus oponentes se escondían, quizá, en algún recodo, esperando la ocasión de sorprenderles. Solo Enrielle y ella misma parecían haber alcanzado aquella estancia.

La voz del humano le llegó de repente, haciendo que se girase. Debía tratarse del anterior gobernador, al que mantenían preso en aquel lugar.

- No os preocupéis, os sacaremos de ahí. Markham nos envía. ¿Dónde están vuestros captores? Creíamos que el líder de los minotauros estaría aquí. - después alzó la voz, gritando en dirección al pasillo - ¡Bugambilia! ¡Te necesitamos aquí!

Freya caminó con cautela, asomándose al recodo sin exponerse en exceso. El tiempo apremiaba. Los minotauros estarían en la puerta, tratando de echarla abajo. ¿Dónde estaba su líder? Respiró hondo. Aquella estancia estaba completamente cerrada, y no tendrían escapatoria sin la ayuda de la magia. Se habían metido en una ratonera.