Partida Rol por web

Sangre, violencia y miedo. Me siento tan cómodo que no puedo evitar reirme mientras sigo apuñalando al sujeto, en esta ocasión siendo más preciso y dañino que antes.

—Jo,jo,jo, ¡muere maldito!

La sangre del desafortunado salpica la estancia y a mí mismo, y se mezcla con mis babas colgantes.

Es realmente entretenido.

-Van a entrar por el salón... dejad que lo hagan, una vez entren, ya no podrán salir...-digo al resto viendo cómo de las gasta Gantry, está claro que ninguno llevamos este uniforme porque nos favorezca. Cargo al muchacho como un saco de patatas sin esfuerzo y me dirijo a la primera estancia, por donde creo que el resto de hombres van a entrar. Tengo un cuchillo en la mano y está claro que no voy a soltar al chico, es mi seguro. No me molesto en esconderme demasiado, pero busco cobertura por si van armados como el compañero para que no me puedan disparar desde fuera. 

Mi plan es que en cuanto ellos entren yo muestro que tengo al chico y al cuchillo, eso seguro que les relaja las ideas.

La situación empeora y la sensación de la adrenalina misma me corre por las venas con ansias de disfrutar más. Me conozco, sé lo que es esto y hacia donde me lleva, así que rápidamente cuando surge el incidente con el gordo impulsivo, asiento a las palabras de mi otro compañero y me dirijo corriendo hacia el salón para quedarme oculto del lado de la pared aledaña a la ventana, así podía asestar un golpe con el palo al primero que pase. 

Está claro que no me andaré con pequeñas, incluso cuando me da muchísima bronca no tener una puta arma para volar los sesos de estos. Al menos alguno voy a noquear si tengo suerte.

Había quedado confundido, anclado en los pensamientos de mi pasado tras haber golpeado al chico con la culata del revólver, volviendo a un momento de mi juventud, al instante en el que había arrebatado una primera vida.

Meneo la cabeza frenéticamente, como si quisiera alejar esos pensamientos cuanto antes. Me dirijo entonces junto a Pfeiff al salón para recibir a los hombres que iban a entrar, solo que a diferencia de mi compañero, no trataría de noquearlos. Me escondería con la espalda apoyada en la pared, aguardando a que entrasen, con el cañón del arma apuntando a la puerta. En cuanto uno de aquellos hombres entrara, le dispararía sin dudarlo para colarle la cabeza.

Gantry se ensaña con su oponente, clavándole la navaja una y otra vez hasta que queda tendido en el suelo en un charco de sangre. Su víctima se revuelve en el suelo, sollozando y con la mano en el abdomen, por donde sangra profusamente. 

—¿Qué...? —le falta el aliento—. ¿Qué le has hecho a... a mi familia?

Y, cuando dice eso, trata de echar mano a su escopeta, pero es lento. Ha perdido mucha sangre y no tiene fuerza suficiente como para reaccionar de forma rápida. Su tez empieza a palidecer.

Entretanto, en unos segundos que parecen horas, otras dos personas vestidas de igual forma que quien ha entrado por la puerta entran por las puertas francesas del salón, rompiendo previamente el cristal. 

Aunque Morgan se encuentra en la esquina con el revólver alzado y el dedo en el gatillo, el primero de ellos, bajito y con un poblado mostacho, entra lo suficientemente rápido como para que el pistolero falle el tiro. Tal vez no esperaba esa rapidez, o esa tan baja estatura —¡Joder, es que es un puto enano!—. Sea como fuera, la bala impacta en una de las vitrinas del fondo, rompiendo los cristales y la porcelana en mil pedazos.

Cuando entra el segundo cazador, Pfeiff le golpea con el palo, rompiéndole la nariz y noqueándolo brevemente. El primero de ellos, el bajito, se gira rápidamente hacia Morgan, quien ha tratado de volarle la cabeza. Carga la escopeta y, cuando va a disparar, ve por el rabillo del ojo a Douglas, quien tiene al niño en brazos. 

—No me jodas—exclama este, levantando ambas manos, aún con la escopeta en alto—. ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? ¿Qué le habéis hecho a Olcott?—su respiración cada vez es más rápida y trata de tranquilizarse—. Dejad a Jimmy, él no ha hecho nada —pausa—. Por favor.

Por un momento, la mancha de sangre de la pared parece temblar ante el caos y la violencia. Serán alucionaciones, probablemente un juego de luces con algún relámpago en la lejanía.

«Duerme un rato desgraciado...»

Y lo he noqueado, ahora sí que me siento un poco útil en esta mierda de lugar. Lástima que el viejo falló, hubiera estado bueno un susto extra a estos canallas. No obstante la idea de mi compañero funciona y con el crío ya retenido se les baja las ínfulas a estos cabrones. 

Ya saliendo de las sombras, los escucho con detenimiento mientras sostengo el palo con fuerza. A la primera que vea algo, no lo dudo una vez. 

Había fallado el tiro, sin llegar a reventarle la cabeza de un disparo a aquel puto enano, rompiendo una de las vitrinas del fondo con el balazo. Al ver que el individuo me apunta con la escopeta, lo apunto yo a él con el revólver, sabiendo que si uno cae, el otro también lo hará.

-No importa quiénes seamos -le espeté al hombrecillo, sin dejar de apuntarle-. No queremos matar al crío, pero vaya que sí lo haremos si nos empezáis a dar por culo. Tirad las armas y dadnos las llaves de vuestro vehículo, y nadie saldrá herido. ¿Estamos?

El disparo me detiene y entonces soy consciente del sudor que me cubre por el esfuerzo y la adrenalina. Miro a los que han entrado y las amenazas de Morgan, controlando la situación, y sonrío. Todo va muy, muy bien.

Cuando el moribundo intenta aferrarse a la escopeta le miro con una sonrisa sádica. Entonces le hundo lentamente el cuchillo en la garganta, recreándome en el instante.

Lamentablemente su cuello no es como el de un toro, así que son pocos segundos de placer. Después le registro, buscando munición, que cojo, y el arma.

Compruebo si está cargada y me acerco a los demás. Es entonces cuando me doy cuenta de que mi entrepierna está húmeda. A continuación miro, pero sólo veo sangre, y me deleito con mi descubrimiento: me he corrido de placer, como hacía tiempo no hacía.

Cuando Gantry entra de nuevo en el salón, la escena es dantesca: el muerto sin cara sobre la mesa, la gran mancha de sangre en la pared, Pfeiff con un bastón en alto, Morgan con un revólver, dos cazadores muertos de miedo con los brazos levantados y Douglas sujetando a un niño inconsciente con un cuchillo en la otra mano. ¿A quíén le sorprende que seáis presos escapados de la cárcel?

Tom, que así es como se llama el bajito que ha hablado hace un momento, parece verlo de esa misma manera. Joder, ¿dónde se ha metido?

—Vale, vale, vale, no me hagáis daño, no me hagáis daño—se apresura a decir—. Gene, dales las llaves del coche, por lo que más quieras.

El otro hombre, a quien empieza a hinchársele la nariz, se sobresalta. En ese momento, repara en que Gantry, en el marco de la puerta, proveniente del pasillo, tiene todo el mono manchado de sangre y porta la escopeta de Olcott. 

—Sí, sí, claro —tartamudea a la vez que sus ojos se abren como platos, dándose cuenta de lo que acaba de ocurrir—. Tengo las llaves en el bolsillo izquierdo —dice mirando a Morgan—. Puedes cogerlas, o puedo moverme, pero por favor, no dispares, no dispares —y esa última palabra se torna un sollozo.

Esa adrenalina, ese subidón que tienes ahora mismo en el cuerpo hacen que escuches la voz de Deborah, siempre tan sensual, tan erótica. 

Conocerme es unirse a mí, Jamie. Tú me conoces, ven conmigo. Yo soy aquella quien abre la senda.

Cuando entras en el salón, ves de lleno la mancha de la pared de frente. Aunque está igual que antes, parece cobrar una importancia especial. Parece que esté llamando, parece como si la voz de Deborah proviniese de allí.

Estoy delante de la escena y, cuando habla el enano, mis ojos empiezan a abrirse como platos, con deseo y furia...

Casi temblando, levanto la escopeta, apunto y:

—¡AAAH, ÁBRELA, ÁBRELAA!

Disparo a la pared, donde la mancha de sangre, y corro hacia ella como un miura hace obcecado hacia el capote de un torero. Apenas a un metro, salto con todas mis fuerzas con la intención de atravesarla.

Por alguna razón, Gantry pierde los nervios. Ya lo había hecho antes, en el pasillo, pero cada vez va a más. Hecho una furia y con una determinación inusitada, se lanza hacia la mancha de la pared. Lo normal sería que se estrellase contra la pared y cayese sobre su espalda, o como mucho, si la estructura fuese MUY endeble, romper la pared en mayor o menor medida y caer hacia delante en el exterior. Sin embargo...

Sin embargo, la mancha parece reaccionar cuando el grandullón se acerca a escasos centímetros de ella. Esa mancha con vaga forma de polilla, de dos ángeles danzando, de una extraña máscara; esa mancha de tantas formas y ninguna a la vez parece vibrar unos instantes. La polilla aletea, los ángeles danzan, la máscara ríe. Y Gantry atraviesa esa mancha como si fuese un cuchillo ardiendo cortando mantequilla. 

Y, en un abrir y cerrar de ojos, Gantry ya no está, no queda ni rastro de él. Se hace el silencio. Los dos cazadores se quedan ojipláticos ante la escena y os miran a los demás, tratando de interpretar si esto es una sorpresa también para vosotros.

El olor al metal de la sangre ahora mismo es asfixiante en el salón. La mancha parece dejar de moverse, pero no sabríais decir si se encuentra en su estado anterior o ligeramente distinta. En cualquier caso, es imposible.

De la mancha puedes oír salir la voz de tu padre.

Maldito niño, ya sabía yo que no ibas a hacer nada con tu vida. Mírate, ¿en qué te has convertido? En un puto criminal. ¡Tú no eres mi hijo!
 

De la mancha puedes oír salir la voz de tu amigo Terry.

¡Harry, ayúdame, por favor! ¡El señor Carlsen nos ha descubierto, va armado! ¿Dónde estás? ¡Dijiste que no nos separaríamos! ¡Harry, me has fallado!

De la mancha puedes oír un leve sonido de lamento. Es el sollozo de aquel San Bernardo que presenció cómo perdiste tu humanidad, cómo le arrebataste a su dueña. También puedes oírla a ella.

No pasa nada, Marcell, tú no quisiste hacerlo. Ven conmigo, todavía podemos estar juntos.

-¡Callate... cállate, cállate! ¡No sabes quién soy maldito hijo de puta! ¡Es por tu culpa!- grito fuera de mí, respondiendo a una conversación que sólo yo podía oír. Desquiciado, aprieto los dientes y me quedo mirando a esa mancha de la pared y apunto con el cuchillo en esa dirección amenazadoramente.

Con los ojos abiertos por la sorpresa comienzo a mover los brazos indicando que algo pasa con esa mancha. Yo no sé si me fumé algo antes de todo, pero se llevó al gordo y para llevarse a semejante animal, es que hombre algo raro pasa. Por ello miro a mis compañeros en plan: ¿Lo vieron?  A ver si soy el que delira aquí, pero no al menos este tío que se llama Douglas reacciona.

Me acerco a él, le indico con una mano que se calme y piense con un dedo señalando la cabeza. No soy el más sensato en esto, tampoco es que sea conveniente rescatar a Gantry pero quiero probar una cosa. Así que les indico a mis compañeros que esperen con las manos alzadas y luego voy hacia donde está el muerto del gordo. Lo arrastro como sea—si ayuda alguien no me opongo—y lo tiro contra la mancha esa. 

A ver qué pasa. 

Al mover el cuchillo, el cuerpo inconsciente del chiquillo que tiene Douglas entre sus brazos empieza a esurrírsele hacia el suelo.

Pfeiff, consigue, con mucho esfuerzo, enderezar el cadáver sin cara de Dennis Gelon, antaño guardia de seguridad del Liberty Center for the Criminally Insane. Al moverle, algunas de las monedas desaparramadas por la mesa al vaciarle los bolsillos caen al suelo, tintineando y rodando varios metros por el suelo antes de chocarse en algún mueble y caer de forma horizontal en el suelo.

Dennis es un tipo grande. Quizás no podría decirse que tanto como Gantry, pero cuesta moverle. A todas luces consiguió ese trabajo cuando era más joven y estaba más en forma, pero los años le han acomodado como a tantos otros y le han hecho perezoso. Rara vez un preso se vuelve contra ti cuando vas armado con un revólver. Y por supuesto, nunca un preso termina cortándote la cara.

Aún con medio cuerpo sobre la mesa, Pfeiff se las apaña para que la cara despellejada del hombre toque la mancha, pero no hace otra cosa que chocarse contra ella. Se oye un fuerte golpe del cráneo chocando contra la pared y finalmente el cuerpo cede y cae al suelo, adoptando una pose inhumana, doblado sobre sí mismo.

En ese momento, Gene —el cazador que estaba siendo vigilado por Pfeiff— aprovecha la ocasión para echar mano de su escopeta y tirarse al suelo. Todos ellos tienen escopetas a sus espaldas, puesto que parecen venir de una cacería deportiva. Sin dudarlo, dispara al preso a Pfeiff por la espalda, pero la rapidez del movimiento le hace fallar, impactando en el cuerpo sin vida de Dennis.

El otro cazador, Tom, aprovecha también la distracción para girar sobre sí mismo y arrebatarle el arma a Morgan, quien hasta ahora le ha estado encañonando.

—¡A suelo! ¡Al suelo, digo, hijo de puta! —grita Tom, con renovada autoridad—. ¡Y tú, suelta al crío y apártate lentamente de él! —ordena a Douglas. 

-Ni de puta broma colega.- digo sonriendo de medio lado, socarrón y retador con aire de quien no tiene nada que perder. 

-¿Estás seguro de que eres tan bueno con eso como para dispararme antes de cortarle el cuello al puto crío? ¿De verdad confias tanto en ti? Sólo tienes una puta oportunidad...falla y la has cagado, el niño muere...yo no tengo conciencia, viva o muera yo no soñaré con... ¿Cómo le has llamado? Ah si...Jimmy... bien...¿Eres lo bastante bueno como para estar seguro de no fallar? Tu compañero ha fallado un tiro mucho más fácil. Yo no tengo nada que perder y todo que ganar...¿Qué tienes tu? ¿Eh? ¿Tienes un par de huevos, mamonazo? ¡ENSEÑAMELOS VENGA DISPARA HIJO DE PUTA!- le reto con los dientes apretados en una sonrisa siniestra, no me agacho a recoger al crio del suelo, pero le pongo un pie encima de la nuca, sería fácil partirle el cuello en un giro de tobillo, ello unido a mis palabras deberían ser suficiente para crear la duda en el cazador, que debía estar bastante cagado de miedo.

O eso espero.