Partida Rol por web

I N T R O D U C C I Ó N

El convoy se detuvo en un semáforo y un camión sin remolque arrolló el primer vehículo por un costado, haciéndole dar dos vueltas de campana para luego empotrarse en un escaparate de una licorería.

El conductor trató de hacer marcha atrás pero el autobús había quedado atrapado entre el camión, que estaba echando humo y una furgoneta enorme que frenó justo detrás. Kan gritó.

—Mierda ¡Fans! ¡Fans!

Los pasajeros también gritaron, cada uno a su estilo. Bueno, el hombre de las gafas de sol y la señora de su lado no, ambos observaban tan tranquilos, casi desganados.

De la furgoneta y comenzaron a salir tipos vestidos con el cucurucho típico del Ku Kus Klan, armados hasta los dientes.

El autobús me parecía bastante extraño, se me sentó al lado de un francés que parecía nunca callarse. Yo suspiré, a Cornelia  le encantaba los franceses y tampoco paró de hablar. Vi como se paraba la furgoneta y como salían miembros del clan.  Al principio me relajé, el clan y yo teníamos una larga relación de amistad, pero entonces me acordé de la abducción y que estaba en otro lugar... Me levanté saqué la pistola y dije, Tengo una misión de Dios.

El viaje estaba siendo para Mackenzie como una excursión. Se tapó la boca para que no se la oyera reír con el baile de Culero y la carcajada finalmente salió con lo de la viuda caníbal. Y además se había unido al juego Steve al que no podía dejar de sonreír. Pero el estruendo del choque y ver las vueltas de campana del coche devolvió a su rostro el rictus acostumbrado. Pegó un salto y se puso en pie.

—La burócrata y la sádica, ¡hay que ayudarlas!

Al levantarse vio a los tipos encapuchados salir de la furgoneta y se agachó.

—Boscemi, ¡no sea loco! —vale, no se le podía haber ocurrido una advertencia más estúpida—. ¡Cúbrase, joder, que le van a acribillar!

Buscó el martillo rompe cristales de la ventana que servía de salida de emergencia en el lado opuesto al de los encapuchados. Había que salir de allí antes de que los secuestraran o cosieran a tiros.

Todo había sucedido muy rápido. Justo cuando comenzaba a disfrutar de la presencia de dos de sus hermanos, el Klan había actuado, mandando a volar el auto en el que la telekinética alienígena se encontraba. Miró con recelo al hombre triste; tal vez le había escuchado y se vengaba de sus palabras de alguna forma.

—Boscemi, quédese tranquilo, y haga fuego de cobertura así podemos escapar. Pero sólo si ellos comienzan a disparar primero.

Luego se volvió hacia Cielo. 

—A la mierda con la burócrata y la sádica. Salgamos nosotros de aquí y escondámonos en algun lugar.

Mientras la chica buscaba el martillo rompe cristales, Culero tomó su nunchako de la espalda, e impactó con un golpe seco al vidrio más cercano y opuesto a la dirección del Klan. No había tiempo que perder.

El frenazo hizo que Steve se golpeara con el asiento de delante, y, cuando se recobró de la sorpresa, saltó al pasillo, se agachó y tiró de la manga de Mackenzie hacia abajo.

 — ¡Agáchate! — dijo — Es inútil, no va a razonar: tenemos que irnos.

Además, el conductor de las estepas había gritado algo... "fans". ¿Serían sus fans?  Boscemi no paraba de hablar del Klan cuando estaban en la cabina de teléfono: si eran fans de alguien, sin duda eran los suyos. ¿Venían a rescatarle? ¿A rendirle culto?  Seguro que no iban a matarle: a Sherlock Holmes le mató su autor, y fueron sus fans los que le resucitaron.

 — No van a matarle a él; en cambio, a nosotros... — pensó — Tenemos que irnos. YA.

Miró aliviado a Culero, que había reaccionado y rompía el vidrio para que pudieran escapar.

La luna del autobús se agrietó mostrando un dibujo como el de una telaraña con su centro en el lugar en el que Culero había golpeado con su nunchaku.

Steven notó el gatillo de la pistola rígido. Cuando su compañero de asiento soltó un "¡merde!", tratando de cargar una especie de trabuco de grandes dimensiones Boscemi se dió cuenta de que les habían saboteado las armas. Aquello no iba a disparar.

Una ametralladora abrió fuego acribillando a Bernardo, que cayó de bruces en medio del pasillo.

Un disparo de escopeta alcanzó a Kalivar en la cabeza, reventándosela como un melón. Parte de sus seso cayeron cobre la amplia frente del "hombre excesivamente expresivo" que comenzó a gritar en un tono muy agudo.

Otro tipo embozado en un capirote encañonó al conductor pero no le dio tiempo a disparar porque Kan, rápido como el viento, soltando un grito gutural, en tono muy grave, arrancó el cambio de marchas y se lo clavó al fan atravesándole el cuello de lado a lado.

Cuando con un par de patadas cayó al suelo la luna del autobús y tanto Culero como Steve y Mckenzie tenían la calle a su alcance (les quedaba saltar desde el autobús), se encontraron en su camino a dos de esos tipos del ku klux klan, uno con una pistola, que iba a cara descubierta luciendo gafas de sol ochenteras y barba pelirroja, y el otro con una recortada, con la capucha reglamentaria.

Veo como han trucado mi arma y también grito ¡Mierda! Veo como nos acribillan y entonces Cornelia dice Hora de una retirada... No me lo pensé  dos veces, tenía una misión de Dios, pero para cumplirla necesitaría armas que funcionasen. Sigo a mis compañeros que habían escapado. Cornelia volvió a habalr de manera seductora Vamos es la hora... ¡Cállate, zorra! digo jadeando mientras intento correr. Una idea se me está colando en la cabeza, estoy comenzando a procesar la información que nos habían dado, estaba comenzando a creerla y yo no quería creer.

En cuanto notó el tirón de Steve, Mackenzie se agachó. Primero vio a Bernardo caer en medio del pasillo, después el alarido de Mr. Cellophane hizo que se girara para ver lo que quedaba del pobre Kalivar. Un grito quedó ahogado en su garganta. Así se había acostumbrado a reaccionar: ver morir a gente de forma horrible y no poder emitir un grito si no querías descubrir tu posición.

Al girarse de nuevo hacia la ventana vio que aquellos malnacidos los habían rodeado. Los dos iban armados.

Volvió a agacharse. Sus ojos, abiertos como platos, no pestañeaban. Ni siquiera conservaba su cuchillo de caza, aunque, ¿le habría servido de algo a quemarropa frente a dos armas de fuego?

—Fuego…

Todavía agachada, se movió para agarrar el extintor* del autobús.

Al reventar la cabeza de Kalivan, Steve pudo comprobar que sus temores eran fundados: no les importaba liquidarles a todos, con tal de llegar hasta su ídolo.

Se escabulló a gatas por la ventanilla, clavándose algún trocito de vidrio en las palmas de las manos y las rodillas, sólo para encontrarse frente a dos de aquellos paletos del klan.

Steve dio un paso al frente, alzando las manos en son de paz.

 — ¿A quién buscáis?

Aguardó dentro del autobús, a un lado de Cielo, mirando de reojo como recibían a Steve, quien aparentemente habia decidido entregarse. No podía culparlo, estaban completamente rodeados y no parecía haber escapatoria. Tal vez la paz fuera la única solución posible. Pero no iba a rendirse tan de prisa.

—Genghis, ven aquí— le indicó al tipo mongol que actuaba como chofer. Era de los pocos que contaba con un arma, si bien improvisada, al tratarse del cambio de marchas, y parecía tan feroz como el verdadero Genghis Khan. Lo mejor era tenerlo cerca y como aliado. Aguardó a que Cielo tomara el extintor del autobús, alivado al notar que Boscemi por una vez no había perdido los estribos, aunque sí su arma.

Se arrastró por el pasillo del vehículo hasta la ubicación del tipo del bate, que había reventado como un melón. Buscó el bate en las inmediaciones, con la intención de arrojárselo a alguno de sus compañeros por si las cosas se ponían aún más feas.

El tipo de la cara descubierta apuntando a Steve gritó.

—¡Al suelo marica! ¡Te mataría ahora mismo si no hubieras salido de la misma puta mente que nuestra estrella polar!

Y miró hacia Steven esbozando una sonrisa casi infantil, de ilusión.

Cuando vio que Steve salía por la ventana, Mackenzie se quedó sin aliento. Unos tipos que no habían dudado en volarle la cabeza a Kalivar o acribillar al macarra, ¿iban a perdonarle la vida a él? Su mirada se clavó en Culero, aún cerca de ella, mientras abrazaba contra sí el extintor en un gesto de decisión. Tal vez aún pudiera cegarlos con el gas y evitar que hirieran de muerte al locutor.

En un movimiento le quitó el seguro y asomó la nariz pegada al marco de la ventana cuando escuchó las palabras de aquel malnacido.

—¡¿Estrella polar?! ¡Qué cojones!

En cualquier caso si ese era el criterio para salir con vida, ellos también lo cumplían. Aquel pirado contemplaba a Boscemi como un niño miraría a Mickey Mouse.

—¡Ey! —dijo todavía sin asomar más allá del marco en el que estaba apostada—. Este autobús está lleno de gente de M.D. Fullenher. —si era un autor debían llamarlo así, ¿no?, con todas las iniciales de su nombre. Esta vez no se atrevió a hacer la gracia de decirlo mal—. Yo soy Mackenzie, Mackenzie Wood. Steven Boscemi y Culero Connor están aquí dentro. ¡Y os acabáis de cargar a Kalivar!

Steve estaba muerto de miedo. Aquel tío le estaba apuntando con un arma, y llamando marica.

A pesar de todo, dio un par de pasos laterales, despacio, muy despacio, para colocarse delante de Mackenzie. O, al menos, de la voz de Mackenzie a su espalda.

 — Vale, jefe: lo que tú digas, no vamos a discutir. ¿Quién es vuestra estrella polar?

Steve estaba seguro de que iban a decir: "Steven Boscemi"; y no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar el grandullón.

Culero se levantó con cuidado, guardando el nunchaku en la parte trasera de su ajustado pantalón, con el cinto por encima. Al parecer ser hermano de aquel gordo irritante iba a rendir frutos. Alzó ambas manos lentamente, tocando con la punta de sus dedos el techo del autobús.

—¡Eh! Somos todos amigos de Boscemi. No querrán enfadar a vuestro ídolo, ¿eh? Que dispara como un francotirador— un leve elogio al objeto de devoción de un fanático siempre ayuda a lidiar con sus locuras.

Me reuní con los supervivientes de mi grupo y entonces vi al miembro del KKL ¡MIERDA!  Iba a apuntarle con mi pistola pero entonces me acorde de que en algún momento alguien me la jugó... Debía ser creativo ¡Agacharos! Me disponía a lanzarle la pistola a la cabeza y en el momento de confusión lanzarme sobre él. El plan no tenía fallas. Entonces empezaron a hablar mis compañeros y Culero decía algo de que yo era su ídolo. Eso era demasiado, era cierto que hera una leyenda viva entre los miembros del KKL, tenía récord... Me quedé soñando despierto sin hacer nada.

Kan no hizo mucho caso de Culero. Abrió la puerta que había junto al puesto de conductor de una patada y se lanzó por ella como si fuera una pelota gigante.

Los fans que ya estaban en el interior del autobús apartaron a Culero y a Mackenzie con la ayuda de sus rifles, dejándolos atrás. En algún momento los disparos habían parado.

El tipo de la cara descubierta se arrodilló frente a su ídolo y los demás le imitaron, momento en que la chica oso y el tipo que se parecía a Beethoven aprovecharon para ir saliendo con todo el disimulo que podían, que no era mucho. El tipo demasiado expresivo yacía muerto con una bala perdida en la garganta y el genio del mal y la señora hastiada seguían contemplando el espectáculo con el desprendimiento con el que miran los ancianos seniles los telefilms en las residencias.

El cabeza de los fans habló casi llorando.

—Dios ha querido enviar a este ejército su cabeza. Al fin Dios ha traído al líder de la que será nuestra nación blanca renacida. Estamos a sus órdenes, nuestro führer.

A lo que todos contestaron.

—¡Heil Steven!

Extintor en mano, Mackenzie vio pasar de largo a aquellos tipos armados hasta los dientes. Una vez encontrado su mesías parecía que no les importaba nada, así que decidió no cruzarse en su camino. Qué haría Boscemi con su panda de adoradores, no podía adivinarlo, pero le bastaba con que estuvieran suficientemente apaciguados como para poder largarse de allí. Hizo una señal con la cabeza Culero a su lado y luego a Steve a quien le pidió que se acercara a la ventana para poder hablarle. Le pasó el extintor para que se lo sujetara mientras salía. No se atrevía todavía a dejar caer la única arma de que disponía.

—Antonia llevaba consigo la carpeta con nuestra información, tiene que estar en el coche. Tal vez ahí diga dónde vive el capullo de Fullenher. —señaló con la cabeza el escaparate contra el que se había empotrado. Alguien tenía que llamar a un ambulancia y probablemente muchos estarían llamando a la policía—. Tomemos la carpeta y salgamos de aquí antes de que nos lleven a comisaría —sugirió.
 

Salgo de mis cavilaciones cuando empiezan a hablarme. Parece que soy el mesías. Estaba claro. ¿Sabes qué son nazis, no? Me reí, como unos chicos tan simpáticos y avispados podían ser nazis. Cornelia había captado mis pensamientos y dijo ¡Dios Steven, han dicho cosas en ale... ¡Cállate zorra! Cornelia suspiró. Me aclare la garganta y dijo Heil, Heil.mpor fin veo a un par de jivenzuelos con un poco de seso. hablo a mis seguidores en alto ¡Sí amigos míos! Tenemos una misión de Dios. Tenemos que limpiar este país de la chusma. La chusma comunista, marxista-cultural, amenaza nuestro modo de vida. Amenaza con la costumbre de la buena gente. Nuestro trabajo es duro, lo sé. No tendremos descanso hasta que nos ocupemos de la escoria reptiliana comunista que amenaza esta nación. Demos proteger a los inocentes. ¡Hay que servir a dios ! Patria, familia y religión; o las tres p como las llamo yo. Si tuviera en estos momentos Cornelia tuviera cuerpo físico se habría golpeado la cara con la mano de maner muy fuerte.