Partida Rol por web

El hijo del herrero tenía una lengua lo bastante larga como para pillársela en una puerta o un cajón. Damira tenía experiencia con ese tipo de lenguas, particularmente con la suya, cuando tenía la edad del jovencito, e incluso unos pocos años más. Dudaba, sin embargo, que el chico tuviera el músculo o la cabeza para respaldar ese apéndice.

—Niño. — El rostro de Damira estaba cincelado en roca, y la mirada que clavó en el primogénito del herrero podía apagar el fuego—. No aguantaba a los imbéciles cuando tenía tu edad, y los años no me han dado bastante paciencia para hacerlo ahora.

Si la edad no te daba derecho a tratar a los niños como niños, ¿de qué servía envejecer?.

Sin esperar respuesta del joven arrogante, volvió a centrar su atención su hijo. Salía de casa, andaba con chavales de su edad y su hermanita no estaba tirando de él —Santa, que Lucrecia no esté aquí también— por una vez. Ya había acabado en el lugar equivocado en el momento menos apropiado; pobrecito mío.

—Ya deberías ser lo bastante grande para saber qué haces, Cesare. —Su hijo era grande en más de un sentido; ya era casi tan alto como ella, y aún tenía tiempo para crecer—. ¿No estabas con tu hermana? Acabo de pasar por casa y no la he visto.

Tomo 10 en intimidar contra Rald, para un resultado de 18. No pretendo cambiar la disposición del PNJ, en cualquier caso, solo dejarle claro que no es buena idea tocarle las narices, así que úsalo solo si lo crees conveniente.

Rald esbozó una sonrisilla sarcástica y levantó las manos como si le hubieras apuntado con un arco, pero cerró la boca.

—Lucrecia se ha ido con Margatte a ver las tiendas de vestido del mercado —respondió Cesare—. Madre, ¿nos podrías dejar a solas? Me estás avergonzando delante de mis amigos.

—¿Y qué sabes tú de la suerte? —te espetó Rustal—. La fortuna es una amante veleidosa, si no demuestras tu arrojo nunca te sonreirá.

—¡Así no es como demuestran los tymoranos que son atrevidos, Rustal! ¡Hacen hazañas que nadie más se atreve a hacer, exploran los más recónditos lugares de Faerûn, se embarcan en aventuras que hacen de los Reinos un lugar mejor! ¡No se meten en un antro y dilapidan su fortuna en juegos en los que no se puede ganar! —estalló Dolgan.

—¿Y lo dice alguien que invirtió la fortuna de una vida de aventuras en regentar otro antro en el que se sirve alcohol? ¡No me des lecciones, humano!

Dolgan se cruzó de brazos. Una vena se le abultó en la sien y abrió la boca para contestar cuando el enano se acercó, atraído por el barullo.

—Disculpen, pero están molestando a los clientes. ¿Les importaría dejar de discutir?

—La fortuna no favorece a los que se rinden fácilmente.

No lo hacía. Morgan siempre decía que la suerte siempre favorecía al que llevaba las de perder. Que ganase el más habilidoso era lo normal, pero la fortuna podía volcar el resultado hacia el otro lado. Morgan desdeñaba la fortuna, y basaba todos sus planes en la habilidad y la planificación. Probablemente era su forma de decirte que no merecía la pena dilapidar tu dinero en aquello. O quizá no, quien sabía.

Morgan tiró sus dados y volviste a perder. Alguien en la mesa ganó la apuesta, pero la casa ganaba sin lugar a dudas.

—¿Volverá a apostar la señorita de los cabellos de fuego?

Dolgan y Kayle discutían con el elfo acaloradamente, tanto como para llamar la atención del encargado. Tabin jugaba (y perdía) a los dados. Damira reñía a unos de los chicos imberbes como si fuera su hijo. Bel coqueteaba con una súcubo. Y Payne estaba cruzada de brazos a tu lado, mirando todo aquello con desagrado y negándose a participar de aquello.

—¡M-Mil perdones!—se apresuró a intervenir Kayle—. No volverá a pasar. Sólo es un malentendido.

Lo único que les faltaba ya era montar un numerito allí en medio. Sería de todo menos bueno. Agarró ligeramente uno de los brazos de Dolgan y le murmuró un preocupado "por favor".

—Sé de la suerte que fue la que me trajo a Nesmé— le susurró poniendo una mano sobre la suya. Y tanto que sabía lo que era la suerte. Para bien o para mal—. De lo contrario estaría muerta.

No le apetecía decir lo que pensaba de aquel lugar delante del condenado encargado de modo que tuvo que salir por otros derroteros.

—Dolgan tiene una taberna pero se preocupa por sus clientes, no se desentiende de ellos si se emborrachan o se meten en peleas. Y por sus amigos también se preocupa, sólo intenta demostrarlo lo mejor que sabe. Por favor, no te enfades... —se rascó una mejilla como si estuviese pensando algo y repentinamente se le iluminó la expresión como quien se acuerda de alguna cosa agradable—. Oye, ¿nunca has tenido una meta? Algún propósito, algún sueño... algo que te gustaría hacer.

-Nah -dijo Tabin sonriendo de buena gana-. No merece la pena. Pero ha sido un placer jugar contra ti. Espero que nos veamos en otra ocasión en la que sí puedas soplarme los dados.

Tamborileó la mesa y se apartó dedicándole una mirada intensa a Morgan. No quería irse de su lado otra vez, pero lo exigía la mascarada hasta que pudiera reunirse con ella. Buscó al resto de una rápida ojeada. ¿En qué se habían metido?

El jovencito no se había hecho las necesidades en los calzones, lo cual Damira reconocía que era más de lo que podía esperar. pero ni siquiera se había encogido sobre sí mismo ni se había protegido el rostro como quien espera una bofetada. Podía achacarlo a la arrogancia de la juventud, de la que el chico parecía tener suficiente para varios quinceañeros. O podía ser que, simplemente, había perdido su toque. Su mirada, su gesto, habían perdido la ferocidad de su juventud.

Cesare no había dejado sola a su hermana, y Damira no había entrado allí para ejercer como madre, así que decidió dejarle solo con sus amigos, tal y como le había pedido.

—Te has avergonzado tú solito cuando te has escondido bajo la mesa. —Demostrar a un hijo cuándo no tenía razón era una parte fundamental de la maternidad, aunque para ello hubiera que hurgar en una herida—. Tengo asuntos que atender. No os metáis en líos.

Damira se dio media vuelta y buscó a sus compañeros con la mirada.

Creo que Damira no es la única que se había separado del grupo. En cualquier caso, se acercará a los que parezca que están "trabajando", especialmente si están hablando con Blundrik.

-¿Y esto se supone que es una diversion en las ciudades?-Pregunto a la extraordinariamente seria mujer en un intento de entablar conversación pero sin esperar una respuesta amigable.-¿En serio? 

Espero que nuestros puntos de vista afines respecto a lo que allí acontece me permitan charlar un rato con ella sin que tenga que mirarme con asco... espero.

Un brasero estalló de improviso, desprendiendo un cegador fogonazo de luz. Una miríada de gritos de sorpresa recorrió las Cinco Coronas.

Todos: TS Voluntad CD 16 o quedar cegados.

Todavía no había encontrado a sus compañeros cuando escuchó un fogonazo. Local, jugadores guardias y camareras se fundieron en una luz blanquísima, que quedó impresa en sus pupilas, impidiéndole abrir los ojos sin sufrir un dolor agudo. ¿Ladrones? No podía ser un simple accidente.

Gritos de sorpresa y miedo se elevaron a su alrededor. Damira retrocedió a trompicones a la mesa donde había dejado a su hijo y sus amigos, con los brazos extendidos delante de ella.

—¿Estáis todos bien? —preguntó, girando la cabeza hacia el lugar en el que suponía que debían encontrarse los jóvenes.

-¿Pero qué?-Digo asiendo mi bastón y preparándome para cualquier eventualidad.

En cuanto percibió que las cosas se iluminaban de sopetón, Kayle se cubrió los ojos con un movimiento eléctrico.

Lo hizo justo a tiempo de no quedar cegada por el fogonazo aunque en cuanto éste pasó, separó los brazos para mirar en derredor tratando de averiguar a santo de qué demonios había ocurrido aquello.

El fogonazo se grabó a fuego en la retina de Tabin y siguió ahí aunque cerrase los ojos.

-¡Perdición de Cyric! -gruñó echando mano de sus armas y preparándose para sacarlas aun a ciegas.

—Todo el mundo al suelo, esto es un atraco —dijo un hombre vestido elegantemente, que se había subido a una mesa.

A su alrededor, un puñado de matones habían desenvainado sus espadas y fueron a interceptar a los pocos guardas que no habían sido cegados.

—...Y como algún jodido capullo pretenda hacerse el héroe ¡me cago en la leche, pienso incinerar hasta al último de vosotros! —chilló una elfa entunicada, que se dirigía hacia el enorme cofre del premio.

Tirad Iniciativas.

—Todo el mundo al suelo, esto es un atraco —dijo una voz varonil, mientras se oía el sonido de varios aceros abandonar sus respectivas vainas.

—...Y como algún jodido capullo pretenda hacerse el héroe ¡me cago en la leche, pienso incinerar hasta al último de vosotros! —chilló una voz de mujer.

Tirad iniciativas.