Partida Rol por web

Mostrábase finalmente la temida bestia. De non ser porque eramos sabedores de a donde habiamos venido et a que ibamos a enfrentarnos, non hubiera creido lo que agora veian mis ojos; una enorme sierpe voladora de cuyas fauces emanaba un fulgor verdoso.

Afiancé los pies en el suelo adoptando postura de combate et alcé mi mandoble hasta que la empuñadura estuvo a la altura de mi sién. Estaba listo para partir en dos a la bestia si aquesta intentaba ferirme nuevamente...

Viendo que mi señor se disponía a enfrentar a la criatura, prepareme yo con gran temor para tal colisión, pues no iba a cometer la cobardía de dejarle solo en tal liza, que a otro señor como este no encontraba yo, seguro estaba. Ahora bien, que una cosa era luchar por el señor y otra lanzarse a la lid como si fuere yo uno de esos valientes guerreros que nada temen. De eso nada tenía, así que aferré el cuchillo, y comencé a escabullirme a un lado, viendo a ver si había forma de agarrar desprevenida a aquella cosa.

Tan rapido ocurrio todo que el marino apenas si se dió cuenta de lo ocurrido, volviose tan solo para ver al caballero sangrando a pesar de su armadura, y a continuación giraba mirando a muchos lugares buscando su enemigo sin encontrarlo. Cuán cómica sería su situación si no estuivieran en lo que parecía a todas luces un peligro mortal.

Fue gracias a Valenti que la pudiese ver entre la espesura, pero ¿qué demonios era aquello? Ni tiempo le dedicó el francés a pensarlo, le bastaba con saber que les había atacado y de seguro volvería a hacerlo. Disparó el proyectil cargado en la ballesta, e incluso antes de saber si había acertado o errado el blanco, ya estaba sacando entre sus ropas un cuchillo para defenderse.

Et entonces que no hizo falta decir aquesto de "mirad allí", o "he aquí hallada la respuesta", mas que tan sólo quedéme mirando a lo lejos a la culebra inmunda, ¡pérfida!, al igual que mis compañero. Ya tenía desde hacía ya unas buenas centenas de pasos el arco bien preparado, et que no me hizo falta el cargarlo. Claro que, por obvio que pareciera bien cabe decir que elevé el brazo, con codo tensado en cuerda y flecha, apuntando al engendro de Lucifer... A la mínima reverencia hostil dejaría de hacer tensión en mis dedos para comenzar el baile de flechas mas, entonces, esperé.

Peligro es -murmuré a mis amigos-, muerte démosle, con cautela.

Et que al igual que bien había salvado la vida a casi cuantos pude cruzarme heridos en el camino, creí tener conciencia, por aqueste hecho, de cuándo la muerte es merecido por algunos. Y éste era uno de esos casos.

Agneta y Ahmed quedan a la espera mientras el resto se lanza al combate contra la serpiente. Diégue fue el primero en reaccionar y disparó su ballesta contra la bestia, la cual intentó evitar el dardo inútilmente. El virote se clavó en su lomo y debió de hacerlo en una parte vital de la bestia, pues ésta quedó inmóvil enroscada sobre sí misma pero aún amenazante.

Et que duróme poco la postura defensiva adoptada, pues el de Moreau era presto a la par de temerario. Cosas de la juventud...

Enroscóse la sierpe al recibir la flechada et que aproveché tal momento para devolverle el embiste que anteriormente me había propinado. Cargué con la furia de un jabalí al grito de ─¡San Jorge! ─et descargué un terrible mandoblazo en la cola de la bestia.

El espadazo es más de lo que el maltrecho cuerpo de la bestia puede soportar y termina por enviarla al Infierno. El tajo hace que salga un chorro de sangre oscura negruzca y empape la armadura del caballero.

En un abrir de ojos el combate ha terminado, no ha sido nada difícil terminar con la bestia. Se ve que no era tan peligrosa como parecía o que vosotros sois muy duchos con las armas.

Reconoces a la criatura como un horpí, una criatura mítica que se cuenta que abundaba en los bosques catalanes hace siglos pero que han ido desapareciendo y que ahora sólo viven en lo más profundo de algunos bosques. Sus avistamientos son extremadamente raros.

El resplandor verduzco en la cabeza de la serpiente es porque según se cuenta, llevan en su interior una especie de piedra de color verde que cuentan que los magos utilizan para inmunizarse del veneno, pero no sabes exactamente cómo. Lo que está claro es que la piedra ha de ser muy valiosa.

Sucumbió la bestia al mandoblazo. Finalmente non era tan fiera et resistente como lo era de veloz.

Tras limpiar la armadura de su obscura et espesa sangre, alcé la espada e dejéla caer sobre el cuerpo sin vida cercenándole la testa. Había que tomar tal precaución.

─Prosigamos la andadura ─díxele al grupo.

La cara del pequeño moro había adquirido el color del ambiente, poniéndose pálida ante la criatura del demonio a la que se había enfrentado el grupo. No llegó siquiera a desenfundar su cuchillo pues estaba paralizado por el miedo agarrando solamente las riendas del caballo del amo sin alcanzar a hacer nada más de provecho.

Cuando el combate acabó, tan rápido cómo había comenzado, Ahmed respiró aliviado pero aún temeroso de lo que este bosque escondía.

Pasó todo deprisa, y acabó en un santiamén. Para Agneta, que se había quedado retraída, aquello no era más que la primera de las sorpresas que les esperaban. No se movió hasta pasado un buen rato, cuando ya los demás habían reaccionado. Y sólo se movió para encogerse aún más, atemorizada.

Ha sido fácil... Demasiado fácil...

-No os fiéis Señores... no os fiéis...

La mirada iba de un lado a otro, buscando, temiendo.

Una vez decapitada la bestia, el francés se acercó con cautela e recorrió el borde de su escamosa piel con los dedos. ¿Realmente una criatura diabólica había sucumbido con tal facilidad? Non podía creerlo así de fácil, aún por mucho que las estocadas del don Jaume fueran tan temibles.

Non desaprovechó la ocasión de rebuscar la saeta lanzada en el cadaver de la bestia, así mismo se dispuso a arrancar con el cuchillo parte de la su piel y colmillos.

Observé maravillado cómo la espada de mi señor partía en dos a aquella serpiente maligna, y, gozoso, volví al lado del guerrero, celebrando aquella victoria con una sonrisa de alivio, mientras guardaba de vuelta el puñal antes de que mi señor lo viera y preguntara de dónde había salido tal cosa. Agradecí nuevamente a Alá que me hubiera puesto en manos de tan noble y justo dueño, y que no me hubiera dado tiempo a tener que dar mi vida por él, o llenar mis manos con la sangre de la bestia.

Luego, al ver al francés despellejar a la serpiente, no pude ocultar una mueca de desagrado, mas nada dije, pues no podía, ni nada habría dicho de haber podido, pues no era mi deber opinar, sino servir a mi señor, protegerle, y obedecer todas sus órdenes.

El embiste fue de espectáculo. Con grácil fiereza, quizá la bestia en esta ocasión fue el hombre, que dejó a aquella serpiente totalmente "seca". Una vez que don Jaume había acabado y cercenado el cuerpo, fuíme hasta el cadáver

¡Apartad! -les dije a los mis compañeros que querían ver al ente yaciente-. Entonces me agaché y comenzé a revisarlo con la vista de cuclillas.

Solté el arco a un lado, saqué mi cuchillo y me envolví las manos con un trozo de tela que rasgué de mis vestiduras. Con el cuchillo pinché la cabeza, me la acercé y la coloqué en el suelo, delante de mí, tal y como si fuera un trozo de carne bien hecha a punto de ser devorada. Et que entonces hícele un corte en forma de cruz (nunca se sabe cuándo el Mal aguarda con sus últimos remanentes), et que metí índice, corazón y pulgar (ataviados con la tela) en la cabeza de la mesma, a través de las tajadas que hice...

Hurgué.

Y pareciera que metía los dedos en los humores de un hombre, como otras veces hice para sacar flechas, esquirlas de metal o cosas parecidas. Y que del interior de la cabeza pronto obtuve recompensa: aquello brillaba en demasía... ¡BRILLABA! ¡Había encontrado uno de ellos, y ahora tenía su tesoro en mis propias manos!

Demorábamos nuestra partida ─¿Qué hacedes hurgando en la sesera de la bestia buen Valentí?

Parescía, con gran afán, querer sacar el cerebro de aquella criatura con sus dedos, et de pronto ilumináronsele los ojos, como si hubiera dado con lo que andaba buscando. Aquello me sorprendió.

Miré de reojo al buen Jaume, mas a veces ni la cruz ni los Salmos son capaces de entender las cosas. Nada dije, sólo esperé a ver que lo lograba*.

Durante el combate os pareció ver que la cabeza de la bestia emitía un resplandor verdoso, pero como todo había sido tan rápido no estábais para nada seguros. Estábais más concentrados en abatirla que en estudiarla. Fue Valentí el que se dio cuenta y se percató de que había que revisar el cuerpo de la criatura, no sabíais si era debido a que conocía algo que el resto no o fue por pura precaución o incluso curiosidad. El caso es que extrajo una bolita verde que parecía una perla de la cabeza de la bestia y le vísteis como el hombre más feliz del mundo.

¿Valdría tanto aquello? ¿para qué se usaba? ¿qué finalidad tenía? ¿era un mero adorno?
 

Cogí la perla con ambas manos, y en ambas que vive Dios que cabíame. Aún tenía las manos envueltas en los harapos, con lo que limpié el objeto y quedéme mirándolo por un instante. Luego contemplé a mis compañeros y salí de mi ensimismamiento, tras lo cual metí la esfera en mi zurrón, dentro de mi bolsa de monedas...

Et que de momento nada dije, ni explicación dí.