Partida Rol por web

Me cuelgo el carcaj de Tarben al hombro y observo con una pizca de vergüenza cómo la ballesta tiembla entre mis delicadas manos; en parte por el peso al que no estoy acostumbrado y en parte por el miedo a la batalla. Si fracasamos ahora, todo el esfuerzo que hemos invertido y los peligros que hemos superado juntos caerán en el olvido de la muerte.

Muertes... he visto tantas en las últimas veinticuatro horas que ya debería haberme inmunizado contra el sobrecogimiento que me causan, pero no ha sido así y cada asesinato continúa horrorizándome. ¿Y si el siguiente fuera esta vez uno de nosotros? Si así fuera, quieran los dioses que sea yo, pues no soportaría perder a ninguno de mis valerosos y esforzados compañeros.

Compruebo una vez más que tengo la ballesta de Tarben correctamente cargada y amartillada y la apoyo en el suelo un momento mientras rebusco en mi saquillo de componentes asaltado por un repentino temor.

Bien puedo ver el notable peligro al que nos enfrentamos, al menos el evidente, pero ¿y si hubiera más que se escapa a nuestros sentidos? El encuentro contra el perverso imp me ha dejado traumatizado y temo que aquí pueda haber otras fuerzas ocultas que nos acechan.

Mezclo bien una pizca de polvos de talco con un pellizco de polvos de plata mientras recito las palabras de mi próximo sortilegio y restriego el compuesto sobre mis párpados cerrados.

Realmente, pareció un pálpito, lo que hizo al jóven aprendiz de mago se decidiese por lanzar un conjuro tan poderoso (para sus capacidades) sin una razón en particular, pero la capacidad del jóven diablillo para volverse invisible a voluntad había disparado una sensación paranoica en Anubis, así que, aprovechando la algarabía que formaban los goblinoides, encarados contra la pequeña colina que contenía la grieta por la que habían ascendido sus amigos, como si con ello quisieran conseguir que la inmensa mole de tierra se acercase hacia ellos, desgranó las palabras de su conjuro para localizar criaturas invisibles.

Como le había ocurrido las pocas veces que lo había lanzado para probarlo, sintió una pequeña nausea, mientras su visión se ajustaba al nuevo espectro y en su en su campo de visión aparecían texturas y brillos que esquivaban el ojo humano normal. Sabía que ahora podría incluso ver las hebras plateadas que unían a las criaturas astrales con su lejano plano natal, pero eso no era lo que buscaba ahora...

Primeramente barrió con su mirada la zona en la que estaba la tienda del poderos Ogro Lider de la Tribu, pues sospechaba que quizá la Bruja Shûlz hubiera intentado engañarles volviendo a la tienda para salir de ella protegida por un manto de invisibilidad, pero solo vió por allí a los dos poderosos orcos de las profundidades, embutidos en sus pesadas armaduras de metal, con con temibles hachas. Barrían con la mirada todo el campo alrededor de la torre, pero quizá gracias al ahora mortal Paladine, no habían reparado en ellos.

Despues, barrió la zona del carro, donde el pobre Asthor se mecía levemente merced a su respiración, mecido por los brazos de la inconsciencia. Nada, por allí tampoco había nada...

Entonces, se giró bruscamente, mirando en derredor, casi como si esperase ver algo que los acechara de cerca, pero nada, la oscura boca de la escalera de caracol permanecía inmutable.

Estaba pensando en darse por vencido cuando algo llamó su atención desde el límite de su visión, en otra pequeña elevación herbosa situada mas allá del carro en el que mantenían prisionero a Asthor. Fue muy leve, como si una cortina batiera presa de un golpe de viento, y entonces lo vió: a unos 100m, una figura humanoide, de poco menos de 2m de alto, invisible que observaba la zona erguida, como el que sabe que nada ni nadie puede verle. El corazón comenzó a palpitar fuerte en su pecho: se cubría completamente con una túnica negra, como los antagonistas de Su Orden, adoradores de Nuitari, pero incluso desde esa distancia pudo ver, pese a la calada capucha, que la cara estaba oculta tras una máscara de color claro: — Como una calavera?? — pensó, tratando de agudizar la vista, pero nada, desde aquella distancia era dificil precisarlo. Pero lo que sí pudo ver claramente, pues aletearon, perezosas, a la espalda del draconiano, fueron un par de alas del color del bronce. Anubis era versado en muchos conocimientos, pero sobre todo le interesaba la magia, y esa criatura había sido creada con oscura nigromancia, corrompiendo los huevos de los hijos de Paladine: aquella criatura era un Bozak, estaba seguro.

Casi como leyendo su pensamiento, pues en ese momento el jóven mago se preguntaba si les habría visto o no, la figura pareció mirar en su dirección. Casi inconscientemente, Anubis dió un paso atrás, como si quisiera esconderse, pero enseguida se dio cuenta de que no parecía haberles descubierto en ese mismo momento, si no que, simplemente paseaba la mirada por los distintos grupos que poblaban la superficie herbosa alrededor de la derruída torre, pues enseguida se giró levemente para observar el grupo que trataba de rastrear a Kartag...

Kartag maldijo al ver como engrilletaban a Asthor al carro, para colmo éste no tenía los caballos de tiro enganchados. Su plan se iba al traste, ya que su intención era huir con el pobre escudero sobre el carromato del caballero Tarben. Su aguzada vista le había jugado una mala pasada al ver que la situación se complicaba. Para colmo el que parecía estar al mando parecía ser más inteligente que el resto de los goblins, ya que miraba en su dirección maliciosamente. Agazapándose como mejor pudo vio como ordenaba a un goblin de anchas fosas nasales que se aproximará y comenzará a buscar un rastro. Puaghh lo que faltaba- pensó Kartag. En ese momento recordó que el intercambio de objetos no había sido justo con el mago. Él le había cedido temporalmente a "Betshabe" su vara a cambio de que le prestará el anillo mágico que le hubiera permitido levitar. Con ayuda de sus alas habría podido volar y salir de allí cargando con Asthor. Pero como siempre, todo parecía ser un despropósito, ya que Anubis se había quedado con los objetos aduciendo que él podía sacarle más partido. Mmmm, Anubis! 

Al aproximarse el rastreador, Kartag sonrio irónicamente, acordandose de Leviathan y de Tarben, preguntándose -¿Dónde estaban los afamados caballeros de Solamnia cuando se les necesitaba? Supuestamente iban a montar jaleo para que los goblins fueran al interior de la Torre. Y ya estaban tardando por lo que veía.
Volviendo a la cruda realidad, relajo su respiración sobre la frondosa hierba, esperando que el rastreador no diera con él. De lo contrario tendría que salir a la carrera en dirección opuesta. Seguramente estaría más acostumbrado al olor humano, lo que le podía dar cierta ventaja.
¿Donde estas Tarben?? Que hacéis?? Se preguntó el monje, mientras que todo parecía complicarse por momentos.

Tarben estaba preparado para salir a rescatar al joven Asthor, creyendo que la mayoría de los goblins se marcharían dejando tan solo a un par de ellos.
Por lo que cuando vio que se quedaban muchos más apunto estuvo de maldecir en alto.

Son demasiados, no podremos con todos y liberar al joven sin que les ayuden los demás. Por no hablar de los guaridas de la tienda aquella, donde supongo que estará el lider.

Una vez más echó en falta el haber tenido la oportunidad de descansar y recuperar sus conjuros. Con ellos la situación podría cambiar muy favorablemente para el grupo.

Levi, Levi, Levi. ¿Por qué no me escuchaste?

Pero pensar en su hermano solamnico le hacía pensar también en Desdemona, y eso era algo que no se podían permitir en aquel momento.

Me temo que vamos a tener que esperar. Si se marchan más atacaremos a los que queden y liberaremos a Asthor. Si se acerca alguno hacia aquí para reemplazar a los guaridas serán un par y podremos con ellos.
Sea como sea, vamos a tener que aguantar y esperar. Al menos de momento.

Miró una vez más a Asthor y al lugar donde estaba la grieta.

Por favor Kiri-Jolith, protegelos.

Leviathan nota la mirada furiosa de la chica demonio, está enfadada y con razón. Pero el gran Solamnico tenía la vista fija en el campamento, mientras la mayoría de su cuerpo estaba oculto tras unos arbustos frondosos y con telarañas fabricadas por unas primas lejanas de las que derrotamos en la oscuridad.

Hablo a Desdemona antes que baje, en un tono serio, un poco bajo, con mucha tensión contenida, una malgama de emociones donde se puede intuir, algo de rabia y mucho de frustración. Su voz era como el tensar de un arco, parecía a punto de estallar.

-¿Cómo puedes enfrentar tus odios Desdemona? Ese chico de allí, que está siendo torturado por esas criaturas es MI responsabilidad, fui yo quien le trajo con nosotros y ahora no tengo la fuerza necesaria para liberarlo- aprieto los dientes y parpadeo con rapidez, durante unos segundos, luego sigo con mi grave voz- todos vosotros fuiste prisioneros mucho tiempo y supongo que hubo algunos momentos de impotencia. Lo que estoy experimentando no me está gustando nada y no imagino por lo que pasasteis. Necesito calmarme pero no lo logro.- con un gruñido admite sus temores- Ahora esta Kartag metido en problemas y será otra piedra en mi espalda si algo le pasa.

Así es imposible que Leviathan duerma o algo parecido sólo puede pensar que si fuera más fuerte, si fuera más resistente, en definitiva, si fuera más poderoso podría evitar que sus amigos sufran.

-Me quedo aquí arriba vigilando- Le informa.

Los ojos me escuecen a causa de la mezcla de talco y plata que he extendido sobre mis párpados y tardo un momento en acostumbrarme a la nebulosa visión del sortilegio que acabo de ejecutar. Miro a mi alrededor y suspiro aliviado al no detectar nada fuera de lo común. Aunque haya malgastado un hechizo complejo de lanzar, al menos he comprobado que no hay más imps acechándonos.

Es entonces cuando descubro a una tenebrosa figura acechando más allá del carro. No necesito preguntar a mis compañeros si también lo ven porque sé a ciencia cierta que no pueden hacerlo. ¡Bendito sea Solinari por concederme la inspiración y el buen juicio de comprobar que no había más enemigos ocultos.

—Allí, detrás del carromato —indico en un susurro, señalando con mano temblorosa la siniestra imagen que solo yo puedo ver, temiendo ser descubierto a mi vez—. Un draconiano; un Túnica Negra, me parece, no estoy seguro. Sé que no podéis verlo pero creedme, está a solo un centenar de metros de nosotros. Lleva... ¿una máscara? No lo sé, no lo distingo bien pero esas alas broncíneas solo pueden ser de un bozak.

»No creo que esté con los trasgoides, más bien parece observarlos igual que hacemos nosotros, evaluando la situación o buscando quizá el modo de entrar en la torre. Tal vez me equivoque, sólo los dioses saben qué puede estar tramando semejante individuo.

Soy dolorosamente consciente de que necesitamos una distracción si queremos llegar hasta Asthor. Es cierto que la escuela de Ilusión nunca fue mi predilecta, pero no he tenido la previsión de preparar siquiera un triste sonido fantasma que desviase la atención de los vigilantes goblins hacia otro lado. Sin embargo, una idea de dudosa sensatez comienza a tomar forma en mi mente.

Meneando la cabeza, visiblemente turbado, con una mezcla de rabia y desesperanza, Leviathan negó con la cabeza ante la contenida orden de Desdemona. La planar, molesta por la impulsividad del solámnico, meneaba la cabeza ante del desastre de lo que acaba de ocurrir: Kartag había desaparecido, tras su infructuoso intento de parar al hobgoblin herido, y no sabían si conseguiría zafarse de sus enemigos, pese a su pericia a la hora de esconderse. Tenían que informar a los demás, para ver qué medidas tomar para tratar de liberar a Asthor, aunque ahora el enemigo sabía (o podía saber), que los compañeros del jóven no se encontraban dentro de las ruinas, si no fuera...

Encogiedose de hombros, Desdemona dejó a Leviathan solo con sus demonios y se dispuso a bajar a la gruta, no si antes echarle una larga mirada con aquellos ojos color violeta¹ Descolgarse por las cuerdas, con las gotas de agua resbalando por las pareces de la grieta, no le costó demasiado, y en apenas unos segundos dejó de oir los aullidos de los orcos en el campamento, para pasar a escuchar el eco de las gotas de agua al caer contra el suelo de la caverna. Esta estaba a oscuras, pero cuando los prodigiosos ojos de Desdemona se acostumbraron, enseguida pudo ver que la caverna estaba desierta. Casi al momento, la cabeza de Erilyn asomó por una grieta del lado este de la estancia natural:

— Hola... — dijo, esbozando una sonrisa tímida, ante el escrutinio de la planar, que claramente le provocaba desazón. Armandose de valor, abrazó con fuerza el diario de Elzid contra su pecho, y salio de su escondite, dirigiendose hacia la tieflin— Los demás se han ido. Han dicho que intentarían llamar la atención generando caos desde allí — dijo, señalando el tunel que había seguido hasta allí desde la habitación de las arañas, tratando de recordar todos los detalles de las palabras de Tarben. No hacía falta, pues había podido escucharlas mientras escalaba en pos de Leviathan, pero la muchacha parecía no haberse dado cuenta. Sin embargo, paró de hablar, y preguntó:

— Donde están sus compañeros, el Caballero Leviathan y el... hombre reptil?? Ha conseguido liberar ya al muchacho?? —  se santiguó, en un gesto futil, aprendido de su madre, pues no había conocido Dioses, mientras su cara dejaba traslucir preocupación.

Desde su posición oculta entre las zarzas, Leviathan pudo ver como había crecido el revuelo en el campamento: la bruja había bajado del carro, y se dirigía hacia el norte, hacia la tienda de mayor tamaño, que debía pertenecer a Akromm, Asthor permanecía sobre el carromato, inconsciente, con un grillete al cuello, y los goblinoides parecían pretender organizarse para enfrentarse a la amenaza que supuestamente venía desde la cresta sobre la que él estaba: algunos, entre ellos los bugbears, querían cargar contra la cresta para sacar a la rastra a aquellos que habían atacado a sus compañeros, no por sentirse ultrajados, ni por vengar a sus compañeros caídos, si no por saciar su permanente sed de sangre. El de mayor tamaño, que parecía ostentar un rango superior al resto empezó a organizar a todos los que quedaban alrededor del carro, pero ninguno movió una bota hacia la colina. Eran once allí, y parecían dudar, no sabiendo la fuerza a la que tendrían que enfrentarse, y se limitaron a golpear las armas contra los escudos, insultando en su rasposo idioma hacia la la cresta rocosa.

Entonces, Pulgas, el bugbear herido que había dado la voz de alarma, ya algo mas repuesto por los cuidados de uno de los "sanadores" de la tribu, señaló cerca de la posición en la que Kartag le había intentado frenar, antes de que diera la voz de alarma. No había ni rastro del Clerigo de Majere, pero si se habia ocultado en el bajo follaje, no habría podido hacerlo muy lejos de allí.

Entonces la bruja llegó a la tienda del Lider Ogro, y desapareció dentro, mientras los dos guardaespaldas Orog de Akromm permanecían enhiestos, con sus enormes hachas de doble filo apoyados en el suelo, sin perder detalle de lo que ocurría frente a ellos.

El bugbear al mando en la zona del carro miró en la dirección en la que Pulgas señalaba, pero no pareció ver nada. Entonces, pareció sonreir, aunque desde la distancia era dificil saberlo: parecía creer haber dado con la solución para encontrar al enemigo que se había esfumado de un plumazo. Enseguida dió ordenes a uno de los goblins que allí había, uno de anchas fosas nasales que apenas levantaba 1,20m del suelo, que sonrió, enseñando una podrida hilera de dientes amarillentos. Cuatro de los soldados le escoltaron hacia la zona en la que Kartag había intentado su maniobra desesperada, y entonces puso una rodilla en suelo, y empezó a olisquear el terreno, mientras observaba los terrones humedos que ambos corredores habían levantando en su alocada carrera.

Aquel goblin de ancha nariz era un rasterador: acabaría encontrando el escondrijo de Kartag??

Baigron observo discretamente la ubicacion de los enemigos y pese a lo mucho que le hubiera gustado hacer pedazos a todo lo que se le pusiera por delante, tenia que admitir que Tarben tenia toda la maldita razon. Cargar ahora mismo seria verse superado por todos los frentes y mas si tenian sus propios tunicas para vomitarles encima toda la magia que quisieran.

Ahogando un gruñido de frustracion Baigron asintio a las palabras de Anubis y Tarben.

Comprendo, nos superan por mucho y cargar ahora seria suicida, respondio Baigron a los comentarios de sus compañeros, no es que sea una situacion idonea pero poca opcion mas tenemos en esta situacion.

Soy muy consciente de que, hasta la fecha, no he sido de demasiada ayuda para mis valerosos compañeros y eso es algo que me mortifica, pero tal vez ahora pueda ser de alguna utilidad.

—Está claro que si queréis llegar hasta donde tienen retenido a Asthor sin morir en el intento, necesitáis que algún tipo de distracción aparte de allí a los trasgoides que lo custodian —comento en un susurro a mis compañeros, poniendo voz a algo que todos ellos saben ya—. Yo puedo ser esa distracción.

»Puedo echar a correr hacia allí —continúo, señalándoles en dirección Noreste— y provocarles para que acudan a intentar darme caza. En cuanto vengan a por mí, vosotros tres podréis caer con todo vuestro ímpetu sobre los que queden en el campamento. Y no temáis por mí, estoy convencido de que sabré apañármelas; a fin de cuentas, prácticamente no he tenido ningún desgaste físico ni mental mientras vosotros luchábais contra el demonio barbudo aquel. No os mováis de aquí hasta que los goblins no vengan a por mí, ¿entendido?

Si mis compañeros se muestran de acuerdo, echaré a correr promontorio abajo, hacia el noreste. Mi propósito es hacer que nuestros enemigos vengan a por mí y se dividan. Divide y vencerás es una de las máximas de todos los grandes estrategas de la historia, incluyendo al perverso mago renegado Fistandantilus durante las famosas Guerras de Dwarfgate que siguieron al Primer Cataclismo.

Tarben miró con sorpresa al mago, pues era evidente que algo había cambiado en él en poco tiempo. Primero de había adelantando  a la entrada de la Torre arriesgándose y eliminando a un par de guardias. Una hazaña valerosa y que les había permitido posicionarse en un muy buen lugar para tener control de la situación. Y ahora se quería sacrificar, pues aquella propuesta no era si no una especie de sacrificio, para que pudieran tener una oportunidad de salvar a Athor.

Aunque aquello le honraba Tarben no pensaba perder a ningún miembro de aquella compañía. Al menos mientras estuviese en su mano el poder evitarlo.

Una treta audaz, no cabe duda. Pero no la aconsejo, demasiado arriesgado. No es seguro de que te vayan a seguir los enemigos que nos gustaría, pues ya hay un grupo buscando y podría ir ese a por tí en lugar de los guardias.

Y además, si finalmente cargamos vamos a necesitar que nos cubras. Ya sea con virotes o con conjuros.

Tendremos que esperar nuestro momento. Kiri-Jorith nos mostrará nuestra oportunidad. Aguantad.

Baigron parpadeo dos veces; el equivalente draconiano a levantar una ceja. El mago estaba bastante cambiado y para ser un tunica blanca parecia bastante dispuesto a combatir, algo que siempre era de agradecer. Manos utiles siempre escasean en situaciones peliaguadas y ahora mismo, habia mas bastardos que manos a los que hacer frente.

Admiro tu coraje siseo Baigron pero Tarben tiene razon, es demasaido arriesgado, nuestra mejor baza por el momento es esperar.

Aprecio profundamente la preocupación que mis compañeros expresan por mi seguridad, pero su desconocimiento de lo arcano no les permite tomar en consideración la situación desde la misma perspectiva que yo lo hago.

—Teniendo en cuenta lo poco que he podido ayudaros hasta la fecha, lo menos que puedo hacer es quitaros de encima a unos cuantos trasgoides y eso no lo voy a conseguir con mi magia. Mis conjuros tienen un alcance muy limitado y me temo que si me acercara a nuestros enemigos lo suficiente como para usarlos, correría más peligro yo que ellos.

»Miradme bien, si vosotros fuerais unos goblins sanguinarios, ¿no os lanzaríais sin dudarlo sobre un tipo como yo? —bromeo sin demasiado humor, guiñándoles un ojo de manera cómplice—. Parezco una presa fácil pero creo que podré mantenerme alejado de mis perseguidores el tiempo suficiente como para que vosotros os deshagáis sigilosamente del resto y acudáis en mi auxlio.

»Y si nadie me persigue... bueno, siempre podréis seguir esperando, ¿verdad? No se pierde mucho por intentarlo mientras Des, Kartag y Levi se deciden a intervenir. Tal vez ellos también están aguardando una señal nuestra, ¿no?

»Quedaos aquí y no os mováis hasta que veais que algunos goblins vienen a por mí. Encargaos de rescatar a Asthor y no os preocupéis de nada más, yo estaré bien. Buena suerte a los tres, aunque sé que no vais a necesitarla.

Temo que si me quedo más tiempo, los argumentos de mis compañeros acabarán por disuadirme, pues no estoy nada convencido ni deseoso de ofrecerme a mí mismo como cebo, pero se lo debo por todas las veces que ellos han arriesgado su vida por mi.

Así pues, me muevo discretamente hacia el noreste confiando en no llamar la atención y una vez que me he asegurado de no poner en peligro la posición de mis amigos, echo a correr colina abajo en dicha dirección.

Tarbem le había explicado a Anubis la situación. Además, todo aquel jaleo había empezado porque uno de los compañeros quería ir solo a matarse. No iba a permitir que sucediera de nuevo.
Con Leviathan esperaba que entrara en razón, cosa que obviamente no hizo. Además, Levi era su amigo más antiguo. Tenía con él una relación que no compartía con los demás. Y desde luego Anubis no era Leviathan.
Se alegraba de verdad que el mago tuviera iniciativa, bien sabía Kiri-Jolith que la habían necesitado con anterioridad. Pero ahora no era el momento.

Lo siento. No puedo dejarte hacerlo.

El clérigo reaccionó con presteza, de hecho estaba preparado para un intento por el estilo. En cuanto el mago hizo ademán de levantarse el caballero le cogió por la cintura y trató de sujetarlo al suelo.
Era consciente de que los movimientos podrían verse por parte de los goblins. Pero no pensaba permitirlo.

El chato goblin olisqueó la tierra húmeda, e incluso se llevó a la boca un trozo del terruño que había cogido, mirando en derredor con los ojos entrecerrados. Los 4 guardias que habían ido con él le miraban desde unos pasos atrás, y se daban codazos, mientras se reían y parecían que estuviesen apostando. La lluvia era una cosa buena para el rastreador, al menos todavía, pues ayudaba a mantener posibles alteraciones en el terreno si no pasaba mucho tiempo, pues si no, esta borraría el rastro, pero también diluía el olor del mismo. Además, las botas del pesado Bugbear a la carrera habían distorsionado distorsionado rastro. El goblin chasqueó la lengua, ligeramente contrariado, pero le gustaban los retos, y cuando los sacaba adelante, Akromm era generoso, así que volvió a olisquear el terreno, mientras volvía a evaluar el lugar en el que el draconiano había intentado derribar a su compañero... Se movió alrededor de la zona, pasando realmente cerca del lugar en el que Kartag se escondía, pero esta vez parece que Majere estaba realmente de su parte, pues el goblin pasó de largo, dirigiendose en diagonal, dando un rodeo, como de vuelta a la colina. Finalmente, se levantó del suelo, y negó con la cabeza al sargento bugbear, que le observaba desde el carromato. La cara de fastidio del bugbear hizo que los de alrededor se separasen ligeramente de él.

Cuando el rastreador volvió, el pequeño ser bajó la cabeza y mintió, con voz lastimera:

— ^** De algún modo, el draconiano ha vuelto hacia la colina. Quizá ayudado con la magia. Esas criaturas traicioneras la usan a menudo... ^**

El otro entrecerró los ojos rojos y despues sonrió, condescendiente:

— ^** Claro..., los draconianos son poderosos. No te preocupes, Akromm lo entenderá!! ^** — Entonces ensanchó la sonrisa, mostrando unos enormes colmillos, como si de un enorme jabalí se tratase.

El goblin se tiró al suelo, y gimoteó como una comadreja, lo que le valió una patada en las costillas por parte del sargento.

El momento del rastreo había disimulado el movimiento en la zona de entrada a la torre, cuando Anubis hizo ademán de salir para crear una distracción, y Tarben le bloqueó contra el suelo, nada dispuesto a dejar que el grupo se fragmentase mas, poniendo en peligro a otro mas del grupo.

En ese momento, la gruesa cortina de la tienda de Akromm se abrió, y un enorme ogro salió al exterior, entrecerrando los ojos para acostumbrarse a la luz en el encapotado dia. El tono pálido de su piel delataba su origen, en las profundidades. Iba rapado, y lucía tatuajes azulados por todo el craneo, con una gruesa nariz, sin duda rota en algún momento de su vida, que había cicatrizado sin ningun tipo de cuidado, e incluso desde donde estaban todos, podían suponer el ruido que el bruto haría simplemente al respirar. Lucía una armadura de pieles de diversos animales entre las que destacaban varios ejemplares de lobo, algunos de gran tamaño. El faldín era también de cuero y pieles, y calzaba unas gruesas botas hasta media caña ajustadas con tiras también de piel. A la espalda, ancha y musculosa, asomaba el mango de un arma que no podía ser mas que enorme, y cuando se giró para decir algo a la Bruja, que salía tras de él, de la tienda, todos pudieron ver una brutal maza con tachas de metal negro engarzadas a la gruesa cabeza.

Uno de sus guardaespaldas quedó al cargo de la tienda, mientras el otro empezó a caminar tras él, con la bruja anadeando entre ambos, cuando Akromm empezó a dirigirse hacia el carromato...

Me encojo como un conejo asustado cuando el postulante a caballero se me echa encima para inmovilizarme, abrazándose a mi cintura con maneras más propias de una desesperada meretriz de puerto que de un solámnico de rancio abolengo. Su acción me causa tanto estupor y bochorno que ni siquiera trato de liberarme de su impúdica presa.

El sonrojo da paso al espanto cuando veo salir de su tienda al temible ogro que acaudilla a las fuerzas trasgoides, marchando directamente hacia el lugar donde mantienen cautivo al pobre Asthor. Por desgracia todo apunta a que vamos a permanecer ociosos, asistiendo impasibles a los actos criminales que estos salvajes pretendan perpetrar contra nuestro camarada sin que se me permita hacer nada para impedirlo.