Partida Rol por web

Con un puchero en su rostro Helga corre tras los demás niños - no me dejéis aquí... - solo pensar en quedase atrás ella sola y a oscuras con esos ruidos de la cocina le entraban escalofríos. Corrió hacia los demás niños cogiéndose de la mano del último de ellos. - pero vamos rápido, tengo mucho miedo..

Aurel dudó un momento. ¿Seguiría a Viorica de vuelta a la habitación o a Mircea hacia la chimenea? 

El niño corrió tras el grandullón. Tenía mucho miedo, pero seguro que si pasaba algo malo - algo muy malo - era mejor estar con el matón del grupo que con una niña, por muy mayor que fuera la niña ¡era una niña!

Ante los últimos acontecimientos, los niños se dispersaron. Por una parte, Viorica abandonaba el desván, llevándose consigo la única fuente de iluminación que por desgracia se estaba consumiendo poco a poco, haciendo que en la cajetilla quedasen cada vez menos cerillas.

El desván se quedó completamente a oscuras, con el tronar de la tormenta retumbando sobre él.

Con el paso más ligero de lo habitual y el corazón acelerado, abandonas el desván, dejando allí a Mircea y Aurel, desentendiéndote por completo de ayudar a Nenita.

Desciendes las quejumbrosas escalerillas del desván y corres por el oscuro pasillo intentando no mirar al rincón que lleva a las duchas. A medida que avanzas, la llama de la cerilla que sostienes entre las manos se agita violentamente, amenazando con apagarse.

Al pasar junto a las escaleras que llevan al piso inferior vuelves a escuchar ese ruido, esos estruendos provenientes de abajo, pero intentas no hacerle caso y echas a correr con todas tus fuerzas hacia la galería.

Cuando llegas no puedes hacer otra cosa que cerrar la puerta y lanzarte sobre tu cama, situada entre las del fondo.

Sigue lloviendo y tronando... pero al menos ya estás a salvo... la cerilla se apagó antes de entrar a la galería, por lo que te planteas si sería buena idea encender la otra vela que hay en el cuarto o no.

Viorica se había largado, dejándoles completamente a oscuras. Aurel buscó a Mircea, asustado, y lo encontró introduciéndose por un agujero de la chimenea. La chimenea estaba situada en la cocina, por lo que los ruidos de cacharros que llegaban desde abajo se escuchaban con mayor intensidad desde allí.

Las intenciones de Mircea parecían estar claras: bajar a la cocina por la chimenea... pero... ¿qué haría Aurel?...

Todos, a excepción de Cosmin, que parecía haberse quedado petrificado tras la desaparición de las niñas, se encaminaron hasta la puerta del fondo de la capilla.

Gabi hizo girar el pomo, que abrió lentamente la puerta de madera, dando paso a un estrecho y oscuro pasillo que poco a poco fué iluminándose con la luz de la vela que temblaba en sus manos.

Al fondo del pasillo estaba la celda de las hermanas, y a la derecha el almacén de ropa. Uno a uno, en fila india, se adentraron en el pasillo hasta situarse ante la puerta del almacén, la cual volvió a ser abierta por Gabi. Desde allí, el ruido de la cocina apenas se percibía, dando lugar a un incómodo silencio únicamente interrumpido por el leve crujir de la puertecilla al ser empujada.

Allí estaba el almacén, lleno de cajas, estanterías y montones de cestos y ropas. Había que localizar unas mantas limpias para solucionar el lio en que nenita se había metido...

¡Jolín! ¿Por qué no dejará de llover? ¿Por qué no vendrán las hermanas? Aunque... no. Mejor que no vengan. Ahora sólo estoy yo aquí y tendré que decirles lo que ha pasado, que Nenita se ha meado y que hemos ido todos a por sábanas y a por el colchón, y ellos les contarán que todo ha sido idea mía, que les he dejado la vela aunque son sólo unos críos y ellas me echarán la bronca, nunca confiarán de nuevo en mí y me meterán en la caseta de las herramientas para que se me coman las arañas.

A punto de llorar me echo las sábanas por encima de la cabeza y deseo que todo pase. Si mamá estuviese aquí nada de esto ocurriría. Ella nunca me echó un sermón por hacerme pis en la cama... Ojalá no se hubiera muerto...

- Mircea... ¿a donde vas?

Aurel estaba aterrado, pero Viorica ya se había ido. Lamentando su decisión el niño fue, tembloroso, tras el enorme matón.

- ¿Dónde están los niños del fallado?- dijo casi sollozando.

-Cuidado, Auriquita, que está resbaladizo y como te caigas encima mía te salto los piños. -Dijo Mircea en un claro arranque de diversión. Se movía agilmente pese a su corpulencia por el hueco de la chimenea, como una ardilla que recorre uno de sus escondrijos favoritos. Es evidente que ya conocía el camino.

-No sé dónde han ido los criajos esos, ni que ha sido la canción esa horrible, pero si ha sido un enano, ya puede ser nuevo o el hijo del alcalde que le pongo la rodilla morada a pescozones, eso te lo juro.

Y siguió descendiendo con manos prestas, mientras silbaba una cancion divertida.

Con un nudo en la garganta, Nenita siguió los pasos de sus amigos, con paso inseguro. Las quejas del señor Popescu no ayudaban demasiado, y menos aún teniendo en cuenta que el valiente del grupo, Gabi, sentía cierto temor al oír la voz del pequeño ratón de peluche.

-No te preocupes, señor Popescu, no va a ocurrirnos nada. ¿Verdad que no, chicos? -Preguntó sin estar del todo seguro de lo que decía.

Frente a los niños se abría imponente el atestado almacén. Con un fuerte resoplar, Razzi dio un paso al frente. Otro más, y otro... finalmente se decidió a moverse, y se acercó a una de las cajas.

-Venga, señor Popescu. Busquemos unas sábanas y volvamos arriba. No tardaremos nada, ya lo verás. -Dijo mientras acercaba la manita, temblorosa, a la caja que tenía en frente.

Cada vez que Gaby abría una puerta, inconscientemente, Helga apretaba más fuerte las manos de Gaby y de Razzi, para después volver a aflojarlas un poco.

Una vez en el almacén, la pequeña mira boquiabierta la cantidad de cajas que allí hay y en las que tienen que buscar las sábanas limpias para Razzi. Tras limpiarse con la manga de la chaqueta las lágrimas y después limpiarse un hilillo de mocos, Helga apura a sus compañeros en un susurro  - Busquemos rápido, quiero volver a la habitación, esto me da miedo...

Cosmin trató de analizar la situación pero nada tenía sentido, así que emuló a las niñas y se lanzó contra la pared para ver si por allí se llegaba a la cocina. Al fin y al cabo si ellas habían sido capaces de cruzar allí había una puerta invisible que él también podría atravesar... además sus amigos se habían ido a por las mantas, y en lo que cruzaba la pared y regresaba seguramente le daba tiempo a volver a pillar a sus amigos en camino de regreso hacia la habitación.

susurro: Vamos, demonos prisa, cuanto antes las encontremos, antes estaremos en nuestras camitas. me pongo a buscar las sabanas limpias

Con una mezcla de miedo y a la vez enfado por imaginar que los pequeños están armando jaleo en la cocina, los dos niños inician el dificultoso descenso por el hueco de la chimenea. Un lugar sucio y resbaladizo que ennegrece manos y pies, los cuales han de hacer fuerza contra las paredes del reducido espacio, con el fin de ir bajando poco a poco y no precipitarse al vacío desde arriba.

Los ruidos van cesando mientras los niños acortan el espacio que les separa del suelo de la chimenea.

Mircea está a punto de llegar abajo y dejarse caer de un salto, pero es entonces cuando... repentinamente, ¡un horrible y enorme brazo cubierto por una densa capa de pelo negro asoma desde abajo, pegando rápidos zarpazos hacia arriba intentando dar con las piernas del niño!.

Un feroz y desgarrador rugido, que hiela sus corazones, acompaña la angustiosa escena, mientras el brazo intenta agarrar a Mircea y los niños se ven atrapados en el claustrofóbico hueco de la chimenea.