Partida Rol por web

Salgo como un bolido hacia el hogar de este ser, seguro podre tomar algo de su pertenencia y estudiarlo más, eso si llevo mi daga y voy con mucho cuidado.

Catorce años, casi catorce años; la ciudad parecía tan intemporal como yo mismo. Nada había cambiado en apariencia; nada, hasta que mis pasos me llevaron por las calles de la misma ciudad y pude contemplar como las garras negras de la corrupción se extendían aquí y allá.
Tanto mejor, una excusa lícita para limpiarla mediante un festin de sangre. Mi propiedad yacía envuelta por la selva en la que se había convertido el pequeño jardín. Las paredes remarcaban el paso del tiempo, pero mi objetivo era otro.
Rebuscando entre las mismas encontre lo buscaba, el resorte que abría mi cámara subterranea, un refugio seguro a salvo de la luz y miradas curiosas. SAlvo la capa de espesa capa e polvo y el aire viciado, molestias futiles en mi estado actual, era la estancia mejor conservada de toda la propiedad. Debería reformar la casa, volver a contratar criados y adoptar una nueva identidad. Catorce años podían parecer suficientes para que los mortales olvidasen una cara, pero no quería cometer errores de apreciación debido a mi nueva percepción del tiempo, cada vez más laxa. Sin fuentes de ingresos debía recurrir al robo de las pertenencias de mis víctimas, una vieja costumbre de superviviencia entre los inmortales.

Pero antes de nada, una visita resultaba obligada, la única persona que podía cosiderar realmente digna de la salvación en la ciudad.
Debía visitar el Templo del Sol...y hacía el mismo se encaminaron mis ahora preternaturales pasos.

En tan solo unos minutos vuelves a estar ante la gran construcción que sirve de refugio a ese vástago, Arakur. Como la anterior vez, la casa está iluminada desde el interior y de la misma manera, no se oyen ruidos que enturbien los sonidos nocturnos de la ciudad a su alrededor.

Catorce años, sí, catorce y sin embargo nadie había osado adentrarse en la espesura del jardín de la casa que te había servido de refugio. Nadie se habia atrevido a morar en una casa vacía. ¿Sería el miedo a lo que pudiera hacer un asesino? ¿Rumores sobre fantasmas? ¿Tal vez el templo se hubiera encargado de mantener la casa a salvo de asaltadores? Eran preguntas a las que más tarde podría obtener respuesta.

Encaminando tus pasos hacia el templo de Shamash, observas la ciudad. Nada ha cambiado a primera vista, resultando atemporal en cierto modo, pero sutiles variaciones pueden percibirse si el observador es atento y tú lo eres: casas peor conservadas, viviendas peor construidas, suciedad amontonada en las calles, mendigos, niños despiertos incluso a tan altas horas, ruidos de peleas y ajustes de cuentas incluso en barrios con cierto estatus, peleas domésticas en el interior de los domicilios. Nada ha cambiando, pero todo lo ha hecho. Aunque quien sabe, tal vez podría ser todo fruto de una nueva atención a esos detalles que ha crecido desde tu conversión en un seguidor de Haqim...

Al llegar, observas el templo. Sólo los muros perimetrales han crecido en altura, se han reforzado, pero el ziggurat se alza imponente y la sagrada habitación en su cúspide sigue limpia y radiante como antaño la vieras. El recinto, por supuesto, permanece cerrado durante la noche.

me pongo a buscar una entrada y seguidamente entrar a su casa con mucho cuidado de no caer en alguna trampa.

Todo y a la vez nada; mis nuevos sentidos me describían el mismo aire en sus más ínfimas esencias pero a la vez no me decían nada más de lo que ya era evidente a los otros sentidos, la decadencia se había asentado en Uruk. ¿O tal vez nunca se había ido?
La aspereza de los muros, el olor fresco y seco del adobe y piedra, el fulgor de la llama oscilando, chisporroteando y liberando al viciado aire una interminable pero intermitente desfile de luciérnagas centellenates. Apenas había dado un par de pasos en dirección al muro, pero...¿que podría ofrecerme el sumo sacerdote? ¿Podría ver él a través de las enseñanzas aprendidas, comprender que mi maldición era una maldición autoimpuesta para erradicar la plaga de los confines del mundo?
Tal vez mi nueva visión le horrorizase hasta tal punto que perturbase su paz de espíritu. Lo dudaba, todavía recordaba su semblante de serenidad en nueestro último encuentro pero, ¿acaso era yo el mismo depredador nocturno que era ahora?
No, en absoluto, de ninguna forma podría compararse el temor de un asesino despiadado a la sublimación de la misma esencia del mal en la que me había convertido.
¿Puede el mal hacer el bien? Tal vez sólo mediante su exposición pública, a modo de advertencia de que un mal más cerval que el simple hambre o la guerra estaba presente en las mismas raíces de la sociedad.

Apesadumbrado por tales lucubraciones, recorde otra parte de mi vida, otro tipo de gente a la que podía recurrir. El nombre de Seleku se forma en mi mente inmortal, mis pasos se dirigen ya hacia la zona donde habitaba el antiguo contacto.

Sea una bendición o una maldición, Seluku se mantiene con vida a pesar de todos los años que han pasado y que ya no era precisamente un jovenzuelo en tus últimos días vivo en la ciudad. La suerte no le ha sonreido en absoluto y lo encuentras en una casa en estado deplorable, cojo y con problemas de respiración.

- ¿Quién anda ahí? Puede que no vea como antes, ¡pero todavía puedo oir corretear a un gato en la calle! Si vienes a saquear mi vivienda, no te esfuerces, ya no queda nada de valor... -exclama el viejo asesino. Ahora puedes verlo claramente, sus ojos están recubiertos por una viscosidad que le nubla la vista.

Como era de esperar, logras pasar sin demasiados problemas al interior del recinto de la casa, al jardín. Te deslizas con cuidado para dejarte caer sobre la tierra, que debía amortiguar el ruido de tu caída. No lo hace. Suena un estrepitoso crack que hace que quieras que te trague la tierra, pero, tras unos segundos, no parece suceder nada y te acercas hacia la casa. Pasas hacia el interior de la casa a través de una gruesa tela que cubre la puerta de entrada al jardín para encontrar una habitación "de paso" con dos puertas enfrentadas y otra por la que acabas de entrar. Frente a ti una pared de adobe, a tu izquierda una zona en completo silencio y escasa iluminación y a tu derecha una puerta de la que proviene más iluminación y unos ruidos de pasos. Por fortuna para ti alcanzas a oir unos suaves pasos descalzos que justo en ese momento se dirigen hacia la habitación en que te encuentras antes de que lleguen a ella. A tu alrededor una serie de grandes tinajas, de casi un metro y medio de altura, algunas vacías y otras llenas de cereal.

- Me alegro de que la edad no marchite tu espíritu, viejo; es algo que siempre he admirado de ti. - le digo en el argot de confianza que solíamos emplear en el pasado.
La consciencia del cambio en el timbre de mi voz se me hizo abrumadora, intentando no alertar al ahora anciano Seluku trate de acomodar el tono de la misma.
- Han pasado años, ¿todavía soy bienvenido en tu casa? - le pregunto antes de entrar en la vivienda suponiendo que su intelecto y recuerdos siguen tan afilados como su oído.

busco cualquie cosa que me ayude a saber quien es ese tipo y que sea del mismo para usarla a mi favor. Al oir los pasos me oculto rapida y sigilosamente en la habitación y espero a ver quien entra en la habitación.

- ¡Malditos sean mis viejos ojos por no poder ver una cara amiga después de tantos años! Pasa, viejo amigo, pasa... -dice Seluku a la vez que se incorpora con dificultades en su pobre lecho con intención de levantarse.

Te refugias tras una de esas ánforas y desapareces de la vista de cualquier observador mortal a través de tus disciplinas vampíricas. Ves, desde tu posición oculta, la aparición de un siervo que se dirige hacia la puerta por la que has entrado, aparta con cuidado la gruesa tela que hace las veces de puerta y otea hacia el exterior, seguramente buscando el origen de los ruidos de antes. Al no encontrar nada, vuelve hacia la sala de la que había surgido mientras dice en voz alta mientras entra en ella:

- No he visto a nadie, mi señor Arakur, debió ser una rata...

En el instante que entra a la habitación me quedo estatico y la sencación de vacio cuando estaba vivo vuelve a mi. Tras la eterna escena, cuando veo salir a ese sujeto mi "alma" vuelve al cuerpo y siento un gran alivio, ya que no me descubrió.

Al ver tal comentario pienso mierda! ya llego, que putas voy hacer a hora? Mando la mano a mi cabeza suavemente para que nadie se de cuenta y pienso Almab! que bola eres...Más bien piensa como salir de aquí pero no se te olvide llevarte algo de ese tipo..

Espero a que haya un silencio absoluto y miro alrededor para ver si es seguro que salga de mi escondite. Seguidamente empiezo a buscar de manera sigilosa cualquier cosa que pueda usar a mi favor pero en tal instante se me ilumina la cabeza y pienso ya que estoy aquí por que no espio mejor el lugar y conosco mejor a mi enemigo?...Ah! mefisto, Deja esas tonterias, casi te descubren ahorita sería estupido volver a tentar a la suerte.

Me empiezo a desespererar por encontrar algo pero aún así soy muy cuidadoso y todo lo que tomo lo vuelvo a dejar en su lugar para que así nadie sospeche de mi intromición en esa casa esta noche.
Vamos, vamos!! se que debe haber algo por aquí, vamos! que aparesca de una vez algo que pueda usar a mi favor!

Te deslizas en dirección contraria a la puerta por la que ha vuelto a desaparecer el sirviente, hacia la puerta enfrentada a esta, con gran cuidado. Tus nervios y tu ligera paranoia hacen que te muevas con cuidado y asegurándote siempre el poder refugiarte en un nuevo escondrijo ante la menor señal de movimiento.

En el ala de la casa en el que te adentras, parece haber habitaciones de servicio, de hecho hay una familia de gente humilde durmiendo, como es natural hacer a estas horas de la noche. Casi pasas de largo cuando detectas algo inusual: a pesar de lo pobre de sus atuendos, enseres, etcétera, una pieza de ropa de alta calidad reposa sobre una mesa retirada contra la pared. Al parecer la mujer debía estar trabajando en arreglar dicha pieza, pues, aunque muertos, los vástagos siguen siendo perfectamente capaces de engancharse y romper la ropa que visten. Te haces con ella y sales con toda la velocidad que tu movimiento sigiloso te permite, trepas de nuevo el muro y regresas al cubil de tu señor. Un sentimiento de satisfacción invade tu ser.

Como recordando una vieja costumbre me muevo a través de las sombras hasta un lugar más alejado de la luz de la luna. Mi interlocutor parecía padecer ceguera pero no dejaba de acostumbrarme a que mi cuerpo actuase como un resorte ante ciertas situaciones.
- Y bien "Rojo" que me puedes contar tras tantos años...-

Llego a mi hogar, decidido en matar a ese vastago en caso de que se lo gane, es decir un si, lo voy a matar, mientras tanto saco esa prenda y pido que por favor informen a Adriel que necesito que me ayude a hablar con mi amo, deseo que un demonio me ayude a eliminar a ese tipo, que realmente no me produce muy buena espina.

- Lo de siempre, cada vez peor, claro. Intrigas, golpes de mano, asesinatos, crimen. Nada ha cambiado, supongo. Los ricos más ricos, los pobres más pobres. Yo soy un pobre diablo sin familia a la que recurrir y hace años que acabé con las reservas que me procuró la profesión. Ahora malvivo en esta casa que todavía nadie ha logrado arrebatarme, aunque no sé cuánto más aguantaré. Nunca pensé vivir tanto tiempo, la verdad. El sumo-sacerdote del templo de Shamash sigue vivo, así que parece que fallaste, ¿no es así? ¿Eso lo complicó todo y por eso tuviste que huir de la ciudad? -pregunta el anciano sin los tapujos de alguien que pudiera temer por su vida.