Partida Rol por web

Fiel a sus principios Strumni recogió un hacha de excelente manufactura que intercambió por la que él mismo llevaba. La decisión más complicada llegó cuando se enfrentó a la decisión de los escudos. Probó varios de dimensiones similares y todos eran demasiado pesados como para cargar con ellos sin perder movilidad. Tras varios resoplidos que no llevaban a ninguna parte, el enano optó por dejar los escudos en sus respectivos huecos.

Era un montaraz y su estilo de combate estaba enfocado a eso, intentaría mantener la distancia todo lo que fuera posible y se movería entre las sombras. Si la fatalidad le obligaba a combatir cuerpo a cuerpo confiaría en el hacha que había tomado prestada. Los escudos no se adaptaban a lo que quería, así que intentó borrar las dudas que planeaban sobre su cabeza y se giró hacia sus compañeros.

—Estoy listo, vayamos a rescatar a Ingelyn y a frenar todo este desastre.

Gunnar, al igual que Astrid, se había quedado, a falta de una palabra mejor, pasmado. Sus ojos recorrían de arriba a abajo y de lado a lado aquella sala del tesoro, que para un guerrero consumado como él, era un paraíso. Quizás no le gustara mucho el hecho de derramar sangre, pero la artesanía, a pesar de ser un completo negado en la parte técnica del asunto, sabía apreciarla, y aquellas obras eran definitivamente la cúspide.

Fue tal su impresión, que apenas logró reponerse cuando la voz de Strumni retumbó nuevamente por el lugar, apremiante. Gunnar cerró su boca, pues se había mantenido abierta durante todo ese tiempo de ensimismamiento, con tanta rapidez que por poco no se mordió la lengua. Sus ojos danzaron por el lugar, buscando alguna espada y escudo que pudieran reemplazar las actuales y estar mejor preparado para enfrentarse a los peligros que seguramente enfrentarían.

Una vez hubo encontrado las armas adecuadas, Gunnar se acercó a la salida y se aclaró la garganta, un poco incómodo aún por el hecho de haberse quedado absorto.

— Si, tenemos que seguir —coincidió con el enano en voz queda.

Era una lastima no tener tiempo para investigar todo aquello adecuadamente. Era obvio que había grandes tesoros en aquella sala. Pero el tiempo era un factor a tener en cuenta. Así que cuando Strumni dio la orden de continuar Runi había guardado un par de cosas en su mochila que esperaba que le fueran de utilidad.

Se acercó a Tressa con una espada en la mano.

-No sé si has encontrado algo que te sirva, pero diría que esta espada te iría como anillo al dedo.-

Era una espada de color cobrizo de muy bella factura y con una inscripción rúnica en uno de los lados de su hoja.

-Tiene toda la pinta que viene muy bien para el combate, pero yo no soy nada diestro en ello, así que mejor que la lleve alguien más compente.-

Tressa buscó durante un rato entre todos objetos, a mitad búsqueda llamó su atención lo que aparecía ser un escudo. Soltó el escudo anterior y sujetó el nuevo, definitivamente era mejor que el que llevaba consigo, era algo más pesado, pero claramente más resistente. Pasó un par de minutos acostumbrándose al nuevo peso y tamaño de escudo que llevaría a partir de ahora.
Conforme con la nueva adquisición dejó de lado la búsqueda de una espada nueva, no había tanto tiempo como para ponerse a buscar todo lo que ella deseaba.
Dirigió su mirada a Runi cuando escuchó que le hablaba.

- Una espada, pensé que no habría ninguna. - Tressa recordó la extraña caja que había encontrado antes, seguramente Runi la apreciaría mejor que ella. - En ese caso... ¿Te parece bien un intercambio? Yo ni siquiera sé como se usa. - Dijo teniéndole la cajita.

Runi le dio la espada a la chica y miró de nuevo la cajita.

-Como dije, es un receptáculo mágico. Antes he visto que has usado algo de mágia, cosa de la que tendríamos que hablar en algún momento más tranquilo, por lo que también la podrías usar. No obstante, no voy a negar que en mi estado actual le puedo dar mucho servicio. Si quieres, la llevaré yo por el momento para usarla. Y cuando todo esto haya terminado te la devolveré.-

El grupo no tardó en encontrar objetos que serían sin duda de utilidad para todos ellos, y alentados por las palabras de Strumni, se equiparon con ellos sin dudar. Escudos, espadas, hachas e incluso objetos mágicos de origen antiquísimo servirían para incrementar sus posibilidades de supervivencia, al menos mientras estuvieran metidos en aquél brete.

Runi y Tressa estaban intercambiando espada por recipiente mágico, y Strumni y Gunnar se aprestaban para continuar siguiendo las huellas de la princesa, cuando oyeron un ruido proveniente del túnel que tenían delante. Alguien se aproximaba, y si alguno había tenido la menor duda de ello, esta se disipó en cuanto la luz de una lámpara asomó por el arco, iluminándoles. Antes de que pudieran reaccionar, se encontraron mirando el rostro de un sorprendido enano de barba corta y pelirroja, con un curioso catalejo en miniatura fijado a uno de sus ojos.

El atónito enano sostenía su linterna frente a sí, y daba la impresión de haberse quedado mudo al verles allí. Abrió y cerró la boca un par de veces, mientras su mirada recorría el rostro de cada uno de ellos. Finalmente, se fijó en el montaraz enano, y al verle logró articular por fin una palabra.

—¿Strumni...?

La luz en la estancia no era muy intensa, pero le bastó a Strumni para reconocer al instante al enano que acababa de irrumpir en la sala. Era Rurik, uno de los artesanos enanos que servían bajo el mando del capitán Snorri en la atalaya de Kaz-Umzur. ¿Qué estaba haciendo allí, en mitad de aquellas misteriosas ruinas?

Con sus nuevas adquisiciones en su arsenal, Strumni volvió a encabezar la marcha del grupo. Todo el grupo se había pertrechado bien lo que aumentaba sus probabilidades de éxito. Sin embargo lo que le preocupaba es que hubiera algo más que ellos desconocieran. El consejero skaldi no era más que un peón y dudaba muchísimo que las mentes maestras a las que se enfrentaban le hubieran revelado información importante. Había cosas que ellos ignoraban, muchas seguramente y esas incógnitas no dejaban de martillear la cabeza del montaraz de larga barba.

Un ruido borró aquellas divagaciones y le obligó a ponerse alerta, con la ballesta en la mano Strumni tensó los músculos y se preparó para disparar cuando una luz despuntó en la oscuridad reinante. Estuvo muy cercano de apretar el percutor de su arma y atravesar el pecho de... ¿un enano? Al escuchar como pronunciaba su nombre, Strumni levantó la mano para pedir a sus compañeros que no emprendieran acciones hostiles y respondió.

—¿Rurik? ¿Qué diantres haces aquí? No entiendo nada y llevo un día muy largo, házmelo fácil.

De todas las sorpresas que le estaba dando aquella misión aquella era una de las que más le costaba contextualizar. ¿Qué demonios hacía Rurik el artesano en el subsuelo del mundo, en un lugar perdido como aquél.

Rurik pareció dudar antes de hablar, como si ver a Strumni acompañado de todos aquellos skaldi no le cuadrase en absoluto. Pero después carraspeó y les hizo un gesto para que se acercaran.

—Esos que te acompañan... deben ser del séquito de la princesa de Skald, ¿no? ¡Venid, rápido! Estoy con el capitán Urri, os estaban buscando y no vas a creer lo que han encontrado.

Urri era, en efecto, uno de los capitanes enanos de Krar Umgar. Solía mandar patrullas en los Caminos Subterráneos, y era un guerrero hábil, además de oficial disciplinado. No era raro encontrarlo en el subsuelo, pero sí a uno de los artesanos. ¿Qué habrían encontrado para haber hecho acudir a Rurik?

Suspiró con pesar, un gesto que comenzaba a serle demasiado frecuente, más de lo que le gustaría. Pese a que conocía a Rurik y también al capitán Urri, Strumni estaba tenso. Demasiadas sorpresas para un enano común y demasiadas para un enano que no era común, como él. Con la ballesta todavía en la mano se giró hacia el grupo de skaldis para hablarles en tono bajo.

—Seguidme, pero no bajéis la guardia —dijo el enano en tono de confidencia esperando que sus compañeros mantuvieran la misma línea que él.

—Voy detrás tuya Rurik, espero que sean buenas las nuevas.

Eran amigos y gente de fiar pero los últimos sucesos le obligaban a permanecer alerta ante cualquier novedad. En su interior rezaba porque todo saliera bien y que el capitán Urri tuviera buenas noticias. Quizás y pese a su edad Strumni era un optimista irremediable.

El grupo siguió al enano llamado Rurik por un largo túnel que se curvaba hacia el este y desembocaba en un amplio vestíbulo de piedra. Un grupo de guerreros enanos estaba allí, y se pusieron en guardia nada más oírles llegar. Pero Rurik alzó los brazos y pidió calma, informando a continuación de que había encontrado a algunos de los compañeros de la princesa Ingelyn.

Mientras los guerreros de la patrulla enana bajaban las armas, los skaldi y Strumni pudieron ver que en el fondo de aquella sala había una puerta metálica de doble hoja, magníficamente decorada y de al menos el doble de altura que un ser humano, lo cual era decir mucho teniendo en cuenta que aquella era una construcción enana. El sonido mecánico que habían estado escuchando desde que habían penetrado en aquellos túneles, se escuchaba con mucha más fuerza detrás de aquella puerta. Estaba cerrada, y un guerrero enano fornido y severo la estaba examinando cuando llegaron. Se volvió hacia ellos y caminó hasta situarse justo delante del grupo.

El guerrero enano inclinó levemente la cabeza a modo de saludo, pero su expresión siguió siendo dura como la roca que les rodeaba.

—Soy el capitán Urri —se presentó—. Saludos, Strumni. Hace tiempo que no nos vemos. Supongo que los que te acompañan son parte del séquito de la princesa Ingelyn.

Sin esperar confirmación a lo obvio, Urri se puso de lado y señaló la puerta doble.

—Intuyo que habéis venido buscando a vuestra princesa. Nosotros hemos seguido también sus huellas hasta aquí, y nos hemos topado con... esto. No tenemos ni idea de qué puede ser, pero parece claro que vuestra princesa ha cruzado esa puerta, de un modo u otro. Aunque por más que lo hemos intentado, no hemos sido capaces de abrirla...

Luego se volvió una vez más hacia ellos.

—¿Qué hay de vosotros? Vuestros muchachos nos dijeron que se separaron de vuestro grupo, pero no supieron darnos más detalles. ¿Qué os ha ocurrido?

Una sorpresa que por fin era buena, alabados eran los dioses por permitirle tener un poco resuello y darle alguna noticia alegre. El capitán Urri estaba allí y rodeado de un montón de buenos enanos, gente mucho más capaz que él sin duda que podrían darle solución a los problemas que tenían.

—Saludos capitán Urri no sabe la alegría que me da el verle por aquí. Mis acompañantes son nuestros aliados skaldi que forman parte del séquito de la princesa Ingelyn, en efecto.

Asintió con firmeza a aquellas palabras para darles el respeto que merecían a sus compañeros. Honorables y valientes hombres que habían combatido junto a él en aquella complicada empresa. Strumni que conocía a la mayoría de los enanos presentes, a muchos únicamente de vista, los saludó moviendo la cabeza. Normalmente no hubiera sido tan dedicado pero se alegraba de ver caras amigas en aquel lugar.

—¿Los chicos? ¿Están bien? ¿Dónde han ido? —Las preguntas se amontonaron en la lengua del montaraz, otra buena noticia. Si el capitán había visto a los chicos es que seguían vivos. Empezaba a ver un rayo de luz en aquel profundo y oscuro tunel.

Por desgracia entonces Strumni recordó que él era portador de malas nuevas y con algo de pena habló —Capitán me temo que mis noticias no son tan buenas como las vuestras. Al parecer el jarl Lognar sigue vivo y tengo suficientes fundamentos para creer que está aliado con Murgin que por desgracia también está vivo.

No le importaba demasiado la puerta salvo porque Ingelyn podía estar al otro lado. Lo que le hizo recordar las palabras de la sombra.

—La princesa abrió una de nuestras puertas selladas para acceder aquí. No parece casualidad.

Desde luego el ver a aquel grupo de enanos era todo un balsamo para aquellos ojos cansados. Aunque la situación todavía era complicada había mejorado sustancialmente.
Runi dejó que Strumni hiciera las presentaciones, a las que saludó inclinando la cabeza, y diera las malas noticias. Ya que las nuevas del capitán Urri eran bastante mejores que las suyas, sobretodo la noticia de los chicos. Eso quitaría un gran peso de encima a Gunnar.
Cuando el explorador acabó, el viejo skaldi se vio en la necesidad de hacer algún comentario más.

-Aunque nuestra preocupación principal, ahora mismo, es encontrar a la princesa ayudaremos en lo que podamos en esta tesitura. Hay grandes enemigos de nuestros dos pueblos aquí reunidos, si no permanecemos juntos moriremos cada uno en nuestro lado.-
-No obstante, si sabéis donde están los jovenes y pudieramos hablar con ellos nos haríais un gran favor. Al menos mientras tratamos de abrir esa puerta, que como dice Strumni la princesa ya ha demostrado habilidad para entrar en sitios donde debería ser imposible, aunque lo habrá logrado con ayuda seguramente.-

El mago se acercó a la puerta por si podía ver alguna forma de abrirla. Seguramente no se trataría de ningún tipo de mecanismo, ya que sin duda lo habrían encontrado los enanos. Expertos en esos temas. No seguramente allí algo de naturaleza más sobrenatural. Donde quizás él podría ayudar.

Urri asintió a las palabras de Sturmni, y se guardó el hacha en el cinto mientras respondía.

—Están bien —dijo, refiriéndose a los chicos—. Los escoltamos hasta Kaz-Umzur y los dejamos al cuidado de Uwa. Luego volvimos a los túneles para buscar al resto de vuestro grupo. Os esperan allí...

Cuando el montaraz enano informó al capitán de lo que habían averiguado, Urri frunció su grueso ceño.

—¿Murgin...? —repitió, e incluso un guerrero rudo como él pareció pronunciar aquél nombre con inquietud—. Eso explicaría lo que nos contaron vuestros amigos sobre cadáveres andantes. Maldita sea, ojalá no fuera cierto... pero algo me dice que lo que está pasando no nos va a gustar nada.

Gruñó por lo bajo, y luego hizo una pregunta a su vez.

—Strumni, esos chavales nos dijeron que hablásteis con Agga, y que ella ordenó a Gungnar y Mormnir que os acompañaran. ¿Están también con vosotros? Sería estupendo contar con dos guerreros más en la atalaya, por si las cosas se tuercen...

Rurik se acercó a la puerta con Runi, pasándose una mano gruesa por la calva, nervioso. Negó con la cabeza mientras observaba las dos hojas metálicas.

—Lo hemos intentado todo —dijo—. Por la fuerza, con mandatos mágicos, con claves rúnicas... No ha habido manera. Estoy seguro de que está imbuida de alguna clase de magia poderosa, pero incluso los cierres mágicos más potentes de Krar Umgar se pueden abrir con habilidad y tiempo. Pero esta puerta... ¡es impenetrable! No había visto nunca algo parecido. No sé cómo la princesa pudo ser capaz de abrirla, y más teniendo en cuenta que es una simple humana...

Se quedó callado un instante y luego se apresuró a añadir algo.

—Sin intención de ofender, claro... Me refiero a que no es enana, y por tanto es aún más increíble que haya podido cruzarla.

Runi examinó la puerta, que a simple vista no parecía especial salvo por ser realmente impresionante, tan lustrosa y ricamente adornada como era. Pero al viejo mago le bastó un momento para darse cuenta de que, como Rurik decía, aquella puerta parecía impregnada de aquella magia invisible pero intensa que había notado nada más internarse en aquellos túneles tras los pasos de Ingelyn.

Runi lo tuvo claro. No había la menor esperanza de que pudieran pasar por ahí, si era aquella puerta lo que les bloqueaba el paso. Lo que fuera que producía aquél sonido mecánico seguiría siendo un misterio, al menos por el momento.

Mientras Urri y Strumni hablaba y Runi se acercaba a la puerta metálica para examinarla, Astrid dio un par de pasos discretos para aproximarse a Tressa y Gunnar. Habló en voz baja.

—Esto no me gusta —murmuró—. Me siento como si estuviéramos siguiendo un cebo. Creo que nos están utilizando y no entiendo para qué...

La guerrera rubia no lo dijo, pero estaba muy claro que se refería a la figura encapuchada que les había sugerido ir por aquél camino.